ARGENTINA: 24 DE FEBRERO DE 1946. PRIMER TRIUNFO ELECTORAL DE PERÓN
Por Felipe Pigna
Matriz del Sur
24 de febrero de 2009
Después del 17 de octubre de 1945 nadie dudaba de la popularidad de Juan Domingo Perón entre los trabajadores y los sectores más postergados del país.
Pero era evidente que ese apoyo era políticamente inorgánico.
Se hacía imprescindible construir una fuerza propia.
El primer paso se dio el 24 de octubre de 1945, cuando unos 50 sindicatos que habían apoyado decididamente a Perón fundaron el Partido Laborista (PL), inspirado en su homónimo inglés que por aquellos años gobernaba Gran Bretaña.
En uno de los primeros comunicados públicos, el partido dio a conocer su apoyo a la candidatura de Perón y esbozó un programa de gobierno progresista.
Conociendo la potencialidad del apoyo sindical, pero también comprendiendo que era insuficiente, porque la mayoría de los cuadros del nuevo partido eran dirigentes gremiales sin experiencia en la política partidaria,
Perón decidió entregarle el segundo término de la fórmula presidencial al viejo militante radical y ex ministro del Interior de Farrell, Hortensio Quijano.
Su agrupación, la UCR (Junta Renovadora), logró el reconocimiento de la justicia el 7 de diciembre y recibió el apoyo de la mayoría de los militantes de FORJA, que decidieron sumarse a la campaña a favor del coronel. Pese a la falta de carisma de sus candidatos José Tamborini y Enrique Mosca, la oposición nucleada en la Unión Democrática contaba con millones de pesos, el apoyo de prácticamente toda la prensa, todos los partidos políticos, la embajada norteamericana, la mayoría de la intelectualidad, la Sociedad Rural, la Unión Industrial, la Bolsa de Comercio y la banca privada.
Esta displicencia a la hora de elegir la fórmula era la expresión de un pensamiento peligrosamente optimista de los hombres de la UD, que sostenían que el coronel era producto de un gobierno de facto, que su obra sindical y social era fruto de la coerción y que, en cuanto el pueblo pudiera expresarse libremente, se demostraría que carecía de real consenso popular.
Del lado de Perón sobraba el carisma pero no el dinero y se contaba con el para nada desdeñable apoyo de los sindicatos autónomos, la mayoría de los cuadros superiores, medios y bajos del Ejército, importantes sectores eclesiásticos, unos pocos empresarios y millones de trabajadores.
Ambos frentes eran heterogéneos.
La estrecha alianza entre la embajada norteamericana y el pro-soviético Partido Comunista tenía una lógica interna hija de aquel contexto histórico.
Todavía en 1945, cuando se conformó bajo el impulso del histriónico embajador norteamericano Spruille Braden la Unión Democrática, las dos superpotencias emergentes de la guerra se veían mutuamente como aliadas, recelosas pero con un enemigo en común: el nazifascismo.
La coincidencia en la caracterización de Perón como nazifascista movilizó una alianza que hubiera resultado imposible apenas un año después, con la Guerra Fría desatada entre los dos imperios.
Esa caracterización desviaba con cierta eficacia la discusión sobre la política social de Perón y su creciente popularidad: minimizaba sus logros, cubría al coronel de sospechas y lo emparentaba con una experiencia nefasta de la que cada día se conocían más detalles al difundirse los testimonios de los sobrevivientes de los campos de exterminio nazis.
Plantear la discusión en esos términos permitía disimular las diferencias históricamente irreconciliables entre, por ejemplo, el Partido Socialista y la Sociedad Rural. Ahora, como por arte de magia, los dos aparecían embanderados en una causa superadora y humanitaria.
Estaba claro que se trataba de una militancia anti y que a ningún componente de la alianza le convenía pensar seriamente en la toma del poder y en cómo sería el primer día de gobierno, cuando cualquier medida que se tomase perjudicaría a alguno de los sectores representados en la excesivamente heterogénea agrupación.
Del lado del peronismo, si bien la cosa parecía un poco más coherente, el frente conformado esencialmente por trabajadores, Iglesia y Ejército no estaba exento de contradicciones difíciles de superar y que aparecerían tarde o temprano, en un país con una Iglesia tan conservadora y constituida históricamente en ideóloga y reserva moral de las Fuerzas Armadas y los factores de poder.
Por convicción o por necesidades electorales, el Gobierno se verá llevado a adoptar medidas políticas, económicas y culturales alejadas de las máximas históricas de la jerarquía católica argentina, que incluían la sumisión incondicional al patrón, la negación de la igualdad legal entre los hijos matrimoniales y los bastardos, la oposición a la igualdad jurídica entre el hombre y la mujer y la tradicional desconfianza que le despertaban la organización y la movilización obrera.
Muchos de estos puntos de vista eran compartidos por los sectores militares más conservadores.
Coincidían con los obispos en ver a Perón en todo caso como el mal menor, el hombre que garantizaba que la bandera roja no flamearía en la Plaza de Mayo y el único capaz de vencer a los ateos de la Unión Democrática.
El 22 de febrero terminaba la breve pero intensa campaña electoral.
El embajador inglés David Kelly hacía el siguiente análisis de la situación: -El odio histérico de los ricos. y la mal aconsejada campaña del embajador Braden fortalecieron de tal manera su dominio sobre las masas que pudo prescindir de cualquier otra clase de apoyo. Aun cuando su carta de triunfo más fuerte era su propia popularidad con las masas, sacó inmensa ventaja del hecho de poder empapelar las paredes con carteles murales cuyo slogan era'Braden o Perón, haciendo reaccionar de esta manera la desconfianza profundamente arraigada de los argentinos hacia los norteamericanos.
El 24 de febrero hacía un calor terrible en Buenos Aires; era una jornadabochornosa como les gustaba decir a los speakers de las radios y escribir a los redactores de los diarios.
Pero lo sería en más de un sentido para la oposición que descontaba su triunfo.
El escrutinio sería lento, dando márgenes de error y tiempo para declaraciones de las que no se vuelve.
El vespertino Crítica, claramente opositor a Perón tituló: -Anticípase un aplastante triunfo de la democracia. En todo el territorio nacional se impuso la fórmula de la libertad.
La oposición en su conjunto coincidió en que los comicios podían calificarse como los más limpios e intachables de la historia.
Finalmente, el 8 de abril se difundieron los resultados oficiales: había votado el 88% del padrón; el coronel había triunfado contra todos los pronósticos y con todos los medios de comunicación en contra.
La fórmula Perón-Quijano había obtenido 1.527.231 votos y los candidatos Tamborini-Mosca, 1.207.155.
Aunque la diferencia no era muy grande en términos numéricos, gracias a los postulados de la vigente Ley Sáenz Peña, Perón obtuvo 304 votos en el Colegio Electoral y la UD sólo 72.
El binomio peronista había obtenido todas las gobernaciones menos la de Corrientes, todas las bancas del Senado menos los dos de la provincia mesopotámica y 109 diputados.
La oposición obtuvo 49 diputados.
De ellos, 44 pertenecían al radicalismo y pasarán a la historia como el bloque de los 44; entre ellos se destacarían Arturo Frondizi, Ricardo Balbín y Ernesto Sanmartino.
Al conocerse los resultados, la prensa norteamericana reaccionó furibundamente contra el embajador Braden, cuyo excesivo protagonismo lo había convertido en el padre de la derrota.
La influyente revista Life decía, entre otras cosas: -La Argentina siempre ha sido nuestro rival por el liderazgo en América latina. [...] Braden parece haberse equivocado hacia Perón en por lo menos dos aspectos. Uno de ellos es que Perón se ha apartado bruscamente de la norma fascista al celebrar elecciones limpias y libres fuera de toda cuestión.
-El otro aspecto es que Perón es mucho más apreciado en la Argentina que lo que Braden o la prensa de los Estados Unidos estaban dispuestos a admitir en el otoño pasado. Sus reformas económicas, no muy distintas de las de la primera época del New Deal, le aseguraron una enorme masa adicta rural y urbana".
La lápida de Braden, aquel soberbio embajador norteamericano que violando el principio diplomático de no intervención en los asuntos internos de los países se había puesto al frente de la campaña electoral contra Perón, la escribió el South American Journal en su edición del 13 de abril de 1946.
Allí podía leerse: -Las elecciones argentinas constituyen la mayor derrota diplomática que ha sufrido Estados Unidos en los últimos tiempos, y le ha sido infligida por los electores argentinos.
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