PROBLEMA DE LA INFlACION
La opinión pública y el clima de las empresas
El principal factor que explica la ventaja que hoy lleva el Gobierno nacional en el plano electoral es el desempeño de la economía. Para el registro cotidiano de los ciudadanos, eso se traduce en que hay trabajo, los ingresos tienden a acompañar el aumento de los precios y hay crédito abundante para el consumo. El Gobierno se refiere a ese factor como el “modelo”, entendiendo que consiste en aprovechar el ciclo favorable que beneficia a la Argentina, manteniendo un grado alto de intervención del Estado en la economía, un cierto grado de socialización de las ganancias privadas, un alto nivel de gasto público, alta tasa de inflación, altos subsidios a distintas actividades productivas y de servicios y políticas más activas en asistencia social y en previsión. Dentro del Gobierno existen diferentes puntos de vista acerca de los límites de esas tendencias que definen el modelo, pero no acerca de las tendencias mismas, por lo que cabe suponer que el Gobierno no modificará esas políticas mientras las circunstancias actuales se mantengan y los resultados electorales sean los que hoy se avizoran.
Ese modelo suele ser descripto con una retórica de “igualdad distributiva”, pero ciertamente no es muy igualitario. Es, sí, satisfactorio para los sectores más empobrecidos de la sociedad, que no es lo mismo. También es satisfactorio para otros sectores sociales, lo que se traduce en votos. Pero la realidad es que los subsidios benefician más a la clase media que a la clase más baja y la inflación castiga más a la clase baja. Es notorio que el despliegue propagandístico oficial acerca del nivel de inflación y los precios de algunos productos de consumo masivo no convencen a nadie ni llevan a nadie a imaginar que su situación real no es la que es. Las personas comunes registran la inflación cada día del año cuando hacen sus compras y no cuando leen los índices de precios de las consultoras. En otras palabras, no es al secretario Moreno a quien el Gobierno debe los votos, sino a otros aspectos del modelo. La valoración de la economía que hace esa gente no toma en cuenta solamente los precios, sino también sus ingresos; y esa ecuación hasta ahora les resulta viable. Y todo esto no tiene que ver con la igualdad distributiva, sino con la mejor posición absoluta en que se encuentran muchísimas personas. (Como es sabido, en todas partes a los pobres los tiene bastante sin cuidado cuántas veces mejor que ellos están los ricos; les importa cómo están ellos mismos en relación con algún momento anterior o en relación con sus expectativas).
Un informe de SEL, distribuido recientemente, presenta datos de una encuesta realizada a una muestra de empresarios. Dos tercios de las empresas analizadas declaran que “están bien”. Está claro que cuando las empresas andan bien, los trabajadores suelen estar bien –aunque, por supuesto, siempre esperen un poco más y a veces presionen por más–. Este es un factor decisivo en la determinación de la valoración positiva de la economía que hace la gente; es más decisivo que la comunicación del Gobierno y la comunicación de los opositores, al punto que si unos y otros dejasen de hablar posiblemente nada cambiaría. El Gobierno debería estar prestando tanta atención al clima de negocios como a la opinión pública, ya que el estado de ésta depende en buena medida de cómo andan los negocios de las empresas que generan empleo.
En este plano, no es un dato menor de ese informe que los empresarios no piensan que esta recuperación económica es estable. Entre los factores que los inquietan la inflación es el más importante. Eso contrasta con las encuestas de opinión pública, donde la inflación ocupa el cuarto lugar (o el quinto, según como se mida) mientras la mayor preocupación es la delincuencia.
Puesto en esta perspectiva, el problema de la inflación adquiere una mayor importancia que la que parece concederle la opinión pública. La lógica actual del modelo parece ser que el nivel de consumo es el aspecto fundamental y que es preciso fogonearlo con medidas cuyo efecto es alimentar la inflación; y hoy se constata que –más allá de la ridícula pretensión adicional de que “de eso no se hable” que lleva a castigar a quienes intentan medir la inflación– al común de la gente el efecto inflacionario no le está preocupando demasiado. Pero si las empresas comenzasen a responder a las condiciones reales de la economía con un menor nivel de actividad, eso repercutiría rápidamente en el empleo y por lo tanto en el consumo y, de inmediato, en el voto. El año 2009 fue una fotografía de esa secuencia. El resultado electoral de ese año ofrece lecciones que no deberían ser olvidadas.
*Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella.
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