Elecciones en Israel
Benjamín Netanyahu (izquierda), el actual primer ministro que puede renovar su mandato; y Yair Lapid (derecha), nueva figura en el firmamento político de Israel. Fotos: efe
Rogelio Alaniz
Benjamín Netanyahu ganó pero perdió. No es un juego de palabras. Su coalición política con Avigador Lieberman obtuvo alrededor de 31 escaños, lo que lo transforma en el candidato mas votado en estas elecciones, aunque al mismo tiempo es el candidato que más votos perdió, ya que en los comicios anteriores habían obtenido alrededor de cuarenta y dos bancas.
Es muy probable que los votos obtenidos por Netanyahu le permitan iniciar su tercer mandato, aunque para ello deberá negociar y hacer las concesiones del caso con los partidos de centro y, muy en particular, con quien se lo considera el efectivo ganador de estas elecciones, el ex periodista y animador televisivo, Yair Lapid, cuyo flamante partido conquistó diecinueve escaños, un capital político que lo transforma en el interlocutor inevitable de Netanyahu.
A Lapid se lo ubica en el centro del escenario político. Joven, simpático, dueño de un desenfado algo insolente, algo afectivo, adquirido en ese periódico trajinar delante de las cámaras, incluye, además, en su curriculum haber sido boxeador, un oficio del cual deberá extraer algunas lecciones para negociar con la áspera, inflexible y hermética derecha israelí.
Como se sabe, en Israel el sistema político es parlamentario y el sistema electoral es proporcional, una modalidad que inevitablemente alienta las coaliciones como condición necesaria para asegurar la gobernabilidad. El Parlamento cuenta con ciento veinte bancas. Allí se elige al primer ministro, quien para lograr la designación necesita de la mitad más uno de las bancas. En los últimos años se han levantado críticas a este sistema que, en su momento, se constituyó para dar cabida a las expresiones de un pueblo de inmigrantes con diversas tradiciones políticas y culturales. Hoy este sistema -dicen algunos- resulta inoperante, sobre todo para un país que necesita de decisiones ágiles y efectivas. El debate está abierto, pero por ahora el sistema proporcional es el que se mantiene vigente y a juzgar por sus resultados no hay razones de fondo para cambiarlo.
¿Qué se discute en Israel en estas elecciones? Nada distinto de lo ya conocido. Pero no está de más recordar los temas centrales, que en apretada síntesis son cuatro: las concesiones territoriales a Palestina, la seguridad del Estado, la cuestión religiosa y el funcionamiento de la economía y su relación con el Estado de bienestar. Seguramente el tema de la guerra y, por lo tanto, el de la seguridad, es el más convocante y el que genera más disensos, pero el debate por la cuestión religiosa y los reclamos de secularización por parte de los sectores laicos son cada vez más intensos.
Exigir que los ortodoxos cumplan con los deberes de todo ciudadano israelí, esto es pagar impuestos y hacer el servicio militar, es un reclamo cada vez más amplio, como lo es el reclamo por el matrimonio civil, el rechazo del shábat obligatorio y la prohibición de usar transportes públicos ese día. Asimismo, la evaluación acerca del actual orden económico y sus consecuencias sociales han sido en estos comicios el tema central de algunos candidatos. Netanyahu, acusado de neoliberal por sus opositores de izquierda, ofrece como logro haber ampliado un orden económico que sigue dando oportunidades para todos y que ha transformado a Israel en uno de los grandes protagonistas económicos del mundo.
En síntesis, la seguridad, la economía, la religión y el rol del Estado, son los grandes temas que convocan a los ciudadanos. En algunos casos la polarización se da entre derecha e izquierda, pero no siempre esa contradicción es la dominante. ¿Ejemplos? El setenta y tres por ciento de los judíos está a favor de un Estado palestino, pero ese mismo porcentaje dice privilegiar por encima de cualquier cuestión ideológica el tema de la seguridad. Y la seguridad, en este caso, coincide con los criterios de la derecha, es decir, militarización, mano dura y luz verde a los colonos. ¿Contradictorio? Por supuesto, pero en Medio Oriente las contradicciones de este tipo suelen ser previsibles y habituales.
Por lo pronto, el escenario político abierto después de estas elecciones destaca un equilibrio de fuerzas entre la izquierda y la derecha, un equilibrio con una leve tendencia hacia la derecha, motivo por el cual es muy probable que Netanyahu sea el nuevo ministro. Insisto en el concepto: es muy probable, pero no obligatorio. Lapid algunas pretensiones tiene y las va a hacer valer. Por su parte, en estas elecciones los partidos de izquierda, contra todo pronóstico, han crecido, y su optimismo es tan grande que la dirigente del laborismo, Shelli Yachimovich, se ha animado a plantear la constitución de una coalición de centro izquierda con capacidad para hacerse cargo del gobierno.
La derecha, por su parte, deberá ampliar sus alianzas con los sectores religiosos ortodoxos e iniciar conversaciones urgentes con Lapid, quien en el tema de la guerra considera que por el momento es imposible plantear una solución definitiva. Este punto de vista, el de una suerte de resignación activa o descarnado realismo acerca de la improbabilidad de la paz y la inutilidad de la guerra, suele ser el que en términos prácticos más adhesiones recoge en esta coyuntura.
Lapíd, a diferencia de la derecha tradicional, entiende que el reclamo de un Estado palestino puede ser justo pero por diferentes motivos no es viable. En recientes declaraciones públicas, dijo con su habitual ironía: “Los palestinos no se van a ir como aspira la derecha ni se van a convertir en pacíficos vecinos noruegos como aspira la izquierda”. ¿Qué hacer entonces? Negociar, pero negociar con el fusil en la mano. Como en su momento lo dijera Ben Gurión: “Estaremos perdidos el día que un árabe suponga que matar a un judío sale gratis”.
El otro interlocutor de la derecha, es Neftalí Bennett, anunciado como la gran revelación de estas elecciones, aunque el resultado final no fue tan promisorio como se pensaba. Bennett se presenta como un líder decidido a decir las cosas por su nombre. Es laico, motivo por el cual se ha ganado el rechazo de los ortodoxos, pero al mismo tiempo sostiene posiciones contra los palestinos más duras que Netanyahu. O dice en voz alta lo que Netanyahu piensa en voz baja. Concretamente, para Bennett “no va haber Estado palestino”. En términos prácticos es el dirigente que con más entusiasmo defiende los intereses de los colonos judíos en Cisjordania, es decir, a los pobladores que han ocupado en los últimos años alrededor del sesenta por ciento del territorio que teóricamente les pertenece a los palestinos. “No hay ocupación, la tierra es nuestra”, repite.
Bennett con su sonrisa y sus modales distinguidos es tan duro como el rústico Lieberman, el ex canciller de Netanyahu y su principal aliado político. Lieberman propone resolver el problema continuando con las ocupaciones y entregando a cambio las tierras que hoy ocupan los árabes israelíes, pobladores a quien no vacila en calificar de quinta columnistas a los que se debe desenmascarar y obligarlos a vivir con sus hermanos palestinos.
En ese juego de derechas extremistas, Netanyahu es algo así como el centro. Sus consignas para esta campaña electoral no dejan lugar a dudas. “Un primer ministro fuerte para un Israel fuerte”. La palabra “fuerte” para el popular Bibi no deja lugar a ninguna interpretación ambigua. Poder militar, mano dura contra el terrorismo y nunca perder de vista que el enemigo de fondo es Irán.
Durante la campaña electoral los vecinos recibían un llamado telefónico en donde una voz muy agradable le hacía la siguiente pregunta. “Si esta noche el comandante en jefe del ejército llama a la casa del primer ministro para comunicarle que hay que iniciar la guerra contra Irán en el acto, ¿a usted quién le gustaría que atienda el teléfono?”. Bennett seguro que no, porque en una entrevista dijo que entre el interés de los colonos y las pretensiones del ejército, él estaba con los colonos, motivo por el cual perdió una enorme cantidad de votos ya que en Israel lo más impopular que hay es atacar al ejército. ¿Netanyahu entonces debe atender el teléfono? Por supuesto
¿Sólo la derecha tiene respuestas al actual drama de Medio Oriente?. Yo diría que la derecha tiene respuestas prácticas en la coyuntura, pero la perspectiva más justa de largo plazo es la de la izquierda. El problema radica en el hecho de que en política siempre es más seguro tener razón en tiempo presente que en tiempo futuro. La derecha, como se sabe, suele ser muy práctica y tiende a simplificar las contradicciones, lo cual en una situación de guerra suele ser muy eficaz. Pero tengo para mí que en el largo plazo la solución de Israel deberá ser la negociación y el acuerdo.
Hay que decir al respecto, que así como es delirante y criminal suponer que la alternativa para Medio Oriente sea echar a los judíos al mar, un calificativo parecido merece la posición de quienes creen que hay que arrojar a los palestinos al desierto. ¿Esto se discutió en las elecciones? No fue el único tema, pero fue el principal.
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