El gran “negocio” de luchar por la libertad
Publicado el 23 de Octubre de 2011Por
Desde ADEPA y la SIP aseguraron que, cuando estamos por vivir un hecho fundamental de la democracia, el gobierno ‘autoritario’ sólo busca eternizarse en el poder, en un año ‘turbulento’, ‘poblado de riesgos’, con ‘agresiones’ y ‘listas negras’.
Por primera vez en la historia argentina, es probable que hoy una mujer sea elegida como presidenta por segunda vez, gracias al voto popular. Llevamos décadas designando al jefe del Estado, pero recién ahora en 2011, es posible que más de la mitad de las argentinas y argentinos elijan a una mujer para que le vuelva a dar un sentido distinto a la banda presidencial y al bastón de mando. Es probable, según todas las encuestadoras del país, también según todos los analistas políticos del país, y según la proyección estimada a partir de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias, que la reconocieron como líder de las mayorías, el 14 de agosto pasado.
Estamos ante un hecho histórico, pero los dos diarios que todavía ostentan el rótulo de ser los más vendidos de la Argentina (aunque en franca disminución de venta desde hace más de media década y, es necesario decirlo, no siempre leídos, ya que se sabe que los beneficios consumistas que pregonan desde sus páginas son el motivo excluyente de compra para muchos) parecen no haberlo notado. O mejor dicho, por haberlo notado, es que decidieron ocultarlo y en un último intento de revertir la tendencia, pegaron el grito de “rescate” tradicional para que las dos entidades que integran a nivel nacional e internacional, ADEPA (la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas) y la SIP (la Sociedad Interamericana de Prensa), salgan en su defensa o “a campear por ellos”, como decía Arturo Jauretche.
Como dispositivos productores de sentido, desde estas dos entidades que no son otra cosa que un conciliábulo patronal intentaron sembrar el miedo por millonésima vez, asegurando que cuando estamos por vivir uno de los hechos más maravillosos y fundamentales de la democracia, es decir, las elecciones, el gobierno “autoritario” sólo busca eternizarse en el poder, en un año “turbulento”, “poblado de riesgos”, con “agresiones”, en un “clima opresivo”, donde se “ha montado un aparato paraoficial” y existen “listas negras” (ver La Nación y Clarín del lunes y martes pasados). Claro que esta artillería calificativa no viene acompañada de pruebas, sino que se trata de una mera cuestión enunciativa, como es su costumbre, en boca de sus representantes, al estilo Gonzalo Marroquín, tristemente recordado en la Argentina por dar por terminado un encuentro con periodistas que denunciábamos restricciones a la libertad de expresión por parte de los medios hegemónicos, al levantarse e irse con su prepotencia a cuestas, para evitar responder las preguntas (sí, todo un oxímoron para un “luchador por la libertad de expresión”, pero así fue).
Por cierto, ¿las “listas negras” de las que habla serán las que se hacen en las redacciones de Clarín y La Nación con los nombres de periodistas como Claudio Minghetti, despedido por pensar con libertad y no como el diario centenario pretendía, o la de decenas y decenas de trabajadores de prensa perseguidos por defender sus derechos, ya que en el Grupo Clarín, como hemos denunciado con pruebas muy concretas, la persecución sindical es una práctica tan histórica como cotidiana?
Teniendo en cuenta que no determinaron de qué “listas negras” se trata, quiénes las armaron, dónde, ni quiénes las integran, tal vez sean esas. De lo contrario, sería bueno que Tomás Abraham denunciara con nombre y apellido lo que escribió de manera bastante vaga, aunque rimbombante, en La Nación el viernes pasado, ya que si sus dichos son ciertos conforman un hecho grave, y si no lo son también, por tratarse de fantasías narcisistas, paranoicas y maliciosas. O podría hacer lo mismo Jorge Lanata, ya que también dice conocerlas.
Lo real es que, mientras tanto, estas acusaciones indocumentadas, que ocupan títulos principales de tapa y horas en los programas políticos del cable, disfrazan de información los intereses económicos de los dueños de estos medios en Papel Prensa, en Cablevisión, en la empresa ilegal Fibertel y en todas las licencias que ostentan y la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual impide acumular para un único propietario. Dejan en evidencia el temblor de su monopolio del papel y sus posiciones dominantes en otros mercados comunicacionales, ante un Estado que reaccionó hace un par de años y dicta leyes que garantizan el derecho a la información de todas y de todos, restituye derechos comunicacionales, como la televisión gratuita, y frena su voracidad empresaria dueña de un discurso único perjudicial para la mayoría.
Este mecanismo de manipulación del cártel Clarín-La Nación no es novedoso. Es un viejo recurso usado por muchos diarios al servicio del dinero y no del derecho como deberían: basta con leer el libro Cien años contra el país, editado en 1970, por el Sindicato de Luz y Fuerza. Debería ser un libro de cabecera de todo periodista o ciudadano, debería estar en todos los programas de estudio de escuelas y universidades. Pero no lo es. Rodolfo Walsh sintetizó muy bien por qué: “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores. La experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan.”
Para quebrar esa lógica dominante y evitar que la historia deje de ser la propiedad privada de los poderosos es que hay que recordar que este trabajo de deconstrucción de sentido se hizo hace 40 años en la Argentina. Cien años contra el país resume la tarea de 14 personas, durante diez meses, que tomaron nota de 36 mil editoriales del diario La Prensa “para quebrar los mecanismos económicos y culturales de la dependencia”.
¿Qué concluyeron? Que “el imperialismo coronó sus estructuras económicas con un andamiaje de ideas, principios y concepciones que sujetaban a los argentinos a un verdadero coloniaje mental. La prensa ha sido y sigue siendo una pieza clave de ese mecanismo de dominación, sin duda más difícil de quebrar que el económico.”
En el prólogo de este extraordinario trabajo, Arturo Jauretche asegura que “el poder económico –en gran parte extranjero en países como el nuestro– se ha hecho poder de gobierno y su agente más directo es precisamente el cuarto poder que es la prensa, que es más fuerte cuando más deje de ser opinión, es decir, cuando más expresa a la empresa y menos a la prensa”.
Esa verdad oculta por la corporación, desmaquillada por el trabajo mencionado, por don Arturo y por César Jaroslavsky cuando aseguró que los medios atacaban como partido político y se defendían con la libertad de expresión, finalmente fue reconocida por el propio vicepresidente de la SIP, Danilo Arbilla, el domingo 16 de octubre pasado, cuando cansado, tal vez, de camuflar como noticia la opinión corporativa, volvió a reconocer que “nuestro negocio no es otro que luchar por la libertad”. Así de sencillo y de simple. La libertad es su negocio. Lejos de enojarse porque el ex director del semanario uruguayo Búsqueda dejó los hilos al descubierto, los 450 asistentes, según La Nación, lo ovacionaron. A confesión de parte, relevo de pruebas.
Se avanzó mucho en la socialización de las herramientas de deconstrucción de sentido, en la redistribución de la riqueza informativa, pero todavía hoy es necesario que sigamos dejando al desnudo la matriz ideológica de estos medios que durante décadas se acostumbraron a darle órdenes a la realidad, a taparla o a hacerla tapa y hasta a ocultar un genocidio para agrandar su poderío económico.
Lectores sí, esclavos no. Esa en definitiva podría ser una síntesis adecuada para los tiempos que corren. Los de la democracia camino a su profundización, los de la sociedad de la información más ágil para sortear trampas caza audiencia y disociar la mentira disfrazada de verdad, la libertad de empresa, de libertad de prensa y la del interés privado, de interés público. Sin eufemismos, en la búsqueda de la verdad y la transparencia.<
Desde ADEPA y la SIP aseguraron que, cuando estamos por vivir un hecho fundamental de la democracia, el gobierno ‘autoritario’ sólo busca eternizarse en el poder, en un año ‘turbulento’, ‘poblado de riesgos’, con ‘agresiones’ y ‘listas negras’.
Por primera vez en la historia argentina, es probable que hoy una mujer sea elegida como presidenta por segunda vez, gracias al voto popular. Llevamos décadas designando al jefe del Estado, pero recién ahora en 2011, es posible que más de la mitad de las argentinas y argentinos elijan a una mujer para que le vuelva a dar un sentido distinto a la banda presidencial y al bastón de mando. Es probable, según todas las encuestadoras del país, también según todos los analistas políticos del país, y según la proyección estimada a partir de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias, que la reconocieron como líder de las mayorías, el 14 de agosto pasado.
Estamos ante un hecho histórico, pero los dos diarios que todavía ostentan el rótulo de ser los más vendidos de la Argentina (aunque en franca disminución de venta desde hace más de media década y, es necesario decirlo, no siempre leídos, ya que se sabe que los beneficios consumistas que pregonan desde sus páginas son el motivo excluyente de compra para muchos) parecen no haberlo notado. O mejor dicho, por haberlo notado, es que decidieron ocultarlo y en un último intento de revertir la tendencia, pegaron el grito de “rescate” tradicional para que las dos entidades que integran a nivel nacional e internacional, ADEPA (la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas) y la SIP (la Sociedad Interamericana de Prensa), salgan en su defensa o “a campear por ellos”, como decía Arturo Jauretche.
Como dispositivos productores de sentido, desde estas dos entidades que no son otra cosa que un conciliábulo patronal intentaron sembrar el miedo por millonésima vez, asegurando que cuando estamos por vivir uno de los hechos más maravillosos y fundamentales de la democracia, es decir, las elecciones, el gobierno “autoritario” sólo busca eternizarse en el poder, en un año “turbulento”, “poblado de riesgos”, con “agresiones”, en un “clima opresivo”, donde se “ha montado un aparato paraoficial” y existen “listas negras” (ver La Nación y Clarín del lunes y martes pasados). Claro que esta artillería calificativa no viene acompañada de pruebas, sino que se trata de una mera cuestión enunciativa, como es su costumbre, en boca de sus representantes, al estilo Gonzalo Marroquín, tristemente recordado en la Argentina por dar por terminado un encuentro con periodistas que denunciábamos restricciones a la libertad de expresión por parte de los medios hegemónicos, al levantarse e irse con su prepotencia a cuestas, para evitar responder las preguntas (sí, todo un oxímoron para un “luchador por la libertad de expresión”, pero así fue).
Por cierto, ¿las “listas negras” de las que habla serán las que se hacen en las redacciones de Clarín y La Nación con los nombres de periodistas como Claudio Minghetti, despedido por pensar con libertad y no como el diario centenario pretendía, o la de decenas y decenas de trabajadores de prensa perseguidos por defender sus derechos, ya que en el Grupo Clarín, como hemos denunciado con pruebas muy concretas, la persecución sindical es una práctica tan histórica como cotidiana?
Teniendo en cuenta que no determinaron de qué “listas negras” se trata, quiénes las armaron, dónde, ni quiénes las integran, tal vez sean esas. De lo contrario, sería bueno que Tomás Abraham denunciara con nombre y apellido lo que escribió de manera bastante vaga, aunque rimbombante, en La Nación el viernes pasado, ya que si sus dichos son ciertos conforman un hecho grave, y si no lo son también, por tratarse de fantasías narcisistas, paranoicas y maliciosas. O podría hacer lo mismo Jorge Lanata, ya que también dice conocerlas.
Lo real es que, mientras tanto, estas acusaciones indocumentadas, que ocupan títulos principales de tapa y horas en los programas políticos del cable, disfrazan de información los intereses económicos de los dueños de estos medios en Papel Prensa, en Cablevisión, en la empresa ilegal Fibertel y en todas las licencias que ostentan y la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual impide acumular para un único propietario. Dejan en evidencia el temblor de su monopolio del papel y sus posiciones dominantes en otros mercados comunicacionales, ante un Estado que reaccionó hace un par de años y dicta leyes que garantizan el derecho a la información de todas y de todos, restituye derechos comunicacionales, como la televisión gratuita, y frena su voracidad empresaria dueña de un discurso único perjudicial para la mayoría.
Este mecanismo de manipulación del cártel Clarín-La Nación no es novedoso. Es un viejo recurso usado por muchos diarios al servicio del dinero y no del derecho como deberían: basta con leer el libro Cien años contra el país, editado en 1970, por el Sindicato de Luz y Fuerza. Debería ser un libro de cabecera de todo periodista o ciudadano, debería estar en todos los programas de estudio de escuelas y universidades. Pero no lo es. Rodolfo Walsh sintetizó muy bien por qué: “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores. La experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan.”
Para quebrar esa lógica dominante y evitar que la historia deje de ser la propiedad privada de los poderosos es que hay que recordar que este trabajo de deconstrucción de sentido se hizo hace 40 años en la Argentina. Cien años contra el país resume la tarea de 14 personas, durante diez meses, que tomaron nota de 36 mil editoriales del diario La Prensa “para quebrar los mecanismos económicos y culturales de la dependencia”.
¿Qué concluyeron? Que “el imperialismo coronó sus estructuras económicas con un andamiaje de ideas, principios y concepciones que sujetaban a los argentinos a un verdadero coloniaje mental. La prensa ha sido y sigue siendo una pieza clave de ese mecanismo de dominación, sin duda más difícil de quebrar que el económico.”
En el prólogo de este extraordinario trabajo, Arturo Jauretche asegura que “el poder económico –en gran parte extranjero en países como el nuestro– se ha hecho poder de gobierno y su agente más directo es precisamente el cuarto poder que es la prensa, que es más fuerte cuando más deje de ser opinión, es decir, cuando más expresa a la empresa y menos a la prensa”.
Esa verdad oculta por la corporación, desmaquillada por el trabajo mencionado, por don Arturo y por César Jaroslavsky cuando aseguró que los medios atacaban como partido político y se defendían con la libertad de expresión, finalmente fue reconocida por el propio vicepresidente de la SIP, Danilo Arbilla, el domingo 16 de octubre pasado, cuando cansado, tal vez, de camuflar como noticia la opinión corporativa, volvió a reconocer que “nuestro negocio no es otro que luchar por la libertad”. Así de sencillo y de simple. La libertad es su negocio. Lejos de enojarse porque el ex director del semanario uruguayo Búsqueda dejó los hilos al descubierto, los 450 asistentes, según La Nación, lo ovacionaron. A confesión de parte, relevo de pruebas.
Se avanzó mucho en la socialización de las herramientas de deconstrucción de sentido, en la redistribución de la riqueza informativa, pero todavía hoy es necesario que sigamos dejando al desnudo la matriz ideológica de estos medios que durante décadas se acostumbraron a darle órdenes a la realidad, a taparla o a hacerla tapa y hasta a ocultar un genocidio para agrandar su poderío económico.
Lectores sí, esclavos no. Esa en definitiva podría ser una síntesis adecuada para los tiempos que corren. Los de la democracia camino a su profundización, los de la sociedad de la información más ágil para sortear trampas caza audiencia y disociar la mentira disfrazada de verdad, la libertad de empresa, de libertad de prensa y la del interés privado, de interés público. Sin eufemismos, en la búsqueda de la verdad y la transparencia.<
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