JOVENES KIRCHNERISTAS HABLAN DE SUS EXPERIENCIAS Y SU COMPROMISO CON LA MILITANCIA
Una nueva generación de políticos
Vivieron su infancia durante el menemismo, atravesaron la crisis como adolescentes y hoy integran agrupaciones juveniles kirchneristas. Es el caso de Leonardo Grosso, Juan Miguel Gómez y Maia Volcovinsky. “Este Gobierno nos reconcilió con la política”, dicen.
Por Nicolás Lantos
“Me acuerdo del primer piquete que hice: fueron once horas en la avenida Cazón, en Tigre, donde está la Municipalidad. Eramos 50 locos cortando. Y el triunfo fue un camión de tierra y una bolsa de mercadería para cada compañero del barrio. La tierra era para levantar el terreno donde íbamos a hacer el comedor. Eran todas batallas de retroceso. Este Gobierno planteó un escenario distinto: no sólo nos devolvió la autoestima y las ganas de pelear, sino que nos reconcilió con la política.”
El testimonio corresponde a Leonardo Grosso, un estudiante de Ciencias Políticas, de 27 años, que es el responsable nacional de la JP Evita (la juventud del Movimiento Evita), pero podría ser de muchos de los casi 15 mil jóvenes que participaron, el martes pasado, del acto que llevó a cabo la Juventud Peronista en el Luna Park: una generación de jóvenes sub-30 que vivieron su infancia durante el menemismo, la adolescencia durante la crisis y que encontraron en el kirchnerismo un espacio de militancia para avanzar con sus reivindicaciones.
En eso coincide Leonardo con sus compañeros Juan Miguel Gómez (responsable nacional de la JP Descamisados) y Maia Volcovinsky (referente de la Juventud Sindical).
–¿Cómo surgió la idea de hacer un acto en conjunto? ¿Por qué ahora?
J.M.G.: –Estamos viviendo una ofensiva de los sectores populares. Estamos en proceso de conseguir un montón de reivindicaciones más y de construir unidad de concepción y acción con miras a la batalla del 2011.
–¿Por qué creen que este proyecto político concita tanta adhesión entre los jóvenes?
L.G.: –Tiene que ver con que Cristina y Néstor enfrentan al poder, y esto es algo que a los jóvenes siempre los atrae. Los pibes que hoy están terminando el secundario hicieron toda su adolescencia durante el kirchnerismo, pero para nosotros la política era la pizza y el champán, el Estado era el que te cagaba a tiros en la esquina del barrio. Que el Gobierno sea hoy el que enfrenta al poder, eso llama.
M.V.: –Esta explosión juvenil tuvo que ver con el proceso que encabezan los Kirchner, que te devuelven la fe en la política, en la capacidad de transformar algo. Antes, participar era tener ganas de que te cagaran a piedrazos y gases. Lo más maravilloso de esto es un regreso a la participación política, sobre todo en los sectores juveniles.
“Gran parte de la adolescencia la viví en este proceso político –recuerda Juan Miguel, un rionegrino de 22 años, locutor–. Empecé militando en la secundaria. Mi participación más fuerte en términos políticos y mi compromiso con el Gobierno arranca en el 2008, con un escenario político que claramente define al enemigo de los sectores populares y apunta a la inclusión de esas mayorías que venían postergadas durante décadas.”
El largo invierno neoliberal, en el que la urgencia de paliar con trabajo social las enormes carencias no dejaba mucho margen para construcciones con un horizonte más amplio, dejó una marca fuerte en esta juventud. “Nunca jamás nos imaginamos, cuando empezamos a militar, que íbamos a tener la posibilidad de vivir un proceso como éste. Pensábamos que estábamos condenados a la resistencia. Ahora, queremos sentar las bases de un proyecto de país que sea justo, porque hoy se han generado las condiciones para eso”, explica Leonardo. Maia sonríe cuando completa: “Comenzamos a militar en momentos muy difíciles y ahora vivimos un momento maravilloso”.
–Una de las novedades de la manifestación en el Luna Park fue una importante presencia de kirchneristas no organizados de clase media. ¿Creen que es posible mantener en el tiempo ese apoyo?
L.G.: –Es importantísimo sumar a la clase media. Los intereses de los sectores medios en este país están ligados a los de la clase trabajadora. Para que exista la clase media tiene que haber una clase trabajadora fuerte que gane bien: los sectores medios viven del consumo de los sectores populares. El problema (que no es actual, ya lo mostraba Jauretche) es que culturalmente están atados a las clases altas. Es necesario conseguir interpelar a la clase media, que vea dónde están sus intereses.
M.V.: –No es que queremos que sean todos militantes: cada cual tiene niveles distintos de compromiso, y ésa es la comunidad organizada de la que hablaba Perón. Si entendemos que nadie se realiza en una comunidad que no se realiza, y cada cual se da su lugar, todo va a funcionar bien.
J.M.G.: –Yo creo que tenemos que ampliar el marco de sectores que tienen afinidad con este proceso político, pero aparte hay que generar un nivel de organicidad que nos permita dar un marco a la porción de nuestro pueblo que quiere dar las batallas para una mayor distribución de la riqueza; para lo que hace falta trastocar la relación de fuerzas. Claramente la reconstrucción de un movimiento de liberación nacional es uno de los déficit de este proceso político.
Maia, a diferencia de Leonardo y Juan Miguel, no viene de una familia peronista, pero sus padres se fueron acostumbrando a la militancia: comenzó, también, en el colegio, y llegó a ser presidenta del Centro de Estudiantes del Lenguas Vivas. Cuando entró en la Facultad de Derecho comenzó a revistar en La Venceremos, pero pronto, una vez que comenzó a trabajar como judicial, conoció la militancia gremial. “Un sindicato no parecía un lugar para militar después de la imagen que habían dejado en los ’90. Pero yo caí en uno que no había bajado ni una sola bandera”, añade Maia, que a sus 28 años ya forma parte de la comisión directiva del gremio encabezado por Julio Piumato y es, al mismo tiempo, una referente de la flamante Juventud Sindical.
–La Presidenta celebró en su discurso la unidad entre sectores que antes eran antagónicos, como la JS y los movimientos de base y universitarios. ¿Costó lograr esa unidad?
M.V.: –Esta Juventud Sindical es única, no tiene las características de la juventud de los ’70 ni de los ’80 ni de los ’90. Es la Juventud Sindical del siglo XXI y tiene otra impronta. No nos sentimos diferentes de ningún otro espacio de juventud, por eso terminamos todos juntos en un mismo acto y sé que vamos a encarar juntos todos los objetivos que nos propongamos porque tenemos sólo coincidencias.
J.M.G.: –Además, la Juventud Sindical está representada por los sectores que en los ’90 pelearon contra el neoliberalismo. Y la JP está formada por compañeros que venimos de grupos de fuerte resistencia al neoliberalismo a partir de la organización de sectores que quedaron afuera de los sindicatos y que habían encontrado otra forma de organizarse para pelear contra lo mismo. El punto de encuentro de estos procesos políticos es la lucha contra el neoliberalismo.
–¿Se están preparando también para plantarse en caso de que el kirchnerismo pierda las elecciones el año que viene y quien asuma busque retrotraer algunas medidas?
M.V.: –En ese caso van a estar en problemas. Va a ser muy difícil convencer a los argentinos de volver sobre sus pasos. Muchos más van a defender sus conquistas.
L.G.: –Si Menem tuvo resistencia y veníamos de 20 años de retroceso... La estabilidad de este proceso está directamente atada a su profundización. Cuanto más poder se le dé al pueblo, más estabilidad va a haber. Y eso es lo que hizo Cristina.
–¿Por dónde se profundiza?
M.V.: –Con medidas distributivas. Esa es la madre de las batallas.
L.G.: –Yo soy cristinista, en ese sentido. Cristina, ya cuando asume, plantea que no habrá victoria definitiva mientras haya un pobre en la patria. Ese es nuestro objetivo. Para eso necesitamos desarrollar un país industrial, donde podamos agregar valor y distribuir la riqueza. Una patria sin pobres, con trabajo para todos, donde los hijos de los laburantes puedan ser doctores o ingenieros. El único que puede torcer ese rumbo es el pueblo, no el Estado ni un gobierno.
Las dos juventudes del kirchnerismo
Por José Natanson
Escribí en Página/12 dos notas sobre la relación entre kirchnerismo y juventud. En la primera analizaba el impacto subjetivo de los tres grandes líderes progresistas del período pos-autoritario en quienes se formaron políticamente en los momentos más brillantes de cada ciclo: la influencia que aún conserva el alfonsinismo en los que hoy rondan los 40 y los recuerdos tal vez excesivamente dulces del chachismo en quienes hoy andamos por los 30. Allí señalaba que el kirchnerismo, de tanto setentismo, estaba descuidando el efecto que estaba produciendo en los jóvenes de 20.
La segunda nota identificaba a las dos juventudes que conviven en la Argentina de hoy. La de clase media, compuesta por chicos que estudian muchos años, se emancipan tardíamente y se casan pasados los 30, tienen hijos tarde y pocos. Por otro lado, los jóvenes de los sectores más pobres, que desarrollan un ciclo de vida corto, donde todas las etapas se aceleran: el paso de la niñez a la vida adulta es veloz por la necesidad de generar prontamente un ingreso, la emancipación es temprana, los hijos llegan rápido y de a muchos, y la muerte los alcanza más jóvenes, como resultado de los déficit alimentarios y sanitarios.
Retomo algunas de estas ideas y agrego otras, a la luz de las tres noticias de la semana protagonizadas por los jóvenes: la toma de escuelas porteñas, la masiva marcha por La Noche de los Lápices y el acto de la juventud peronista en el Luna Park. Una idea, eje del discurso de Cristina, permite articular las tres noticias. La Presidenta habló de dos juventudes, la de los ’70 y la de ahora, y dijo ver en los jóvenes de hoy las caras de sus compañeros de militancia, estableciendo una continuidad histórica interesante pero que merece una puesta en cuestión. No para invalidar la conexión, sino para matizarla con algunas observaciones.
Señalemos primero las diferencias entre la militancia de los ’70 y la actual, más visible en las tomas de las escuelas y en la marcha del viernes que en el Luna Park. Sergio Balardini, que lleva años investigando el tema, recomienda dejar de lado la imagen estereotipada de una juventud apática para entender mejor la forma que adquiere hoy el vínculo de los jóvenes con la política. En “¿Qué hay de nuevo, viejo? Una mirada sobre los cambios en la participación política juvenil” (Nueva Sociedad, 200), Balardini identifica algunas diferencias básicas. Los motivos que disparan las movilizaciones juveniles son más variados y novedosos: ya no hay una monocausa (el cambio social radical por vía revolucionaria), sino una variedad: la defensa del medio ambiente, los derechos humanos, los derechos sexuales y reproductivos, el apoyo a los reclamos indígenas.
La militancia juvenil actual, sostiene Balardini, tiende a priorizar la acción inmediata, orientada a la resolución pronta y efectiva de problemas. Y aunque este tipo de acciones pueden articularse con una solución de largo plazo, en general se rechaza la idea de que deban sostenerse en un futuro no evidente. Hoy se observa una búsqueda de eficacia en relación con el esfuerzo que se realiza. “Leída desde los ’70, esto implicaría diluir la táctica en la estrategia, el objetivo y los fines últimos. Sin embargo, como decía Freud, ‘a veces un puro es solamente un puro’: tomar una escuela es exigir que se arreglen sus techos ya y no un momento de acumulación en el camino hacia un futuro de revolución”, sostiene Balardini.
Las implicancias de estas mutaciones son múltiples. Los jóvenes de hoy priorizan el “saldo resolutivo” por sobre el “saldo organizativo” (la construcción del partido, por ejemplo) a través de armados de tipo horizontal que revelan una falta de confianza en los mecanismos clásicos de representación (partidos o sindicatos). El diálogo cara a cara es considerado fundamental en el marco de un amplio menú de opciones organizativas, que van de los movimientos sociales y los proyectos socioculturales a los partidos.
Otro aspecto interesante es el de la alegría. El autor intuye que la política tenía en los ’70 una fuerte dimensión trágica, como si sólo pudiera tramitarse –o mejor: como si sólo fuera moralmente válida– en la medida en que implicara algún tipo de sufrimiento; como si la militancia y la alegría fueran incompatibles y la política tuviera que asumir necesariamente un tono grave. Hoy las cosas han cambiado y la política incluye un componente expresivo-comunicativo, una dimensión lúdica que convive con la responsabilidad y el esfuerzo: el paradigma de la militancia es reemplazado por el de la participación.
Todos estos rasgos se vieron en las tomas de escuelas protagonizadas por los estudiantes de la Capital y en la marcha por La Noche de los Lápices. ¿Y en el Luna Park? Probablemente haya sido la más importante movilización juvenil desde comienzos de los ’80. El alfonsinismo tuvo bastante de movimiento juvenil, con una expresión intrapartidaria poderosa (la Junta Coordinadora) y un brazo universitario poderosísimo (la Franja Morada, que durante un par de décadas hegemonizó la política universitaria y que funcionó como cantera de dirigentes). Los tiempos han cambiado, los partidos ya no son lo que eran y las universidades se encuentran bajo el control de la izquierda. Sin embargo, el fenómeno de la militancia juvenil kirchnerista se encuentra en pleno crecimiento y no se explica sólo por los recursos del Estado.
La Presidenta les habló a los jóvenes, citó el buen discurso de Alfredo Larroque, titular de La Cámpora, e insistió con la continuidad entre las juventudes de los ’70 y la actual. Cristina dijo “cuadros”, aunque a la mayoría de los jóvenes la palabra seguramente les remita a su primera acepción –obra de arte– más que a personas políticamente formadas. Entonces ¿cómo hablarles a los jóvenes? La cuestión ronda al kirchnerismo.
No se trata de impostar un discurso ni un lenguaje sino de buscar la forma de tender un puente entre generaciones. El kirchnerismo lleva las marcas de su generación y sería absurdo exigirle que se las sacuda. Es setentista en su forma de gobernar y en su estilo de gestión: la voluntad política (o el voluntarismo) expande los espacios de lo posible y le permite recuperarse de situaciones que todos daban por perdidas (la ley de medios impulsada tras la derrota electoral es un buen ejemplo), pero al costo de una afianzada lógica de amigo-enemigo. Y es setentista en un sentido más abstracto pero no menos real: la necesidad de pintar de un tono épico decisiones que en el fondo no dejan de ser reformistas (a veces muy reformistas) en una confusión que es tanto oficialista como opositora (o quizá que es más opositora que oficialista): Kirchner se obstina en presentar algunos gestos como gestas y la oposición insiste con que se trata de un autoritarismo totalizante, aunque en realidad estemos ante un gobierno que ni en sus momentos más duros se ha salido de los límites.
¿Cómo les habla el kirchnerismo a los jóvenes de hoy? La juventud establece una relación con la política menos trágica, más horizontal y enfocada a fines concretos, más variada e intermitente. Y si la juventud de los ’70 estaba marcada por el choque entre generaciones, con un fuerte componente antipadres, la de hoy es una juventud que negocia con el mundo adulto y que a veces incluso lo lidera: los padres que acompañan a los jóvenes estudiantes secundarios en las tomas de los colegios son un ejemplo clarísimo. No se ve esa necesidad de establecer hiatos históricos tan fuertes como condición para su autoafirmación, lo que quizás ayude a generar una relación más inteligente, menos dolida, con el pasado.
Sin caer en psicoanálisis de revista femenina, señalemos que el diálogo intergeneracional es bueno y que los nuevos pactos familiares permiten una mejor convivencia, más a tono con los tiempos democráticos, entre jóvenes y adultos, pero agreguemos que esto también puede ser un problema. Matar (simbólicamente) a los padres es algo que todo joven debe hacer, porque es la condición necesaria para pegar el salto a la adultez: Freud lo escribió en Totem y tabú y Jim Morrison lo canta en “The end”: “Father/ Yes son?/ I want to kill you/ Mother, I want to... fuck you”.
¿Negociar con los adultos o enfrentarse? ¿Participar de la vida pública o replegarse a lo privado? ¿Dejar que la madre te planche la camisa o mudarse a un monoambiente sin luz? No debe ser fácil ser joven en la Argentina de hoy. Los círculos de militantes kirchneristas, cuantitativamente minoritarios pero cualitativamente importantes, son un fenómeno nuevo, inédito desde el primer alfonsinismo. La mayoría pertenece a la juventud de clase media: hay en la primera línea de La Cámpora una clara sobrepresentación de ex alumnos del Buenos Aires (que la primera conducción de Montoneros también estuviera hegemonizada por jóvenes de El Colegio abre un campo de comparación sugerente). En el acto en el Luna Park, el kirchnerismo les habló a los jóvenes militantes. ¿Les habrá hablado también a los que toman los colegios?
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