Van der Kooy, el fabulador editorialista de Clarín.
Héctor Magnetto y Eduardo Van der Kooy
Lejos de esa mezcla de adivinación y chismografía que alimenta hoy las columnas políticas de nuestro país, el análisis (de coyuntura y de prospectiva) es una de las herramientas de la ciencia política y, como tal, utiliza categorías de pensamiento para tamizar la información que recibe. Por eso, difícilmente, un analista político sobreviva a la pérdida de sus fuentes. La única posibilidad que existe para que esto ocurra es que sus patrones encuentren una utilidad especial para su pluma alquilada.
Tal es el caso de Eduardo van der Kooy quien, de un tiempo a esta parte, golpea infructuosamente a las puertas que hace un tiempo atrás se abrían para confiarle datos, opiniones y hasta alguna “operación política”. Y eso parece haberlo sacado de quicio. Sus editoriales y columnas parecen hoy extraídas de las páginas de algún comic de Marvel: hay malos malísimos y buenos buenísimos… y todo está dibujado sobre una escenografía fantástica coloreada en tonos planos, sin volumen, sosa.
A él, de verdad le han “sellado la puerta” de la confianza. Nadie con peso político real lo recibe. Ninguno de los llamados que entran a su celular es relevante. Sólo habla con aquellos a los que él y el medio en el que escribe, le hacen los libretos. Y esos dirigentes, además, lo detestan. Detestan su modo alcahuete y su prosa vacilante y, entonces, ya ni siquiera le dan ideas.
Así, esta sombra del Van der Kooy al que algunos funcionarios del menemismo le dictaban sus columnas dominicales (era patético ver cómo él y Morales Solá escribían lo mismo en dos diarios aparentemente antagónicos), pulula entre la fábula canalla, la literatura de pasquín y el comadreo de redacción. Una redacción en la que ni siquiera sirve de “figura decorativa” porque sus compañeros, los pocos que conservan una mirada crítica, también lo desprecian.
Pero él no se preocupa. Sabe que es útil a la causa de la calumnia permanente… Y sabe también que un día, un simple día, cuando ya no sea de “utilidad”, será arrumbado en el freezer de la “séptima” del diario, le quitarán su “programa/alcancía” en cable y pasará a vivir de la “dicha pasada” (como el tango de Guillermo Desiderio Barbieri), “refritando” cables de Agencias y preguntándose por qué ya no lo dejan mentir como antes.
Pero no se preocupa porque es fatalista. Sabe de los destinos inexorables. Conoce la lógica del Poder. Y está bien al tanto de que “las águilas no cazan moscas” así que, mientras tanto, continúa con su novela por entregas sobre las intimidades de la Casa Rosada (a la que no accede desde hace meses), haciendo gala de su más supina ignorancia sobre las cuestiones que de verdad ocurren puertas adentro.
Pero aun escribe… porque muy pocos se animarían a mentirle al Pueblo como le miente el.
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