domingo, 25 de marzo de 2012

en todas partes hay argentinos solidarios, un ejemplo

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Domingo, 25 de marzo de 2012

El milagro de Romina Buchmann, la joven entrerriana que se recupera día a día

De regreso a Paraná contó su experiencia tras contraer el extraño síndrome de Guillain-Barré, que afecta a una de cada 100.000 personas: la rápida recuperación, los afectos y lo que se viene

De regreso. Romina, rodeada del afecto de sus padres, ya en su casa. De regreso. Romina, rodeada del afecto de sus padres, ya en su casa.

Vanesa Erbes
De la Redacción de UNO

Romina Buchmann tiene 27 años y cursa Licenciatura en Comunicación Social. Había viajado a San Pablo, Brasil, el 27 de diciembre, para pasar el Año Nuevo con un grupo de compañeros con los que tiempo atrás había compartido un intercambio estudiantil. Pero luego de casi un mes de estadía en el vecino país, contrajo el síndrome de Guillain-Barré.



Quienes la conocen cuentan que siempre fue una persona muy alegre. Y sin perder las ganas de sonreír, ahora lo hace con los ojos, ya que la parálisis facial que tiene todavía no le permite hacerlo con los labios, hasta que la rehabilitación le devuelva algunos movimientos que, de a poco, volverán a formar parte de su cotidianeidad.



Asegura que su voz no es la del tono grave que emite, pero se debe a que estuvo entubada muchos días.



Mientras acaricia a Fiona, su caniche toy, comparte su experiencia con una gran naturalidad, con la misma que encara la vida y aborda las sorpresas que esta le propina, muchas veces sin previo aviso. Como la que la marcó para siempre a partir de finales de enero, cuando comenzó a sentir que su cuerpo le era extraño.



Todo comenzó con un hormigueo en las manos, y con ritmo presuroso el síndrome de Guillain-Barré le fue ganando terreno a la voluntad y a las posibilidades de movimiento de los músculos. “No podía hacer nada, no me podía tocar la cara ni tragar, intentaba agarrar las sábanas y era imposible”, contó a UNO Romina, recordando esos momentos en que la incertidumbre era dueña de toda la situación, luego de que los médicos le diagnosticaran esta rara enfermedad que afecta a una de cada 100.000 personas.

Quienes revisaron en Internet de qué se trata, encontraron que “durante este trastorno neurológico, el sistema inmunológico ataca a una parte del sistema nervioso periférico, la mielina, que es la capa aislante que recubre los nervios. Cuando esto sucede, los nervios no pueden enviar las señales de forma eficaz, los músculos pierden su capacidad de responder a las órdenes del encéfalo y este recibe menos señales sensoriales del resto del cuerpo. El resultado es la incapacidad de sentir calor, dolor y otras sensaciones, además de paralizar progresivamente varios músculos del cuerpo”.

“Hay distintos grados de la enfermedad, y ella pasó muy rápido de tener una afección media a una grave”, contó Edith, su mamá, quien estuvo juanto a Romina desde el segundo día de internación en el Hospital de Clínicas de San Pablo. Asimismo, comentó: “Esto es uno de los mejores centros asistenciales de Latinoamérica y nos brindaron una contención enorme en todo momento”.

Por su parte, Romina acotó: “Los médicos fueron muy cautos y nos decían que no nos podían pronosticar un tiempo de recuperación, pero que seguramente iba a llevar meses. Al lado mío había un señor con el mismo síndrome que hacía tres meses y medio que estaba y todavía no se puede mover, excepto las manos; y yo lo veía a él y pensaba que ese era mi futuro”.

Su mamá habla de un milagro y ambas coinciden en que los rezos de tanta gente, incluyendo a los del padre Ignacio, ayudaron a una recuperación por demás rápida.

“Empecé a mejorar de a poquito, primero a mover un dedo”, contó, atribuyendo que parte de esa mejoría se debió a la contención recibida: “Cuando fue mi hermana me dio mucha fuerza, como también los mensajes que me escribían en las redes sociales. Todavía lloro cuando los leo, porque había gente que ni me conocía y se tomó unos minutos para escribirme algo. También se comunicaron muchas personas que habían tenido la enfermedad”, relató.

Enseguida contó que a su papá lo vio a través de Internet en un programa de televisión, hablando de su caso. “No se lo veía gordito”, dijo a modo de broma, demostrando que el buen humor y el optimismo fueron una faceta muy importante del proceso que le tocó vivir, aún en los peores instancias.

La vuelta a casa
Durante los días de internación en Terapia Intensiva Romina compartió el cuarto con distintos pacientes. Tres de ellos fallecieron y el miedo y la tristeza fueron parte de los sentimientos que la asolaron. Pero se repuso, con la fuerza y con la fe que le prodigó su familia.

“Los médicos te cuidan, pero no les gusta el paciente que se entrega, ellos piden que uno ponga de su parte. Yo intentaba cosas todos los días, tan simples como lavarme los dientes”, aclaró.

Sin dudas puso de su parte y lo logró: en menos de dos meses regresó a Paraná y, si bien queda por delante un extenso camino de rehabilitación, los avances fueron sorprendentes. Primero recibió el alta ambulatoria, para evitar un contagio de alguna enfermedad intrahospitalaria, y a los pocos días se le informó que ya podía retornar a la Argentina.

Desde que regresó a la capital provincial, el miércoles, el teléfono no paró de sonar en su casa. También recibió visitas de amigos y compañeros de la Facultad. Y el viernes ya mantuvo su primera consulta con un neurólogo y en la próxima semana comenzará un tratamiento con una fonoaudióloga y un fisioterapeuta para recuperarse definitivamente.

Llegar al diagnóstico correcto
Los primeros síntomas comenzaron el jueves 29 de enero. “Primero fue un dolor en las piernas, pero el sábado ya me costó caminar. Ese día y el siguiente fui a dos hospitales. En uno me dijeron que era algo psicológico. El martes intenté ir al baño y me caí, y fue entonces cuando llegué al Hospital de Clínicas y quedé en observación”, señaló Romina.

El miércoles le practicaron una serie de estudios para realizar el diagnóstico y los médicos le explicaron de qué se trata esta enfermedad: “Me dijeron que uno podía permanecer estable un montón de días, después mejorar y empeorar nuevamente. Ese día sentía que se me caía la cara, me costaba respirar y tragar”.

Desde ese entonces fue internada en la unidad de Terapia Intensiva y ahí comenzó el arduo tratamiento. A los pacientes con este síndrome generalmente se les realiza plasmaféresis, un proceso en que se les limpia la sangre para erradicar cualquier virus o bacteria que esté causando el cuadro. Romina explicó que “no se sabe porqué se origina la enfermedad. Puede ser a causa de una gripe, un resfrío u otra cosa”.

Indicó: “Ese día estaba con amigos y con mi novio, pero no es lo mismo que estar con la familia. Por suerte mi mamá llegó al segundo día que estaba internada, y a la semana llegó mi hermana, que vive en Mendoza. Ella es muy enérgica y me contagió su fuerza”.

Eduardo y Marta: parte de su familia
La mamá de Romina, Edith, viajó apenas pudo a encontrarse con ella y estar a su lado. Al principio se hospedaba en Santa Cecilia, un lugar alejado del Hospital de Clínicas. Para llegar al centro asistencial debía trasladarse tomando cuatro metros diarios y caminar otro trecho. Mientras los días transcurrían, Eduardo, un argentino oriundo de Mendoza que vive en San Pablo, leyó, como todos los días, las noticias diarias en Internet, y así se enteró de la paciente entrerriana con síndrome de Guillain-Barré.

En un intuitivo gesto solidario habló con su esposa y llamaron al nosocomio para preguntarle a Edith si podían ayudarla. No se conocían, pero le ofrecieron su casa para hospedarse. Romina manifestó: “Al principio nos dio un poco de miedo tanta amabilidad, pero después mi mamá accedió a quedarse”.

En el medio hubo un montón de coincidencias que los acercaron: Eduardo es mendocino, al igual que Romina y su hermano mayor, que nacieron en esa provincia. A la vez, el papá de Eduardo, ya fallecido, era oriundo de Paraná y resultó ser compañero de trabajo del padre de Romina. “Ellos ahora son como una familia para mí”, aseguró.

En tanto, Edith expresó que les resultó de gran contención. “En un momento eran como mis padres: me dieron un celular y cuando llegaba al hospital tenía que avisarles; y cuando salía de terapia también, para contarles cómo estaba Romina. Fueron maravillosos y nunca voy a poder olvidarme de ellos. Cuando llegué a su casa me sentí como en mi propio hogar”, añadió.

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