PANORAMA POLITICO
Nadie representa a todos. El kirchnerismo tampoco. En todo caso, puede representar a una mayoría y a veces a una primera minoría. Pero en democracia, con eso se ganan elecciones y se gobierna. La imposibilidad –por ceguera o por conveniencia– de ese discurso totalitario granmediático de aceptar a esa mayoría que no piensa como ellos creen que debería hacerlo segrega un sustrato de violencia sobre el cual se apoyan todos sus argumentos.
El discurso de acusar de violento al kirchnerismo aparece también como un acto de prestidigitación. No ha habido ningún caso de periodista opositor o crítico agredido por hordas kirchneristas o efectivos policiales. No ha habido ni uno solo. Pero Joaquín Morales Solá fue al Congreso a denunciar que peligraba su vida y otros reconocidos periodistas lo acompañaron para hacer denuncias similares. Y las cosas han sido al revés: hubo periodistas golpeados por hordas, pero de caceroleros antikirchneristas y no una, sino varias veces. Por su parte, el Gobierno impulsó la erradicación de la figura del desacato por la cual eran juzgados muchos periodistas que criticaban a los gobiernos. Pero, insólitamente, el que sí persiguió judicialmente a periodistas fue el Grupo Clarín, que es el principal emisor de ese discurso cargado de violencia y para el que trabajan muchos de esos periodistas que estuvieron en el Congreso.
Los turistas que patotearon a la familia Kicillof cuando volvían de Punta del Este actuaron de la misma forma que muchos caceroleros, el mismo modus operandi que una banda de linchadores. Los linchadores están convencidos de que los justifica un fin justiciero o republicano. Los que lincharon negros o masacraron indios pensaban que defendían la pureza de la República. Y se sienten más justificados si además están convencidos de que lo hacen en nombre de todos.
La patoteada de ese grupo de turistas de alta gama generó una polémica sobre la violencia. Se está hablando de una violencia concreta, no genérica, y que ha sido antikirchnerista, como la de esos turistas o la de Miguel Del Sel con sus insultos. Y resulta que el análisis que hacen los grandes medios y algunos opositores concluye que los kirchneristas tienen la culpa por la violencia contra ellos. Se supone que un discurso violento del kirchnerismo tendría que ocasionar violencia contra los antikirchneristas. Pero el kirchnerismo sería tan estúpido que su discurso violento genera violencia contra sí mismo.
No ha habido hechos de violencia protagonizados por el kirchnerismo, pero se lo responsabiliza por una supuesta violencia verbal o metafórica. El argumento es que la soberbia del Gobierno genera violencia. O que el Gobierno no respeta a las minorías y no abre el diálogo.
Pero si se compara el gobierno nacional con el de la Ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, en cuatro años Mauricio Macri ha vetado más de cien leyes aprobadas por la Legislatura donde están representadas las minorías y ha actuado y se ha expresado en forma más represiva con las minorías que manifiestan en las calles. Si el gobierno nacional es soberbio o no respeta a las minorías, el gobierno porteño le saca varios cuerpos en esa performance y sin embargo no hay una relación directa con la violencia que despierta, no hay una violencia antimacrista.
En principio, parece una autojustificación buscar las causas de la violencia del antikirchnerismo en el propio kirchnerismo y lo más lógico sería hacerlo entre los que la promueven y la practican, en la falta de tolerancia de esas personas, en la poca calidad democrática que demuestran sus acciones. Si los violentos fueran kirchneristas, el problema sería del oficialismo, en contrapartida es un problema del antikirchnerismo que en sus movilizaciones haya mucha gente que se expresa con tanta violencia. La única forma de reclamar respeto es respetando, cosa que no sucede con los que patotearon a la familia Kicillof, con las expresiones de Miguel Del Sel ni con muchos de los que salen a cacerolear. El problema de la violencia está ahí y una actitud responsable de la oposición tendría que ir más allá del oportunismo de achacarle sus propias fallas al kirchnerismo.
Cuando se habla de violencia se confunden a propósito muchas cosas que no son iguales. No es lo mismo León Gieco que Miguel Del Sel. No es lo mismo decir que Macri no tiene propuestas que decirle “conchuda hija de puta” a la Presidenta. Y no es lo mismo la patoteada a la familia Kicillof que los “escraches” que hacían los HIJOS a represores de la dictadura. Las diferencias no son ni siquiera sutiles. Y si bien es censurable que a Nelson Castro no lo hayan querido atender en una confitería, ese agravio es minúsculo comparado con la cobardía de los turistas caceroleros de Punta del Este.
No deja de sorprender que, hace diez años, las movilizaciones del PJ generaban inquietud por los desbordes y desprolijidades. Ahora los que despiertan inquietud por posibles desbordes violentos y actitudes grotescas son esos sectores de las capas medias antiperonistas cuando salen a cacerolear.
Pero los artilugios mediáticos lo instalan al revés, como si la violencia física antikirchnerista tuviera su causa en una violencia kirchnerista metafórica o verbal. Pese a que ni siquiera se puede decir que desde el punto de vista físico haya violencia de ambos lados, sino solamente del antikirchnerismo, lo que se instala en un sector de la sociedad es todo lo contrario. En vez de condenar esos hechos de violencia, estos mismos artilugios les otorgan un carácter justiciero en representación de la sociedad. O sea: si Del Sel putea a la Presidenta, al hacerlo, lo hace en representación de todos. Si un grupito de turistas de Punta del Este patotea a la familia de un funcionario, se les otorga una representación del pueblo. Así, dos situaciones violentas, grotescas, de bajísima calidad ciudadana, son presentadas como emergentes de un supuesto malestar general. Y rápidamente empiezan a circular encuestas que dan por descontado que Cristina Kirchner perdería cualquier elección, lo que se parece más a una expresión de deseos.
El oficialismo tiene muchos flancos para ser criticado por derecha y por izquierda. Pero en los últimos tiempos, el tema de la violencia política, los desbordes y el resentimiento constituyen un problema de la oposición. Y sería un error generalizar esas actitudes más allá del grupo social que las protagoniza y que siempre fue muy antikirchnerista
Días de ira
Por Luis Bruschtein
Si pasan más de dos meses sin elecciones o sin movilizaciones se instala la sensación de que el planeta está contra el Gobierno. Este gobierno debe ser el que más rápido y más veces ha perdido votos y asistencias en un imaginario de microambiente y después los ha vuelto a recuperar. Ha ganado elecciones desde el 2003, ha movilizado cientos de miles de personas numerosas veces pero, a los dos meses de hacerlo, los diarios opositores, los columnistas de esos diarios o esos medios ya están hablando en nombre de todos. Como los medios se apropian de todos, los opositores rápidamente empiezan a hablar en nombre del pueblo cuando protestan y se apropian de esa figura. Se crea de esa manera un cuadro que, además de no ser real, tampoco conforma un aporte democrático. Habría así una totalidad que detesta a este gobierno, a todos sus integrantes y a todos sus simpatizantes. Hay un “todos” quienes detestan a esos otros “todos” que ni siquiera suman. Hay una pantomima en el esfuerzo por totalizar y hay una voz totalitaria en una parte de la oposición que se engolosina con ese caramelo amargo que conlleva una semilla de intolerancia.
Como sucede con las ideas totalitarias, tienen poco sustento en la realidad. Se cansan de decir que representan a todos, o al pueblo en masa, y después pierden las elecciones o buscan excusas para explicar las convocatorias con cientos de miles de personas que realiza el Gobierno. Esa parte de la oposición, pero sobre todo los medios opositores, disemina una doctrina totalitaria, un sentido común que relaciona el “todos” nada más que con el conjunto que integran los que tienen su misma forma de pensar y no con el verdadero conjunto integrado por todos. Es una idea totalitaria que descarta a los otros cuando son mayoría.Nadie representa a todos. El kirchnerismo tampoco. En todo caso, puede representar a una mayoría y a veces a una primera minoría. Pero en democracia, con eso se ganan elecciones y se gobierna. La imposibilidad –por ceguera o por conveniencia– de ese discurso totalitario granmediático de aceptar a esa mayoría que no piensa como ellos creen que debería hacerlo segrega un sustrato de violencia sobre el cual se apoyan todos sus argumentos.
El discurso de acusar de violento al kirchnerismo aparece también como un acto de prestidigitación. No ha habido ningún caso de periodista opositor o crítico agredido por hordas kirchneristas o efectivos policiales. No ha habido ni uno solo. Pero Joaquín Morales Solá fue al Congreso a denunciar que peligraba su vida y otros reconocidos periodistas lo acompañaron para hacer denuncias similares. Y las cosas han sido al revés: hubo periodistas golpeados por hordas, pero de caceroleros antikirchneristas y no una, sino varias veces. Por su parte, el Gobierno impulsó la erradicación de la figura del desacato por la cual eran juzgados muchos periodistas que criticaban a los gobiernos. Pero, insólitamente, el que sí persiguió judicialmente a periodistas fue el Grupo Clarín, que es el principal emisor de ese discurso cargado de violencia y para el que trabajan muchos de esos periodistas que estuvieron en el Congreso.
Los turistas que patotearon a la familia Kicillof cuando volvían de Punta del Este actuaron de la misma forma que muchos caceroleros, el mismo modus operandi que una banda de linchadores. Los linchadores están convencidos de que los justifica un fin justiciero o republicano. Los que lincharon negros o masacraron indios pensaban que defendían la pureza de la República. Y se sienten más justificados si además están convencidos de que lo hacen en nombre de todos.
La patoteada de ese grupo de turistas de alta gama generó una polémica sobre la violencia. Se está hablando de una violencia concreta, no genérica, y que ha sido antikirchnerista, como la de esos turistas o la de Miguel Del Sel con sus insultos. Y resulta que el análisis que hacen los grandes medios y algunos opositores concluye que los kirchneristas tienen la culpa por la violencia contra ellos. Se supone que un discurso violento del kirchnerismo tendría que ocasionar violencia contra los antikirchneristas. Pero el kirchnerismo sería tan estúpido que su discurso violento genera violencia contra sí mismo.
No ha habido hechos de violencia protagonizados por el kirchnerismo, pero se lo responsabiliza por una supuesta violencia verbal o metafórica. El argumento es que la soberbia del Gobierno genera violencia. O que el Gobierno no respeta a las minorías y no abre el diálogo.
Pero si se compara el gobierno nacional con el de la Ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, en cuatro años Mauricio Macri ha vetado más de cien leyes aprobadas por la Legislatura donde están representadas las minorías y ha actuado y se ha expresado en forma más represiva con las minorías que manifiestan en las calles. Si el gobierno nacional es soberbio o no respeta a las minorías, el gobierno porteño le saca varios cuerpos en esa performance y sin embargo no hay una relación directa con la violencia que despierta, no hay una violencia antimacrista.
En principio, parece una autojustificación buscar las causas de la violencia del antikirchnerismo en el propio kirchnerismo y lo más lógico sería hacerlo entre los que la promueven y la practican, en la falta de tolerancia de esas personas, en la poca calidad democrática que demuestran sus acciones. Si los violentos fueran kirchneristas, el problema sería del oficialismo, en contrapartida es un problema del antikirchnerismo que en sus movilizaciones haya mucha gente que se expresa con tanta violencia. La única forma de reclamar respeto es respetando, cosa que no sucede con los que patotearon a la familia Kicillof, con las expresiones de Miguel Del Sel ni con muchos de los que salen a cacerolear. El problema de la violencia está ahí y una actitud responsable de la oposición tendría que ir más allá del oportunismo de achacarle sus propias fallas al kirchnerismo.
Cuando se habla de violencia se confunden a propósito muchas cosas que no son iguales. No es lo mismo León Gieco que Miguel Del Sel. No es lo mismo decir que Macri no tiene propuestas que decirle “conchuda hija de puta” a la Presidenta. Y no es lo mismo la patoteada a la familia Kicillof que los “escraches” que hacían los HIJOS a represores de la dictadura. Las diferencias no son ni siquiera sutiles. Y si bien es censurable que a Nelson Castro no lo hayan querido atender en una confitería, ese agravio es minúsculo comparado con la cobardía de los turistas caceroleros de Punta del Este.
No deja de sorprender que, hace diez años, las movilizaciones del PJ generaban inquietud por los desbordes y desprolijidades. Ahora los que despiertan inquietud por posibles desbordes violentos y actitudes grotescas son esos sectores de las capas medias antiperonistas cuando salen a cacerolear.
Pero los artilugios mediáticos lo instalan al revés, como si la violencia física antikirchnerista tuviera su causa en una violencia kirchnerista metafórica o verbal. Pese a que ni siquiera se puede decir que desde el punto de vista físico haya violencia de ambos lados, sino solamente del antikirchnerismo, lo que se instala en un sector de la sociedad es todo lo contrario. En vez de condenar esos hechos de violencia, estos mismos artilugios les otorgan un carácter justiciero en representación de la sociedad. O sea: si Del Sel putea a la Presidenta, al hacerlo, lo hace en representación de todos. Si un grupito de turistas de Punta del Este patotea a la familia de un funcionario, se les otorga una representación del pueblo. Así, dos situaciones violentas, grotescas, de bajísima calidad ciudadana, son presentadas como emergentes de un supuesto malestar general. Y rápidamente empiezan a circular encuestas que dan por descontado que Cristina Kirchner perdería cualquier elección, lo que se parece más a una expresión de deseos.
El oficialismo tiene muchos flancos para ser criticado por derecha y por izquierda. Pero en los últimos tiempos, el tema de la violencia política, los desbordes y el resentimiento constituyen un problema de la oposición. Y sería un error generalizar esas actitudes más allá del grupo social que las protagoniza y que siempre fue muy antikirchnerista
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