Divididos por los 70
El Gobierno y sus usinas periodísticas fuerzan la memoria de los años 70 para silenciar con dedo acusador a quienes se atreven a marcar diferencias. Una lógica amigo-enemigo que esta semana puso en su mira incluso a periodistas cercanos al progresismo. De cómo Lanata, Caparrós, Tenembaum, Reato y otros se convirtieron en un nuevo eje del mal para la construcción del poder K
Por Laura Di Marco
Con dosis aún más altas de crispación política, el debate cotidiano volvió a girar sin fin, como la rata en su rueda, en las heridas de los años setenta.
Claro que la tragedia no irrumpió sola. El Gobierno volvió a echar mano de la historia reciente -a adulterarla, sería el término correcto-, como si fuera un recurso político más de su caja de herramientas para construir poder, aquí y ahora.
Y en esa nueva vuelta de tuerca, volvió a dividir la cancha entre leales y traidores, progres y ex progres, derechosos miserables y heroicos exponentes de la "juventud maravillosa", de la que los Kirchner se sienten legítimos y orgullosos herederos. En menos de diez días, Jorge Lanata, Martín Caparrós, y el fiscal del Juicio a las Juntas, Julio Strassera, fueron incorporados al eje del mal, armado por el imaginario K, junto con la "corporación mediática" que ya venía rankeada en el puesto número uno del top ten de enemigos, en reemplazo del campo. Semejante clima generó la amenaza de muerte de un blogger K a Alfredo Leuco, que se sumó al vaticinio de Hebe de Bonafini sobre Joaquín Morales Solá: "Le queda poco tiempo", dijo.
Entre los "ex progres" ahora quedaron, según las usinas del oficialismo, Jorge Lanata y Martín Caparrós. Así lo explicitaban los videographs de TVR y 6,7,8 . La televisión oficialista creó un clip en el que increíblemente "pegó" al ex fundador de Página 12 con Videla; el fiscal del Juicio a las Juntas, Julio Strassera, devino definitivamente en un ser despreciable, objeto de insultos por parte de funcionarios y de la mismísima Presidenta, que no dudaron en calificarlo de "impresentable".
Por fin, en la construcción de este nuevo relato K ha surgido un nuevo enemigo del campo popular, en reemplazo de la oligarquía estanciera, "el enemigo" principal durante la pelea con el campo. Ahora, este oscuro podio, la mancha venenosa, lo ocupa la "corporación mediática" sin distinciones ni matices.
Evitar los verdaderos debates
"Lo que está ocurriendo provoca un retroceso brutal, entre otras cosas porque, una vez más, la historia es utilizada como arma para la lucha política en el presente. Pero, además, porque el debate setentista, al no ser franco, tiene la paradójica consecuencia de evitar los verdaderos debates. Para ser honesta, creo que el setentismo es un juego de niños para este gobierno, que tiene a medio mundo entretenido con este tema, mientras Néstor Kirchner es el único político sigue haciendo campaña en la Argentina. Y la hace, lejos de debates intelectuales, y en el único lugar donde se juega realmente su poder: el conurbano bonaerense", sintetiza María Matilde Ollier, historiadora y doctora en Ciencias Políticas por la Universidad de Notre Dame.
Eso sí, la re-setentización que opera la política K parece repetir algunos de los vicios de aquella época: poco lugar queda para los adversarios, la oposición, o los partidos. En verdad, la idea misma de la democracia está cuestionada cuando sólo hay enemigos y traidores.
Ernesto Tenembaum escribió esta semana, en la revista Veintitrés , que Lanata y Caparrós son más odiados hoy por el kirchnerismo que Mariano Grondona y Cecilia Pando.
Y Lanata le da la razón. "Al Gobierno le duelen más nuestras críticas porque las siente como críticas de iguales. ¿Qué diario lee el Gobierno? Página 12 , ¿quién lo hizo? ¿Qué revista lee? Veintitrés , ¿quién la hizo? En algún lugar, pensamos parecido. Y digo pensamos porque aquí está el problema: el problema de Néstor y Cristina Kirchner es cuando actúan. Piensan una cosa y actúan otra. Hablan desde la izquierda, y gobiernan para la derecha. Son conservadores, pero usan el lenguaje de la izquierda porque eso les permite blanquearse y quedar ubicados en un lugar donde es muy difícil competir con ellos. Se ubican en el lugar de la verdad revelada, y desde allí le explican a la gente lo que tiene que pensar. Y los que piensan otra cosa, no sólo no son la verdad: son traidores. Entonces, ahora somos traidores."
Lanata cree que el Gobierno está creando un clima autoritario, un clima que se puede desmadrar, cuando señala gente irresponsablemente. Y, con humor ácido, rebautiza como "Seis, siete, rrocho" al programa oficialista que lo elige ahora como blanco de sus burlas, manipulando sus editoriales en Después de Todo . "Porque, ¿qué es ese programa? Un grupo de tareas. Sí, un GT. Terminan siendo lo de la dictadura, dispuestos a hacer cualquier barrabasada: la que sea necesaria."
Más allá de la comparación desmesurada, en ese clima enrarecido al que alude Lanata, un blogger K amenazó a otro periodista crítico del Gobierno, Alfredo Leuco, con ir al Canal 26, donde trabaja, "para matarlos a todos con una metralleta". Días antes, Hebe de Bonafini le había pronosticado que a Morales Solá le queda "poco tiempo". Y, de paso, en la confusión, el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, empleó una hora de su tiempo para discutir furiosamente con cualquiera, un desconocido, que se hizo pasar por Leuco y logró así la atención del ministro.
Los Kirchner y sus aliados leen la realidad así: nunca hubo un clima de tanta libertad en la Argentina. Días pasados, incluso, el canciller Héctor Timerman desafiaba al aire a Nelson Castro: "Pero, Nelson, por favor, aquí no hay nadie censurado. Y si usted conoce algún caso, me lo hace saber y yo le juro que personalmente lo denuncio ante los organismos internacionales".
Es obvio que nadie está hablando aquí de mecanismos groseros de censura. Pero hay formas de disciplinar las opiniones y administrar las lealtades que, aunque menos obvias, son tanto o más efectivas que una medida directa. Sobre todo, porque se trata de mecanismos más solapados y, por eso, más difíciles de detectar.
Prueba de esa inhibición subterránea en el debate colectivo la tuvo el propio Lanata cuando, después de haber lanzado su crítico editorial en el programa que conduce. Allí había sostenido que "hace años que no se puede hablar en la Argentina" a riesgo de ser enviado al quinto infierno de la antipatria, junto con los genocidas.
"Mucha gente me paró por la calle después de eso -dice Lanata- para contarme que se habían sentido liberados, ellos también, para hablar."
Es posible que la autocensura para criticar al Gobierno, que se postula como continuador de la epopeya de los ideales setentistas, exaltando el costado épico de aquella historia y ocultando o minizando el hecho de que aquellos jóvenes creían en la violencia política como herramienta para el cambio social, reconoce otros motivos.
Uno de esos potentes motivos es que el terrorismo de Estado, que masacró a buena parte de la generación que protagonizó la política de los años setenta, fue tan brutal que cualquier cosa que se diga en contra de ellos corre el riesgo de ser interpretada como un aval a la dictadura. Un tema para nada menor que, sin embargo, hoy sigue funcionando al servicio de lapidar un debate franco sobre aquellos años. Una clausura de la que el Gobierno sigue sacando provecho, blandiendo la conveniente historia oficial.
El periodista Ceferino Reato, autor de Operación Traviata y el, más reciente, Operación Primicia, en los que investigó dos atentados clave de los Montoneros,está convencido de que el kirchnerismo no sólo usa la historia para hacer política. O para blanquearse, como dice Lanata. O como escudo ético cuando los salpica alguna denuncia por corrupción.
"Usan los derechos humanos para confrontar con los enemigos del presente y vincularlos con delitos de lesa humanidad -sostiene-, aunque para eso tengan que forzar la lectura de los hechos. Ellos toman los derechos humanos como una continuación de la lucha política por otros medios."
El historiador y periodista Marcelo Larraquy, otro autor de libros clave sobre los años 70, entre ellos la biografía de López Rega y Fuimos soldados , investigación sobre la contraofensiva montonera, es parte, al igual que Lanata y Reato, de una generación, la de los ochenta, que quizá no por casualidad sea la encargada de llevar adelante un incipiente revisionismo crítico sobre la experiencia de la lucha armada.
"El Gobierno, inmerso en la urgencia de sus batallas políticas, dio un viraje en la construcción de la memoria y ´derechizó´ su visión sobre el peronismo", afirma Larraquy. Y ofrece argumentos: la bendición a la Juventud Sindical Peronista (en la versión de Pablo Moyano) -que en los 70 representaba la ortodoxia gremial-, y, sobre todo, el desinterés por la causa de la Triple A, y los miles de crímenes y desapariciones perpetrados desde el Estado entre 1973-1976.
Larraquy recordó que, cuando el expediente le resultaba útil al Gobierno para su disputa con Hugo Moyano -porque removía los vínculos del sindicalista con la JSP y la Triple A-, la investigación tomó impulso y la Secretaría de Derechos Humanos se presentó como querellante. Sin embargo, hoy la causa está paralizada.
Entonces, se pregunta Larraquy, "¿cuál es realmente el relato oficial de los años setenta, si se lo manipula constantemente?"
Memoria adulterada
Pocos se atreverían a negar, sin embargo, la inmensa astucia de los Kirchner como jugadores políticos.
Jugadores que siguen liderando en el colectivo progresista de la Argentina, guiados por una enorme habilidad para seguir dividiendo el campo político, bajo la lógica amigo-enemigo. Una lógica que siempre da ganancias, cuando se manejan los recursos del Estado y, tal como sostiene Ollier, es alimentada desde el poder político que, por su misma colocación, siempre tiene más chances de instalar un relato que prenda en la sociedad.
Si tomamos por cierta la hipótesis de que la discusión setentista es un debate instalado bajo el signo del oportunismo, mejor, una cortina de humo para entretener el microclima periodístico-político, ¿qué ganan, entonces, con esta tensión que, además, les viene generando pérdidas de comunicadores importantes?
"Perder comunicadores progres no les importa; suman pocos votos y este gobierno tiene muy claro que, al final, lo que cuentan son los votos. Sabe que un sector de clase media lo apoya, y que este discurso setentista quizás lo consolide, más aún, en ese sector", acerca Ollier.
Reato propone otra respuesta: "Desde Karl Rove, el gran asesor presidencial de George Bush, sabemos que en las sociedades modernas el líder ya no necesita convencer a todo el mundo. Sólo hay que convencer a la mitad más uno del electorado y para eso, nada mejor que instalar un conflicto que parta en dos, pero que te asegure la porción ganadora. Quien instala el debate, además, arranca en punta. Y en este sentido, los Kirchner, con los derechos humanos, tienen mucho para ganar. ¿Por qué? Porque hay mucha gente con culpa, en vastos sectores de la sociedad, que siente que no hizo nada durante la dictadura o que cree, errada o no, que no se enteró a tiempo del tema de los desparecidos. Y los Kirchner trabajan habilidosamente sobre esa culpa social".
A esa culpa en el incosciente colectivo, que los K utilizan como tierra fértil para generar una suerte de chantaje moral, se suma un tema nada menor: el éxito del pensamiento maniqueo, que esconde, nada menos, el hecho de que aquella juventud maravillosa "idolatró la muerte", como dice Kovadloff. O que descreía de la democracia, como cultura política, a la que sólo veía como una trampa burguesa.
Para algunos intelectuales que también participaron del ideario político de los 70 pero tomaron distancia crítica, esa falta de convicción por la opción democrática es la razón profunda que explica el estilo autoritario de los K. O su desprecio por ciertos valores centrales de la democracia liberal, como la libertad de expresión. En el ADN setentista de los K sigue predominando la importancia del fin sobre los medios.
Dice Lanata sobre esto: "Lo que me molesta de esa generación es que nos mintieron. Nos mintieron en los intereses que tenían, y en muchas otras cosas. Por otra parte, no creo que se pueda decir que los montoneros tuvieran alguna visión trascedente de la Argentina. Fueron bastante ciegos. Fueron también víctimas, y es terrible lo que les pasó. Pero eso, ya lo dijimos: empecemos ahora entonces a ver en qué nos mintieron. Porque, a lo mejor, nos sirve".
Lanata cree que Kirchner está repitiendo esa mentira cuando reescribe el Nunca Má s o cuando suma nombres a la lista de víctimas del terrorismo de Estado. "¿Cómo vas a poner como desaparecidos a los caídos en combate? Eso es pensar que el Estado estaba encarnado en los tipos que estaban combatiendo. Entonces, ¿qué pasó? ¿Los montoneros eran parte del Estado argentino? Es una locura completa".
Los libros de Reato muestran también cómo una parte de aquellos jóvenes apelaron al asesinato político en democracia, bajo gobiernos constitucionales del peronismo, y favorecieron de ese modo el golpe de 1976.
"Ojo, que también hay mucho fascista que ahora salta feliz del closet y aprovecha la crítica al Gobierno para retomar la ´teoría de los dos demonios´", alerta Larrquy.
"No creo en la teoría de los dos demonios -aclara, por las dudas, Reato-. Acá hubo un solo demonio, y es el terrorismo de Estado, aunque no por eso creo que haya que dibujar ahora a Montoneros y al ERP como un coro de ángeles".
Nunca dejes que la verdad arruine una buena nota, dice una vieja máxima del periodismo amarillista, repetida, en broma, en las redacciones serias. Máxima de la cual el Gobierno K parece, paradójicamente, apropiado en medio de su batalla ciega contra los medios críticos y que, traducida al lenguaje K, quedaría así: nunca dejes que la realidad arruine un buen "relato" de la historia.
Sobre todo si es funcional al poder y ayuda a ganar votos que, al final de toda la historia, es lo único que cuenta.
© LA NACION
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