Política
Horacio González sobre trabas a los libros: "No estamos ante un Fahrenheit 451"
El Director de la Biblioteca Nacional mandó una nota exclusiva para Perfil.com con su opinión sobre los frenos a la importación de libros extranjeros. Qué dijo.
El director de la Biblioteca Nacional se pronunció sobre el tema. | Foto: Télam
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Luego de que Perfil.com publicara la opinión de distintos escritores sobre la política de limitación del ingreso e importación de productos editoriales extranjeros, el Director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, se expidió sobre el tema en un artículo enviado de manera exclusiva para este medio titulado "Molly Bloom en la Aduana". A continuación, reproducimos el texto completo:
"La traducción valenciana del Contrato Social de Rousseau que aunque reprobada circuló clandestinamente en el siglo XVIII y XIX latinoamericano (finalmente la editaría Mariano Moreno), o los libros de Marx prohibidos por distintas dictaduras militares, o incluso el Ulises de Joyce, que fue censurado en varios países anglosajones, no son situaciones que corran el riesgo de repetirse entre nosotros.
Sin embargo, repasando los periódicos que normalmente leemos, parecería que se hubiera instalado en el país un Index Librorum Prohibitorum. No parece un buen camino para la reflexión, interpretar una medida de índole comercial como una decisión cultural que nos privaría de acceder a nuestra novela austríaca favorita o a aquel libro de ensayos de algún filósofo esloveno que se lanzase a fustigar al mismo Zizek.
Mal que le pese a los muy imaginativos, no existe entre nosotros la figura del Censor, con sus raros barroquismos espirituales. Es sabido que este tipo de esquivo personaje –el Inquisidor público, siempre con alguna cuota dostoieskyana en sus espaldas-, es uno de los más buscados por los manuales de periodismo contemporáneo. La paradójica extravagancia moral de los grandes inquisidores, que aman lo que censuran y guardan celosamente en su conciencia lo que están destinados a prohibir, no la vemos en nuestra intranquila república por parte alguna.
Hay, sí, funcionarios que toman medidas comerciales que afectan la importación de cierto tipo de libros. Sobre las razones de estas medidas, insertas en la complejidad de la hora, han opinado editores, libreros, escritores. La Cámara del Libro ha dado a conocer su juicio atinado. El mío también pretende serlo. No habiendo motivos para suponer que estamos ante la situación de Fahrenheit 451, deseamos que el libro mantenga su excepcional cultural; no es un equivalente a un rulemán o un chip con batería de litio.
Confío en que las específicas lógicas aplicadas al comercio exterior y a la protección del mercado interno encuentren la forma de reconocer en la especificidad del libro la inspiración de medidas que no dejen ninguna duda a los escépticos o suspicaces, de que una futura industria argentina del libro, autónoma, universalista, importadora y exportadora, está esperando a un posible autor de un monólogo nacional a la altura de Molly Bloom. Con gloriosas imprecaciones de exportación y el destrabe total de la importación, tanto de libros como de expresiones lujuriosas de todo tipo".
"La traducción valenciana del Contrato Social de Rousseau que aunque reprobada circuló clandestinamente en el siglo XVIII y XIX latinoamericano (finalmente la editaría Mariano Moreno), o los libros de Marx prohibidos por distintas dictaduras militares, o incluso el Ulises de Joyce, que fue censurado en varios países anglosajones, no son situaciones que corran el riesgo de repetirse entre nosotros.
Sin embargo, repasando los periódicos que normalmente leemos, parecería que se hubiera instalado en el país un Index Librorum Prohibitorum. No parece un buen camino para la reflexión, interpretar una medida de índole comercial como una decisión cultural que nos privaría de acceder a nuestra novela austríaca favorita o a aquel libro de ensayos de algún filósofo esloveno que se lanzase a fustigar al mismo Zizek.
Mal que le pese a los muy imaginativos, no existe entre nosotros la figura del Censor, con sus raros barroquismos espirituales. Es sabido que este tipo de esquivo personaje –el Inquisidor público, siempre con alguna cuota dostoieskyana en sus espaldas-, es uno de los más buscados por los manuales de periodismo contemporáneo. La paradójica extravagancia moral de los grandes inquisidores, que aman lo que censuran y guardan celosamente en su conciencia lo que están destinados a prohibir, no la vemos en nuestra intranquila república por parte alguna.
Hay, sí, funcionarios que toman medidas comerciales que afectan la importación de cierto tipo de libros. Sobre las razones de estas medidas, insertas en la complejidad de la hora, han opinado editores, libreros, escritores. La Cámara del Libro ha dado a conocer su juicio atinado. El mío también pretende serlo. No habiendo motivos para suponer que estamos ante la situación de Fahrenheit 451, deseamos que el libro mantenga su excepcional cultural; no es un equivalente a un rulemán o un chip con batería de litio.
Confío en que las específicas lógicas aplicadas al comercio exterior y a la protección del mercado interno encuentren la forma de reconocer en la especificidad del libro la inspiración de medidas que no dejen ninguna duda a los escépticos o suspicaces, de que una futura industria argentina del libro, autónoma, universalista, importadora y exportadora, está esperando a un posible autor de un monólogo nacional a la altura de Molly Bloom. Con gloriosas imprecaciones de exportación y el destrabe total de la importación, tanto de libros como de expresiones lujuriosas de todo tipo".
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