domingo, 27 de abril de 2014

ejemplo de vida

En el trabajo del algarrobo encontró la fortaleza para ganarse la vida

En 2003, el agua del Salado arrasó con el estudio de fotografía que Luis Olivera tenía en barrio Roque Sáenz Peña. Aislado en el techo de su casa comenzó a hacer las artesanías que hoy son su sustento.
  
 
Hipólito Ruiz / Diario UNO de Santa Fe 
  • Autor:José Busiemi / Diario UNO Santa Fe -
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Luis Olivera trabajó muchísimo tiempo con la fotografía artística y con los años fue sumando servicios. En 2003 tenía montado un estudio en su casa de calle Roque Sáenz Peña al 2.000. Allí guardaba los equipos que utilizaba para hacer sonido, iluminación y filmación de fiestas. “La fotografía me dio muchísimo, pero como me lo dio también me lo quitó el agua. Por eso lo dejé de lado”, dijo con una mezcla de tristeza y bronca al recordar la inundación del 29 de abril de 2003.
Luis asegura que siempre tuvo un espíritu independiente y eso le permitió hacer su propio camino en la vida. Uno de sus primeros trabajos fue como subcontratista de obra, pero un accidente lo marginó de esa actividad. “El doctor Vera Candioti logró hacerme caminar pero me dijo que no podía dedicarme más a la construcción ni hacer trabajos bruscos”, explicó.
Por eso asegura que su incursión en la fotografía “fue un accidente”. “A mí me gusta hacer cosas, soy hiperactivo.
En ese momento mi cuñado me comenta que compró una cámara PL5. Tenía de modelos a mi hija, que era chiquita, y a mi señora. Sacaba tres o cuatro rollos por día. Soy más de la práctica que de la teoría y hago prueba y error hasta que las cosas me salen. La fotografía me permitió estar en Río Negro, Neuquén, Puerto Madryn. Y en el 2012 hubo una muestra del casco histórico de Santa Fe en la Municipalidad de El Calafate y tuve la satisfacción de llegar ahí”, expresó.
Todo eso es lo que se llevó el agua del Salado. A las 19 del 29 de abril de hace 11 años, Luis se quedó solo en el techo de su casa. A esa hora habían terminado de evacuar a su familia en una piragua. Allí se mantuvo durante dos semanas, hasta que bajó el agua. “Algo había que hacer. Estuve 15 días aislado de la gente. Ahí arranqué con esta actividad y una de las cosas que se me grabó, es que se puede. Se puede salir adelante. Si ahora tengo que reconocer algo es que uno reniega por muchas cosas, que nos falta esto o lo otro. Y en ese momento yo no tenía nada después de haberlo tenido todo. Pero tengo la familia, que más de uno no la tiene”, se consoló.
En su estadía forzada en el techo de su casa, Luis confeccionó dos piezas que hasta el día de hoy atesora y que nunca va a vender. Se trata de un Nazareno y un Gauchito Gil. Fueron sus dos primeras obras en madera y las que de alguna manera le mostraron un nuevo camino.
Empezó a ir a un aserradero donde le regalaban recortes de madera y con eso hacía las tablas para picadas, sus primeros trabajos comerciales. “Llenaba dos bolsos y me iba a la plaza Pueyrredón. Ahora recuerdo esos momentos y me veo en un banco con los dos bolsos mostrando lo que hacía. Eran tablas pesadas porque eran de algarrobo. Pero me tomaba el colectivo y me iba. Después empecé a ir en bicicleta. A eso le sumé un carrito para llevar las cosas. A los dos años pude recuperar algunas cosas que tenía y me pude comprar un Chevrolet 400”.
“Gracias a Dios cuando me puse a hacer algo siempre me fue bien”, asegura. Pero empezar de cero no fue fácil. Los años de experiencia en la fotografía le permitieron ser docente en un instituto terciario que tenía la carrera de guía turístico, en la que dictaba la cátedra de práctica fotográfica. “Con eso y la venta de mis tablitas empecé a salir adelante. En lugar de buscar la madera que sobraba ya empezaba a comprar dos tablas grandes y producía”, contó.
El ojo fotográfico nunca lo perdió. Para ir creciendo en las artesanías comenzó a observar mucho a la gente. “Veo cómo las personas se detienen a ver mis trabajos, cómo los revisa. Una de las gentilezas que tengo es que cada tabla que vendo le grabo el nombre sin cargo. Los utilitarios míos empezaron siendo tablas comunes, un pedazo de madera con herraduras y cabezas de caballos talladas. Pero por una tendinitis en el hombro no pude tallar más. Entonces pensé que los utilitarios realmente le tenían que servir a la gente. Hice tablas óvalos que sirven para picar carne, para una pizza, una tarta, o para ser posafuente. Otras son tablas lisas de un lado y del otro están hechas para la picada”, explicó.
“También –continuó– diseñé unas tablas de siete centímetros de profundidad. Adentro lleva una platina de metal y seis tablas individuales para comer asado más la tapa, que sirve para corte y para picadas. Esa platina se la pone sobre la parrilla para que se caliente, se la pone en el fondo de la tabla y ahí se puede comer un locro, una buseca o lo que se quiera comer con salsa”.
La distinción, la calidad
“El tratamiento de las tablas es lo que más le interesa a la gente”, asegura Olivera y cuenta su secreto: “La mayoría de los tableros les hacen un tratamiento con grasa. Yo les aconsejaría a los colegas que no lo hagan más así porque con el tiempo se ponen rancias y pueden llegar a tomar gusto. Las mías están tratadas de la siguiente manera: primero pasan por agua caliente, donde la madera larga todo el tanino; luego va la vaselina industrial y después la cera virgen de abejas que la disuelvo en un pan de manteca. Eso hace que las tablas parezcan plastificadas. Y para limpiarlas sólo hace falta echarles agua caliente. No se usa detergente”.
Pero la experiencia también lo animó a diversificar su producción. Actualmente produce la paleta para revolver el locro, palas para horno, tablas pizzeras, para picadas, muebles de madera y hace trabajos de herrería. Eso le permitió anexar los juegos de herramientas para el asado (pala, rastrón, pinche, pinza, espada para el brochette y el gancho para dar vuelta el asado).
“La producción que hago es bastante importante. Ahí veo la diferencia de cuando empecé, que iba a buscar 50 kilos de madera, y ahora me traigo mil kilos”, cuantificó.
La comercialización la hace en ferias y sólo a tres o cuatro personas les vende al por mayor. Son de Recreo y San Francisco, Córdoba. “Ellos me compran todo lo que son las vinotecas y los portavinos, que también están hechos en madera y cuero. Mientras que uno de los compradores es un fabricante de cuchillos criollos y él se lleva una tabla especial en la que el cuchillo va encastrado dentro de la tabla para el asado”, indicó.
En su trabajo está muy presente la imagen del caballo. Eso se debe a que lo considera un animal noble. “Es un animal con presencia, pero también le veo tristeza, le veo alegría cuando corren por el campo. A pesar de que no sé andar a caballo le tengo admiración. El hecho de ir a buscar madera al monte me da ese contacto con el campo”, afirmó.
En cuanto a la elección del material, Olivera dice que “el algarrobo es la madera más noble que hay” y que “para utilitarios no hay otra”. “Además la gente busca el color del algarrobo que puede ser amarillo, el marrón y el negro”, argumentó.
En todo el país
Con las ferias, Olivera recorrió muchos lugares. Este año fue invitado a participar en un encuentro en San Martín de los Andes, que sería el lugar más lejano al que iría a exponer sus trabajos. Pasó por todas las localidades de Córdoba, por La Rioja, Catamarca, San Luis, Misiones, Río Negro, Neuquén, Las Grutas, Bahía Blanca, Monte Hermoso y varias localidades más del sur de la provincia de Buenos Aires.
En Entre Ríos participó de la Fiesta del Chamamé de Federal, donde obtuvo una mención especial por su stand de artesanías. “En José de Feliciano, con mi mujer, conseguimos el primer premio de los artesanos y ahí le vendí un juego de asador al gobernador de Entre Ríos, Sergio Urribarri”, dijo orgulloso.
“Pero la mayor satisfacción que me da este trabajo –aclaró– es la gente. El objetivo que tengo cuando voy a vender a una feria no es contar lo que llevo o cuánta plata me traigo, sino que quiero llegar y volver bien. Si vendo, Dios lo dirá. Pero la satisfacción es la gente. Tengo clientes que van a la plaza y me dicen: «Negro, ¿qué tenés de nuevo?»”.
“Estoy renovando continuamente el estilo, la forma. Hay que buscarle la vuelta, pero la madera es una pieza muy preciada porque uno puede crear muchas cosas. La cantidad de relojes que hice fue impresionante y todos diferentes”, aseguró.
Pero el emprendedor dice que su especialidad son los muebles de cocina. Fabrica bajo mesadas que tienen los dos laterales enterizos en algarrobo de 60 centímetros de profundidad y las puertas son de una sola pieza. Y todos los herrajes son con herraduras.
“Cuando me pongo a un costado de lo que tengo me parece que es imposible. Pero siempre digo que querer es poder”, concluyó.

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