Un presidente es un comunicador
En su primera apertura de sesiones sin luto, Cristina Kirchner volvió a ocuparse centralmente de la economía y la educación. El libro que estudia todos los discursos presidenciales desde el ’83. El informe del estado de la Nación, como memoria y balance de la sociedad democrática.
Por: Roberto
Caballero
Citando al profesor de la Universidad de Texas, Roderick Hart, puede
decirse que un presidente es, ante todo, un comunicador. Estudiando lo que
comunica vamos a tener "una aproximación certera y objetiva a su construcción
simbólica de la realidad y a sus estrategias de acción política". Un discurso
presidencial es el eje central de la producción de significaciones y sentidos
desde el Estado. Cuando este es democrático, además, configura la representación
retórica de la voluntad popular libremente expresada en las urnas. No es un
palabrerío insulso, no es el ataque verborrágico de un magnate, no es la
megalomanía de un dictador: es el derecho de los ciudadanos a ser informados
sobre el estado general de la administración, los avances o estancamientos en
asuntos estratégicos, y la propuesta de leyes al Parlamento para alcanzar los
objetivos que el gobierno legítimo de las mayorías considera de relevancia
pública.
En los Estados Unidos, por ejemplo, el informe sobre el estado de la Unión,
genera lo que una huelga: el país se para a escuchar al presidente. Eso incluye
a los demócratas, a los republicanos y a los que viven de la grieta. Al de la
Asociación Nacional del Rifle y a Michael Moore. Se asume que el discurso es la
memoria y balance del país, y la hoja de ruta a seguir desde el día después de
su enunciación. Sin exagerar, debe ser el día de mayor politización de una
sociedad donde los políticos y el gobierno federal no gozan ni de gran
reputación o de gran cariño. Pero el evento es considerado un patrimonio
institucional. Un derecho de los receptores, aunque el emisor se llame Obama o
Bush. La palabra del presidente es la voz que ordena, aún para los que lo
analizan desde perspectivas más oficialistas o más opositoras, abiertamente
progubernamentales o decididamente refractarias, los pleitos y las tensiones de
una sociedad en el tiempo histórico que le toca atravesar con su pellejo.
Según Víctor Armony, en sus "Aportes teórico-metodológicos para el estudio
de la producción social de sentido a través del análisis del discurso
presidencial", publicado en la Revista Argentina de Sociología, estos son
"proyectos de fijación del sentido y de legitimación de la organización presente
y futura de la vida colectiva". Para Pierre Bourdieu, en Cosas dichas, el
discurso del funcionario "opera como un diagnóstico, es decir, un acto de
conocimiento que obtiene el reconocimiento y, que, muy a menudo, tiende a
afirmar lo que una persona o una cosa es y lo que es universalmente para todo
hombre posible (…) (También es) un discurso administrativo, a través de las
directivas, de las órdenes, de las prescripciones. Dice lo que las personas
tienen que hacer, siendo quienes son. (E) Impone un punto de vista, el de la
institución… Este punto de vista es instituido en tanto que punto de vista
legítimo, es decir, en tanto que punto de vista que todo el mundo debe reconocer
por lo menos dentro de los límites de una sociedad determinada. El mandatario de
Estado es el depositario del sentido común."
Pensándolo un poco, en la Argentina, Bourdieu tendría tantos semáforos en
rojo en Clarín como Luis D’Elía. Acá, el patrón del sentido común no descansa en
el Sillón de Rivadavia, sino sobre los asientos contables de Papel Prensa.
Los discursos presidenciales en nuestro país son tomados a la ligera. Las
coberturas del día después son trivializaciones de párrafos descontextualizados,
donde lo que dijo el presidente o la presidenta en ejercicio sólo sirve de
blanco a los enfoques editoriales de los que todos los días informan del estado
de la nación desde zócalos o títulos, según sus prismas e intereses sectoriales.
Esto no tiene nada de malo. No se trata de un asunto extraterrestre. La
intermediación del periodismo, aun cuando es inexacta, es igual de útil y
necesaria. Así ocurre en los Estados Unidos. Pero cuando los mercados
comunicacionales están tan concentrados que ahogan las mismas voces de sus
periodistas, y a su vez los actores empresarios dominantes son abiertamente
opositores a un gobierno, como sucede todavía en la Argentina, se corre el
riesgo de que la máxima autoridad del país y los receptores de sus mensajes sean
víctimas de la censura empresarial que identificó y denunció Owen Fiss.
En ese contexto, que haya cadena nacional es un derecho ciudadano, no del
gobierno. Sin una plataforma que exhiba ese discurso constituyente de la
realidad del país, no hay siquiera posibilidad remota de una comprensión
democrática, plural y horizontal de lo que es enunciado. A favor o en contra.
Eso es lo de menos. Lo que se cuestiona es la selectividad del recorte según
ópticas empresarias que son menos representativas de la realidad del conjunto, y
no las opiniones que genera la emisión completa de lo que un presidente
constitucional dice, con los representantes del pueblo y las provincias de
testigos, en el Parlamento.
Cristina Fernández de Kirchner habló ayer al país (en la onceava apertura
de sesiones desde 2003) y lo liberó de la meresunda habitual que rodea los
asuntos de su gestión merced al vendaval de sentido opositor. Fue su primera
inauguración sin el luto, desde la muerte de Néstor Kirchner. El 80% de su
discurso lo ocupó la economía, donde resaltó la baja en la pobreza y el aumento
del PBI. Pronunció la palabra "devaluación" sin el dramatismo que esta tiene en
la historia argentina. Apeló a los relatores del Banco Mundial, la CEPAL y la
FAO para apuntalar su relato. Destacó los 37 trimestres consecutivos de baja de
la desocupación que la llevaron a su nivel más bajo en una década: el 6,4 por
ciento. Mencionó los 370 parques industriales levantados en el mismo período.
Cosas concretas. Blanqueó a la sociedad que sufrió ocho corridas cambiarias
(golpes económicos) que fugaron 63 mil millones de dólares. Reivindicó la
política monetaria manejada desde la política no por el dogma sino por la
necesidad. Anunció la creación de los tribunales de defensa de la competencia,
apuntando a los monopolios. Como detalle de color, dijo que uno de cada 17
argentinos se compró una moto. Sorprendió comentando que la Argentina es el país
con mayor consumo de gaseosas del mundo, con 131 litros por habitante. Destacó
el acuerdo por YPF. Planteó una normativa de convivencia ciudadana, entre otras
iniciativas parlamentarias. Y fue aplaudida por oficialistas y opositores cuando
llamó a defender la democracia en Venezuela.
El otro eje importante fue la educación. Repasó la inversión en el área. A
diferencia de otras veces, agradeció a los docentes que hayan levantado su
huelga mientras se discute la paritaria nacional y los llamó respetuosamente al
diálogo ("no puede ser un parto el inicio de clases todos los años"). Pidió
extender las discusiones a junio, para que marzo deje de ser el mes donde se
debate si los chicos tienen o no que comenzar el ciclo lectivo. No se la vio
enojada y muchos respiraron tranquilos. Incluso le tiró flores a la oposición,
demostrando el manejo del mundo legislativo y sus códigos. A ellos les tendió
una invitación para que mejoren, si pueden, el acuerdo con Irán, que está
trabado. En el único pasaje donde leyó seguido, puntualizó los logros de la Ley
de Servicios de Comunicación Audiovisual mientras las cámaras enfocaban a Martín
Sabbatella.
En resumen, aunque mañana los diarios opositores digan que no habló de
inflación y seguridad, la presidenta hizo un balance general de su gobierno y
transmitió tranquilidad en la anteúltima apertura de sesiones de su segundo y
definitivo mandato. Fue largo. Hay material de sobra para analizar el resto de
la semana. Fue un auténtico discurso cristinista, si se lo mira en perspectiva.
Según Jorge y Diego Bercholc, si se dividiera en campos semánticos sus
intervenciones, habitualmente el 31% lo ocupa la "economía", el 15% el "sistema
político", el 8% la "educación/ciencia/tecnología", el 6% el
"Estado/administración pública/políticas públicas", el 8% el "desarrollo
social", el ítem "Integración/globalización/comercio exterior" se lleva el 5%,
otro 5% por ciento va para "trabajo/laboral", un 3% "Seguridad/FFAA/fuerzas de
seguridad", otro 3% "deuda externa", otro 3% "organización política del
territorio", otro 3% "recursos naturales", y "varios", el 18% restante. En ese
sentido, no hubo grandes novedades. Cristina sigue siendo Cristina.
Volviendo al libro, meticuloso en su factura, de lectura obligada para
politólogos y aledaños, los autores utilizan el modelo que el texano Hart
bautizó "la presidencia retórica" para sumergirse y evaluar todos los discursos
presidenciales desde la recuperación de la democracia hasta 2011. Según Hart:
"Si es verdad que el éxito presidencial está volviéndose cada vez más
dependiente del discurso, y si es verdad que los ciudadanos de la Nación
(empujados, sin dudas, por la prensa de la Nación) utilizan cada vez más
criterios retóricos cuando evalúan los méritos de sus presidentes, esto nos
obliga a aprender algo de este arte presidencial."
Que sería, traducido al lenguaje de época, el famoso "relato", tan atacado
por otros relatores que no tienen el peso de la gobernanza del Estado sobre sus
propias espaldas e intentan privatizarlo.
Son analizados los dichos de Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Fernando de la
Rúa, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, en este
caso, hasta su reasunción.
Se determinaron las palabras más utilizadas por todos ellos y los campos
semánticos ("sector agropecuario", "poder judicial", "sistema político",
“sujetos colectivos sociales", etcétera) donde más incursionaron.
Hay rarezas numéricas. El discurso más corto perteneció a De la Rúa (2000):
3960 palabras. El más largo, hasta el 2011, a Néstor Kirchner (2007): 20.277
palabras. Seguido de Alfonsín (1984): 18.202 palabras. Duhalde siempre promedió
las 4500 palabras. Y Cristina, las 10 mil.
En el acumulado, durante todo su período de gobierno, Alfonsín sumó 77.252
palabras. Menem, en diez años, 62.705. De la Rúa, 13.041. Duhalde, 9045.
Kirchner, en un solo mandato, 66.813. Y Cristina, hasta 2011, 38.369.
Las palabras transversalmente más repetidas fueron "Nación"(1139 veces),
"política"(943 veces), "economía"(609), "gobierno"(597), "democracia"(501),
"trabajo"y "trabajadores"(497), "Estado"(445) y "pueblo"(432). "Crisis", en un
país que vive de crisis en crisis, sólo 251 veces. ¿Cuáles son las menos
pronunciadas? "Igualdad" (164 veces), "empresas"(167), "cambio" (169),
"eficiencia" (172), "industria" (174) y "exportaciones" (174).
¿Cuál de todos los presidentes habló más de "inversiones"? ¿Menem? No:
Néstor (149 veces).
Es interesante ver que los discursos presidenciales de los 28 años que
siguieron a la dictadura, en promedio, están dominados por el campo semántico
"Economía/política económica" en un 25 por ciento. Un cuarto de lo hablado
refiere a eso. El ítem "Educación/ciencia/tecnología" ocupó el 6,36% de la
atención. Y "Mujer/familia" sólo el 0,40 por ciento.
De las 1174 menciones que tuvo la "Educación…", la mitad corresponde a los
mandatos de Néstor y Cristina Kirchner; el resto se reparte entre cuatro
presidentes. De las 740 que tuvo el ítem "trabajo”, 363 también son para la
pareja kirchnerista. Seguidos por Menem (122) y Alfonsín (112).
Otra joyita. Dentro del campo semántico "Política sociales", hay un
presidente que nombró "Justicia social" 40 veces a lo largo de todas las
intervenciones públicas relevadas. ¿Néstor? ¿Cristina? De la Rúa no es. Alfonsín
tampoco. Duhalde, menos. Sí, increíble: Carlos Menem, en su primera gestión. En
la segunda, once. Nadie lo superó en eso.
A veces, las palabras y los hechos no se llevan del todo bien.
El libro de los Bercholc funciona como una lupa apoyada sobre los papeles
que los presidentes ponen en la tarima.
Tiene una virtud: se los toma en serio. Los resultados son
sorprendentes.
El huracán mauricio
La foto engaña bastante. Muestra un diseño divino, en verde y azul. A los
chicos se los ve jugando felices. Es una escuela levantada con containers en un
barrio de Chile, después de un cataclismo. Pero en la edición del miércoles
pasado de Clarín sirve para ilustrar una nota que cuenta las bondades
arquitectónicas de las ratoneras metálicas que el gobierno de la ciudad de
Mauricio Macri ofreció como solución a la falta de vacantes educativas. La firma
Miguel Jurado, el editor del suplemento Arquitectura. Van algunos párrafos
destacados:
l "Las 'aulas contenedor' generaron tanto revuelo que se perdió de vista
las ventajas que tiene el reúso de esas enormes cajas metálicas. Después resulta
que las nuevas aulas no iban a ser containers sino que se iban a construir con
paneles tipo durlock. El escándalo fue peor. Pero ojo, no es justo condenar
todas las soluciones novedosas porque se considere equivocada tal o cual
política educativa."
l "Ahora, hacer cosas buenas o malas con los contenedores es todo un tema.
El chileno Sebastián Irarrázabal es un fanático del reúso de containers. Ya hizo
dos casas bien lindas con ellos y también una escuela que da envidia. Su
secreto: no conformarse con la caja de zapatos que resulta de usar un contenedor
en crudo. La construcción de la escuela modular de Comuna de Retiro, por
ejemplo, demandó dos meses y medio. Se construyeron cuatro módulos con tres
contendores cada uno para darle cobijo a 130 alumnos."
l "Ideas y realizaciones con contenedores hay muchas y muy osadas. En
Ingeniero Maschwitz, a 50 minutos del Centro, por caso, se está construyendo un
shopping con 57 de esas cajas metálicas recicladas. En Sochi, Rusia, donde
acaban de terminar los Juegos Olímpicos de Invierno, la firma Samsung construyó
un edificio de cuatro pisos con 16 contenedores reciclados, lo que para muchos
representa un compromiso con la sustentabilidad. Es que, más allá de lo
práctico, de los costos y del bla, bla, bla de la rapidez, reutilizar containers
implica generar menos gases invernadero y consumir menos materia prima
nueva."
l "Pero si querés escuchar cosas realmente asombrosas, te puedo contar que
en Amsterdam, Holanda, existe el mayor edificio de viviendas realizado
completamente con contenedores de toda Europa. Se trata de un complejo de mil
unidades para estudiantes. Y en Londres, hace más de 12 años que existe todo un
barrio construido con estas cajas, el Container City, una serie de 14 edificios
de 15 viviendas de 30 metros cuadrados cada una que se pueden combinar con otros
módulos para lograr unidades más grandes."
La nota en cuestión acompañaba una diminuta cobertura (un "pirulo", "un
breve", en la jerga periodística) destinada a informar sobre la acción de unos
padres de Mataderos que evitaron que bajaran containers en la escuela de sus
hijos para suplir la ausencia de espacio que la inscripción online –nobleza
obliga– dejó al desnudo.
El esfuerzo de Jurado (un profesional, que hace un suplemento muy bueno la
mayoría de las veces) es meritorio: en 3500 caracteres explica lo que todos los
balbuceos de Horacio Rodríguez Larreta, Esteban Bullrich y el propio Macri en la
apertura de sesiones legislativas porteñas, no pudieron explicar: por qué es
mejor un container que una escuela de material, como las de antes, como las de
siempre. Según Jurado, después de un cataclismo, el container es el mejor amigo
de las soluciones rápidas, sean aplicadas a un colegio, a viviendas u
hospitales. ¿Cuál es fue el cataclismo que arrasó en la Capital Federal?
No hay dudas, el “huracán Mauricio”.
Se sabe que Clarín protege al líder del PRO. Pero esto no es blindaje,
directamente es una propaganda, disimulada como nota periodística. Se llaman
“publinotas”. En todas las redacciones sabemos de lo que
hablamos.
ji, ji, ji
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