sábado, 7 de junio de 2014

Un cañonazo de 6 millones que no se disparó

EN FOCO

Nótese la casi soledad de quienes defienden en público a Amado Boudou. Hablan el jefe de Gabinete Jorge Capitanich, el diputado Carlos Kunkel, por ahí desgrana algunas palabras el ministro Agustín Rossi, hace lo suyo el coro de publicistas y difusores con financiamiento público. Y poco más. Por cierto, las arremetidas efusivas del vicepresidentesirven para enmascarar por un rato lo raquíticas que están las filas de sus defensores. Pero pronto el humo se disipa, la espuma baja. Y las afiebradas llamadas del secretario general de la Presidencia Oscar Parrilli no logran que ni gobernadores ni otros ministros se sumen a la pretendida coraza política para Boudou.
Y no es que se trate de gente reacia a decir en público algo distinto a lo que piensan en privado. Lo han hecho miles de veces y lo harán cada vez que lo consideren necesario. Pero muy pocos consideran necesario y mucho menos conveniente defender a Boudou en este enchastre del escándalo Ciccone. Y está a la vista que ya no hay la misma capacidad de presión que antes, desde la Casa Rosada, para hacerlos recitar el versito consabido, culpando a los medios de todos los males del Universo.
Un observador perspicaz del Gobierno apunta sobre el sugestivo silencio de La Cámpora, la guardia de corps de la Presidenta sobre quien llueve inevitablemente el costo de las andanzas del vicepresidente que ella eligió a su real antojo. Quizás la súbita pérdida del habla del camporismo tenga que ver con el enojo de su referente, Máximo Kirchner, por el apoyo que su madre le sigue ofreciendo a Boudou. Se aventura el observador perspicaz: quizás hasta haya habido alguna discusión puertas adentro de la familia. Difícil saberlo. Lo que se sabe es lo que se ve. Y lo que se ve es que La Cámpora calla y deja que la lluvia ácida carcoma al vicepresidente.
Máximo nunca lo quiso a Boudou. Ahora lo quiere menos que nunca por el daño político que le está causando a la Presidenta.
La versión actual de Capitanich está programada para negar hasta lo evidente.
Esta vez negó la reunión del martes en la Casa Rosada, revelada por un artículo de Ignacio Ortelli en Clarín. Allí estuvo la Presidenta con el propio Capitanich, el siempre presente Carlos Zannini y Boudou. Fue cuando la Presidenta le indicó al vice guitarrista y cantor que seaenérgico y agresivo en su defensa.
Con ese tono salió el miércoles y ayer Boudou, hablando en la seguridad que brindan los micrófonos amigos.
Dos fuentes del Gobierno, una de ellas con oficina en el área de la Presidencia, ratificaron a Clarín la existencia de ese encuentro. El periodista que publicó la noticia abrevó en fuentes del Congreso, como quedó escrito en el artículo. Entre ellas las del propio entorno de Boudou, que suele alardear con el respaldo que le da Cristina y su virtual permiso para circular sin patente por la política.
A Boudou siempre le gustó fanfarronear con su supuesta influencia sobre la Presidenta.
Allí hay que buscar la raíz de algunos entendibles odios de Máximo Kirchner.
Por cierto, Cristina sostiene al vicepresidente. Lo puso en lugar visible en los últimos actos en la Casa Rosada. Lo empujó a atacar como mejor método de defensa, receta clásica y tantas veces eficaz del kirchnerismo. Pero resulta que algunas cosas están cambiando. Y parece difícil hoy retroceder en el tiempo y actuar como en la Semana Santa de 2012, cuando con el 54% de los votos todavía fresco y el caso Ciccone destapado hacía sólo un par de meses, Boudou atropelló y se llevó puestos al juez Daniel Rafecas, al fiscal Carlos Rívolo y provocó la renuncia del procurador General Esteban Righi.
No estamos en la Semana Santa de 2012 sino en la pendiente enjabonada del 2014, con la inflación arriba y el consumo abajo, la economía enfriada y el ánimo social recalentándose, y los funcionarios tratando de vender con épica revolucionaria el acuerdo con el Club de París, el pago a Repsol, la buena letra con el FMI, el pasado oscuro y el presente fastuoso del teniente general César Milani, y varios etcéteras más.
Vuelve el observador perspicaz del Gobierno, con dos preguntas: ¿Cristina mantendrá la defensa de Boudou contra viento y marea, como hasta ahora, o lo está empujando a apurar una decisión del juez para darle un corte a este asunto tan enojoso?
¿Será cierto que hay alguna inquietud en la dirigencia oficialista por la templanza y contención del vicepresidente ante una contingencia adversa? Dicho de otro modo: ¿si le va mal Boudou seguirá callado o prenderá el ventilador salpicando a todos los que hayan estado cerca del escándalo Ciccone, incluyendo la memoria de Néstor?
Son temores ligeramente paranoicos, podrá decirse. Pero existen.
Por otro lado, también abundan las preocupaciones en la Justicia. La defensa de Boudou está jugando fuerte, sobre el límite pero sin pisar afuera del fleje, para entorpecer la causa y, de máxima, sacar del medio al juez Ariel Lijo.
La operación de apartar al juez a través de una decisión de la Sala I de la Cámara Federal fracasó la semana anterior. Fue en medio de denuncias públicas, operaciones encubiertas y un juego abierto de presiones que tuvieron sobresaltados a los tribunales. Pero esa intención del oficialismo sigue vigente y la defensa de Boudou va en esa dirección.
No habría que minimizar su potencial.
Se da como un hecho en Tribunales, y también lo admitieron a Clarínfuentes de la Casa Rosada, que algún operador intentó disparar un cañonazo de seis millones de pesos sobre los camaristas que acompañaran la jugada para salvar a Boudou.
Al parecer, los tres abogados que revistan en el Ministerio de Justicia y que fueron encomendados para esa misión no pudieron hacer detonar semejante carga explosiva. Por eso se asegura que volvió a caminar los pasillos judiciales con otra estrategia el auditor Javier Fernández, veterano en los juegos florentinos de presiones y promesas, que había sido desplazado luego de un enfrentamiento con Zannini.
“El juez está firme y va con todo” aseguran, mitad certeza y mitad expresión de deseos, los que acceden a lo que sucede dentro del Juzgado Federal 4.
Lo curioso es que hasta hace poco en el Gobierno consideraban a Lijo como “un juez amigo”, quizás con cierta ligereza, basándose en sus viejos lazos personales y familiares con el peronismo y con altos funcionarios kirchneristas. Pero ahora todo indica que Lijo tendría un consistente apoyo en toda la pirámide judicial, desde los secretarios de juzgados hasta miembros de la Corte Suprema.
Según los indicios que pueden colectarse en los tribunales, la Justicia federal percibe esta pulseada entre el juez y Boudou como la última barrera de resistencia que pretenden conservar invicta para no ser arrastrados por el descrédito creciente del Gobierno y sus personajes más irritantes frente a la opinión pública.
Quizás los anime un renacido espíritu republicano. Quizás estén sólo pensando en cómo sigue la vida después de 2015.
“No somos todos Oyarbide”, dice un juez que lleva más de una década sobreviviendo a la trituradora de la política.

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