Un país en tiempos de rayos
Por Jorge Giles
El modelo de desarrollo inclusivo enfrenta el último y más severo golpe
especulativo de los sectores financieros con medidas que no afectan el corazón
del modelo, es decir, la defensa del empleo y la producción.
No se apela a las viejas recetas que seguían gobiernos anteriores ante una
coyuntura semejante; no se ajusta la economía para abajo ni se destruyen fuentes
de empleo ni se anulan de un plumazo los derechos sociales que fueron reparados
y recuperados por este mismo gobierno desde el 2003 a la fecha.
Y no es un dato menor.
Es un momento de máxima tensión entre dos proyectos de país que se
demuestran antagónicos en estos 200 años de historia nacional. Hay que decirlo
así, claramente, para poder entender lo que viene pasando. Porque no es un
problema económico sino profundamente político el que se enfrenta. Y los
primeros que debieran entenderlo de este modo son los sectores populares y
sectores medios cuyos intereses son representados por el gobierno de Cristina
Fernández de Kirchner.
El último golpe financiero, cual si fuera un rayo especulativo, lo ejecutó
un fuerte empresario opositor al gobierno con la complicidad de tres bancos
extranjeros. Cuando el precio del dólar cotizaba a $ 7,20, de golpe y porrazo
salieron a comprar más de 3 millones ofreciendo pagar $ 8,40. ¿Acaso juegan a
perdida? No. Ocurre que todo golpe se financia. Es una inversión que hacen los
poderes fácticos para destruir la política monetaria de un país soberano. Si
hubiesen logrado el objetivo, habrían empujado para que este modelo de país se
desbarrancara por el acantilado de un ajuste salvaje.
Nada de eso sucedió. Intervino el Banco Central ordenando el tablero y el
ministro de Economía, Axel Kicillof, anunció lo que anunció respecto a la mayor
apertura para la compra del dólar.
Ahora serán los jóvenes quienes deban organizarse para valorar y defender
esta nueva conquista.
Los especuladores se refugian en el dólar; los pueblos, en su propia
historia.
Lo sucedido ayuda a comprender dónde estamos parados a esta altura del
partido y contra qué jugadores se dirime nuestra suerte y destino colectivo. Los
enemigos del país buscan reconfigurar el escenario político para atarnos al
carro que hoy cruza el mundo “desarrollado”. Acumulan fortunas en cada crisis y,
lejos de conformarse con lo acumulado, no paran hasta exprimir la última gota de
sangre de los pueblos.
Está en la naturaleza del neoliberalismo.
Por eso cuando decimos que son rayos especulativos es porque con estos
rayos, cuando se imponen, también se muere mucha gente. No es sólo una metáfora
de ocasión.
Hay que mirar a Europa para comprobarlo.
Para garantizar que esa situación continúe por los siglos de los siglos,
buscan colonizar al Estado con gobernantes serviles a sus intereses. Los
argentinos aprendimos de memoria que siempre ha sido así.
Pero hete aquí que, en la Argentina, esos sectores de alto poder financiero
se encuentran ante un gobierno que, lejos de arrugar ante cada embestida, los
enfrenta como puede y debe, consciente de que vienen por el proyecto de país
inclusivo y para volver a imponer una sociedad sin consumo, sin trabajo, sin
producción, sin derechos sociales garantizados.
Fue clara la Presidenta cuando días pasados advirtió que más que
escarmentar al gobierno, están buscando escarmentar a la sociedad para que deje
de soñar, deje de trabajar, deje de estudiar, deje de vacacionar y deje de
unirse al resto de los pueblos hermanos de América latina.
Para el poder financiero, Cristina no debiera ir a Cuba sino a Wall
Street.
Hay que analizar el mundo al que pertenecemos y agarrar los libros (que no
muerden) para conocer el comportamiento criminal que han seguido históricamente
los sectores parasitarios de nuestra economía desde tiempos remotos. Son anti
estatistas que buscan salvajemente quedarse con el Estado. Vaya con la paradoja,
pero siempre ha sido así.
Habrá que concluir que hace falta mucho camino por andar para desarmarlos
de una vez por todas.
Desarmar las cuevas financieras. Desarmar los monopolios mediáticos que
crean los climas propicios para estas corridas. Desarmar los recursos leguleyos
que obtuvieron en la dictadura y que les permitieron hacer lo que hicieron desde
el comando de los bancos. Desarmar la obscena impunidad de los grandes
exportadores sentados sobre los once millon es de toneladas amarrocados en los
silo-bolsas por un valor que ronda entre los 4.000 y los 6.500 millones de
dólares.
Para llegar a esas profundidades del cambio emprendido por el kirchnerismo,
se requiere de la concientización, la organización y la movilización de las
grandes mayorías populares. Con el gobierno sólo no alcanza. Es preciso confluir
desde el pie de la sociedad con amplios sectores sociales dispuestos a defender
y profundizar el modelo gobernante, so pena de que vuelvan a confluir desde el
poder económico más concentrado en una nueva coalición que les permita, en 2015,
recuperar sus viejos fueros, es decir, restituir el régimen social de
acumulación oligárquica con una nueva distribución de la renta a medida de sus
ambiciones.
Después de toda batalla, victoriosa o no, hay que volver a mirar el campo
donde se llevó a cabo. Hagámoslo. No para solazarnos con lo realizado sino para
saber con qué país contamos en esta lucha desigual contra el poder y para llevar
el aliento a las partes blandas del proyecto que, ante cada embestida de los
enemigos del pueblo, sólo recurren al lamento por no haber actuado “previsora y
correctamente”. Aprendimos con Kirchner que los ataques contra el modelo
nacional se deben a sus logros y conquistas, no a los errores cometidos.
Contamos con un país más igualitario y con el lanzamiento del Plan
Progresar que, para los jóvenes, tiene la misma dimensión que la AUH para los
niños.
Ahora serán los jóvenes quienes deban organizarse para valorar y defender
esta nueva conquista.
Estamos atravesando el río y caen rayos: la oligarquía financiera viene por
la caja del Estado que permitió en estos años sostener todas las políticas de
reparación social.
Es tiempo de organizarse. Ningún rayo, por poderoso que fuera, pudo jamás
herir de muerte a nuestras utopías.
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