Francisco: las razones del primer papelón
Porqué rompió las formas de la diplomacia. El vocabulario de Karcher y sus amistades propolítica.
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El Papa debería prestarle menos atención a quienes le aconsejan involucrarse tanto en la política argentina. | Foto: Cedoc
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El telegrama a la presidenta Cristina Kirchner por la Fiesta Patria se convirtió en un papelón que afecta, en primer lugar, al papa Francisco, que, con la magnitud de desafíos que enfrenta a nivel global, debería prestarle menos atención a quienes le aconsejan involucrarse tanto en la política argentina.
En primer lugar, es llamativo el uso del tuteo en el telegrama de un jefe de Estado, el Papa, a otro, la Presidenta. Las formas son importantes en la diplomacia, en las relaciones entre los Estados, pero no por una cuestión frívola sino porque fomentan el respeto, la tolerancia y la convivencia pacífica entre las naciones y los pueblos.
El Papa debería ser consciente de eso ya que encabeza una diplomacia forjada en una de las mejores y más admiradas escuelas del mundo. No solo el Papa sino también sus colaboradores más cercanos, como monseñor Guillermo Karcher, quien en sus primeras declaraciones periodísticas dijo que la carta era falsa y había sido armada “de muy mala leche”.
Hace varios años que Karcher trabaja en Ciudad del Vaticano, donde ahora está a cargo del Ceremonial del Papa. No debería utilizar ese vocabulario porque ante todo es un sacerdote que con su palabra tiene que reunir a los fieles en un ambiente fraterno y respetuoso. Ayer, algunas fuentes señalaban, con malicia de sacristía, que a Karcher le estaba faltando enriquecer su carrera con una tarea pastoral: lo veían con un nuevo destino, alejado de los palacios vaticanos.
Además, el telegrama fue enviado diez días antes de la Fiesta Patria; esa anticipación está siendo interpretada como un intento del Vaticano de clausurar el entredicho con el Gobierno sobre la declaración con la que culminó el último encuentro del Episcopado.
Como se recordará, los obispos más cercanos al Papa salieron a aclarar que las duras palabras de la Iglesia (“La Argentina está enferma de violencia”, “la corrupción es un cáncer social”, etcétera) no eran una crítica al gobierno sino un llamado de atención a toda la sociedad.
Sin embargo, el Papa argentino no pierde ocasión en mencionar su voluntad de respetar la autonomía de las Iglesias locales al punto que entre sus variados títulos prefiere el de Obispo de Roma, es decir que se coloca a un nivel ligeramente superior al de los obispos, como un hermano mayor.
Ahora, respetar la autonomía de los Episcopados es también dejar que sean los obispos argentinos los que diseñen la relación que crean conveniente con el gobierno de turno, en un ambiente colaborativo pero de autonomía recíproca, al servicio de los ciudadanos.
Claro que el Papa ayuda, y mucho, cuando se ocupa de cuestiones de macropolítica. Por ejemplo, cuando modera las desmesuras del kirchnerismo y del antikirchnerismo y fortalece a las fuerzas centrípetas de la sociedad por encima de las tendencias a la división entre amigos y enemigos.
Pero, en temas menores, que hacen a la política cotidiana, parece mucho mejor que no gaste energías que bien necesita para afrontar cuestiones trascendentes como el viaje a Tierra Santa, la reforma de la Curia Romana y la situación de los divorciados vueltos a casar que no pueden confesarse ni comulgar.
De lo contrario, si sigue los consejos de amigos demasiado interesados en la política local, se arriesga a nuevos tropezones. Tal vez debería recordar aquella frase de su admirado Juan Perón: “Si Dios bajara todos los días a la Tierra los hombres terminarían por perderle el respeto”.
*Editor ejecutivo de Fortuna, su último libro es ¡Viva la sangre!
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