miércoles, 4 de junio de 2014

Nosotros... los periodistas

MEDIOS Y COMUNICACION
Nosotros... los periodistas
A propósito de la próxima conmemoración del Día del Periodista, Washington Uranga reflexiona sobre el momento actual de la profesión, las exigencias éticas y políticas de cara a las audiencias y, también, ante hechos recientes, sugiere la necesidad de una autocrítica por parte de los profesionales de la comunicación.

http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Washington Uranga
Ignacio Ramonet, el periodista español que fue director del periódico francés Le Monde Diplomatique y es reconocido en todo el mundo, escribió en su libro La explosión del periodismo que “un buen número de periodistas cree que las que son sagradas son sus –no siempre demostrables– opiniones, y no dudan por tanto en deformar los hechos para adaptarlos como sea a sus prejuicios”.
Es seguro que no pocos, por razones ideológicas y políticas si bien no profesionales, podrán poner en tela de juicio las afirmaciones de Ramonet a pesar de su trayectoria. Cuando conviene a determinados intereses el intento será descalificar a la fuente, al autor, sin reparar siquiera en sus dichos. En otros casos, si las palabras sirven para apuntalar las acusaciones o los prejuicios, bastará con sobredimensionar el valor del enunciatario para justificar así un titular, un zócalo televisivo, una noticia que está lejos de ser tal.
La frase citada de Ramonet ha sido extractada de un capítulo que lleva por título “Mentirosos compulsivos” e incluye el relato de varios casos famosos de todo el mundo donde la intervención de los medios y los periodistas para falsear la verdad de los hechos se transformó en un argumento fundamental para la acción política y militar de los centros de poder. Recuérdese, sólo a modo de ejemplo, las denuncias sobre las “armas químicas”, la “bomba atómica” y, en general, “las armas de destrucción masiva” adjudicadas a Irak –información luego desmentida por los propios invasores norteamericanos– y que justificaron la guerra de aniquilamiento perpetrada a partir de marzo del 2003.
Lo que sucede entre nosotros con el ejercicio del periodismo está muy lejos de tener los alcances de la tragedia iraquí. Pero los métodos no son muy diferentes. Quizá la próxima conmemoración del Día del Periodista (7 de junio) podría ser una ocasión para que los periodistas intentemos una reflexión autocrítica –largamente postergada– sobre nuestra labor, la responsabilidad que nos cabe, nuestras condiciones laborales y, sobre todo, acerca del servicio que podemos prestar a la sociedad. También para sincerarnos sobre aquello que no somos.
Ayudaría a esto revisar hechos recientes como, por ejemplo, todo lo acontecido, visto y leído en torno de la carta del papa Francisco a la presidenta Cristina Fernández. Episodio en el cual, al margen de la endeblez de la fuente y de los errores cometidos desde el Vaticano, quedó en evidencia la manipulación de los hechos, la tergiversación de la verdad y la utilización política por parte de grupos empresarios, medios y periodistas.
Nosotros... los periodistas no somos objetivos. Parte de la falacia es pretender serlo. Pero ello no implica que no podamos atenernos a la verdad de los hechos. Ser veraces, exponer los acontecimientos con el mayor esfuerzo de rigurosidad –aunque cualquier recorte esté impregnado por la mirada de quien selecciona– tiene que ser un imperativo ético. Recortar, ocultar parte de la verdad o inducir al error de las audiencias es manipulación y atentar contra la libertad y el derecho a la comunicación de la ciudadanía. Es también faltarles el respeto a quienes nos leen y nos escuchan.
Nosotros... los periodistas no somos los guardianes de la democracia. La democracia tiene sus propios mecanismos y recursos. A nosotros sí nos corresponde aportar datos, elementos, informaciones plurales, apoyadas en fuentes ciertas y diversas, para que los ciudadanos y las ciudadanas puedan adoptar sus propias decisiones.
También podemos opinar. Después de informar y por nuestra calidad de ciudadanos y ciudadanos que asumen –como otros– su compromiso con la sociedad. En nuestro caso, contar con información supuestamente privilegiada y la utilización de los medios de comunicación no hace sino aumentar la responsabilidad de nuestros actos.
El enfrentamiento político e ideológico, la polarización de intereses y posiciones, está generando una situación poco agradable y cómoda para el ejercicio del periodismo. Y no por el presunto enfrentamiento entre quienes se presumen “independientes” y aquellos que se autotitulan “militantes”. Sino porque el periodismo como tal pierde credibilidad y, a renglón seguido, se desvirtúa y se desdibuja su necesario aporte a la sociedad y la ciudadanía.
Ojalá podamos –todos y todas– los que estamos en esta profesión revisar autocríticamente nuestras propias prácticas profesionales. Sin olvidar ni subestimar nuestra condición de trabajadores en relación de dependencia antes que “profesionales liberales”, nuestras inevitables relaciones con el poder y la atención a las condiciones de trabajo que, para la gran mayoría, son cada vez más precarizadas. Quizá, reflexionando sobre el periodismo real, podamos rescatar el sentido de la profesión en torno del servicio y a la búsqueda de la verdad.
MEDIOS Y COMUNICACION
Nacionalismo publicitario
Hugo Muleiro expone las prácticas publicitarias de empresas internacionales que pretenden exaltar y explotar sentimientos y valores asociados a la Selección de Fútbol.
http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Hugo Muleiro *
Es frecuente que los mundiales de fútbol generen un gran movimiento en el universo de la comunicación, por el hecho sencillo de que grandes porciones de receptores de los medios gráficos, radiales y televisivos están abocadas al acontecimiento. Esto determina una alteración profunda de las prioridades informativas, un cambio en las agendas causado por estos certámenes, incluso en sus etapas previas. El fenómeno ya fue visitado, en ocasiones innumerables, por expertos en comunicación, sociólogos y politólogos, con las ópticas más diversas.
Algunos posicionamientos se mantienen sin embargo en el tiempo. Uno de los más repetidos es el que empieza y termina en la denuncia del aprovechamiento político de cada mundial por parte de los gobiernos, en especial el del país sede, aunque no exclusivamente. Experiencias nefastas, como el Mundial de 1978 en la Argentina asolada por la dictadura cívico-militar, alimentan conclusiones rápidas y el trazado fácil de paralelismos a menudo carentes de rigor. En este punto, lo más común es que todo gesto o acción de identificación y simpatía de un gobierno con la selección nacional de fútbol sea señalado mecánicamente como acto “populista” y de usufructo ilegítimo del deporte para “fines políticos”, puestos de manera invariable bajo las peores sospechas. Esto es frecuente por parte de quienes quieren para sí y sus intereses sectoriales el espacio que la política llegue a ocupar.
Está visto y verificado que muchísimos deportes, y en primer lugar el fútbol profesional, fueron convertidos en una industria, privatizada en gran cantidad de países y para los mundiales, con la constitución de un verdadero cartel global, dotado de fuerza económica capaz de operar por encima de cualquier frontera y de pisar las soberanías nacionales. Bien lo sabe el gobierno brasileño: sólo para dar un ejemplo, se vio forzado a hacer enmendar una ley local y permitir con ello la venta de cerveza en inmediaciones de los estadios en que se jugarán los partidos, bajo la amenaza de perder la sede, con las consecuencias políticas desastrosas que para cualquier gestión puede tener un hecho de esas características. El cartel coaccionó, en este caso, en defensa de la multinacional Budweisser. Lo que los mundiales agregan en el campo de la comunicación es un repentino resurgimiento de sentimientos y valores que son exaltados y explotados, más que por actores políticos locales, por esos mismos poderes empresariales internacionales, ajenos por completo a cualquier noción de pertenencia a lo nacional. En la Argentina, las multinacionales de las telecomunicaciones, expertas en expoliar a sus clientes y estafarlos mediante un sinfín de estrategias frente a las cuales los Estados suelen ser por demás ineficientes, se calzaron la celeste y blanco y nos están dando lecciones de patriotismo.
Uno de los casos más alevosos es el mensaje que en estos días nos está diciendo que a los argentinos “juntos no nos para nadie”, que nos respetamos y cuidamos y mancomunamos por la Selección de Fútbol y que, en esto, nos volvemos “mejores”. Esta reivindicación de una supuesta argentinidad, estructurada en un crescendo patético de entonaciones nacionalistas, viene de la mano de una de las empresas que se sirve de la debilidad de las soberanías para quedarse con servicios esenciales y llevarse ganancias: Claro, perteneciente a América Móvil, que igual que Telmex es propiedad del Grupo Carso, cuyo accionista principal es el multimillonario mexicano Carlos Slim.
La multinacional de origen estadounidense Procter & Gamble, presente en 160 países, invita también a involucrarse en sentimientos nacionalistas apelando a la conductora Susana Giménez, que se calza para la ocasión la casaca a barras celestes y blancas por más que su patria de preferencia, como se sabe, es la ciudad de Miami. P&G es, desde 2007, propietaria de Gillette, explotadora tradicional de la argentinidad futbolística.
Si la pasión con un equipo deportivo como expresión de nacionalismo es un asunto por demás complejo y discutible, pocas dudas dejan las apelaciones patrióticas hechas por multinacionales, cuya razón de ser consiste en expoliar a los países en los que operan.
* Escritor y periodista, presidente de Comunicadores de la Argentina (Comuna).


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