domingo, 20 de julio de 2014

Misterios chinos: las contradicciones del gigante que seduce a América latina

Cuando miran a China, los ojos occidentales ven un mundo de contrastes entre la tradición, el férreo régimen comunista y las reformas que la han convertido en el símbolo del poder de las naciones emergentes. El país en el que 1300 millones viven en lucha por el espacio tiene sus lados oscuros: crecimiento desigual, inmigración masiva a las ciudades, contaminación y un interrogante inquietante: ¿pueden democracia y desarrollo económico no ser dependientes?
Por   | LA NACION
 
Una postal china de modernidad y tradición: los rascacielos y la celebración de un aniversario de Mao en la ciudad de Wuhan. Foto: Reuters 
PEKÍN.- El edificio, ubicado en el distrito Xi Cheng de Pekín, tiene por fuera la forma de una pagoda, con los techos de tejas de puntas elevadas y adornos de madera colorida. Apenas se traspasa la puerta, impacta por contraste el espacio abierto de mármol pleno, las líneas rectas y una escalera interminable de alfombra roja y contundencia estatal. Allí dentro, trabajan los ingenieros que se propusieron colocar una estación espacial en órbita dentro de seis años. Y todo indica que van a lograrlo.
El caso de la Corporación Aeroespacial de Ciencia y Tecnología es una metáfora poderosa para pensar la China que hoy ven los ojos occidentales: una mezcla de pagodas y té de crisantemos con un régimen comunista que lleva 65 años en el poder y una serie de reformas económicas que desde hace algunas décadas han colocado a China a la vanguardia global de la producción, el consumo, la inversión y el crecimiento, y la han hecho sinónimo del poder de los países emergentes frente a las antiguas potencias que no logran hacer pie en la crisis.
Los superlativos, que aquí sobran para caracterizar el país -es el más poblado del mundo, con 1300 millones de habitantes; la segunda economía después de la norteamericana; el tercero en extensión territorial- no terminan de esconder, sin embargo, que el gigante que se despertó y se ordenó poner en marcha no sólo avanza hacia adelante, en orden y planificadamente.
También se deforma en lados más oscuros: crecimiento desigual, millones de inmigrantes rurales buscando permisos de residencia en las ciudades, autos millonarios conviviendo con los transportes más imaginativos sobre dos ruedas en ciudades contaminadas, lujosísimos shoppings donde se pasean adolescentes conectados a todo a la vuelta de callejones sucios y estrechos donde se apilan las familias más pobres.
Son postales de casi cualquier ciudad global que se repiten aquí y en la poderosa Shanghai, quizá la muestra más imponente del capitalismo estatal: la ciudad -un centro financiero que deja a Nueva York pequeña y casi pueblerina- aporta el 70% de sus ganancias al Estado central.
En el país que censura a Google y en el que Twitter no funciona -pero su equivalente local, Weibo, se ha convertido en un foro de expresión de disidencia-, en el que los periodistas necesitan permisos especiales hasta para filmar una plaza o hacer una pregunta en la calle, se levanta orgulloso el discurso de la potencia económica arrolladora contra el antiguo capitalismo cansado e impotente de Europa o Estados Unidos (de paso, en una sola semana, la canciller alemana, Angela Merkel, y el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, visitaron este país). Y, en ese movimiento, el gigante asiático que, junto con Rusia, está redefiniendo la idea del poder global, asegura que América latina está en su mismo barco.

ESTO NO ES UNA REGIÓN

La visita del presidente Xi Jinping a la Argentina -que llegó al poder el año pasado con una promesa de apertura política que muchos miran con escepticismo-, que termina hoy, tras participar en la cumbre de los Brics en Brasil y antes de partir a Venezuela y Cuba, viene a confirmar que, desde hace ya varios años, América latina está en la mira. Con el equivalente de menos de la mitad de los habitantes chinos, la región es para ellos una tierra prometida de recursos naturales -"Envidiamos su territorio tan extenso sin población", confiesan en el Cancillería-, pero además plena de posibilidades para las grandes inversiones que China sabe hacer: rutas, vías férreas, represas hidroeléctricas, pero también servicios de lanzamiento de satélites al espacio o construcción y ensamblaje de aviones.
Sin embargo, sería un error pensar que China ve a América latina como una región. Por ahora, ve a Brasil, con quien se sienta casi de igual a igual a hablar de negocios, y mantiene proyectos que alcanzan los diez años de cooperación; luego a Venezuela, una afinidad ideológica que se viene traduciendo en inversiones continuas para el país bolivariano, de ferrocarriles a infraestructura eléctrica, de viviendas sociales a montaje de automóviles, y, finalmente, aun en la escala de "explorar posibilidades", están México y la Argentina.
"Las relaciones entre China y América latina son aún más bilaterales que regionales -apunta Fu Jihong, vicedirector de Asuntos Exteriores de la Municipalidad de Shanghai-. Los contactos son además eminentemente económicos, pero deberíamos ampliarlos a la cultura y el turismo." Con los servicios financieros, son esas las especialidades de su ciudad, con 24 millones de habitantes en lucha permanente por el espacio, en la que los servicios responden por el 62% de los ingresos, con una renta per cápita de 10.000 dólares anuales y un desempleo del 4%.
En el Ministerio de Comercio, en Pekín, en tanto, los funcionarios se atan al discurso que se repite en cada encuentro, inmune a cualquier pregunta que quiera sacar de libreto: "China y América latina tienen complementariedades económicas. Nuestra demanda interna crece y por eso necesitamos aumentar la cooperación con otros países. Y en América latina hay ajustes estructurales en el sector económico. Queremos ampliar la cooperación a sectores como las telecomunicaciones, la aviación, las energías alternativas y la alta tecnología", dice Xu Yingzhen, directora general de Relaciones Comerciales con América latina y Oceanía. Según datos de esa oficina, el volumen del intercambio comercial entre China y América latina alcanzó los 261,6 mil millones de dólares el año pasado, con una tendencia de crecimiento para el primer cuatrimestre de este año. Las balanzas comerciales suelen mostrar que China importa materias primas de la región (cobre, hierro, carne, lácteos) y exporta productos elaborados, como maquinarias de distintos tipos, productos textiles y agroindustriales.
Cuando asumió el poder, en marzo de 2013, el presidente Xi Jinping popularizó la idea del "sueño chino", que describió como "el gran rejuvenecimiento de la nación china", con objetivos que se alcanzarían en "los dos centenarios": que el país sea una "sociedad moderadamente próspera para 2021", el centenario del Partido Comunista, y "un país totalmente desarrollado para 2049", el centenario de la República Popular. Eso, sin decir una palabra de flexibilizar las medidas represivas de cualquier disidencia u oposición, hoy vigentes, ni de los graves casos de corrupción en lo más alto del Estado.
"El gran sueño chino coincide con el sueño latinoamericano", se entusiasma Zhang Kunsheng, ministro asistente de Relaciones Exteriores, tras alabar el tango, la guayabera y el fútbol, y lamentar que, con 33 países, América latina sólo tenga siete periodistas acreditados en China. Con el segundo viaje presidencial a la región en 16 meses de mandato, la señal de importancia estratégica de América latina parece estar clara. Especialmente porque, señalan algunos expertos, China necesita asegurar alimentos de calidad para el quinto de la población mundial que vive en su territorio, y para eso América del Sur es clave.
Brasil, la potencia emergente local, es el principal socio comercial de China en la región -en 2013, el 15% del comercio de Brasil fue con China- y primer destino de inversiones que se reparten en áreas tan estratégicas como energía, minas, electricidad, automóviles, puertos, ferrocarriles, carreteras, electrodomésticos y finanzas, enumera Xu Yingzhen.

EL GOOGLE CHINO

Pero es quizás en un ejemplo de visibilidad menos espectacular, pero en un negocio clave en el siglo XXI, en el que mejor se evidencia el modo en que China mira a Brasil: Baidu, el "Google chino", el buscador más grande en su lengua y en el mundo, con 500 millones de usuarios -el 80% de los internautas chinos- anunciará este mes su lanzamiento en Brasil. En el distrito de Haidian, una suerte de Silicon Valley de Pekín, vecina de Lenovo, la empresa fundada en 2000, que hoy tiene 34.000 empleados y se ha diversificado hacia los servicios de antivirus y aplicaciones para móviles, compite palmo a palmo por la gloria tecnológica con Google. La leyenda se despliega en las paredes de su sala de recepción circular de visitantes: Robin Li, el creador -hay foto en el equivalente chino al garaje en el que nacen todas las empresas de Silicon Valley- se formó en EE.UU., donde -se asegura con el certificado de patente- dio con el algoritmo de búsqueda antes que los creadores de Google. El gigante norteamericano, que se fue del país debido a las restricciones gubernamentales chinas, quiso comprarlos por 2000 millones de dólares en 2004, pero ellos prefirieron seguir siendo competidores. Con Tencent -un portal de servicios de comunicación y juegos- y Taobao, de comercio electrónico, Baidu completa el trío de los grandes chinos de la informática.
"Las empresas chinas de tecnología como Huawei salen de China primero al mercado del sudeste asiático y luego a América latina, porque son países como China era antes", apuntan en Baidu, donde el promedio de edad de los empleados baja y el de conexión sube. "Nos interesa el mercado brasileño, y el hecho de que en ese país se fomenta la contratación de talentos locales más que en otros países subdesarrollados", dicen. El próximo paso se dará en México, mientras desarrollan un laboratorio de inteligencia artificial (un dato nada al margen: el 40% de los estudiantes universitarios chinos ingresan en carreras de ingeniería). ¿Y cómo maneja una empresa moderna las restricciones gubernamentales sobre las redes sociales y el uso de Internet? "Respetamos las leyes de los países en los que operamos", (no) responden en Baidu.
Si cuando se pregunta por Brasil se despliegan ejemplos de cooperación en marcha, cuando la inquietud es sobre la Argentina, en la Cancillería y en otras dependencias oficiales, en una fábrica de aviones o de autos, en la agencia que lanza satélites al espacio o en una empresa de tecnología, las respuestas se mueven en el terreno de "explorar oportunidades".
La Argentina es el quinto socio comercial de China en la región, justo por debajo de Venezuela, con una actividad de intercambio bilateral que llegó a casi 15.000 millones de dólares en 2013. Según datos de la embajada argentina en China, es una balanza deficitaria para el país desde 2008, que básicamente le vende a China soja, aceites, cueros, leche y carne. El presidente chino llegó a la Argentina acompañado por representantes de unas 200 empresas, la mayoría estatales, entre grandes y pymes, muchas de ellas en su primer contacto con pares argentinos. Hubo empresas de dimensiones medianas y pequeñas interesadas en maquinaria agrícola, vinos y productos alimenticios, otras grandes con la idea de cerrar contratos de compra de soja (el principal producto que la Argentina exporta a China), también representantes de instituciones financieras -como el Banco de China, el ICBC y el Development Bank- y empresas vinculadas con las inversiones en infraestructura.
Con todo, el paso del presidente chino, después del ruso, por la región no hace sino actualizar un debate inquietante, que la cumbre de los Brics desplegó con impacto mundial: si China viene reduciendo la tasa de pobreza y ampliando su clase media exitosamente, ¿será que democracia y desarrollo económico no son dependientes? "Más vale ver una vez que escuchar mil veces", repiten, con misterio oriental, los funcionarios chinos, lo más cerca que se los puede llevar a responder críticas. En lo que los ojos occidentales no llegan a ver de este país arrollador y contradictorio está, seguramente, la respuesta..

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