UNEN, una aspiración a la racionalidad
Acaso un mito infeliz y muy difundido rija la política argentina entorpeciendo el recambio entre sus partidos históricos. Esa leyenda versa sobre la aparente contradicción entre ética y eficacia para gobernar. Ella se expresa a través de dos paradojas, arraigadas en el sentido común: "Los peronistas roban, pero hacen"; "Los radicales son como caballos de estatua, no ensucian pero no llevan a ninguna parte". En la imaginación popular eso significa que la opción a la que puede aspirarse es pobre y carece de mediaciones: oscila entre ladrones pragmáticos y honestos inoperantes. Dentro de esa lógica, y a la luz de los resultados electorales , podría decirse que en el último cuarto de siglo los argentinos priorizaron el pragmatismo y sancionaron a la ética. O, en otra interpretación, prefirieron las certezas de la gobernabilidad al fortalecimiento de las instituciones.
Los mitos, a los que Georges Sorel otorgaba mucha importancia para la política, suelen sostener sus fábulas en hechos empíricos. Así, la leyenda sobre la eficacia del peronismo recibió una ayuda inestimable en las últimas décadas: la economía internacional jugó netamente a favor de sus gobiernos, en contraste con la depresión contra la que debieron luchar los radicales. Con precios miserables de las materias primas, altas tasas de interés y recesión global poco pudieron hacer Alfonsín y De la Rúa, más allá de sus deficiencias. Si a eso se suma que el radicalismo se equivocó muchas veces y que el peronismo, en tanto, exhibió capacidad de gobernar las crisis, sensibilidad social, desprecio por las reglas y audacia para privatizar y volver a estatizar la economía sin mayores costos, se entenderán las razones de fondo que sustentan la mitología política argentina.
Sin embargo, aunque el peronismo ensanchó su base electoral y desbancó al radicalismo complicando la alternancia, el electorado de éste no desapareció. Dicho de otro modo: su oferta político-cultural, es decir, sus ideas y estilo, mantuvo vigencia. Con asociaciones, desprendimientos y reunificaciones, lo que hoy se denomina "panradicalismo" retiene una cuarta parte del electorado argentino, según los resultados de la última elección legislativa. En el contexto de una partición en cuatro del padrón (junto al oficialismo, el peronismo disidente y Pro), resulta un capital nada desdeñable.
Ese volumen electoral y esa cultura es lo que representa el Frente Amplio-UNEN , estrenado esta semana en Buenos Aires. Es un intento inteligente de sellar esa base y avanzar hacia nuevos mercados electorales, evitándole al votante afín los dilemas de la fragmentación. Y es, a la vez, un producto paradójico de la política: su invención y posibilidades no pueden escindirse de la regla de selección impuesta por las PASO, una creación del adversario principal de la nueva coalición, el kirchnerismo.
UNEN es un logro con desafíos, problemas e incógnitas. Tal vez el principal reto es remontar, en primer lugar, el mito que castiga al dirigente radical: ser un honesto estéril. Y en segundo lugar, desterrar la frustración de la alianza con el Frepaso, que los votantes siguen enrostrando en cuanta oportunidad les permita expresarlo. Para sintetizar: la inoperancia de unos cuantos políticos decentes mezclados en una "bolsa de gatos" es lo que UNEN debe borrar de la cabeza de los argentinos que la examinan con desconfianza. Las diferencias indisimuladas entre sus integrantes dificultará esa operación.
Paradójicamente, el problema de la nueva coalición consiste en que su carta de presentación es la honestidad y con ella viene adosada, en la fábula, la incapacidad para gobernar. Una segunda dificultad es que la ética no forma parte de las demandas prioritarias de la sociedad. Quizá los estrategas de UNEN deban explorar nuevos significantes y exponer logros de gobierno, que pueden exhibir algunos de sus miembros. De cualquier modo, resulta un cometido difícil, porque el recurso a los mitos políticos, que amenaza al nuevo proyecto, es un síntoma de falta de educación cívica, una tendencia que la democracia populista profundizó en lugar de corregir.
Las incógnitas de UNEN, por último, remiten a la fluctuación y la contingencia de la política argentina, una disputa entre personas más que entre organizaciones, en contextos económicos volátiles. Las dudas no son distintas de las de otras fuerzas opositoras y se parecen a las disyuntivas de un jugador frente al tablero o de un alquimista ante sus preparados. ¿Convendrá aliarse con la centroderecha o no? ¿La economía jugará una vez más a favor del peronismo o por fin provocará el hartazgo y lo expulsará del poder? ¿Se podrá conquistar a una porción de los sectores populares sin la cual no puede llegarse a la presidencia?
Lo que representa UNEN es vital para la democracia: una aspiración a la racionalidad republicana que alguna vez deberá convencer sobre su eficacia. En rigor, se trata de una meta que comparten peronistas moderados con socialdemócratas y centristas lúcidos, empresarios responsables y sindicalistas probos. Es la cultura que pugna por sobreponerse a la corrupción, el delito, la incertidumbre económica y la pobreza que castigan a los argentinos.
© LA NACION.
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