Precariedad y libertad
Nuestra Argentina se maneja con títulos y actúa en consecuencia como un oleaje espasmódico. Va y viene imponiendo un tema y olvidándose del mismo para inmediatamente imponer otro... El gran título del Bicentenario y su gesta pueblerina se desvaneció. En el andar cotidiano pareciese que lo que caracteriza hoy a nuestro país, es la fisonomía de muchos días de bochinche con alguna tarde soleada de domingo.
Por un rictus de recordación el almanaque señala 11 de setiembre: Día del Maestro. Y una vez más la realidad atiende en Buenos Aires. Escuelas tomadas.. El motivo esgrimido: problemas edilicios. Resultado: veinticinco días sin clases El desastroso estado edilicio de algunos establecimientos educativos no es privativo de Capital Federal… Sucede que allí empieza y termina el país. Pero una geografía extensa muestra un montón de excluidos de la educación, que ni siquiera tienen escuelas con deficiencias edilicias como para poder protestar. La educación carece de marketing. Hay piqueteros que reclaman por planes asistenciales. Pero no hay piquetes pidiendo espacio para poder matricularse en escuelas, para las necesarias becas, para el aprendizaje de oficios… La educación no cotiza en piquetes. No se cortan ni calles, ni rutas, exigiendo más y mejores docentes, escuelas pintadas y limpias, plena vigencia del artículo 14 bis de la Constitución Nacional. El ministro Aníbal Fernández dice que de las 700 escuelas prometidas se está por inaugurar la número 1.000. También es cierto que el gobierno de los Kirchner destina el 6% del PBI a la educación. Pero también es parte de la realidad, lo que manifiesta el Lic. Eduardo Amadeo: “cuando uno ve los resultados de la educación, se da cuenta que hay dos Argentinas. En el mundo pobre, es decir, en los 6 millones de argentinos más pobres, la tasa de abandono antes de llegar al tercer año de la secundaria es de casi el 50%, o sea, la mitad de los chicos no pasan el tercer año. ¿Qué significa eso? Significa que ese individuo está condenado a trabajar el resto de su vida en negro, a ganar muy poco y, por lo tanto, a limitar su vida a una vida sin esperanzas”.
La Argentina de hoy también nos muestra la confusión de roles: una Presidenta que opina como estudiante. Alumnos que discuten de igual a igual con ministros de Educación. Padres que adhieren al accionar de sus hijos como adolescentes, no como adultos. Indudablemente la escuela que establecía un orden está jaqueda por la escuela de la libertad. Jacques Attali lo viene planteando desde el año 2004: "El valor dominante de las sociedades actuales es la libertad. ¿Qué significa en nuestras sociedades la libertad? La libertad es tener el derecho de cambiar de vida. Y quien dice derecho a cambiar la vida dice reversibilidad, es decir, precariedad. Muy poca gente se da cuenta de que el otro nombre de la libertad es precariedad. Cuando decimos que nuestras sociedades producen empresas precarias, trabajo precario, parejas precarias, objetos precarios, sin saberlo nos estamos refiriendo a un aspecto estructurante del valor dominante en nuestro modo de vida: la libertad implica precariedad". Argentina sin plantear la discusión sobre este tema se ha vuelto absolutamente precaria: con escasa estabilidad y seguridad.
El tema no es eludir la libertad de crecimiento de los chicos, ni sus preguntas, ni sus cuestionamientos. El tema es que los padres y los docentes tengan las respuestas. Y que además puedan desde la autoridad que confiere la sabiduría, poner los límites necesarios para el crecimiento sano de los chicos. Los límites son los pasamanos con que cuenta la libertad, para que ésta no se desnaturalice.
La metodología de las obligaciones debe estar aprehendida, por lo tanto enseñada, en el hogar y en la escuela, con la misma vehemencia que hoy se enseñan los derechos.
La libertad goza de buena salud y deja atrás su otra cara: la precariedad, cuando los gobiernos, luego de que las sociedades definen el modelo de país deseado; planifican, discuten y llevan adelante políticas de Estado. Esta elección vuelve libre a los pueblos.
Al Dr. Esteban Laureano Maradona el destino un día lo llevó a Formosa, y no escapó a su responsabilidad de médico ni a su sensibilidad social. Curó y enseñó. Fundó un pueblo y una escuela al mismo tiempo. Y sobre el final de su vida, a los 99 años escribió: “Un día me sentí morir y me empecé a despedir de los indios, con una mezcla de orgullo y felicidad, porque ya se vestían, se ponían zapatos, eran instruidos… No hice ninguna otra cosa más que cumplir con mi deber”.
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