Carta Abierta a los que celebran la muerte
29-10-2010 / Quienes por estas horas festejan la muerte de Kirchner, demuestran sus valores y su calidad humana. Se creen iluminados, capaces de vislumbrar el futuro que nunca aciertan y de olvidar el pasado del que también suelen ser responsables con sus votos, con sus actos, con su amnesia.
Por Alex Milberg*
Quienes por estas horas festejan la muerte de Kirchner, demuestran sus valores y su calidad humana. Se creen iluminados, capaces de vislumbrar el futuro que nunca aciertan y de olvidar el pasado del que también suelen ser responsables con sus votos, con sus actos, con su amnesia.
Pero hay algo más grave.
Quienes por estas horas festejan la muerte de Kirchner, reflejan el rasgo más destructivo que tenemos los argentinos, lo peor de nuestra idiosincrasia: la ineptitud para reconocer nuestras miserias.
Somos fáciles para el elogio: rescatamos nuestra solidaridad, nuestra capacidad de sobrevivir y reponernos a las crisis, nuestra calidez que parece cada vez más vislumbrada por los turistas y menos entre los propios argentinos.
Pero somos incapaces de entender que somos parte del problema.
¿No se escuchan? ¿No se leen?
* Se escandalizan por el odio y la división pero festejan la muerte de Kirchner.
* Se enfurecen por la pérdida de valores, pero festejan la muerte de Kirchner.
* Se horrorizan por el oportunismo, pero a menos de cuatro horas de la muerte de Kirchner, resaltan la debilidad de Cristina, la posible ingobernabilidad y, otra vez, los augurios de buen derrumbe.
¿Son cínicos, hipócritas o ignorantes?
Este país no tiene arreglo si como sociedad no curamos el defecto más grave: nuestro maniqueísmo histórico, nuestra idiosincrasia miope, torpe y binaria que aún hoy nos impide reconocer lo positivo sin por ello dejar de señalar lo negativo.
Y este extenso velorio argentino sería mucho menos angustiante, si los sectores medios y medios altos, los supuestamente más instruidos y los que han tenido mayores posibilidades, demostraran el mismo respeto y tolerancia que exigen a sus líderes. Si se admitieran como parte del problema y no sólo como su solución: ¿O se olvidan? Ellos también han acompañado mayoritariamente los golpes de Estado del siglo pasado, el silencio durante la dictadura militar, la euforia ante la Guerra de Malvinas y los votos a Alfonsín, a Menem (dos veces), a De la Rúa, a Kirchner y a Cristina Fernández.
Pero claro: La culpa siempre es de los otros y los argentinos no tenemos nada que ver con lo que nos sucede, nada que ver con lo que reclamamos, nada que ver con lo que nos indigna.
En este contexto, llega la muerte y no modifica sólo la visión que tenemos hacia nuestros líderes sino también hacia nosotros mismos.
Hace dos años, fue mucho más sencillo rendir un homenaje a Ricardo Alfonsín: ya era un hombre viejo.
Sí. Porque era un hombre mayor y retirado, recibió el reconocimiento de una sociedad que lo maltrató y lo despreció mientras fue presidente y mientras se mantuvo en la vida política.
¿Fue Alfonsín acaso un hombre de consensos? ¿No se enfrentó con coraje y dureza al campo, a la Iglesia, a los militares, a la prensa y a los sindicatos? En un balance light, se sintetizó su figura en el Juicio a las Juntas y en su honestidad y se omitieron deliberadamente otros conflictos que, de algún modo y con matices, continúan vigentes en estos tiempos.
Aún así, la muerte no indultó al líder radical de sus errores en la gestión. Pero nos permitió, ya lejos del fragor cotidiano, reconocer sus virtudes y sus aciertos. La sociedad que lo homenajeó frente al cajón no estaba redimiendo solamente la memoria de Alfonsín, sino también, las suyas propias.
La discusión política será mucho más rica cuando veamos en los aciertos del otro nuestros propios aciertos. Cuando aprendamos a valorar los cimientos y no sólo a celebrar sobre los escombros. Festejar la muerte de Kircher es, además de un insulto a la democracia (a la tolerancia, al respeto), un acto de cobardía de quienes necesitan la muerte para soñar con imponer sus ideas.
Por suerte, ya no vivimos en los setenta aunque los resabios tardan en curarse. Reconocer la enfermedad es el primer paso. Pero depende de nosotros.
*director Newsweek Argentina.
Quienes por estas horas festejan la muerte de Kirchner, demuestran sus valores y su calidad humana. Se creen iluminados, capaces de vislumbrar el futuro que nunca aciertan y de olvidar el pasado del que también suelen ser responsables con sus votos, con sus actos, con su amnesia.
Pero hay algo más grave.
Quienes por estas horas festejan la muerte de Kirchner, reflejan el rasgo más destructivo que tenemos los argentinos, lo peor de nuestra idiosincrasia: la ineptitud para reconocer nuestras miserias.
Somos fáciles para el elogio: rescatamos nuestra solidaridad, nuestra capacidad de sobrevivir y reponernos a las crisis, nuestra calidez que parece cada vez más vislumbrada por los turistas y menos entre los propios argentinos.
Pero somos incapaces de entender que somos parte del problema.
¿No se escuchan? ¿No se leen?
* Se escandalizan por el odio y la división pero festejan la muerte de Kirchner.
* Se enfurecen por la pérdida de valores, pero festejan la muerte de Kirchner.
* Se horrorizan por el oportunismo, pero a menos de cuatro horas de la muerte de Kirchner, resaltan la debilidad de Cristina, la posible ingobernabilidad y, otra vez, los augurios de buen derrumbe.
¿Son cínicos, hipócritas o ignorantes?
Este país no tiene arreglo si como sociedad no curamos el defecto más grave: nuestro maniqueísmo histórico, nuestra idiosincrasia miope, torpe y binaria que aún hoy nos impide reconocer lo positivo sin por ello dejar de señalar lo negativo.
Y este extenso velorio argentino sería mucho menos angustiante, si los sectores medios y medios altos, los supuestamente más instruidos y los que han tenido mayores posibilidades, demostraran el mismo respeto y tolerancia que exigen a sus líderes. Si se admitieran como parte del problema y no sólo como su solución: ¿O se olvidan? Ellos también han acompañado mayoritariamente los golpes de Estado del siglo pasado, el silencio durante la dictadura militar, la euforia ante la Guerra de Malvinas y los votos a Alfonsín, a Menem (dos veces), a De la Rúa, a Kirchner y a Cristina Fernández.
Pero claro: La culpa siempre es de los otros y los argentinos no tenemos nada que ver con lo que nos sucede, nada que ver con lo que reclamamos, nada que ver con lo que nos indigna.
En este contexto, llega la muerte y no modifica sólo la visión que tenemos hacia nuestros líderes sino también hacia nosotros mismos.
Hace dos años, fue mucho más sencillo rendir un homenaje a Ricardo Alfonsín: ya era un hombre viejo.
Sí. Porque era un hombre mayor y retirado, recibió el reconocimiento de una sociedad que lo maltrató y lo despreció mientras fue presidente y mientras se mantuvo en la vida política.
¿Fue Alfonsín acaso un hombre de consensos? ¿No se enfrentó con coraje y dureza al campo, a la Iglesia, a los militares, a la prensa y a los sindicatos? En un balance light, se sintetizó su figura en el Juicio a las Juntas y en su honestidad y se omitieron deliberadamente otros conflictos que, de algún modo y con matices, continúan vigentes en estos tiempos.
Aún así, la muerte no indultó al líder radical de sus errores en la gestión. Pero nos permitió, ya lejos del fragor cotidiano, reconocer sus virtudes y sus aciertos. La sociedad que lo homenajeó frente al cajón no estaba redimiendo solamente la memoria de Alfonsín, sino también, las suyas propias.
La discusión política será mucho más rica cuando veamos en los aciertos del otro nuestros propios aciertos. Cuando aprendamos a valorar los cimientos y no sólo a celebrar sobre los escombros. Festejar la muerte de Kircher es, además de un insulto a la democracia (a la tolerancia, al respeto), un acto de cobardía de quienes necesitan la muerte para soñar con imponer sus ideas.
Por suerte, ya no vivimos en los setenta aunque los resabios tardan en curarse. Reconocer la enfermedad es el primer paso. Pero depende de nosotros.
*director Newsweek Argentina.
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