La hora de la oposición
“Los déspotas invocan el bienestar de los pobres para justificar su poder”. Alexis de Tocqueville
Rogelio Alaniz
En política, hay un momento en que las discusiones por los temas menores deben pasar a un segundo plano para privilegiar la cuestión del poder. Los Kirchner a esta lección la conocen. Todo lo que hacen es con los ojos puestos en las elecciones de 2011. La oposición debe hacer lo mismo. Debe empezar a hacerlo ya, sin perder tiempo y sin distraerse en cuestiones menores. Si los Kirchner quieren quedarse en el poder hasta el 2015, la oposición debe proponerse sacarlos del poder en el 2011. En democracia, hay un solo camino para cumplir con este objetivo: conseguir los votos.
No soy objetivo ni neutral. No pretendo serlo y desconfío de quienes cuando se discuten estos temas invocan una objetividad o una neutralidad que siempre es sospechosa. Yo pienso la política decididamente desde el espacio opositor. Es una decisión política, no moral. No creo que todos los buenos estén en un lugar y que todos los malos estén en el otro. Conozco a personas de bien que creen en Kirchner y sé de algunos opositores que cuando los veo venir me cruzo de vereda. Pero en política, las decisiones se toman atendiendo a criterios sociales, institucionales, históricos.
No hay política verdadera sin compromiso. Mi compromiso es con la oposición. Y con los valores liberales, democráticos y progresistas de la oposición. Soy opositor porque creo en la democracia, es decir en la soberanía popular; soy republicano porque creo que al poder hay que limitarlo; soy progresista porque creo que la política -la que me interesa- es la que se identifica con los valores de la justicia y el humanismo. “Los hombres son sagrados para los hombres como los pueblos son sagrados para los pueblos”, como le gustaba decir a Hipólito Yrigoyen.
No creo en los paraísos en la Tierra, mucho menos en los mesianismos, las promesas desmesuradas y las rutinas de los demagogos. Más que la utopía, defiendo el derecho a la esperanza: la de una sociedad más justa y más libre, la de dejarles a nuestros hijos y nietos un país mejor que el que recibimos. ¿Es poco? Yo creo que es muchísimo.
Hubo un tiempo en que creí que había que dar vuelta todo y destruir todo. Después aprendí que la civilización es un hilo muy delgado y frágil como para estar poniéndola a prueba a cada rato. La desmesura, los saltos al vacío en nombre de utopías redentoras han generado más dolor que bienestar, más muerte que vida. Una supuesta sociedad justa levantada sobre una montaña de cadáveres y escombros no me interesa. Prefiero la evolución a la revolución. No se me escapa que también esta esperanza puede ser una utopía. Pero por razones prácticas y humanistas me inclino por una utopía con bajos costos en vidas, y no por aquellas utopías que para realizarse reclaman una alianza con el crimen.
Hace rato que he dejado de creer en los sueños. Como le gustaba decir a Winston Churchill, a la política la hacen los hombres despiertos, no los dormidos; los que tienen los ojos abiertos, no cerrados. No hay política verdadera sin una fuerte dosis de realismo, el mismo que nunca se debe confundir con el cinismo o con esas versiones vulgares y deshilachadas del más adocenado pragmatismo.
La política es una actividad humana, una actividad noble, porque se propone pensar la realidad y transformarla hasta donde sea posible. Y es una actividad que inevitablemente se conecta con los intereses y los grupos de poder. Por eso es compleja. No hay sociedad organizada sin partidos políticos y dirigentes. Un sistema político fuerte es la garantía de instituciones fuertes, alternancia en el poder, control republicano y participación ciudadana.
¿Y la distribución de la riqueza? No hay distribución de la riqueza si antes no existe distribución del poder. Un poder distribuido a través de instituciones fuertes es el garante de la distribución de la riqueza. Dicho con otras palabras, la democracia política crea las mejores condiciones para la democracia económica. No conozco una solución más saludable y sabia que ésta. Salvo que alguien me demuestre que la concentración del poder en el déspota o el caudillo sea más eficaz. En la Argentina, esta estrategia se ha intentado aplicar en diferentes ocasiones. Por populistas de derecha y de izquierda. Así nos fue...
No pretendo ser dramático, pero estoy convencido de que los Kirchner en el poder nos llevarán a la catástrofe. La catástrofe de la economía, la catástrofe de las instituciones y la catástrofe de la Nación. Es un gobierno cuya concepción del poder representa una involución política respecto de la apertura democrática abierta en 1983, y cuya concepción de la economía se apoya en los sectores más retrógrados y privilegiados del poder económico. Un gobierno que ataca a Clarín y La Nación no porque sean de derecha, sino porque son opositores; un gobierno cuya retórica contra los monopolios mediáticos disimula mal su pulsión por concentrar el poder mediático en un Estado políticamente colonizado por ellos.
¿Está equivocado en todo? Probablemente no, pero en lo fundamental está equivocado. Así como no hay ningún gobierno que haga todo bien, no hay ningún gobierno que haga todo mal. Pero los detalles en este caso no cuentan, lo que cuenta es una concepción del poder. El concepto de poder de los Kirchner empieza en ellos y termina en ellos. Lo dije en una nota anterior: son sus principales propagandistas y sus principales enemigos. Hasta hace quince días, disponían de un escenario nacional e internacional favorable. No sé cómo lo hicieron, pero se las ingeniaron para derrumbar lo que el azar había levantado a su favor. ¿Se equivocan? No creo que se equivoquen; creo que no saben hacer otra cosa. Su escuela política fue Santa Cruz. Nunca se fueron de allí; siempre regresan a la escena del crimen.
Esta estrategia del conflicto permanente y de la práctica decisionista, los muchachos de Carta Abierta la califican de liberadora. “Los Kirchner pusieron el piso, nosotros debemos ampliar el techo”, dicen D’Elía y Sabbatella. “Hay que profundizar el modelo” repiten los epígonos. En términos teóricos, la profundización del modelo supondría avanzar hacia el socialismo nacional, la liberación de la explotación interna y externa o cualquier otra calificación semejante. En términos prácticos, la profundización del modelo es un disparate que no tiene nada que ver con lo que se defiende. ¿Qué es profundizar el modelo?: ¿más poder para Guillermo Moreno?, ¿más poder para el señor Moyano y sus hijos?, ¿más negocios para Ulloa, López, Eskenazi, Báez?, ¿más aportes para D’Elía?, ¿más ataques a la prensa opositora y más recursos a los señores Hadad, Monetta, Spolski?, ¿más plata para la señora Hebe Bonafini?, ¿más publicidad oficial para “6, 7, 8”?, ¿más decretos de necesidad y urgencia y más poderes delegados?, ¿más “caja” y menos coparticipación?, ¿más impuestos confiscatorios y lesivos de la productividad y menos impuestos a las ganancias y luz verde para la timba financiera?, ¿más plata de los jubilados usada para cualquier cosa menos para los jubilados?, ¿más publicidad oficial para los adictos y menos libertades?
A este poder, hay que ponerle límites y derrotarlo. A los Kirchner no se los modera, se los derrota. La oposición debe asumir esa responsabilidad en serio. O se derrota a los Kirchner o los Kirchner derrotan a la Argentina. Pero como dijera Elisa Carrió, no se los derrota con el pasado sino con el futuro. Cuanto antes hay que empezar a definir los programas de gobierno y las candidaturas. Las dos cosas son importantes. Lo que se va a hacer y quiénes lo van a hacer.
El radicalismo deberá decidir si el candidato será Cobos, Alfonsín o Sanz. Los socialistas y el ARI deberán ponerse de acuerdo en lo que puedan ponerse de acuerdo. A mí una fórmula Alfonsín-Binner me gusta. Siempre habrá alguien que pueda dar un nombre mejor, pero una fórmula integrada por dos políticos decentes, de claro perfil republicano y orientación progresista me resulta interesante. La sociedad necesita saber cuanto antes a quiénes deberán votar en octubre de 2011. Los militantes necesitan lo mismo para salir a la calle a convencer a la gente. La Argentina como Nación pide una alternativa para salir del barro. El setenta por ciento de los argentinos está harto de los Kirchner
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