jueves, 10 de abril de 2014

JUAN PASCUAL DIGNO PROFESIONAL

UNA HISTORIA CON ENRIQUE RAFFIN
Mi primer encuentro con la política de la Facultad fue con Enrique. Él iba a tercero o cuarto. Estaba en el Centro y vino a hacer la elección de delegados a primer año. Como veníamos cebados con otros compañeros de militar en la secundaria en una agrupación independiente clase del 92 (que habrá durado hasta el 98, ponele), íbamos a comernos a Enrique, y también ya que estábamos a algún docente y a todo el mundo que se pone en el frente, enorme e intenso, que se abre cuando uno entra a la Facultad.
Le preguntamos cómo era el sistema. No había todavía. El Centro no tenía Estatuto.
Un bocado para avanzar. Estábamos en primero, no había estatuto, sabíamos cómo hacerlo y éramos el grupo más numeroso de la Facultad: los ingresantes.
Se organizaron cerca de 10 asambleas, sucesivas. Las impulsábamos nosotros. Los debates fueron intensos. En una, lo juro, se habló de organizar la cosa como en soviets. Como si hubiéramos tenido en claro qué carajo fue un soviet, como si alguien que uno lee no escribiera de eso ya con la pasta del mito.
Hubo discusiones memorables. Una fue la de plantear a la estructura de la representación estudiantil en forma ascendente: nuestro Centro de Estudiantes es quizá el único que por Estatuto, desde los 90, puede armar organizaciones superiores paralelas. No reconoce como única representación la FUER y la FUA. ¿Por qué? Porque la CGT de ese entonces (estructura única) había regalado todo en la privatización.
(Imaginen que todas, todas las privatizaciones empezaron en 2009. Y que continúan. Las posta: esas que se comieron al ferrocarril, por ejemplo. Que entregaron la seguridad social).
En esa discusión ganamos los de primero, que teníamos esa posición. Eso quedó en la letra del Estatuto al otro año, en 1997. En la mesa de cierre éramos ya muy pocos: es la estilización formal y es un tedio casi de abogado. Pero eso quedó.
Porque lo había votado la Asamblea.
Ese Estatuto es el que todavía le da entidad organizativa a la representación estudiantil.
No importa dónde militaba Enrique entonces. Desde aquel momento tenemos un amor entrañable, porque habernos reventado en la palabra nos unió. En un debate para de candidatos para la elección del Centro, hará dos años, nos tocó coordinar. Creo que fue demasiado feliz para ambos haberlo compartido.
Al tiempo las agrupaciones independientes se hicieron del Centro de la Facultad. Yo no volví a militar como estudiante de forma orgánica. De hecho nunca lo hice: con las Asambleas del Estatuto me sacié. Sí milité de otros modos, a veces estrambóticos. Es un decir. Porque las independientes crecieron cuando, en general, no había otros caminos. Por eso las independientes –en su sentido extenso– se hicieron cargo de sostener la democracia como camino después del 2001. El Estado mismo había perdido su capacidad de sostener que la democracia tenía algún sentido, excepto el de la juridicidad de que no te van a matar de onda. Aunque en las marchas te podían cagar matando desde hacía tiempo. Y aunque tiempo después sean dos muertos encapuchados nuestros los que abren el 2003.
Las independientes entienden que vale más la mano alzada que la pura estructura, con mayor o menor legitimación leguleya, y pensando en extremos. La mano alzada articula los nuevos discursos y las nuevas estructuras. Sin estas últimas, claro, las asambleas quedan boyando en palabras. Pero ¿qué es una estructura sin mano alzada? ¿Dónde está su sujeto democrático: aquellos pares con lo que, al final, puede lograr mandar obedeciendo?
(Eso es Laclau, además, compañeros)
Estuve remiso a hablar de la situación política de la Facultad. La última elección para el decanato dejó demasiadas heridas. Creo que hoy, como en aquella vez, hay gente demasiado valiosa en las dos listas, y tengo mi preferencia.
Sin embargo, hago esto porque no pude evitar recordarlo a Enrique. Estábamos en veredas completamente opuestas. A veces se piensa que esa firmeza se tiene sólo a esa edad, pero es mentira. Sí lo que se tiene es otro vértigo. Como sucede con bailar.
Ahora, cuando hay gente que realmente aprecio metida en esta menesunda, recuerdo. Recuerdo a todas las independientes (porque eso eran los movimientos sociales) dándole espesura a lo que empezó en 2003. Dándole punto por punto su contenido. Las recuerdo cuando hacían a la estructura.
Y ante cualquiera, en cualquier lugar, como ya lo hice mil veces en privado y por escrito –esa penca lateral lo público que elegí como actividad constante– voy a defender lo que comenzó en 2003: sus banderas nacidas de democracia independiente y también sus estructuras.
Por eso me extraño cuando la taba se invierte. Esto no era así. Era al revés. La democracia no se defendía con artilugios de republicano. La ganabas, la defendías, la hacías sobrevivir, poniendo el cuerpo, juntando cuerpos que hablaban, todos juntos, y seguían lo que ese sujeto, ese todos juntos, esos cuerpos haciendo historia, decidían. En el piquete, en la barrial, en el centro cultural tomado, en la multisectorial, hasta en el movimiento de Derechos Humanos todo.
El mandato de la Asamblea es soberano. Eso decidimos con Enrique, eso discutimos entre todos: estábamos haciendo el Estatuto. Ahora, no puedo dejar de pensar en él, y en la estructura donde estaba. En la veces que ganaron ellos, en la veces que ganamos nosotros.
Y en el día en que a alguien se le ocurrió organizarnos en soviets.

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