La levedad opositora
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Si las elecciones fuesen hoy, ¿Eduardo Duhalde, Mauricio Macri, Felipe Solá, Mario Das Neves, Alberto Rodríguez Saá, Julio Cobos, Ricardo Alfonsín o Elisa Carrió están en condiciones de derrotar en primera vuelta a Néstor Kirchner? La respuesta que esté fundada en datos empíricos y no en planteos sesgados tendría que ser negativa.
Ninguno de los opositores mencionados suma hoy individualmente más que alguno de los dos componentes del matrimonio presidencial, por lo que al final del camino irremediablemente el Peronismo Federal deberá extremar su viabilidad como pretendido factor alternativo deshojando la margarita y poniendo sobre las tablas al que mejor represente a la heterogénea constelación anti K. Ninguno de los cuatro precandidatos presidenciales (Duhalde, Rodríguez Saá, Solá y Das Neves) mueve hoy el amperímetro.
Macri goza de un caudal de votos que puede acercarlo al lote de la primera línea pero su real chance de ingresar al ballottage debe necesariamente contar con el aporte de votos peronistas. Desde el consorcio peronista federal rechazan cederle el espacio llave en mano y, el propio Macri, no quiere entregar mansamente a ese vector su módica construcción desde el PRO.
El poder o la nada. El ex presidente de Boca Juniors admite en la intimidad que no tiene demasiado interés en seguir siendo jefe de Gobierno, y mucho menos en un escenario que mantenga a Néstor Kirchner o Cristina Fernández en lo más alto del poder. "Si gana Kirchner mi futuro está en Europa. Con más poder me meten preso a los cinco minutos", revela Macri, sabedor de que sin Carlos Reutemann en escena ninguno de los federales hace oscilar la aguja hacia adelante.
Duhalde está clavado en el mismo lugar por sus pro y sus contras. Su figura, pese a haber tenido una dignísima experiencia como presidente de la Nación en épocas en que el piso de la Argentina se movía peligrosamente, no logra atraer a determinados sectores medios urbanos. Un estigma mítico y sin aparente resolución.
Solá y Das Neves tienen más voluntad que votos, además de carecer de una estructura propia que les permita navegar sin necesidad de alquilar el motor a otras referencias.
Fuera de ellos, no hay más nada en el Peronismo Federal. Por eso, el propio Duhalde intenta atraer con cantos de sirena a Daniel Scioli, el impertérrito gobernador que en base a discursos livianos y eternos planes de amor y paz ha sobrevivido a sus mentores.
Scioli a esta altura podría constituirse en el puente para que numerosos intendentes hoy kirchneristas del estratégico conurbano bonaerense se animen a pegar un salto mínimo, fieles a su acendrada costumbre de convivir siempre allí donde se aloja el poder. El vacío peronista anti K comenzaría a llenarse si el gobernador bonaerense se diferenciara de Balcarce 50, algo que por el momento es sólo ciencia ficción.
Con estas piezas en el tablero, la respuesta al interrogante del inicio de esta columna tiene en Alfonsín uno de los indicios. Al hijo del ex presidente para crecer en las encuestas parece haberle bastado con la portación de apellido y con una interna en provincia de Buenos Aires donde nadie recuerda el apellido de su competidor.
El hijo pródigo. Aquello de que la muerte embellece a las personas se trasladó como una mancha húmeda a Alfonsín hijo, de quien se desconoce toda vinculación con la gestión. Es esa ausencia de mochilas lo que se instala en él como potencialidad y déficit: no tiene que andar por la vida haciendo balances administrativos pero hace crecer la duda sobre un salto de calidad respecto a las condiciones de gobernante.
Es lo que con más claridad que nadie (y ciertamente con expresión bífida) grafica Elisa Carrió a la hora de ironizar sobre “Ricardito” y su casi seguro compañero de fórmula Hermes Binner. Lilita clava el desafío de la gobernabilidad para tirar lastre de ese binomio y acelerar su intento de darle un barniz peronista a su construcción, algo que por ahora está a años luz de ser realidad.
Todo el entramado verbal de la oposición se conjuga en expresiones de deseos. “En diciembre las cosas van a cambiar”, dicen unos. “Kirchner pierde con cualquiera en segunda vuelta”, se consuelan otros. Dos frases cargadas de voluntarismo que les sirven como almohada para justificar la falta de enamoramiento de cara a la sociedad.
Curioso mojón el que atraviesa a la sociedad argentina. Por primera vez, el rechazo hacia un gobierno (que sigue siendo muy alto) no está enraizado en cuestiones vinculadas a la economía o a hechos escandalosos de corrupción sino al desgaste por los usos y costumbres de un Ejecutivo que, al decir de un ex diputado nacional hoy vinculado al kirchnerismo, “se empeña en entrarles por la fuerza a los que sólo quieren que les hagan el amor”. La cita es tan brutal como ilustrativa.
Valor de cambio. Ya resultará cansador para el lector habitual de esta columna que el análisis se despliegue hacia la teoría del cientista político norteamericano Dick Morris: “Para algunos gobernantes es más fácil cambiar de ideología que de personalidad”. Pero en esas doce palabras se incuba el intríngulis kirchnerista.
Otro interrogante, sin embargo, aparece hoy como de difícil resolución, teniendo en cuenta las encuestas de imagen e intención de voto: ¿tan poco le costará en términos de esfuerzo a la tibia oposición llegar al poder en 2011?
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