La unidad de los argentinos es posible
Publicado el 5 de Octubre de 2011Por
Luego de las elecciones deberíamos trabajar todos para consolidar el deseo de Cristina. La unidad de todos los argentinos debe ser la bandera y la meta del próximo período presidencial.
Me gustaría poder ser la presidenta de la unidad de todos los argentinos”, había dicho con firmeza y esperanza Cristina Fernández de Kirchner, en el acto de cierre de campaña de las PASO, en agosto pasado. Poco menos de cuatro años antes, en el último acto previo a las elecciones presidenciales de 2007 desde el palco montado en La Matanza, aseguraba: “Hemos también aprendido, compatriotas, que esta tarea no solamente la puede hacer un espacio político, esta tarea no solamente es la de un partido, es obligación de todo argentino convocar no solamente a los que piensan como uno, sino también a aquellos que desde distintas experiencias históricas, desde distintas identidades tienen el mismo objetivo.”
En estos ocho años hemos podido superar años de aislamiento, desconfianzas e identidades partidas por intereses ajenos a nuestra región. La concreción de la Unasur motorizada fuertemente por Néstor Kirchner es el resultado de –como diría el General Perón– la unidad de concepción y la unidad de acción. La consolidación de procesos democráticos, el derrumbe del discurso único del neoliberalismo y del Consenso de Washington, más las condiciones objetivas de la región, sumados al fuerte liderazgo de los gobernantes de los países con mayor peso específico del sur de América, han cristalizado el objetivo de la unidad para el desarrollo autónomo y sostenible.
Inversamente proporcional a estas demostraciones, de grandeza de miras y de metas, ha sido la actitud destructiva y menor de gran parte de la oposición de nuestro país. Herederos de la crisis de representación y de la extendida desconfianza a la política en general y de los políticos en particular luego de la debacle de diciembre de 2001, no pudieron, no supieron o no los dejaron comprender y ubicarse en el escenario que se iniciaba en mayo de 2003. Otra forma de hacer política, de gobernar, de saldar la deuda social, laboral y de la altísima dependencia con los organismos de crédito internacionales y sus probadamente deletéreas recetas, apareció un gobierno que muchos suponían sería de transición. Desde el muy bajo piso del 23% de los votos, la reconstrucción del rol del Estado, la heterodoxia que significó subordinar la economía a la política –y como recuerda la presidenta que le decía a Néstor Kirchner: “Vos asumiste con más desocupados que votos”–, el gobierno revalorizó a la política como el único instrumento eficaz para mejorar la vida de la gente, compensar las asimetrías y defender la soberanía.
Fue tal el cimbronazo ante la rápida y ascendente aceptación de todas las políticas de gobierno, que incluyeron reivindicaciones de Verdad, Memoria y Justicia, que algunos que habían jugado por izquierda viraron violentamente a la derecha conservadora. Fueron muy pocos opositores quienes comprendieron que se había comenzado a reconciliar la política con la sociedad, a partir del fortalecimiento del Estado, de políticas públicas proactivas, del involucramiento en los conflictos sociales, en comenzar a construir una autoridad independiente de los poderes fácticos. Y que, en definitiva, restablecer la credibilidad en la política beneficiaba al conjunto. Sin historiar el largo rosario de impedimentos, palos en la rueda y operaciones mediáticas, en estos tiempos una buena parte de la oposición sigue trabando el tratamiento de la llamada ley de tierras. Esta demora además es funcional a los intereses de capitales extranjeros excedentes que huyen de la crisis del norte. Esta deserción a los valores e intereses patrióticos se ha convertido en una marca, un sello de muchos opositores.
Luego de las elecciones del 23 de octubre y, fundamentalmente, a partir del 10 de diciembre, deberíamos trabajar todos para consolidar y hacer realidad el deseo de Cristina. La unidad de todos los argentinos debe ser la bandera y la meta del próximo período presidencial. La búsqueda de acuerdos entre las fuerzas políticas no debe ser confundida con el engañoso reclamo de consensos que viene repitiendo la oposición. Bajo esta demanda respetable se esconde en casi todos los casos la intención de modificar o torcer la voluntad de quienes son mandatarios de una contundente mayoría que vota un proyecto, un rumbo, un modelo y vuelve a aprobar una gestión.
El 23 de octubre marcará el fin de ciclo de una parte importante de la dirigencia política. Nadie puede creer sinceramente que personajes como el ex senador Eduardo Duhalde y sus temibles socios puedan unir a los argentinos. Ni que legisladores como Elisa Carrió, Patricia Bullrich o Silvana Giudici –por mencionar a algunos– pudieran aportar algo más que crispación y revanchismo, porque lo siguen demostrando día a día. Todo lo que han manejado y manipulado Héctor Magnetto y el Grupo Clarín está contaminado por la falta de credibilidad que rodea al monopolio mediático. La ausencia de la juventud en los palcos y actos de la oposición debería alertarlos sobre sus actitudes y propuestas que han dejado de enamorar.
Trabajando por una democracia cada vez más participativa, profundizando las políticas de inclusión, multiplicando las voces que se expresan en los medios, buscando el interés común y aportando constructivamente y con generosidad de todas las partes, el sueño de la unidad será posible. Porque primero, la Patria. <
Luego de las elecciones deberíamos trabajar todos para consolidar el deseo de Cristina. La unidad de todos los argentinos debe ser la bandera y la meta del próximo período presidencial.
Me gustaría poder ser la presidenta de la unidad de todos los argentinos”, había dicho con firmeza y esperanza Cristina Fernández de Kirchner, en el acto de cierre de campaña de las PASO, en agosto pasado. Poco menos de cuatro años antes, en el último acto previo a las elecciones presidenciales de 2007 desde el palco montado en La Matanza, aseguraba: “Hemos también aprendido, compatriotas, que esta tarea no solamente la puede hacer un espacio político, esta tarea no solamente es la de un partido, es obligación de todo argentino convocar no solamente a los que piensan como uno, sino también a aquellos que desde distintas experiencias históricas, desde distintas identidades tienen el mismo objetivo.”
En estos ocho años hemos podido superar años de aislamiento, desconfianzas e identidades partidas por intereses ajenos a nuestra región. La concreción de la Unasur motorizada fuertemente por Néstor Kirchner es el resultado de –como diría el General Perón– la unidad de concepción y la unidad de acción. La consolidación de procesos democráticos, el derrumbe del discurso único del neoliberalismo y del Consenso de Washington, más las condiciones objetivas de la región, sumados al fuerte liderazgo de los gobernantes de los países con mayor peso específico del sur de América, han cristalizado el objetivo de la unidad para el desarrollo autónomo y sostenible.
Inversamente proporcional a estas demostraciones, de grandeza de miras y de metas, ha sido la actitud destructiva y menor de gran parte de la oposición de nuestro país. Herederos de la crisis de representación y de la extendida desconfianza a la política en general y de los políticos en particular luego de la debacle de diciembre de 2001, no pudieron, no supieron o no los dejaron comprender y ubicarse en el escenario que se iniciaba en mayo de 2003. Otra forma de hacer política, de gobernar, de saldar la deuda social, laboral y de la altísima dependencia con los organismos de crédito internacionales y sus probadamente deletéreas recetas, apareció un gobierno que muchos suponían sería de transición. Desde el muy bajo piso del 23% de los votos, la reconstrucción del rol del Estado, la heterodoxia que significó subordinar la economía a la política –y como recuerda la presidenta que le decía a Néstor Kirchner: “Vos asumiste con más desocupados que votos”–, el gobierno revalorizó a la política como el único instrumento eficaz para mejorar la vida de la gente, compensar las asimetrías y defender la soberanía.
Fue tal el cimbronazo ante la rápida y ascendente aceptación de todas las políticas de gobierno, que incluyeron reivindicaciones de Verdad, Memoria y Justicia, que algunos que habían jugado por izquierda viraron violentamente a la derecha conservadora. Fueron muy pocos opositores quienes comprendieron que se había comenzado a reconciliar la política con la sociedad, a partir del fortalecimiento del Estado, de políticas públicas proactivas, del involucramiento en los conflictos sociales, en comenzar a construir una autoridad independiente de los poderes fácticos. Y que, en definitiva, restablecer la credibilidad en la política beneficiaba al conjunto. Sin historiar el largo rosario de impedimentos, palos en la rueda y operaciones mediáticas, en estos tiempos una buena parte de la oposición sigue trabando el tratamiento de la llamada ley de tierras. Esta demora además es funcional a los intereses de capitales extranjeros excedentes que huyen de la crisis del norte. Esta deserción a los valores e intereses patrióticos se ha convertido en una marca, un sello de muchos opositores.
Luego de las elecciones del 23 de octubre y, fundamentalmente, a partir del 10 de diciembre, deberíamos trabajar todos para consolidar y hacer realidad el deseo de Cristina. La unidad de todos los argentinos debe ser la bandera y la meta del próximo período presidencial. La búsqueda de acuerdos entre las fuerzas políticas no debe ser confundida con el engañoso reclamo de consensos que viene repitiendo la oposición. Bajo esta demanda respetable se esconde en casi todos los casos la intención de modificar o torcer la voluntad de quienes son mandatarios de una contundente mayoría que vota un proyecto, un rumbo, un modelo y vuelve a aprobar una gestión.
El 23 de octubre marcará el fin de ciclo de una parte importante de la dirigencia política. Nadie puede creer sinceramente que personajes como el ex senador Eduardo Duhalde y sus temibles socios puedan unir a los argentinos. Ni que legisladores como Elisa Carrió, Patricia Bullrich o Silvana Giudici –por mencionar a algunos– pudieran aportar algo más que crispación y revanchismo, porque lo siguen demostrando día a día. Todo lo que han manejado y manipulado Héctor Magnetto y el Grupo Clarín está contaminado por la falta de credibilidad que rodea al monopolio mediático. La ausencia de la juventud en los palcos y actos de la oposición debería alertarlos sobre sus actitudes y propuestas que han dejado de enamorar.
Trabajando por una democracia cada vez más participativa, profundizando las políticas de inclusión, multiplicando las voces que se expresan en los medios, buscando el interés común y aportando constructivamente y con generosidad de todas las partes, el sueño de la unidad será posible. Porque primero, la Patria. <
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