martes, 10 de junio de 2014

La desinformación

 PERIODISMO Y GRANDES MEDIOS

La desinformación

Dos reflexiones en conmemoración del Día del Periodista, que se celebró el 7 de junio. La falaz asociación del poder de los grandes medios con libertad de expresión. La sustitución del lugar de los partidos políticos.
 Por Carlos Girotti *

Resulta difícil imaginar hoy quiénes podrían ocupar, en las actuales circunstancias, el lugar que cubrieran, a partir del 7 de junio de 1810, revolucionarios como Mariano Moreno, Juan José Castelli y Manuel Belgrano. El ejemplo de estos héroes de Mayo –convertidos en redactores de La Gazeta– ha atravesado todas las épocas históricas y, por supuesto, ha marcado el compromiso de insignes periodistas argentinos. Sin embargo, en esta nueva conmemoración del Día del Periodista la permanente labor de desinformación que acometen las grandes empresas periodísticas obliga a una reflexión de otro tipo.
Es que el poder de las grandes patronales de la comunicación, a diferencia de lo que ocurría con el periodismo revolucionario en 1810, ha venido a disimular la incapacidad política de la clase dominante para dirigir al conjunto de la sociedad y, en la práctica, los llamados multimedios comenzaron a actuar como verdaderos sustitutos de partidos de derecha o centroderecha. Es más: estas empresas, convertidas en remedo del “intelectual colectivo” del que carece la clase dominante, han vulgarizado los principios filosóficos hegemónicos modelando de este modo, una y otra vez, el sentido común de la sociedad. Los temas que “preocupan a la opinión pública” son, precisamente, aquellos que instalan los grandes medios, echando mano para ello de todos los soportes tecnológicos a su alcance e, incluso, apelando a toda clase de programas televisivos, que van desde el género de entretenimiento hasta las novelas semanales y las series unitarias.
Esta labor constante de formación y modelación del sentido común más amplio, esta recurrencia a los valores sobre los que se fundaran el terrorismo de Estado y la ofensiva neoliberal y, en suma, esta apelación a una moral pretendidamente imparcial y alejada de las pasiones sociales, no han sido –para los sectores dominantes– más que el despliegue de una estrategia de recuperación de las riendas políticas del Estado desde que, en 2003, Néstor Kirchner iniciara el actual proceso de expansión y profundización de todos los derechos civiles y de realineamiento con los pueblos hermanos y los gobiernos democráticos de la Patria Grande. De hecho, no fue una mera casualidad que un hombre del mundo periodístico como José Claudio Escribano –por entonces verdadero mandamás del diario La Nación– hubiese querido condicionar de entrada a Kirchner con un memorándum de recomendaciones que no disimulaban el fundamento corporativo y autoritario que las animaba.
De modo que conmemorar el Día del Periodista, en la Argentina de este tiempo, no puede ser concebible sin una crítica frontal a quienes, desde su labor cotidiana, hacen todo lo que esté a su alcance para destituir la experiencia gubernamental que, además de ampliar los horizontes de igualdad en la sociedad argentina, se ha empeñado en democratizar la palabra con la sanción y aplicación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.
Dicho esto, ninguna nota alusiva debería finalizar sin reconocer el compromiso, la pasión y la honestidad de los trabajadores de prensa, de los comunicadores populares y de todos aquellos medios gráficos, radiales y/o televisivos que, a diario, procuran seguir la huella trazada por Jorge Ricardo Masetti, Emilio Jáuregui, Rodolfo Walsh, Paco Urondo, Haroldo Conti y José Luis Cabezas.
* Director de Comunicación de la CTA.
PERIODISMO Y GRANDES MEDIOS

La ley del oficio

Dos reflexiones en conmemoración del Día del Periodista, que se celebró el 7 de junio. La falaz asociación del poder de los grandes medios con libertad de expresión. La sustitución del lugar de los partidos políticos.
 Por Oscar R. González *
A propósito de la celebración de un nuevo Día del Periodista, viene a cuento recordar un episodio que tuvo lugar en 2002, cuando un juez comercial que entendía en el concurso preventivo de la editorial Perfil –violadora serial de todos los convenios laborales y de todos los derechos de los trabajadores– tuvo la insólita pretensión de suspender por tres años la vigencia del Estatuto del Periodista Profesional y del Convenio de Trabajo para los trabajadores de prensa, de cuya elaboración me había tocado participar como negociador paritario unos años antes.
En su afán de salvar a la empresa –o, más precisamente, los bolsillos de sus dueños–, el custodio de la legalidad se había llevado puestas dos leyes resistidas desde siempre por los medios hegemónicos. Para entonces, yo era diputado nacional y presenté una iniciativa repudiando la ilegítima pretensión del magistrado y, en una sesión a la que asistieron trabajadores de Perfil, se declaró unánimemente la plena vigencia del Estatuto Profesional del Periodista, aprobado durante el primer gobierno de Perón.
Fue necesario aquel recurso bastante estrafalario –que el Congreso declarase la plena vigencia de una ley plenamente vigente– para poner en evidencia la complicidad entre un magistrado capaz de cometer una tropelía jurídica con tal de complacer el interés económico de una empresa amiga. Un vínculo que, como sabemos, no constituye ninguna novedad.
El recuerdo de aquel hecho tiene que ver de algún modo con la naturaleza de una batalla por la construcción de sentido que enfrenta a la política –entendida como esfera de autonomía ciudadana y herramienta de cambio– con el poder hegemónico de los grandes medios, un poder no desafiado en la Argentina durante largas décadas. Una disputa que ha tenido luces y sombras, victorias y derrotas, pero cuyo saldo incuestionable es que ya nadie puede hacerse el distraído sobre ciertas cuestiones que los periodistas conocíamos desde siempre.
La pretensión de asociar el poder omnímodo de los medios con la libertad de expresión, por ejemplo, ha dejado de ser una verdad revelada. Y el argentino medio que no se empeña en escuchar o leer sólo lo que confirma sus preconceptos o prejuicios sabe que las noticias son construcciones y no el reflejo de presuntas realidades objetivas.
Hasta no hace tanto, los propios periodistas tendían a mirarse a sí mismos más como librepensadores que como trabajadores de prensa. La formación de una conciencia de clase fue más compleja en este gremio que en otros, tanto por la naturaleza propia de las tareas intelectuales como también porque en algún momento existía una cierta identificación con el dueño del medio, que era con frecuencia, él también, un periodista y tenía a la búsqueda de la verdad como un objetivo más o menos plausible.
No hace falta decir que esos presupuestos han naufragado en medio de la marcha del capitalismo, fundamentalmente en su fase neoliberal. Los grandes medios son hoy parte de conglomerados económicos con múltiples tentáculos, y las más de las veces el diario, la radio o el canal son herramientas de presión o extorsión para allanar otros negocios más lucrativos. En tanto las condiciones de trabajo de los periodistas han sido avasalladas en casi todas sus dimensiones, con el pluriempleo, la redacción multimedia, la precarización de los contratos, la tercerización y otras tretas de que se valen los adalides de la libertad de expresión para abaratar sus productos, en más de un sentido.
Como en mis años de periodista y de actividad sindical, sigo creyendo que la libertad de expresión poco tiene que ver con la cuenta bancaria o los discursos gerenciales en los foros patronales. Tal como entonces, creo que el buen periodismo se construye en las redacciones con honestidad intelectual, libertad de conciencia, buenas prácticas profesionales y, sobre todo, respeto irrestricto de los derechos de los trabajadores. Esos derechos que sobrevivieron embates varios y que aún perduran, alojados en el texto del entrañable Estatuto del Periodista.
* Periodista. Secretario de Relaciones Parlamentarias del gobierno naciona

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