70 AÑOS DEL TERREMOTO DE SAN JUAN
“Empezó de golpe y muy fuerte. Yo levanté a tu mamá, que tenía meses, y corrí para afuera por la parte de atrás. Tu abuelo estaba por entrar desde la calle con tus tíos y el frente de la casa se les cayó encima. Pasaron muchas horas pero lo sacaron. Se quebró los dos brazos y tus tíos estaban bien, un poco machucados. Perdimos todo. Pero tuvimos muchísima suerte, no se nos murió nadie”. En sus últimos años de vida, y cada vez que la pasaba a visitar, mi abuela, Sara Roldán, me contaba más o menos así este episodio. Ella siempre tenía anécdotas, pero con el tiempo ese momento feroz fue ganando espacio entre sus recuerdos. Por el terremoto del 15 de enero de 1944 mi familia materna abandonó la destruida ciudad de San Juan y se instaló en el Gran Buenos Aires.
Su historia es una más de las muchas que generó el gran terremoto, el desastre natural de mayor magnitud en la historia argentina; casi diez mil personas murieron esa noche. De inmediato, el gobierno militar que había tomado el poder medio año antes convocó a una colecta que devino una enorme muestra de solidaridad. El organizador del operativo de ayuda fue Juan Domingo Perón, Secretario de Trabajo, y esa tarea fue la primera que le dio proyección nacional. Además, en un evento en el que se buscaba reunir dinero para los afectados, el coronel conoció a quien luego sería su esposa, Eva Duarte. El terremoto, entonces, está asociado fuertemente con el origen del peronismo y así se lo suele recordar.
Pero luego se esfuma; y una vez pasada la catástrofe “los focos” se trasladan a otros escenarios menos periféricos. Por fortuna, en un destacado libro de 2012, El peronismo entre las ruinas, el historiador Mark Healey recupera la trama de lo que vino después y plantea a la complicada reconstrucción sanjuanina como decisiva para la conformación de lo que sería el movimiento político más importante de la Argentina moderna.
El terremoto permite pensar dos cuestiones cruciales. Por un lado, dejó en evidencia –lo señala claramente Healey– cuán frágil fue el progreso de la tantas veces celebrada Argentina agroexportadora de principios del siglo XX. Hoy sabemos que junto con el importante crecimiento económico ella cobijó una gran desigualdad social y un endeble sistema político, pero en áreas lejanas de la rica región pampeana estos rasgos eran aún más marcados. Cuando Perón propuso construir una “nueva Argentina” no se refería solamente a darle derechos básicos y más participación en la renta total a los trabajadores de las grandes ciudades, sino a revisar también los fundamentos de ese Interior y especialmente la situación de sus pobres, aún más relegados que los otros. Sin esa consideración mayor, que incluye al resto del país, no se puede entender el surgimiento y la consolidación de algo que terminó siendo tan fuerte como el peronismo.
Lo ocurrido con el terremoto invita también a revisar cómo se construye nuestra mirada sobre la historia argentina. Se afirma habitualmente que ella tiende a ser porteño-céntrica, o mejor aún pampeano-céntrica, con lo cual lo sucedido en esa región se usa de lineamiento de la historia nacional y el resto entra como agregado a ese eje. Esto no ocurre solamente en varios de los textos producidos en Buenos Aires sino que también se percibe a menudo en investigaciones realizadas en diferentes provincias, que analizan la historia local en relación a una suerte de modelo que sería la historia porteña o pampeana. A eso se suma que muchas veces se mezcla la historia bonaerense con la historia del Estado nacional y se las toma erróneamente como algo casi indiferenciado. Pero esto se encuentra en proceso de cambio.
Desde hace ya un tiempo estamos en condiciones de encarar una historia argentina que rompa con esa tradición. La mayor cantidad de centros de investigación en todo el país en los últimos años, los aportes realizados en el exterior, la conciencia creciente de que incorporar perspectivas regionales no es sólo políticamente correcto o sirve como matiz sino que puede modificar la mirada general, nos tiene quizás a las puertas de una revisión de la historia nacional. Ello no implica rescatar la acción de “grandes hombres” del Interior, algo presentado en ocasiones como un falso gesto federal, sino hacer una historia social, política, cultural, intelectual, económica y ambiental del conjunto de la población y de todo el territorio, como la que se viene desarrollando hace años en distintos lugares. Una historia integrada permitirá que episodios dramáticos como el terremoto de San Juan no sean solamente una anécdota terrible que se desvanece enseguida salvo en un ámbito local (o, como en mi caso, familiar); su análisis profundo incorporado realmente en un relato más amplio puede modificar nuestra comprensión del derrotero histórico argentino.
San Juan y la historia nacional
El aniversario del mayor desastre natural de la historia argentina, el terremoto que destruyó San Juan en enero de 1944, clave en la conformación del peronismo, permite revisar algunos aspectos centrales de cómo se narra la historia argentina.
“Empezó de golpe y muy fuerte. Yo levanté a tu mamá, que tenía meses, y corrí para afuera por la parte de atrás. Tu abuelo estaba por entrar desde la calle con tus tíos y el frente de la casa se les cayó encima. Pasaron muchas horas pero lo sacaron. Se quebró los dos brazos y tus tíos estaban bien, un poco machucados. Perdimos todo. Pero tuvimos muchísima suerte, no se nos murió nadie”. En sus últimos años de vida, y cada vez que la pasaba a visitar, mi abuela, Sara Roldán, me contaba más o menos así este episodio. Ella siempre tenía anécdotas, pero con el tiempo ese momento feroz fue ganando espacio entre sus recuerdos. Por el terremoto del 15 de enero de 1944 mi familia materna abandonó la destruida ciudad de San Juan y se instaló en el Gran Buenos Aires.
Su historia es una más de las muchas que generó el gran terremoto, el desastre natural de mayor magnitud en la historia argentina; casi diez mil personas murieron esa noche. De inmediato, el gobierno militar que había tomado el poder medio año antes convocó a una colecta que devino una enorme muestra de solidaridad. El organizador del operativo de ayuda fue Juan Domingo Perón, Secretario de Trabajo, y esa tarea fue la primera que le dio proyección nacional. Además, en un evento en el que se buscaba reunir dinero para los afectados, el coronel conoció a quien luego sería su esposa, Eva Duarte. El terremoto, entonces, está asociado fuertemente con el origen del peronismo y así se lo suele recordar.
Pero luego se esfuma; y una vez pasada la catástrofe “los focos” se trasladan a otros escenarios menos periféricos. Por fortuna, en un destacado libro de 2012, El peronismo entre las ruinas, el historiador Mark Healey recupera la trama de lo que vino después y plantea a la complicada reconstrucción sanjuanina como decisiva para la conformación de lo que sería el movimiento político más importante de la Argentina moderna.
"La conciencia creciente de que incorporar perspectivas regionales no es solo políticamente correcto o sirve como matiz sino que puede modificar la mirada general, nos tiene quizás a las puertas de una revisión de la historia nacional."
El terremoto permite pensar dos cuestiones cruciales. Por un lado, dejó en evidencia –lo señala claramente Healey– cuán frágil fue el progreso de la tantas veces celebrada Argentina agroexportadora de principios del siglo XX. Hoy sabemos que junto con el importante crecimiento económico ella cobijó una gran desigualdad social y un endeble sistema político, pero en áreas lejanas de la rica región pampeana estos rasgos eran aún más marcados. Cuando Perón propuso construir una “nueva Argentina” no se refería solamente a darle derechos básicos y más participación en la renta total a los trabajadores de las grandes ciudades, sino a revisar también los fundamentos de ese Interior y especialmente la situación de sus pobres, aún más relegados que los otros. Sin esa consideración mayor, que incluye al resto del país, no se puede entender el surgimiento y la consolidación de algo que terminó siendo tan fuerte como el peronismo.
Lo ocurrido con el terremoto invita también a revisar cómo se construye nuestra mirada sobre la historia argentina. Se afirma habitualmente que ella tiende a ser porteño-céntrica, o mejor aún pampeano-céntrica, con lo cual lo sucedido en esa región se usa de lineamiento de la historia nacional y el resto entra como agregado a ese eje. Esto no ocurre solamente en varios de los textos producidos en Buenos Aires sino que también se percibe a menudo en investigaciones realizadas en diferentes provincias, que analizan la historia local en relación a una suerte de modelo que sería la historia porteña o pampeana. A eso se suma que muchas veces se mezcla la historia bonaerense con la historia del Estado nacional y se las toma erróneamente como algo casi indiferenciado. Pero esto se encuentra en proceso de cambio.
Desde hace ya un tiempo estamos en condiciones de encarar una historia argentina que rompa con esa tradición. La mayor cantidad de centros de investigación en todo el país en los últimos años, los aportes realizados en el exterior, la conciencia creciente de que incorporar perspectivas regionales no es sólo políticamente correcto o sirve como matiz sino que puede modificar la mirada general, nos tiene quizás a las puertas de una revisión de la historia nacional. Ello no implica rescatar la acción de “grandes hombres” del Interior, algo presentado en ocasiones como un falso gesto federal, sino hacer una historia social, política, cultural, intelectual, económica y ambiental del conjunto de la población y de todo el territorio, como la que se viene desarrollando hace años en distintos lugares. Una historia integrada permitirá que episodios dramáticos como el terremoto de San Juan no sean solamente una anécdota terrible que se desvanece enseguida salvo en un ámbito local (o, como en mi caso, familiar); su análisis profundo incorporado realmente en un relato más amplio puede modificar nuestra comprensión del derrotero histórico argentino.
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