Crónica política
¿Quo vadis Agustín Rossi?
Agustín Rossi, presidente de la bancada del Frente para la Victoria en la Cámara de Diputados de la Nación.
Rogelio Alaniz
Agustín Rossi se ha transformado en el actor principal del peronismo santafesino. El dato merece consignarse porque hace unos años era un protagonista menor y, sin ir más lejos, en las últimas elecciones su performance electoral apenas le alcanzó para arañar una banca de diputado.
En política, el talento, conjugado con relaciones de poder favorables, puede ser una combinación invencible. Si a ello le sumamos el respaldo político, económico y moral de un gobierno nacional que se perfila como favorito para las próximas elecciones nacionales, tenemos más o menos completo el diagnóstico que explica por qué Rossi ocupa el centro de la cancha en el peronismo local.
El hombre juega con varias cartas ganadoras. En primer lugar, es el candidato de la presidente, un reconocimiento nada menor en las actuales circunstancias. Además, es el candidato previsible y deseable. Al respecto hay que admitir que la adhesión de Rossi a los Kirchner ha sido sincera y leal y lo ha sido desde sus inicios. Por esa adhesión ha pagado precios altos que incluyen abucheos, agresiones e insultos incalificables. Es esa misma adhesión la que ahora rinde sus frutos, porque en política -por más que algunos se resistan a creerlo- la coherencia tarde o temprano rinde sus frutos.
La trayectoria política de Rossi está a la altura de sus actuales pretensiones. Siempre fue peronista, pero nunca fue menemista, ni siquiera en los tiempos en que los Kirchner eran menemistas convencidos. Su formación política es la de un militante y la de un profesional. Defiende sus ideas con convicción y no suele caer en los recursos demagógicos habituales en políticos de menor vuelo.
Su kirchnerismo no es el del fanático ni del obsecuente. Quienes transitamos por los laberintos confusos de la política sabemos de sus discusiones e incluso de sus diferencias en aspectos puntuales de la gestión del gobierno, diferencias que por supuesto se expresan en un marco de respeto a la estrategia del sistema de poder al que adhiere. Su relación con los partidos opositores es óptima. “Ojalá en tiempos de Alfonsín nuestro interlocutor hubiera sido él”, le escuché decir en el velorio de Alfonsín a un prominente dirigente radical.
En lo personal, muchos ponderan su hombría de bien y sus convicciones políticas. Rossi podrá estar equivocado, pero cree en lo que dice. Esa es una virtud que no todos los políticos tienen en los tiempos que corren. Esa virtud, por otro lado, es la que le ha permitido transformarse en un referente de amplios sectores juveniles, una adhesión que ningún sector interno del peronismo posee y que no se gana con chequeras sino con conducta.
Digamos que Rossi sabe lo que quiere, sabe cómo obtenerlo y tiene las manos limpias y las uñas cortas. Si bien se sabe que estos atributos no alcanzan para ganar elecciones, también se sabe que constituyen un capital político importante, sobre todo cuando las condiciones objetivas -nacionales y provinciales- parecen confluir en la misma dirección.
Como dicen los clásicos, al poder se lo gana con inteligencia, con decisión y con la ayuda inestimable de los dioses. Rossi, a la inteligencia y la decisión las tiene, pero sobre los dioses nada se puede decir porque sobre ellos nada se sabe, salvo que cuando intervienen su aporte suele ser determinante.
Pero las dificultades que se le presentan no son pocas. La primera es la que representa el propio Frente Progresista, cuya gestión de gobierno está bien evaluada por la sociedad, al punto que un veterano dirigente peronista me aseguró que la única manera de que el Frente Progresista pueda perder estas elecciones es que sus dirigentes decidan liderar la derrota.
Las otras dificultades son de orden interno y provincial. En el orden interno, Rossi es el dirigente que dispone en estos momentos de más iniciativa, pero eso no quiere decir que disponga de más votos. Para bien o para mal, el dirigente con más votos en la provincia es Carlos Alberto Reutemann, y a su lado todos los otros dirigentes del peronismo son aprendices. Al respecto, no deja de ser una ironía del destino -y una ironía cruel para los peronistas de paladar negro- que el dirigente que más votos obtuvo para el peronismo en los últimos veinte años, no provenga del peronismo y que, además, parte de su encanto político se deba, justamente, a que no se parece ni tiene demasiado que ver con el peronismo.
Los pasos que dará Reutemann no los conoce nadie, ni siquiera él, pero allí está, impávido, indescifrable, inasible, impertérrito y con su caudal electoral intacto o casi intacto. Tal como se presenta el escenario, es probable que Reutemann no juegue o juegue a medias, apoyando a algún candidato, pero sin desgastarse demasiado. Y, fiel a su estilo, sin regalarle nada a nadie.
El segundo inconveniente que se le presenta a Rossi es la propia provincia de Santa Fe. En las últimas elecciones obtuvo el diez por ciento de los votos. La militancia juvenil, el apoyo nacional y el acercamiento de aquellos peronistas a los que siempre les gusta jugar a ganador, es probable que dupliquen y hasta tripliquen estas adhesiones.
Así y todo no le alcanza. Veamos, si no. El peronismo en las últimas elecciones a gobernador perdió con el cuarenta por ciento de los votos. No hay motivos para suponer que ahora vaya a ganar con el treinta por ciento. La otra posibilidad es que se rompan todos los relojes y se constituya en un candidato de más del cincuenta por ciento de los votos. ¿Es posible? Es posible, pero muy improbable.
Para ganar, el peronismo necesita la mitad más uno de los votos, y ese porcentaje se conquista armando una coalición donde tributen votos del campo y la ciudad, de la derecha y la izquierda, de jóvenes y viejos. Esa coalición Rossi no podrá construirla o tendrá grandes dificultades para hacerlo. En Santa Fe, el “progretariado” kirchnerista no convoca ni a la derecha ni al centro y, mucho menos, al peronismo tradicional.
Si mal no conozco al peronismo local, me aventuro a decir que un sector más o menos significativo del peronismo no lo va a acompañar a Rossi por diversas razones. Algunos, porque saben que su distanciamiento de los Kirchner no tiene retorno; otros, porque están comprometidos con intereses locales y regionales, y para esos sectores el apoyo a los Kirchner sería algo así como una traición. Otros, porque son fascistas y amigos de los militares.
Por otra parte, y más allá de los enjuagues de la política, una amplia franja del electorado seguirá resistiéndose a apoyar a un candidato peronista; algunos, porque no olvidan lo de “la 125”, y otros porque consideran que en la vereda de enfrente hay una coalición política que satisface sus expectativas.
Reutemann ha sido la carta ganadora del peronismo en todos estos años porque convocaba a través de su figura el voto del peronismo tradicional y del antiperonismo clásico en versión conservadora. Esa aleación no la puede realizar Rossi, y esto explica en parte, por qué todos los indicadores señalan que al peronismo se le hará muy difícil ganar en este turno.
Nunca está de más recordar a los desmemoriados que en Santa Fe el voto de los chacareros no alcanza para ganar una elección, pero sin ese voto nadie gana. Y son esos votos los que le faltan a Rossi, haga lo que haga y diga lo que diga. Tampoco se gana sin el apoyo de las amplias clases medias urbanas de una provincia que nunca ha sido incondicional del peronismo.
Son estas carencias estructurales las que explican las vacilaciones del peronismo, porque más allá de esas hojarascas lo que persiste son los limites -por lo menos en esta coyuntura- de una fuerza política que luego de haber gobernado casi un cuarto de siglo, tiene en el presente -nada sabemos del futuro- serias e insalvables dificultades para construir una coalición política ganadora.
Digamos, a modo de conclusión, que Rossi puede expresar la mejor oferta del peronismo en estas elecciones, pero esa oferta sólo alcanza para perder con dignidad. Digamos también -como para abrir el paraguas y curarnos en salud- que en política se pueden analizar las coyunturas y sus posibles proyecciones, pero lo que no se puede hacer es sustituir el análisis por la profecía.
De acá a las elecciones de julio pueden ocurrir cosas que alteren este escenario, pero en principio me atrevería a decir que el Frente Progresista sólo puede perder estas elecciones si se lo propone de manera obsesiva y maníaca
No hay comentarios:
Publicar un comentario