MEDIOS Y COMUNICACION
Etica periodística
Washington Uranga vuelve a
plantear un tema poco analizado en los medios: la ética periodística. Y abre el debate
acerca de la necesidad de procesos autocríticos de los propios profesionales de
la comunicación.
Hablar de ética periodística parece ser una
cuestión apenas reservada a los ámbitos académicos, aunque tampoco en
nuestras casas
superiores de estudio se dedique demasiado tiempo y esfuerzos a debatir sobre
este eje transversal –y esencial– para orientar la función que los
profesionales de la comunicación brindan a la sociedad.
Sin embargo, la observación cotidiana de lo que leemos, escuchamos y
vemos en los medios
de comunicación demandaría reflexiones más frecuentes y pertinentes, también con
la participación de las audiencias, respecto de este tema que no está desligado
de la cuestión ciudadana y de la perspectiva de derechos en su integralidad.
En primer
lugar porque, por encima de nuestra condición profesional, los
periodistas somos ciudadanos a quienes nos asisten derechos, pero también, y de
la misma manera, obligaciones. Entre estas últimas la de ajustarnos a la verdad
de los hechos y la de respetar los derechos plenos e integrales de todas las
personas. Sería imposible, por extensa pero también por inagotable, la lista de
las prácticas periodísticas que hoy vulneran estos principios ciudadanos. Y lo
más grave es que ello ocurre sin sanciones morales por parte de la sociedad,
representada en este caso en las audiencias. Por una parte porque se ha ido
construyendo una lógica de mutua legitimación y complacencia entre
comunicadores y público: el periodismo dice lo que determinadas audiencias
quieren oír y éstas dan por válido, acríticamente, aquello que coincide con sus
apreciaciones previas y es reforzado por el discurso de determinados
profesionales de los medios. Por otra, porque no hay ámbitos –tampoco en los
propios medios– para ejercer la crítica, la disidencia o el derecho a réplica.
La perspectiva de derechos, en particular del derecho a la comunicación,demanda la posibilidad
de que cada ciudadano haga su propio discernimiento, tome sus decisiones
libremente. Para ello necesita –antes que opiniones y sin negar que las puede
haber valiosas e importantes–información veraz y de
fuentes diversas. Por ese motivo el compromiso con la búsqueda de la verdad –que
está muy por encima de cualquier presunta e inexistente “objetividad”– exige a
los periodistas brindar una cobertura de los hechos completa, equilibrada y
contextualizada. Y seguramente vale subrayar el último adjetivo:
contextualizada. Sin contexto el texto pierde su sentido, se tergiversa, se
manipula. Sin contexto es imposible comprender el texto y darle a éste su
verdadera dimensión. Presentar una noticia sin contexto es, probablemente, lo
más cercano a mentir.
Pero, al mismo tiempo, un tratamiento ético de la
información plantea como exigencia que aquellos que están siendo objeto de la
cobertura informativa, los que generan la noticia o son sus protagonistas, así
como los destinatarios de la información, sean considerados como sujetos de
derecho. Esto equivale a decir que se trata de personas a quienes les asiste la
integralidad de los derechos humanos, económicos, políticos, sociales y
culturales en todas sus dimensiones y sin ningún tipo de recorte,
discriminación o distinción de ninguna especie.
Vale la pena
preguntarse cuántos de los que hacemos periodismo o comunicación permanecemos
atentos a esta perspectiva en medio de nuestra práctica profesional. Atenuantes
existen muchos: el vértigo de la tarea, la presión que impone la búsqueda de la noticia, la precariedad
laboral y las condiciones –cada día peores– en las que se ejerce la labor. Sin
embargo, ¿los atenuantes anulan o son suficientes para suprimir nuestro
compromiso con los derechos?
En poco más de treinta años de democracia existieron en la Argentina
muchas autocríticas y revisiones. Grupos, movimientos, personas, hasta
corporaciones, aceptaron responsabilidades de diverso tipo por errores
cometidos durante la dictadura y aun en democracia. Los medios de comunicación
en algunos casos contribuyeron a que estos hechos se concretaran. En otros
difundieron los resultados. Poco se ha dicho y debatido, sin embargo, sobre las autocríticas de medios y
periodistas. Los medios, suele decirse, “no hablan de los medios”. Y, los
periodistas –salvo algunos empeñados en el marketing del escándalo– no hablan
críticamente ni de los otros periodistas, ni de su propia actuación. Rara vez
se asumen públicamente los errores cometidos. Quizá haya que pensar que, para
su propia sobrevivencia y para mantener el prestigio de la profesión –o lo que
pueda quedar de ello–, es preciso mirar con mayor atención a los principios de
ética periodística, encontrar los caminos para –aun en medio de las
dificultades– ponerlos en práctica con honestidad y sin esgrimir excusas y,
asunto no menor, asumir públicamente los errores subsanando también los daños
causados por la difusión de informaciones falsas o –ni que decirlo–
malintencionadas.
MEDIOS Y COMUNICACION
Periodismo y golpe de Estado en
Paraguay
Julia Varela y Federico Larsen
analizaron el proceso del golpe de Estado en Paraguay desde las experiencias de
los periodistas que debieron relatarlo y cuentan los desafíos de quienes
intentaron resistir desde las redacciones.
Por Julia Varela y
Federico Larsen *
El 21 de junio de 2012 se llevó a cabo
el juicio político que corrió a Fernando Lugo de la presidencia de Paraguay y
puso en su lugar a su vice, el liberal Federico Franco. El gobierno de facto
duró un año, hasta que en abril de 2013, fue electo el actual presidente de la
República, Horacio Cartes.
En un país donde el
98 por ciento del espectro radioeléctrico está en manos de diez personas, que
también poseen cadenas de supermercado, constructoras y explotaciones sojeras
–principales beneficiarios de las políticas económicas de Franco–, es necesario
reflexionar sobre el rol que jugaron los periodistas de los distintos medios en
ese proceso.
Un ámbito, el de los
trabajadores de prensa, donde se elaboraron pequeñas y grandes formas de
resistencia al golpe en un clima doblemente hostil. Según un estudio realizado
por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), antes
del golpe el 65,5 por ciento de los trabajadores de prensa del Paraguay estaba
en la informalidad. Ya en 2008, el 53,8 por ciento de los periodistas del país
había sido censurado al menos una vez en su producción periodística, y el 90
por ciento había practicado la autocensura, según el Sindicato de Periodistas
del Paraguay.
Estructura
oligopólica dominada por el capital privado, precariedad laboral y
levantamiento del orden democrático fue el cóctel donde se gestó la resistencia
desde el periodismo al golpe contra Lugo. Su epicentro, la Televisión Pública
Paraguay, donde sus trabajadores se atrincheraron por varios días junto con
centenares de ciudadanos de Asunción para evitar el cierre y cambio de
programación de la emisora. Marcelo Martinessi, su director en ese momento,
aseguró que la TV Pública “movió un montón de instancias de participación que
estaban dormidas”. Se puede decir que se da “una apropiación del Estado por
parte de la ciudadanía”.
Basada en un proyecto
que sus creadores definen como “enfoque de derechos”, la TV Pública fue
denostada desde su aparición en el mapa mediático paraguayo por la mayoría de
los medios privados del país. “Tenían miedo de que hubiese un Aló Presidente
con Lugo”, explicó Martinessi, a la vez que subrayó la importancia de ese
proyecto de constitución de la emisora, que se convirtió en el símbolo de la
resistencia contra el gobierno de Franco.
Pero, la primera
reacción de la mayoría de los periodistas del país fue el silencio. “Los que de
alguna manera tomamos la postura de no prestarnos a lo que estaba sucediendo
debimos replegar”, explicó Paulo López, ex periodista del diario ABC Color, el
de mayor circulación del país. “En lugar de trabajar en esa campaña de legitimación
del golpe en un momento nos llamamos al silencio.” Los medios hegemónicos
intentaron desde un primer momento presentar al golpe como una normal
transición en el marco de la democracia. Pero algunos de sus trabajadores
lograron “colar” sus notas, reportajes o simples frases para intentar quebrar
el discurso oficial: una actitud que tuvo fuertes consecuencias. El SPP
registró –solamente en los primeros meses del golpe– 45 despidos de
comunicadores. La TV Pública fue totalmente vaciada y sus trabajadores aún
están peleando en la corte el reconocimiento de los motivos ideológicos detrás
del despido.
“Aquellos que no
encontraban espacio para manifestarse en sus medios, adonde estaba ganando una
voz distinta o un discurso distinto, lo hacían a través de otro medio, por las
redes sociales o aportando datos y compartiendo noticias con los medios
alternativos”, explicó Santiago Ortiz, secretario general del SPP.
Existieron varios
factores que le dieron fortaleza al proceso: los comunicadores no pudieron prescindir
del apoyo de medios comunitarios, alternativos y populares, desligados de la
lógica empresarial o estatal, ni tampoco de la resistencia que los movimientos
sociales llevaron adelante en las calles, de la que también ellos fueron parte.
Pero, principalmente, debieron fortalecer la organización, no de manera
aislada, sino con toda la ciudadanía: una enseñanza que todos los periodistas
latinoamericanos deberíamos mantener en nuestras prácticas cotidianas.
* Periodistas.
Autores de la investigación “La resistencia por otros medios. Periodistas
paraguayos ante el golpe de Estado de 2012”.
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