MEDIOS Y COMUNICACION
Imagen y razón
Marta Riskin denuncia el intento de manipular subjetividades
a través del miedo que, a falta de otros recursos, se intenta como estratagema
política utilizando los medios de comunicación.
Por Marta
Riskin *
Desde Rosario
“Mientras el hombre esté afectado por la imagen de una
cosa, considerará esa
cosa como presente, aunque no exista...”
cosa como presente, aunque no exista...”
Después del fin del mundo maya, los internautas distraídos
pueden haber tropezado con otros anuncios amenazantes. Tal vez con el aviso
destellante y omnipresente que anuncia “El fin de la Argentina”.
El pronóstico, periódicamente actualizado desde 2011, es
acompañado con ofertas financieras, amenazas de crisis griegas, consejos para
la desobediencia fiscal y advertencias acerca de los resultados que acarrean
los subsidios al transporte.
Ya no llama la atención que la construcción argumental de su
discurso utilice consignas sin fundamento y fuentes de información poco
relevantes.
Tampoco que se limite a ofrecer el refugio de productos
financieros sin una sola propuesta productiva. Ni siquiera sorprende que el
alegato insista en pronósticos apocalípticos, con un refrito iconográfico de
casi todos los mensajes históricos emitidos por las corporaciones, para
garantizarse la continuidad del actual diseño del mundo global.
Importa, en cambio, que sobre algunos sectores de la
ciudadanía cumplan con el objetivo subterráneo del verdadero negocio: provocar
miedo.
“Tanto más frecuentemente se impone una imagen a nuestra
consideración, cuanto mayor es el número de imágenes a las que está unida.”
Las factorías de mensajes publicitarios, con o sin Barba,
son entrenadas acerca de predisposiciones, permeabilidad y hábitos culturales
de vastas audiencias, y siguen operando sobre hábitos de interpretación y
reflejos condicionados.
Si bien la reiteración de mandatos para la manipulación de
subjetividades (“Tengo miedo”, “Hay miedo”, “Metió miedo”) es idónea para
instalar imágenes mentales e incrementar la intolerancia a la incertidumbre,
también exhibe las sugestivas semejanzas de estilo, vocabulario y estructura
narrativa, que acaban por revelar su común usina ideológica.
Así, el diligente emprendedor de referencia carece de
propuestas políticas, pero plantea medidas semejantes a las que, en Europa, al
decir de Habermas, “debilitan la capacidad económica e incrementan el
desempleo”, y su discurso, inmune a obvias contradicciones, es sumamente
sensible al ritmo y a la repercusión visual y emocional de cada palabra.
El formato combina la retórica individualista con el
abandono ciudadano de responsabilidades y la tácita delegación del Estado en
manos de las corporaciones.
Apenas una sugerencia más clara le permitiría la
construcción de un horizonte electoral, sobre la base de públicos permeables al
marketing social. Incluso hasta el timbre y la cadencia de su voz evocan otros
aspirantes a gerentes de la Nación que pedalean por análogas bicisendas.
La estrategia más eficaz para neutralizarlos continúa siendo
la sanción social.
Por supuesto, “... si todos los hombres pudiesen fácilmente
ser conducidos por medio de la razón y conocer la suma utilidad y necesidad del
Estado, no habría nadie que no detestase los engaños sino que todos, con gran
deseo de llegar a este fin, a saber, la conservación de la República, estarían
sujetos a los pactos en todo y guardarían sobre todas las cosas la fe, superior
cimiento de las repúblicas”.
Hasta que alcancemos esa naturaleza de la razón, de la que
todos los humanos y no sólo los argentinos carecemos, es preciso proseguir
aprendiendo unos de otros y ayudándonos a reflexionar mutuamente.
Cabe destacar que las intrigas de quienes deshonran la
comunicación pública, no sólo pretenden provocar desconfianza en el futuro
democrático sobre sus audiencias habituales.
Ante la notable ausencia de candidatos propios, gestionan la
profundización de las diferencias, los distanciamientos potenciales y el
desconcierto de los indecisos.
Asimismo intentan generar divisiones en las filas progresistas
para que, aun cuando sus operaciones de terrorismo mediático sean
neutralizadas, se confunda a víctimas con victimarios.
El ejemplo paradigmático es la insistencia mediática en
adjudicar la representación global de la “clase media” a la oposición, negando
la filiación declarada por las mayorías que adhieren al Gobierno, implantando
enfrentamientos y apostando a que los propios sectores progresistas cedan
porciones de su electorado.
Nunca existió tanta conciencia popular acerca de la
influencia de los medios masivos de comunicación.
La educación y la experiencia en desarticular engaños abren
la posibilidad de diseñar una contraofensiva comunicacional que impida las
falsas polarizaciones e incluya a nuevos participantes en el debate político.
Tenemos los contenidos, los frutos y las obras.
Trabajemos sobre las formas.
Todas las citas en itálica pertenecen al Tratado teológico
político de Baruch Spinoza (1632-1677).
* Antropóloga. Universidad Nacional de Rosario.
MEDIOS Y COMUNICACION
Televisión y mito
A propósito del programa televisivo 6-7-8, Fernando Alfón
plantea que una de las formas de dar a comprender la realidad a través de la
televisión es simplificarla, hacerla dicotómica, convertirla en mito entendido
como un punto de vista condensado de la misma realidad.
Por Fernando
Alfón *
Una de las recientes críticas al programa 6,7,8 señala que
“reduce la realidad y crea dicotomías”. La formulaban inicialmente aquellos que
detestaban al Gobierno. Ahora también la deslizan quienes apreciaban el
programa. Los panelistas se abroquelan y responden mal: también condenan las
dicotomías. ¿Qué significa reducir la realidad?
El asunto es un tópico conocido de la filosofía política y
lleva por nombre “el problema del mito”. Veamos. La realidad no es simple, pero
una de las formas de tornarla aprehensible es simplificarla. El sutil analista,
a menudo, no auspicia la simplificación, pues quiere habitar en los matices. En
la exposición del analista, la realidad parecería no poderse agarrar. De aquí
que, en el ámbito universitario, la complejidad del mundo se extrema como un
fin en sí mismo.
La televisión es otra cosa. La finitud del tiempo requiere
otra gramática, más cercana al epigrama. Lo real no deja de ser complejo, pero
la televisión lo compacta. La prisa crea prisiones, pero ostenta una virtud. Lo
complejo se hace aprehensible en la televisión porque nos muestra una sola de
sus caras: la sintética. Luego, la forma más efectiva de la simplificación es
la dicotomía.
Lo que logra el resumen es bien interesante. Se pasa de una
interpelación de la conciencia a una interpelación de los sentidos. ¿Y para qué
reducimos lo complejo? Para verlo, es decir, para que se haga manifiesto. O
mejor dicho, para no ver lo complejo y demorarnos en el discernimiento. Solemos
quedar estáticos ante la variedad, pero elegimos rápido cuando enfrentamos una
disyuntiva.
El lenguaje mítico siempre ha sido la gramática de las masas
populares. Los pueblos comprenden, colectivamente, a partir de emociones. Los
líderes políticos han sabido interpelar a las masas por medio de esta lengua.
No se moviliza a un pueblo con la lectura en público de El Capital –exuberancia
de la razón pormenorizada–, se lo moviliza con el canto acompasado del Manifiesto
comunista –que hace palpable, que pone de manifiesto–. Ambos textos conllevan
la misma tesis, pero la exponen de manera distinta. La ciencia es áspera, nos
convoca a la mesura y a la inquisición permanente; el manifiesto nos exhorta a
la acción. No son cosas incompatibles; son momentos distintos. Veamos un
ejemplo.
El peronismo es algo muy complejo, pero durante los
bombardeos del ’55 lo único que había que ver es: peronismo o antiperonismo. El
golpe no es el momento de la disquisición, es el momento de la dicotomía;
porque los que no ven claro lo que sucede, lo ven cuando se polariza. Nunca la
realidad es diáfana, pero en ciertos momentos es indispensable transparentarla.
Hablar apelando al mito, entonces, es hablar a través de
síntesis. Las síntesis son imágenes. Las imágenes condensan mucho, pero lo
muestran en lo poco. Las imágenes se pueden ver y se pueden sentir. La emoción
es ver de golpe. Ese tipo de visiones son las más propicias para tomar
decisiones.
El asunto del mito no goza de buena prensa, porque es
despertar a un gigante dormido, que puede ladearse a la derecha. Es un riesgo,
pero sin el cual no hay movilización de masas. El mito transige con lo
irracional; su materia prima es de naturaleza emotiva. Pero he aquí el planteo
de fondo: ¿podemos creer que la política se recluye al ámbito de la pura
racionalidad?
Los pueblos no están hechos de razones; están moldeados de
mitologías, que son la traducción de grandes cosmovisiones en amenos relatos
pedagógicos. Cada vez que excluimos la emotividad de la política, el lenguaje
de imágenes, e incluso la religiosidad, excluimos la dimensión popular de la
lengua política. El mito es la filosofía de los pueblos, pero es una filosofía
arrolladora, una epistemología huracanada.
Absorto porque el kirchnerismo descubrió el mito, Tomás
Abraham predicó una fuga “Del mito a la idea” (ver lanacion.com). Así le fue a
su fuerza política, que aún espera que su líder les hable alguna vez al corazón
y los ponga de pie. La izquierda tuvo –acaso por su pasado iluminista– grandes
problemas para hablar desde el palco, que requería premura. Hoy ese palco se
mudó a la televisión, a la cual hay que pensar -es esta mi hipótesis- como el
ámbito del lenguaje mítico. La televisión no es el claustro de la disquisición
dilatada; es el escenario de la exposición sintética. Es una forma de
trivializar la realidad, claro, pero no puede ser trivial la comprensión de la
forma.
Si echamos una mirada general a los mitos argentinos, vamos
a ver que carecen de matices, que son relatos fáciles de aprender y fáciles de
repetir. No son “mentiras” –acepción equivocada de “mito”–, son un punto de
vista condensado de la realidad. Luego, es un error pensar que los argentinos
tenemos propensión a los mitos. No somos maniáticos. Una sociedad sin mitos
¿sería una sociedad con plena conciencia de lo complejo, una suerte de multitud
científica, exacta, sin velos, sin emotividad, sin relatos? No se me ocurre
imaginar más aterrador ese infierno.
* Ensayista, docente e investigador de la UNLP.
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