domingo, 4 de noviembre de 2012

VERON QUE NO ES PERON

ELECCIONES Y ECONOMIA

Voces en la tormenta

Por Eliseo Veron
03/11/12 - 11:54
Cuando mis lectores lean esta columna faltarán apenas dos días para que sepamos quién será, a partir de enero próximo, el presidente de los Estados Unidos. Yo mismo he expresado en este diario y en más de una oportunidad un cierto desencanto respecto de la gestión de Obama, pero no caben dudas de que el triunfo de uno u otro candidato afectará de manera diferente la coyuntura internacional en los próximos años. La razón tiene que ver con la crisis global, que una administración republicana no podrá sino agravar peligrosamente. Esta relación bastante directa entre el resultado de la elección presidencial en los Estados Unidos y la prospectiva que se puede hacer sobre la evolución de la situación internacional explica la multiplicación, en los últimos meses, de análisis relativos al estado del mundo.
Dos libros recientes han dado lugar a numerosos comentarios y claramente se destacan: End this Depression Now! de Paul Krugman (algo así como: “¡Terminemos con esta depresión, ya!”) y The Price of Inequality de Joseph Stiglitz (“El precio de la desigualdad”). En primer lugar, produce un placer intelectual particular que nada menos que estos dos premios Nobel de economía nos expliquen que los factores que han llevado el mundo a la crisis a partir del 2008, son factores políticos y no económicos. Como lo subrayan con una mezcla de asombro y entusiasmo, en el último número de la New York Review, dos politólogos, Jacob Hacker de Yale y Paul Pierson de la universidad de California en Berkeley, pareciera que estamos volviendo a los orígenes, a los padres fundadores, cuando la perspectiva clave era la de la economía política. En términos de la evolución de las ideas, es una buena noticia.
El problema es que, desde esa perspectiva, sólo se pueden dar malas noticias. La época de la desregulación y el crecimiento de la deuda, explica Krugman, fue en verdad una época de crecimiento extraordinario de los ingresos de una minoría pequeña pero influyente. “Y ésta es sin duda una importante razón por la cual muy pocos estaban dispuestos a escuchar las advertencias acerca del camino que estaba tomando la economía”. Stiglitz, por su parte, llega a sugerir que si los que gobiernan no se convencen de la urgente necesidad de una reforma política, las revueltas populares que se han producido últimamente en las naciones del Medio Oriente van a terminar llegando a los Estados Unidos, porque la enorme y creciente diferencia entre el 1 por ciento de los ricos y el restante 99 por ciento es el síntoma de una economía globalmente enferma. En buena medida, “nuestro propio país [los Estados Unidos] se ha vuelto uno de esos lugares perturbados, donde se satisfacen los intereses de una minúscula élite”.
Hacker y Pierson articulan la problemática de estos dos libros con la coyuntura electoral que se cierra el próximo martes, y el panorama que trazan es sombrío. Esa coyuntura está marcada por el cruzamiento de dos desequilibrios que tienden a acentuarse: el que existe entre los ricos y el resto de la población, y el contraste entre un Partido Demócrata lleno de conflictos internos y un Partido Republicano cada vez más agresivo y fundamentalista. Esto genera una situación bloqueada y una guerra de trincheras que “refuerzan a todas las fuerzas que empujan hacia una desigualdad aún mayor”. Y entonces opera algo que se parece bastante a un doble vínculo patológico: el presidente Obama aparece como el culpable de la mala situación económica de la mayoría de la población, y fueron los republicanos los que le impidieron sistemáticamente aplicar las medidas que hubieran podido mejorarla.
En ese mismo número de The New York Review, hay un artículo de George Soros sobre “la tragedia de la Unión Europea”: otra voz que busca hacerse oír en la tormenta. No tengo espacio para exponer su demostración de por qué la estrategia actual de Alemania es funesta, pero la conclusión de Soros (resumida aquí brutalmente) es interesante y provocativa. ¿Cuál es el único modo de sacar a la Unión Europea del camino que la lleva hacia una depresión permanente o una desintegración? Hay que colocar a Alemania ante una alternativa: o acepta transformarse en la nación líder que busca el crecimiento de Europa, en lugar de imponer austeridad y recortes a los países más endeudados en nombre de una cierta ortodoxia (y de su propio interés nacional) o se va de la Unión. O sea: si hay un país que eventualmente debería abandonar la Unión es Alemania; sin ella, los demás países terminarían recuperando el crecimiento tras una devaluación del euro. ¿Qué nación puede plantearle a Alemania esa disyuntiva? Sólo Francia, asociándose con España e Italia. Pero el gobierno socialista francés no parece dispuesto, ni ser capaz, de asumir semejante contraliderazgo.
*Profesor emérito, Universidad de San Andrés.

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