La vieja patraña del sándwich de chorizo
(Tiempo Argentino) Publicado el 31 de Octubre de 2010Por
Hay una enorme distancia entre esa marea humana que acompañó al ex presidente muerto y el escenario que construyó la narración mediática de los últimos años. La incongruencia es tan escandalosa como cuando estábamos “ganando” en Malvinas.
Pocas veces ha quedado tan claro como en los últimos días que el relato que construyen los grandes medios no condice con la realidad. Hay una enorme distancia entre esa marea humana que acompañó al ex presidente muerto y el escenario que construyó la narración mediática de los últimos años. La incongruencia es tan escandalosa como cuando estábamos “ganando” en Malvinas, o como cuando los muertos de la dictadura habían caído en un “enfrentamiento”.
Es inimaginable que el hombre cruel y despótico que pintaron cotidianamente durante años, tenga tantos amigos en su hora póstuma. Los pájaros de mal agüero sólo parecen haber acertado en sus vaticinios siniestros después de la última intervención quirúrgica. Pero la realidad que mostraron las calles y las plazas del país nada tienen que ver con la virtualidad que describen desde hace años para defender intereses y no ideas.
Si un paracaidista polaco hubiera aterrizado hace 20 días en el país y hubiera seguido las noticias por los medios más concentrados que pintan cotidianamente el infierno, seguramente habrá quedado desconcertado luego de semejantes manifestaciones de cariño. Debería sospechar al menos que el hombre muerto no era tan malo como decían.
También debería haber un mea culpa respetuoso entre los opositores más legítimos, aquellos que no defienden intereses concentrados pero portan de todos modos ideas conservadoras, opuestas a las del ex presidente muerto. O que simplemente son producto de una cultura que siempre despreció lo popular. Al menos deberían permitirse admitir que hay millones de personas que no comulgan con la demonización de un hombre.
Durante años dieron por sentado que todos los integrantes de la clase media porteña y aledaños odiaban desde las vísceras a ese flaco desgarbado y poco puntilloso con la vestimenta. Y también a esa señora coqueta y demasiado preocupada por su atuendo. Ni siquiera se pudo ingresar jamás a la discusión por la vía de los argumentos, porque una cerrada ola de odio clausura toda posibilidad de análisis crítico con las mejores intenciones.
Pues bien, en la hora más triste del
kirchnerismo –pero también en la más esperanzada– no pocos deben haber quedado estupefactos. No hay patraña que pueda tapar semejante manifestación de apoyo popular. Porque cuando un río humano brotó de las entrañas sociales durante los festejos del bicentenario, argumentaron con cierta razón que se trataba de una fiesta de todos. Que aquella ola de felicidad no era sólo una expresión kirchnerista. Si bien no pudieron explicar entonces por qué un pueblo supuestamente “crispado” por la agresión kirchnerista se volcaba a la fiesta, todo ha quedado ahora más claro aun.
Simultáneamente, también los kirchneristas constatan codo a codo en las calles que son millones. Y se afirman para no permitir que atropellen sus ideas con “verdades” mediáticas reveladas. Ofrecen a cambio las evidencias de una vida mejor.
No hay forma de invisibilizar esta estridencia, de ocultar la incongruencia escandalosa entre el relato mediático y la realidad. ¿Qué van a decir ahora? ¿Qué los llevaban por un sandwich de chorizo?
Hay una enorme distancia entre esa marea humana que acompañó al ex presidente muerto y el escenario que construyó la narración mediática de los últimos años. La incongruencia es tan escandalosa como cuando estábamos “ganando” en Malvinas.
Pocas veces ha quedado tan claro como en los últimos días que el relato que construyen los grandes medios no condice con la realidad. Hay una enorme distancia entre esa marea humana que acompañó al ex presidente muerto y el escenario que construyó la narración mediática de los últimos años. La incongruencia es tan escandalosa como cuando estábamos “ganando” en Malvinas, o como cuando los muertos de la dictadura habían caído en un “enfrentamiento”.
Es inimaginable que el hombre cruel y despótico que pintaron cotidianamente durante años, tenga tantos amigos en su hora póstuma. Los pájaros de mal agüero sólo parecen haber acertado en sus vaticinios siniestros después de la última intervención quirúrgica. Pero la realidad que mostraron las calles y las plazas del país nada tienen que ver con la virtualidad que describen desde hace años para defender intereses y no ideas.
Si un paracaidista polaco hubiera aterrizado hace 20 días en el país y hubiera seguido las noticias por los medios más concentrados que pintan cotidianamente el infierno, seguramente habrá quedado desconcertado luego de semejantes manifestaciones de cariño. Debería sospechar al menos que el hombre muerto no era tan malo como decían.
También debería haber un mea culpa respetuoso entre los opositores más legítimos, aquellos que no defienden intereses concentrados pero portan de todos modos ideas conservadoras, opuestas a las del ex presidente muerto. O que simplemente son producto de una cultura que siempre despreció lo popular. Al menos deberían permitirse admitir que hay millones de personas que no comulgan con la demonización de un hombre.
Durante años dieron por sentado que todos los integrantes de la clase media porteña y aledaños odiaban desde las vísceras a ese flaco desgarbado y poco puntilloso con la vestimenta. Y también a esa señora coqueta y demasiado preocupada por su atuendo. Ni siquiera se pudo ingresar jamás a la discusión por la vía de los argumentos, porque una cerrada ola de odio clausura toda posibilidad de análisis crítico con las mejores intenciones.
Pues bien, en la hora más triste del
kirchnerismo –pero también en la más esperanzada– no pocos deben haber quedado estupefactos. No hay patraña que pueda tapar semejante manifestación de apoyo popular. Porque cuando un río humano brotó de las entrañas sociales durante los festejos del bicentenario, argumentaron con cierta razón que se trataba de una fiesta de todos. Que aquella ola de felicidad no era sólo una expresión kirchnerista. Si bien no pudieron explicar entonces por qué un pueblo supuestamente “crispado” por la agresión kirchnerista se volcaba a la fiesta, todo ha quedado ahora más claro aun.
Simultáneamente, también los kirchneristas constatan codo a codo en las calles que son millones. Y se afirman para no permitir que atropellen sus ideas con “verdades” mediáticas reveladas. Ofrecen a cambio las evidencias de una vida mejor.
No hay forma de invisibilizar esta estridencia, de ocultar la incongruencia escandalosa entre el relato mediático y la realidad. ¿Qué van a decir ahora? ¿Qué los llevaban por un sandwich de chorizo?
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