El presente que construyeron los votos
Por Roberto Follari *
El huracán Cristina
“Estábamos tan bien y llegaron los Kirchner.” Eso piensan las oposiciones (es decir, muchos medios y variados políticos, más alguna “gente bien” y cierta clase media) cuando contrasta el presente con el tiempo anterior. Y, para colmo, los K llegaron para quedarse. Es lo que se ha constatado en la última elección, aunque ya Néstor no esté para vivirlo.
Es que, como ha teorizado Ernesto Laclau, gobiernos como el actual modifican las reglas de juego y la identidad de todos los actores políticos. No se puede ser indiferente, no se puede jugar de taquito, no se puede distraerse de la política. Hay decisiones, hay la asunción de cambios con los conflictos correlativos, hay modificaciones de la relación de fuerza entre el poder gubernamental y los muchos poderes corporativos (Iglesia, Fuerzas Armadas, dueños de los medios, geopolítica imperial, grandes empresarios). No hay paz ni sosiego; con este gobierno pasan cosas. Por eso Mariano Grondona pidió hace tiempo que volviera un gobierno de “gente normal”. Es que gran parte de la sociedad vivió como normal que los gobiernos fueran títeres del poder económico y que “no se sintieran”, dado que no gobernaban, apenas administraban las decisiones del gran poder económico. Un gobierno en serio es un gobierno que hace olas, que plantea conflictos; los demás son “lo normal”, los gobiernos de la sempiterna decadencia argentina, los de Menem y De la Rúa. Por eso hay “crispación” y “Cris-pasión”; por eso la primera aumenta y correlativamente se afianza la segunda. La crispación que los medios hegemónicos han mostrado ante el triunfo rotundo e inobjetable de Cristina en las urnas, hasta llegar al exabrupto de Nelson Castro diciendo por TV –no cito textualmente– que Néstor Kirchner murió por enfermedad de poder. Todo irrespeto parece posible a la desesperación de las oposiciones. Esas que, entonces, prefieren absurdamente los tiempos de la deuda externa incesante, los ajustes permanentes, las bajas de salarios, la esclavitud ante el FMI, el “que se vayan todos”, a estos “anormales” tiempos actuales de derechos crecientes y consumo en ascenso.
Hay quienes aún sostienen esa oposición cerril de “me cae mal la Presidenta”, que se acompaña con ademanes de rechazo y con nula argumentación. Muchos (y muchas, sin duda) no toleran una presidenta bella, elegante, con capacidad política y extraordinariamente inteligente, además de madre en una familia que aparece bien avenida. Es demasiado, como Sandra Russo señala en su libro. Es mucho en una sola persona y para colmo mujer, en quien además trabaja, produce, lucha, actúa, no se detiene, en un vértigo de actividad sólida e incesante.
A ese sentimiento de “normalidad” habitual en favor de los gobiernos que desgobiernan y al rechazo de piel, se ha sobrepuesto la Presidenta. De una sana manera: mostrando a muchos argentinos que con ella les va bien, y que con otros les iría mucho peor. Eso ha sido todo. Las oposiciones, ciegas tras la efímera victoria de la 125, se confundieron y creyeron que hablar mal del Gobierno bastaba para promover una opción. Pero la población no come vidrio y descree de los apóstoles del apocalipsis, que han tenido en la insólita Carrió a su principal mentora.
El Gobierno está firme, entonces, y lo apoyan incluso muchos que no comparten su ideario, pero que admiten la evidencia de que estamos ante un gobierno sólido, que no vacila frente a la crisis internacional ni carece de peso institucional frente a las presiones mediáticas o financieras. A este gobierno no le pasará lo de De la Rúa, todos lo saben.
Las oposiciones, mientras, deberán renacer de su fracaso. Todas juntas son menos que los votos presidenciales, de modo que llamar “segundo” al FAP es un desliz del lenguaje; está a años luz del Frente para la Victoria. De cualquier modo el FAP ha avanzado mucho sobre sus logros en las primarias. Si se mantiene el tono de Binner anterior a las estridencias de la campaña electoral, quizá tengamos por fin una oposición y no un mar de cocodrilos en ataque feroz y constante al Gobierno. Para eso, el santafesino deberá imponerse a sus flamantes aliados, esos que no pueden disimular que su ideología es más cercana a su anterior candidato Solanas que a la socialdemocracia binnerista. Y habrá que ver cómo se sostiene esa alianza, a todas luces exclusivamente electoral y que reúne tradiciones fuertemente alejadas entre sí.
Más abajo está el radicalismo, que aún no se recupera del desastre electoral. El cual es menor que el desastre identitario, el papelón de una alianza luego truncada (¿y trucada?) con De Narváez, la Marcha Peronista cantada en los actos partidarios, la apelación mendocina a quitar a Alfonsín de la boleta expuesta a gritos y sin pudor. Es más, en Mendoza también los intendentes intentaron desdoblar su elección, tanto de los candidatos nacionales como del candidato a gobernador. ¿Cómo se vuelve de ese “sálvese quien pueda”, de la ferocidad del “todos contra todos”? El radicalismo ha ganado intendencias, pero va empezando a parecer un múltiple partido vecinal.
Los que quieran aliarse ahora con el socialismo, se enfrentarán –desde la UCR– con algunos problemas. Uno será convivir con Libres del Sur o con De Gennaro, lo cual sería bastante incómodo para ambas partes. Otro, tener que ir de segundones, pues es obvio que ahora quien más votos sacó fue Binner, y sólo una imperdonable ingenuidad haría que los socialistas regalaran a la UCR, por ejemplo, una “interna”, para posibilitar que los radicales ganaran el liderazgo de una potencial alianza.
El peronismo de derechas (autodenominado “federal”) ya es residual en lo cuantitativo. El peronismo es hoy lo que conduce Cristina. El que esté fuera será furgón de cola del PRO, como máximo, y perderá toda identidad peronista. En cuanto al PRO, podría obtener estructura nacional de ese peornismo –como lo llama Horacio Verbitsky–, pero no un apoyo electoral importante. Y no en todos lados se encuentran personajes como Del Sel, y hay que mantener a los Del Sel callados para que no manifiesten incongruencias e inconveniencias. En una palabra: para que Macri se convierta en figura nacional, aún falta bastante.
El gobierno nacional tiene –por todo lo dicho– una gran oportunidad histórica, que deberá asumir con energía. El talante de Cristina Fernández parece garantizar que se irá más lejos en medidas populares como las que caracterizaron estos tres últimos años.
* Doctor en Filosofía, profesor de la Universidad Nacional de Cuyo.
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