Narcolonización: el negocio de la droga, de la anomalía a la costumbre
De noticia policial a ficción exitosa, del glamour del "narco VIP" a otra forma de la inseguridad, el narcotráfico ya es parte del paisaje en la Argentina, empujado por la retirada del Estado, una inocultable sucesión de muertes y violencias y las contradicciones públicas de los funcionarios; los caminos por los que la cultura de la droga se está volviendo sentido común
¿Cerró el quiosquito?"
Así le decían todos los vecinos a la ventana, hoy clausurada: el quiosquito, descripción más que generosa para un triste hueco en la pared del que, cada tanto, salía una mano. La mecánica: alguien (un chico, por lo general) golpeaba el vidrio, salía la mano, el chico le daba algo a la mano, la mano volvía al rato, le daba algo al chico. La ventana volvía a cerrarse. Y así una, diez, cien veces. Un desfile de gente. Chicos, sobre todo. Adolescentes. Cada tanto, se posaba en la esquina el patrullero de rigor. Desde hace un tiempo, sin embargo, la ventana se cerró. ¿Buenas noticias? No crean.
En primer lugar, porque basta con caminar la ciudad -casi cualquier ciudad- para dar con un "despacho" parecido y, en las inmediaciones, con sus tristes devotos. Basta también con prender la radio o el televisor para enterarse de algún nuevo choque violento, con su saldo de muertos y heridos, entre bandas rivales en Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Santa Fe.
Como idea, como tema de conversación, como terror, como realidad inocultable, el narco se ha vuelto en la Argentina parte del horizonte de lo posible, en la estela de países de la región que antes mirábamos de lejos y hoy nos parecen una predicción de nuestro destino próximo.
De noticia policial a ficción exitosa (El patrón del mal, la serie televisiva colombiana que retrata la vida de Pablo Escobar), del glamour de los narco VIP a nueva forma de la inseguridad, el negocio de los estupefacientes expande sus fronteras. Y lo coloniza todo. Hasta el sentido común.
"Ojo, yo laburo y por eso no me molestan ni nada", dice Gonzalo, un motoquero de 22 años nacido y criado en la villa Zavaleta. "Los pibes están fisurados con lo de la pasta base y quioscos hay de lo que quieras. Pero lo peor son los tiroteos. Las bandas se pelean entre ellas y siempre muere alguno que nada que ver. Como... ¿viste esos dos nenitos que se llamaban Kevin los dos y los mataron sin querer?", pregunta, sin advertir que para la mayoría de los medios los muertos que cuentan no son ésos, sino los narcos rutilantes. El narco es -y desde hace rato- parte del paisaje. Una idea más en la cabeza de todos.
Y por eso, ya no sabe extraño. Ya hemos visto (sólo visto) asesinatos reveladores: el triple crimen de General Rodríguez; el "sangriento ajuste de cuentas entre narcos en el shopping Unicenter"; el crimen de una joven modelo y su acompañante a bordo de una camioneta; el caso del decapitado, quemado y semienterrado en Campo Papa, Mendoza, donde una banda dedicada al narcotráfico trabaja activamente para "limpiar de vecinos" la zona e instalar en sus casas vacías nuevos despachos de droga. "La casa o la vida" es la propuesta.
DE TRÁNSITO Y DE CONSUMO
Como sea, todos estos casos dan cuenta de formas de matar a las que no estábamos habituados, pero que suave, lentamente, se fueron haciendo costumbre. Con cuatro militantes sociales muertos por instalar comedores y talleres de oficios en las villas de Rosario, con policías y periodistas amenazados de muerte en Mendoza por la líder de una banda narco, con la cúpula policial santafecina descabezada en su momento y procesada hoy por vínculos con el negocio de la droga, con el ministro de Defensa, el jefe de Gabinete y el secretario de Seguridad de la Nación discutiendo -por todos los medios y con una liviandad estremecedora- si el nuestro es "país de consumo o país de tránsito", la cuestión de fondo queda en penumbras.
Y es que la Argentina es, y desde hace rato, un país abierto de par en par al negocio de los estupefacientes. Un país narco, como bautizó hace ya cuatro años el periodista Mauro Federico a su investigación sobre el tema, cuyo subtítulo suena hoy profético: "Tráfico de drogas en Argentina: del tránsito a la producción propia". ¿Qué pasó? ¿Cómo fue que aquello de la Argentina "sin problemas de drogas" se volvió un mito nacional más? Porque lo cierto es que, más allá del desmantelamiento social que a partir de los 90 dejó fuera de todo a millones de argentinos, hubo otro proceso -casi simultáneo- de validación del narco y su cultura.
Ser "del palo" se volvió sinónimo de "haber llegado", de contar con el dinero -y la libertad mental- para aventurarse en placeres no aptos para todo el mundo. Pasaron desde entonces casi dos décadas y, en el medio, "narco" se volvió un prefijo más. Hubo pues narcopolicías, narcopolíticos, narcoabuelas (como esa a la que detuvieron en Quilmes con 2000 dosis de paco), narcomodelos (chicas que posan en tanga o saludan con el brazo en alto, con gesto victorioso, al bajar la escalera de Tribunales) y hasta narcobebes, criaturas en cuyos pañales se transporta cocaína.
Así, si consumir era "piola", con el tiempo vender (a macro o microescala) se tornó, de a poco, menos condenable. Literalmente, incluso, porque si algo brilla por su ausencia son justamente las condenas por narcotráfico.
Así lo confirma Federico, y agrega que "en los últimos cuatro años, el negocio creció exponencialmente. Hay estadísticas que lo demuestran, más allá de los hechos policiales que lo dejaron cada vez más en evidencia. Pero lo terrible no es eso, sino lo que se perdió. Porque si el objetivo de vida de un pibe no es conseguirse un laburo y progresar por derecha, sino acceder a una zapatilla de 700 pesos y subirse a una moto con un fierro colgado del pantalón, la batalla cultural está perdida. Hoy se presenta al narco casi como un héroe, como un modelo. Y para miles de pibes de barriadas populares realmente lo son", dice.
Y da un ejemplo: "Fijate: hace trece años, las paredes de Rosario estaban llenas de murales de Ángel «Pocho» Lepratti, un educador popular que les daba de comer a los chicos en la villa y que el 19 de diciembre de 2001 se paró en el techo del comedor para pedirle a la policía que no disparara. «No tiren que acá hay pibes comiendo», les avisó. Lo mataron igual. Hoy, en vez de murales en su memoria, lo que hay en las paredes de Rosario son murales de «el Pájaro» Cantero, líder de la banda de Los Monos, muerto en un enfrentamiento. Cambió el paradigma, el modelo en el que los pibes se están mirando".
Esto es precisamente -según Cecilia González, corresponsal en la Argentina de la agencia mexicana Notimex y autora del libro Narcosur (Marea)- a lo que habría que prestarle atención. "Porque junto con la expansión global del negocio narco, lo que se expande es su cultura. Hoy, el narco ya ha dejado de ser una cuestión de carteles de la droga para convertirse en una verdadera multinacional. Son empresas ilegales, pero exitosísimas. Han entendido muy bien esto de la globalización y lo que exportan también son valores. Ideologías. Y, lamentablemente, creo que en la «naturalización» del narco mucho hemos tenido que ver los medios de comunicación y los periodistas, que a veces presentamos a los traficantes como figuras heroicas. Para que te des una idea, hoy se está convocando en Sinaloa a una marcha por la liberación de «el Chapo» Guzmán. Es que para muchos niños de allá, el ideal es ser como él y para muchas niñas, llegar a ser la esposa del capo de turno. Y eso sí es grave, y eso sí puede replicarse aquí. ¿Por qué? Porque, como una vez me dijo un investigador, aun si éste es un país de paso, «la droga pasa, pasa y algo queda». Y una de las cosas que parecen ir quedando es la idea de que el crimen es un modo válido de ganarse la vida", precisa.
ALLÁ LEJOS, AQUÍ A LA VUELTA
¿Será que el narco, como dicen algunos, "se nos vino encima"? ¿O será más bien que, tras un proceso de deterioro de al menos tres décadas, las bandas de narcocriminales terminaron colonizando espacios vacíos, los huecos que quedaron cuando se fueron todos, empezando por el Estado?
Para Alberto Föhrig, politólogo graduado en Oxford, especializado en narcotráfico y docente de la Universidad de San Andrés, el paulatino acostumbramiento a las prácticas y normas del narco (los choques, los muertos, los peajes, la sangre) ancla efectivamente en la retirada del Estado como idea y como realidad cotidiana.
"Pensemos que las personas contamos con tres agencias básicas de socialización: la familia, la escuela y el trabajo. Desde hace más de tres décadas, las familias están desmanteladas, y especialmente en el quintil más pobre de la población lo que prima son las familias monoparentales, donde hay muchos chicos que suelen quedar solos cuando la madre sale a trabajar. La escuela, como lugar de contención, puede hacer cada vez menos, y el trabajo ha desaparecido del horizonte de expectativas de esos mismos sectores, en donde las cifras de desocupación superan hoy el 30%. Frente a eso, el narco aparece para suplirlo todo: la familia (porque las bandas crean identidad y pertenencia), la escuela (porque transmite cierta clase de "saberes", aun cuando no sean contenidos positivos) y el trabajo (porque concretamente les da algo que hacer a jóvenes que no saben ni pueden hacer ninguna otra cosa)", precisa.
De algún modo, la figura del "transa" (antaño despreciada y combatida en los barrios por vecinos que sentían que su irrupción en la cuadra marcaba el inicio de un cambio peligroso) terminó por volverse parte del alrededor. No hay barriada en la Argentina donde no haya algún tipo de narrativa (casi siempre basada en el modelo de Robin Hood) sobre el narco y sus embajadores.
En el caso de "el Pájaro" Cantero, por ejemplo, se cuenta que les regalaba pelotas de fútbol y camisetas a los chicos pobres del barrio. Esos que, más tarde o más temprano, terminarían siendo clientes. Hoy, la canchita de ese barrio cuenta con un gigantesco mural de "el Pájaro" y al costado se lee "Ciudad de Dios". Cualquiera que haya visto la película (sobre la vida, la muerte y el narco en la favela homónima de Brasil) sabe que ese dibujo dice del presente mucho más que mil horas de documental. Sobre todo porque el tiempo se encargó de demostrar que entre el dealer y las autoridades suele haber cualquier cosa menos enemistad.
Por eso, para miles de chicos expulsados de sus casas a fuerza de pobreza y hacinamiento, sumarse a ese universo ilegal -e intocable- de las redes de tráfico fue sólo cuestión de tiempo. En los sectores menos expuestos a la acción erosiva de la droga pobre (esa en la que se mezcla talco con bicarbonato, con vidrio molido o veneno de ratas, según comprobó un análisis realizado en 2009 por el Departamento de Toxicología de la Universidad de Buenos Aires), en tanto, la noción del narco comenzó a volverse menos vergonzante. Y más intrigante. Porque, de acuerdo: son criminales pero ¿cómo vivirán? ¿Cómo será la vida de alguien que pasó de ser escandalosamente pobre a escandalosamente multimillonario? ¿Qué sucederá en sus mansiones, en sus fiestas? ¿Quién es ese a quien ni Interpol puede atrapar?
Según explica Adriana Amado, doctora en Ciencias Sociales, investigadora en medios de comunicación y docente en la Universidad de La Matanza, "aquí y en el exterior el mundo del narco y de las drogas genera una enorme curiosidad. Sobre todo porque -pensemos en la cantidad de casos y delitos vinculados al narcotráfico que solamente aquí, en la Argentina, nunca se resolvieron- los narcotraficantes parecen ser un poder más allá del poder. Eso genera un enorme apetito por conocer más del tema. De allí el éxito de muchas series como El patrón del mal, El capo y otras ficciones, especialmente las colombianas".
Y cita una anécdota: "Una de estas «narconovelas» llegó a Venezuela y fue un exitazo. Tanto, que la policía de control de medios entendió que no era saludable para la población verla. Lo notable es que copias pirata de los episodios de esa «serie prohibida» comenzaron a venderse ilegalmente en los semáforos, como si fueran chicles. O droga. ¿Por qué? Porque había demanda. Muchas veces, cuando una figura -así sea cuestionable como un narco- arranca con un discurso en contra de la corrupción política y policial genera empatía en la audiencia, así abunde la justicia por mano propia, el asesinato o el revanchismo de clase".
Del Patrón del mal al mal como patrón. Tal vez sea ése el siniestro juego de palabras que explique todo lo demás: el mal convertido en la medida de todas las cosas. O, como anotaba Hannah Arendt en su crónica sobre el juicio a Adolf Eichmann, el mal como banalidad. Como una mano que sale de una ventana que se cierra enseguida. Como un gesto de exterminio cotidiano. Insignificante. Invisible..
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