La patria docente: ¿Por qué luchan los sindicatos de maestros?
Como cada año, los reclamos salariales de los docentes vuelven en estos meses a ocupar el escenario público, aunque detrás de su discurso unificado se esconde la división en decenas de gremios y la necesidad de hacer equilibrio en sus críticas al Gobierno; ¿Debería la calidad educativa o la evaluación estar entre sus demandas?
Hay que retener un nombre: Donald Blythe. Y un proyecto de ley: ley de reforma educativa. Una frase, por último: "Haz algo que los salve de sí mismos". Para finalmente preguntarse: ¿todos los gremialistas docentes son progresistas y de izquierdas y parecen refractarios al cambio?
Blythe es un educador que toda la vida soñó con una reforma educativa progresista, no en cualquier lugar, sino en Estados Unidos. Frank Underwood es el operador político que aplastará el sueño de Blythe para sacar de la galera un proyecto de ley de reforma educativa que de utópica, cero, con la evaluación periódica de los docentes como eje de la propuesta. Marty Spinella es el lobbista de los sindicatos que debe "venderles" la reforma a los sindicalistas para eso, para salvarlos de ellos mismos, como le dice Underwood, que lo deja offsideen cada jugada.
Todo sucede en House of Cards, la serie que Netflix lanzó el año pasado y es un exitazo. Es intriga política en estado puro, con políticos que deberían estar del lado de los buenos -Underwood es demócrata, no republicano-, pero son cínicos y corruptos y brillantes. Hay algo novedosísimo en la serie: Underwood, el corrupto, juega el ajedrez del poder en torno a una ficha atípica -la reforma educativa, la evaluación docente y la resistencia que genera entre los gremios- en una ficción en la que todo se orquesta en torno al poder, el dinero y su erotismo.
No sé si Hollywood nos inventa o es apenas un reflejo en el que la realidad se encuentra con su forma final. Pero es llamativo, como mínimo, que los sindicalistas "de allá" resuenen en los estereotipos de aquí: políticamente de izquierdas, estéticamente progresistas, dueños de utopías cansadas, fanáticos de una retórica combativa, reacios a las políticas educativas de última generación que cuantifican logros, esquivos a las innovaciones. Y con un increíble poder de fuego: el paro.
Lo sabemos: estamos en temporada de paros docentes. "Hay algo que se llama almanaque", dice el periodista e historiador especializado en historia del movimiento obrero, Santiago Senén González. Enero y febrero es paritarias, aunque este año la temporada se puede extender, con un panorama más complicado que lo usual por un futuro reducido al minuto a minuto, que no aporta certezas de precios y tarifas de un mes para el otro.
¿Sólo los salarios mueven a los sindicatos? ¿Sólo las mejoras de sueldo alientan la amenaza de la huelga? ¿Qué lugar ocupan temas como calidad educativa, mejora escolar, evaluación docente en las agendas gremiales? Pero más allá todavía: la cuestión es si tienen que ocupar algún lugar y si los gremios defienden algo más que las condiciones de trabajo de sus propios afiliados, los docentes. ¿Piensan en todos o piensan sólo en su sector? ¿Defienden la educación pública mejor que el Estado? ¿Nos defienden?
EL CAMPO POPULAR
Es raro. Toda la puesta en escena del gremialismo docente parece ir hacia el pasado, hacia tradiciones, gestualidades y retórica construida en los debates ideológicos llegados hasta la década de los 70. De las revoluciones culturales, sociales y tecnológicas de los últimos treinta años, las que están moldeando el futuro de la educación, se escucha poco. El secretario general de Suteba, el gremio docente de mayor peso en la provincia de Buenos Aires, con 95.000 afiliados, Roberto Baradel, cumple con el estereotipo sindical clásico: pelo largo, barba, buen kilaje y le gusta hablar de la "mercantilización de los noventa". No es el único.
"Ya no usa camisas negras." "Le dije que se afeitara la barba." "Es un tipo inteligente. Le dije que dejara de hablar así." Escucho de funcionarios, educadores y académicos que conocen al secretario general de UTE en la ciudad de Buenos Aires, Eduardo López, que tiene 49 años y es profesor de geografía, tiene barba y razona lindo cuando habla en persona. Es el modelo "más intelectual y moderno" entre los gremialistas docentes, me dicen. Pero se vuelve casi un niño de La Cámpora cuando tiene un micrófono a mano. El macrismo y la mercantilización de la educación. El macrismo y la privatización de la educación. El macrismo y los negociados. El macrismo, en fin. El enemigo. La derecha. El capitalismo. Salvaje.
Otro gremialista docente histórico, Roberto "Tito" Nenna, el anterior secretario general de UTE, también apelaba hasta hace poco a balas del mismo calibre ya abandonada la neutralidad gremial por su banca de legislador por el Frente para la Victoria. "Macri no es más que otro producto del mercado", decía, mientras el alcalde porteño paseaba por un supermercado.
La secretaria general de Ctera, Stella Maldonado, de 65 años, tiene también un discurso tajante y duro. Menos florido y más solemne. Maldonado habla por teléfono de "campo popular" y cree encontrar en la misión del gremio docente una continuidad del servicio que prestaron los dirigentes que la precedieron, "los seiscientos desaparecidos", dice. Habla en privado muy parecido a cuando lo hace en público.
Baradel y López, en cambio, son más interesantes en la entrevista privada. Tienen datos, información dura, buenos argumentos que no lucen ante las cámaras. ¿Es marketing para los afiliados tanta retórica combativo-militante y tanta estética progremente correcta?
Baradel devuelve la pelota: "También hay que reconocer que sólo se habla de educación con los paros. Tenés minutos apenas, cuando los medios escuchan, para llamar la atención y no da tiempo para argumentos más complicados. Sería bueno discutir de educación todo el año". Y jura que no, que no hay puesta en escena, que es convicción y coherencia con tradiciones gremiales heredadas y honradas.
ANTES Y DESPUÉS DE LA ERA K
Pero los diez años de kirchnerismo han sido un desafío para el gremialismo docente. Le pasó lo mismo que al progresismo en general: están obligados al malabarismo. Es difícil encontrar el punto justo de tensión con el gobierno kirchnerista que les deje defender los intereses de las bases, los docentes, y al mismo tiempo cuidar de un "gobierno nacional y popular" que llevó a la práctica muchas de las "conquistas" y las "luchas" en las que creen. Por eso, López, en la ciudad de Buenos Aires, tiene el camino más allanado: ante una gestión de signo opuesto, el macrismo, la retórica y la acción reivindicativa está más fácil.
La "fase neoliberal" de la Argentina de los 90 planteó desafíos más claros al movimiento docente. Las reformas educativas, la provincialización de los servicios educativos y el impacto en las condiciones laborales, que puso además en riesgo las representaciones nacionales como las de Ctera, dividieron aguas. Los gremios docentes tenían que ser duros. Y creativos: fue el momento de la Carpa Blanca y las movilizaciones en lugar de los paros. Un cierto enamoramiento con la sociedad, que miraba con mejores ojos a un gremialismo sindical que buscaba también cuidar la educación pública, evitando el paro. Así lo explica el doctor en Educación Mariano Palamidessi en Sindicatos docentes y gobierno: conflictos y diálogos en torno a la reforma educativa en América Latina.
El contexto es más gris ahora. Baradel está complicado en ese punto: tiene un gobierno peronista enfrente, pero con una relación ambigua con el kirchnerismo. Aunque ganó las elecciones, el año pasado le costó perder importantes seccionales, entre ellas, La Matanza, con mayor cantidad de afiliados, en manos de una lista opositora de izquierdas.
"Los afiliados no están preocupados por lealtades políticas, por si Lenin o Marx. Van por el dirigente que les da más beneficios, cursos de formación con descuentos, vacaciones, colonia", resume Senén González, para quien desde la crisis de 2001 se viene dando mayor dispersión de la representación en líneas internas antes minoritarias, o por fuera mismo de los gremios, que no logran satisfacer demandas de tiempos difíciles. También está por detrás la lógica del "divide y reinarás". "Todo poder político no importa de qué signo sea, cuando necesita imponer una política determinada, apela a la división", explica López.
Pero en la práctica, a la hora de las luchas, los paros y las reivindicaciones, la dispersión pesa menos. Por un lado, a los gremialistas les sale fácil confederarse por objetivos comunes. Por otro, todos salen en la foto, pero los acuerdos en la ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, se cierran con los sindicatos más poderosos.
La secretaria general de la Federación de Educadores de Buenos Aires (FEB), con unos 80.000 afiliados, Mirta Petroccini, de 59 años, se siente más libre para hablar. "Independiente, nacional y popular", se define. Y reivindica la total autonomía de su gremio en relación con el kirchnerismo. De hecho, se fue de la Confederación Argentina de la Educación (CEA), filokirchnerista, alineada con la CGT del oficialista Antonio Caló. Están buscando la personería jurídica de su propia confederación nacional.
SALARIOS. ¿Y ALGO MÁS?
En 2011, el gobierno porteño y los gremios docentes llegaron a un acuerdo salarial que permitió empezar las clases en tiempo y forma. Sin embargo, igual hubo paros: siete días, más una carpa instalada sobre Avenida de Mayo. No fue por salarios, sino por la oposición del gremio docente al proyecto del gobierno de la ciudad de supresión de las Juntas de Clasificación, claves en el otorgamiento de puntajes y de evaluación de antecedentes de los docentes que entraban al sistema y de los que querían ascender.
Se trataba de un tecnicismo, sí, pero donde se jugaba el poder de cogobierno de los sindicatos en el sistema y tácitamente la negociación de beneficios, cargos para los activistas, por ejemplo, como asesores de los integrantes sindicales de las Juntas. "Si no tenés plata, al gobierno le conviene tener una prenda de negociación -cargos- para conformar al gremio", explica un sindicalista docente de años que conoce al macrismo.
Para la gestión del ministro Estaban Bullrich, la batalla de las Juntas es un hito en el camino hacia el balance de fuerzas de unos y otros. De gremios y Estado. La informatización del sistema de atribución de puntajes quita poder discrecional a las Juntas, se redujo su poder y su número bajó de 16 a 8, aunque los gremialistas siguen teniendo la mayoría. "Ya nadie puede beneficiar a un conocido con un puntaje arbitrario", dice el subsecretario de Políticas Educativas y Carrera Docente porteño, Alejandro Finocchiaro.
Para la UTE, representó claramente la voluntad del macrismo de controlar y disciplinar a los sindicatos. Sin embargo, el gremialista docente experimentado no es tan optimista en relación con la pérdida de poder del sindicato: los sindicatos siguen teniendo la mayoría sobre el Estado y fuerza para negociar las famosas "comisiones pedagógicas", que permiten que un docente abandone sus tareas habituales para encargarse de otras, con la misma paga, y que mucha veces figura como "programa pedagógico", cuando en realidad se trata de activismo gremial pagado con sueldos del Estado.
¿Cuál es la relación ideal entre los gremios docentes y los gobiernos? "Autonomía, no importa quién esté en el poder", garantiza López. Y un rol de actor civil en la defensa de la educación pública en general. "La calidad de la educación está atada a la calidad de las condiciones de trabajo de los docentes", afirma Petroccini. Los gremialistas incluso dicen aceptar la evaluación, aunque la evaluación de la que hablan nunca es externa.
"Yo soy estatista y quiero que me evalúe Macri. Y Macri, como es privatista aunque es el Estado, quiere evaluaciones externas de privados", plantea López.
El director del Centro de Estudios en Políticas Públicas (CEPP), Gustavo Iaies, los quiere a cada uno dedicado a lo suyo. "Es un error cuando la sociedad pone a los dirigentes sindicales en el lugar de dirigentes sociales y, por ejemplo, les reprocha que no luchan por la calidad educativa y perjudican a la educación con los paros. Los gremios docentes luchan por los intereses de los docentes, no por la calidad educativa, no importa si son docentes buenos o malos", argumenta Iaies, que agrega: "El Estado es quien no debe perder de vista los intereses de la sociedad en general y es quien debe premiar a los buenos maestros y castigar a los malos".
"Ante los paros, el sindicato va a pelear por no afectar el presentismo de los docentes. El docente, por garantizar las clases", dice Iaies. Los dos objetivos se oponen. "Desde que la mejora del sistema no es una cuestión cuantitativa -más alumnos, más docentes, más escuelas-, sino cualitativa, mejor educación, los intereses del Estado y de los gremios empiezan a distanciarse."
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