Las inversiones non sanctas del Vaticano
En la primavera boreal de 2009, en lo peor de la crisis, cuando todas las chicharras sonaban con luces rojas en el Vaticano, el Papa Ratzinger decidió que había llegado el tiempo de una reforma profunda en el aparato financiero del trono de Pedro. Tenía sus razones: la Fiscalía de Roma y la policía financiera italiana llevaban varios meses con los ojos puestos en el Instituto para las Obras de Religión (IOR), más conocido como Banco del Vaticano, después de detectar una cadena de maniobras ilícitas, transferencias fraudulentas de fondos y hasta la sospecha de lavado de dinero.
Ratzinger fracasó. La reforma propugnada por él y su grupo de leales (más bien escaso, conducido por el influyente cardenal Georg Ganswein) no sólo no pudo prosperar; además, multiplicó la ferocidad de una lucha interna –llena de conspiraciones, conciliábulos clandestinos y hasta proyectos de asesinato– develada, en otra manifestación de la fractura, por los documentos secretos que el mayordomo infidente Paolo Gabriele le entregó al periodista Gianluigi Nuzzi.
Cuando, en una noche de fines de mayo del año pasado, Ettore Gotti Tedeschi, presidente del IOR, vio entrar en su casa de Milán a un grupo de hombres armados, estuvo seguro, según él mismo admitió, de que eran sicarios que iban a asesinarlo. Gotti habló de su alivio al comprobar que se trataba de policías que llegaban para detenerlo por fraudes bancarios. Seguramente, Gotti habrá recordado a Roberto Calvi, presidente del Banco Ambrosiano y "banquero de Dios", que en 1982 apareció colgado bajo un puente londinense después de habérsele comprobado delitos parecidos.
Gotti fue designado al frente del IOR por Benedicto XVI, y ese nombramiento fue, precisamente, una parte clave de su intento de reforma financiera. Gotti era un conocido y exitoso consultor financiero e industrial al servicio de grandes corporaciones europeas, presidente de la filial italiana del Banco Santander y profesor de Ética de los Negocios en la Universidad de Turín. Su objetivo al frente del banco de San Pedro era adecuar la contabilidad del IOR a las normas del Banco Central Europeo y, de ser necesario, blanquear y hasta admitir la filtración de dinero ilícito en el Banco del Vaticano.
En definitiva: aquella partida policial que entró, armas en mano, en la residencia milanesa de Gotti para llevárselo preso, da una idea aproximada de la profundidad del fracaso de Joseph Ratzinger.
Incluso, hubo quienes sospecharon que la caída de Gotti obedeció a delaciones que se generaron dentro del Vaticano; por lo menos, sus planes chocaban de frente con franjas poderosas de la Iglesia. El 24 de mayo de 2012, el día en que lo destituyeron, dijo: "Me debato entre el ansia de contar la verdad y el no querer perturbar al Santo Padre con tales explicaciones". Parte de esa verdad se conoció por los documentos que Gianluigi Nuzzi recibió de Paolo Gabriele y publicó en su libro "Las cartas secretas de Benedicto XVI" (véase recuadro).
EL AJUSTE QUE VIENE. Poco antes de la abdicación de Benedicto, el presidente de la Prefectura para los Asuntos Económicos del Vaticano, el cardenal Giuseppe Versaldi, anunció que el Vaticano deberá ajustar sus cuentas después de haber registrado un rojo de casi 15 millones de euros el año pasado. Versaldi anunció un nuevo reglamento orientado a vigilar y controlar las actividades económicas del Estado vaticano. Por supuesto, se trata de la economía formal, la que figura en los libros, porque las finanzas de la Iglesia son una región oscura, demasiado oscura.
El secretario de esa Prefectura, el español Lucio Ángel Vallejo Balda, aseguró que el ajuste vaticano no implicará despidos entre sus 5500 empleados, porque eso, dijo, iría "contra la doctrina social de la Iglesia". No obstante, habrá recortes salariales y en las cargas sociales.
En verdad, la crisis vaticana se anticipó a la caída de Lehman Brothers. Ya en el periodo 2007-2008, un informe de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (APSA) informaba del derrumbe de los beneficios financieros de la Iglesia por "la brusca y acentuada inversión de tendencia en la fluctuación de los tipos de interés, sobre todo del dólar estadounidense". En ese momento comenzaron cinco años de pérdidas continuas.
Así las cosas, ya en 2007 la curia romana aplicó ajustes severos sobre sus trabajadores, en especial los de rango bajo y medio, cosa que provocó malestar entre los afectados. En noviembre de ese año se anunció un nuevo sistema de "meritocracia" laboral. El cardenal Atilio Nicora, presidente de la APSA, creó un nuevo "tabulador" con diez categorías de sueldos. En principio, la medida fue presentada como una ventaja, pero pronto los empleados vieron desaparecer de sus recibos de sueldo varios rubros históricos que representaban buena parte de sus ingresos y ahora les eran cancelados. Además, Nicora ordenó a todos los jefes administrativos que no contrataran empleados laicos con familia, para evitar el futuro pago de pensiones. No obstante, la crisis no ha hecho más que avanzar.
Poco antes de su detención, Gotti, en una carta al secretario de Benedicto, el ya nombrado Georg Ganswein, decía que los peligros para Roma en el siglo XXI "no residirán en la expropiación de los bienes de la Iglesia sino en su pérdida de valor (…) en el final de los privilegios y en los mayores impuestos previsibles sobre sus bienes".
La Iglesia, se sabe, tiene inversiones múltiples y es parte del paquete accionario de grandes corporaciones (por ejemplo Beretta, uno de los principales fabricantes internacionales de armamento). Además, tiene en todo el mundo decenas de miles de inmuebles que explota comercialmente. Sin embargo, la crisis ha hecho que los ingresos por esa explotación disminuyeran drásticamente. En algunos casos se ha llegado a una situación de descalabro: por ejemplo, la arquidiócesis de Filadelfia ha puesto en venta gran parte de su patrimonio y ni siquiera encuentra comprador.
Gotti proponía, y así lo dijo en una carta que envió al secretario de Estado vaticano, Tarcisio Bertone, organizar un organismo de control que estableciera un método para "valorar los bienes, aumentar las recaudaciones, reducir los costos y minimizar los riesgos". En otro documento, dirigido al mismo destinatario, recomendaba instaurar un sistema que introdujera "mínimos estándares, ya sea para la seguridad y el provecho de las inversiones, dado que el clero es a menudo víctima de asesores interesados, ya sea para la gestión y valorización del patrimonio." En esa carta, Gotti aludía además a la necesidad de proceder a una "revisión total" de la contabilidad de la Iglesia, incluidos todo tipo de bienes.
Casi enseguida, la Fiscalía de Roma "se enteró" de una serie de maniobras fraudulentas cometidas por Gotti y por el director general del IOR, Paolo Cipriani.
Así, el 21 de septiembre de 2010, las autoridades financieras confiscaron los activos de una cuenta del Banco del Vaticano en la sucursal romana de Crédito Artigiano SA. Los investigadores explicaron que el IOR se abstuvo de informar sobre el origen y el destino de los fondos, cosa a la que estaba obligado por la ley italiana. La mayor parte de ese dinero (unos 20 millones de euros), estaba destinado al JP Morgan en Francfort; el resto, a la Banca dei Fucino.
En otro caso, las autoridades sicilianas anunciaron, a fines de octubre de 2011, que habían descubierto una maniobra de lavado de dinero en la que estaba involucrada una cuenta del IOR, abierta a nombre de un sacerdote romano. Los investigadores aseguraron que de esa cuenta habían salido unos 250 mil dólares –obtenidos ilegalmente– con destino a una empresa de cultivo de peces, a título de "donación caritativa". Esa empresa era propiedad de un tío del sacerdote, condenado por asociación ilícita. Luego, ese dinero fue enviado de regreso a Sicilia desde otra cuenta del IOR, mediante una serie de operaciones de banca electrónica que hacen muy difícil rastrear la ruta del dinero. En aquel caso, antes que una maniobra con un monto pequeño de dinero, quedaba develado un método delictivo.
Así fue que una noche de mayo del año pasado la policía sacó a Gotti de su casa, esposado. Así terminaba su carrera y así terminaba, también, el papado de Benedicto XVI.
EL ORO DE ROMA. Según reportes confidenciales que trascendieron el año pasado a la prensa italiana, el Vaticano hizo entonces compras de oro por unos 19 millones de euros, equivalentes a casi una tonelada de metal.
De todos modos, esas inversiones forman parte de la contabilidad "blanca" del Vaticano. Los libros secretos, en cambio, deben contener la información a la que seguramente se refería Gotti cuando decía debatirse entre "la necesidad de decir la verdad" y el deseo de "no perturbar al Santo Padre" con esos informes.
Si bien la contabilidad formal del Vaticano parece desmentir las versiones sobre las riquezas de la curia, otros investigadores sostienen tesis que parecen emparentarse con las sugerencias de Gotti.
Por ejemplo, Avro Manhattan, tal vez la más alta autoridad en materia de política vaticana, fallecido en 1990, escribió en su libro Los billones del Vaticano que la Iglesia de Roma tenía fuertes inversiones con los Rothschild de Inglaterra, Francia y los Estados Unidos; en el banco Hambros y en el Credit Suisse de Londres y Viena. En los Estados Unidos, indica Manhattan, se habían detectado inversiones vaticanas en los bancos Morgan, Chase-Manhattan, First National de Nueva York, Bankers Trust Company y otros.
Manhattan informa también de porcentajes importantes, en manos de la Iglesia, de los paquetes accionarios de grandes corporaciones como la Gulf Oil, Shell, General Motors, Betlehem Steel, General Electric, IBM, TWA y muchas otras. En la década de 1970, sólo en Estados Unidos, las inversiones de la curia romana sobrepasaban ya los 500 millones de dólares.
Mucho más tarde, The Wall Street Journal aseguró que el Vaticano era el corredor de bolsa más importante del mundo, con capacidad de mover un millón de dólares en lingotes de oro en una sola operación bursátil –es decir, en unos minutos– sin que se conocieran los fondos que el ministerio petrino guardaba en la Reserva Federal norteamericana.
Otro medio financiero, el United Nations World Magazine, calculó que el tesoro de oro sólido del Vaticano llega a muchos cientos de millones de dólares. Más conocida es la participación de la Iglesia en el paquete accionario del Continental Illinois Bank, que llegó a ocupar la 14ª posición entre los grandes bancos del mundo, y el 8º de los Estados Unidos. La curia tuvo un sacerdote sentado en el consejo de administración de esa entidad financiera.
En definitiva, las actividades financieras del Vaticano son una región penumbrosa, que en el pasado derivó en el asesinato de un banquero y en el pedido de captura de un cardenal, Paul Marcinkus, director del IOR y el hombre más influyente, por lo menos en materia financiera, durante el papado de Juan Pablo II. Ahora, la crisis financiera ha puesto a la luz del sol una parte de lo que antes estaba en aquella penumbra.
Y, por primera vez en 600 años, ha hecho que un Papa decida retirarse a la soledad de un convento de clausura. «
El antecedente del banco ambrosiano
El Banco Ambrosiano, cuya mayoría accionaria pertenecía al IOR, o Banco del Vaticano, era una institución antigua: se fundó en 1896, y perduró hasta su derrumbe estrepitoso en 1982. La caída del Ambrosiano develó una asociación delictiva entre su presidente, Roberto Calvi, y el entonces titular del IOR, el cardenal norteamericano Paul Marcinkus. Y, con ellos, un mafioso de la vieja escuela: Michele Sindona, empresario, banquero, vinculado con la logia Propaganda Due (P2) y con lo más selecto de la política italiana, como, por ejemplo, el ex primer ministro democristiano Giulio Andreotti. Incluso, la posibilidad de que Juan Pablo I haya sido asesinado por el entretejido mafioso del Ambrosiano y el IOR fue uno de los argumentos secundarios de El Padrino III, de Francis Ford Coppola.
Nacido en Patti, Sicilia, de padres pobres, Sindona fue educado por la Compañía de Jesús. Con aptitudes inusuales para la matemática y la economía, se graduó de abogado en 1942 y, a fines de los años 50, ya era amigo de Giovanni Montini, quien luego sería Paulo VI. En ese entonces, Sindona estaba asociado con la familia criminal de los Gambino, a quienes les administraba las ganancias obtenidas por el tráfico de heroína.
Poco después, Sindona comenzó a comprar bancos por intermedio de su grupo financiero, Fasco, y se asoció con la banca vaticana, el IOR.
El 11 de julio de 1979, Giorgi Ambrosoli, el abogado que liquidó los bancos de Sindona cuando el grupo Fasco se derrumbó, fue asesinado en Milán. Condenado a 25 años de prisión, fue envenenado con un café en el penal de Voghera, el 27 de marzo de 1986. En ese momento, su antiguo socio Roberto Calvi llevaba cuatro años muerto: había aparecido ahorcado bajo un puente de Londres. El cardenal Marcinkus, por su lado, eludía, refugiado en el Vaticano, un pedido internacional de captura.
El libro del escándalo y las infidencias del mayordomo gabriele
Por primera vez, al menos en la historia moderna de la Iglesia, secretos vaticanos guardados bajo siete llaves salieron a la luz por la infidencia del ex mayordomo del Papa, Paolo Gabriele, quien entregó documentos confidenciales del papado al periodista Gianluigi Nuzzi, quien las publicó en un libro explosivo: Las cartas secretas de Benedicto XVI.
En el prólogo, Nuzzi relata que Gabriele (identificado allí con el pseudónimo "María") le dijo: "En algunos momentos de la vida se es hombre o no se es ¿La diferencia? Viene dada sólo por el valor de decir y hacer lo que sabes y consideras justo. Mi valor es conocer las vicisitudes más atormentadas de la Iglesia. Hacer públicos ciertos secretos, pequeñas o grandes historias que no superan el portón de bronce. Sólo así me siento libre, desligado de la insoportable complicidad de quien, aun sabiendo, calla".
Por el texto desfilan el despido de Dino Boffo, ex director de Avvenire, a quien una campaña de prensa de Il Giornale obligó a dimitir. En cartas reservadas, Boffo atribuye a Tarsicio Bertone una conspiración contra él por razones dinerarias. "El enredo es demasiado grande", dice allí.
"Santidad, la confusión reina en el corazón de la Iglesia", le escribe Bertone a Ratzinger en otra de esas cartas. Bertone, entre otras cosas, había atribuido a "una ínfima minoría" los casos de pedofilia que le costaron a Roma el pago de indemnizaciones millonarias a las víctimas (Bertone, en 2011, recibió cartas amenazantes que comenzaban con una cita de Don Juan Bosco, fundador de la orden salesiana: "¡Grandes funerales en la corte!"
Ese mismo año, Bertone se vio envuelto en varios escándalos financieros, que no trascendieron, con la dirección contable de la Universidad Católica de Milán, con el proyecto de crear un nuevo polo sanitario y con la fusión del policlínico Gemelli, de Roma, con el hospital San Rafael y la clínica Niño Jesús. "En el centro de la atención –escribe Nuzzi– estaba el pulmón financiero que contiene el ateneo milanés y el hospital de la capital: el Instituto Toniolo de Milán". El presidente del Toniolo era el cardenal Dionigi Tettamanzi, ex director de la arquidiócesis de Milán, a quien Bertone quería desplazar para poner en su lugar, cosa que finalmente logró, a un ex ministro de Justicia de Romano Prodi: Giovanni Maria Flick.
Bertone acusaba a Tettamanzi de haber dilapidado 8 millones de euros destinados a la ampliación de un colegio católico en Roma. Finalmente, aunque Tettamanzi había sido nombrado por Juan Pablo II y ratificado por Benedicto XVI, Bertone lo echó con un fax.
Más adelante, al referirse a documentos sobre el IOR, Nuzzi señala:
"No se sabe si fueron los bancos de las finanzas blancas del Norte los que presionaron sobre Gotti Tedeschi, como el banquero confía a los amigos, o si fue un sueño llevado a cabo con obstinación por Bertone con el objetivo de crear un polo hospitalario controlado por el Vaticano", en una operación que, según el periodista, terminó con una pérdida de 1500 millones de euros y desvíos de otros montos importantes, investigados ahora por la Fiscalía de Roma. El sacerdote Don Verzé, "padre patrón" del hospital San Rafael, involucrado en el affaire, tomó una decisión inusual en un católico: se pegó un tiro. Mario Cal, que había sido su principal colaborador, dijo: "No sabemos a cuánto asciende el agujero de la estructura. Falta cualquier contabilidad. Caminamos en la oscuridad."
En otro párrafo, el libro dice:
"Sobre los riesgos del futuro económico del mundo occidental, la preocupación de la curia romana es muy alta. Entre temores y preocupaciones crecientes, los análisis y las propuestas que llegan de expertos acreditados se vuelven esenciales. Tanto que los profesores y los economistas que ofrecen más credenciales y confianza aumentan su poder, asumiendo papeles relevantes".
Era el caso, por ejemplo, de un católico conservador que en poco tiempo se convirtió en uno de los hombres más poderosos del Vaticano: Ettore Gotti Tedeschi. Ya se sabe qué pasó con él.
Monjas díscolas, otro problema económico
Otro problema financiero puede surgirle al Vaticano por el lado menos pensado: la rebelión de las monjas o, por lo menos, de algunas de ellas.
En los Estados Unidos ha surgido un movimiento disidente entre las religiosas, que ya agrupa a varios miles de ellas. Las monjas rebeldes sostienen una propuesta de renovación eclesiástica en puntos tan importantes para la Iglesia como el control de la natalidad, la tolerancia de la homosexualidad y, sobre todo, la revalorización femenina. Esas monjas se agruparon en la Conferencia de Mujeres Religiosas (LCWR, su sigla en inglés) se reunieron hace poco con tres obispos enviados por el Vaticano. En abril de 2008, la Congregación de la Doctrina de la Fe (sucesora de la Santa Inquisición) dictaminó que las religiosas tienen "serios problemas doctrinales". La hermana Pat Farrell, presidenta de la LCWR, declaró ahora que "el diálogo sobre doctrina no será nuestro punto de partida. Será nuestra vida religiosa." Así, en Roma ya calculan las consecuencias que esa postura puede tener para las arcas clericales, pues entre los católicos norteamericanos están varios de los donantes más generosos de la Iglesia.
La crisis financiera, los banqueros de Dios y la abdicación de Benedicto XVI
La Santa Sede es, en los hechos, un gran grupo capitalista que actúa en diversos sectores de la economía. La dimisión del Papa es, en gran parte, el resultado de la bancarrota económica. La reforma que impulsó el Pontífice fracasó y precipitó su caída.
Ratzinger fracasó. La reforma propugnada por él y su grupo de leales (más bien escaso, conducido por el influyente cardenal Georg Ganswein) no sólo no pudo prosperar; además, multiplicó la ferocidad de una lucha interna –llena de conspiraciones, conciliábulos clandestinos y hasta proyectos de asesinato– develada, en otra manifestación de la fractura, por los documentos secretos que el mayordomo infidente Paolo Gabriele le entregó al periodista Gianluigi Nuzzi.
Cuando, en una noche de fines de mayo del año pasado, Ettore Gotti Tedeschi, presidente del IOR, vio entrar en su casa de Milán a un grupo de hombres armados, estuvo seguro, según él mismo admitió, de que eran sicarios que iban a asesinarlo. Gotti habló de su alivio al comprobar que se trataba de policías que llegaban para detenerlo por fraudes bancarios. Seguramente, Gotti habrá recordado a Roberto Calvi, presidente del Banco Ambrosiano y "banquero de Dios", que en 1982 apareció colgado bajo un puente londinense después de habérsele comprobado delitos parecidos.
Gotti fue designado al frente del IOR por Benedicto XVI, y ese nombramiento fue, precisamente, una parte clave de su intento de reforma financiera. Gotti era un conocido y exitoso consultor financiero e industrial al servicio de grandes corporaciones europeas, presidente de la filial italiana del Banco Santander y profesor de Ética de los Negocios en la Universidad de Turín. Su objetivo al frente del banco de San Pedro era adecuar la contabilidad del IOR a las normas del Banco Central Europeo y, de ser necesario, blanquear y hasta admitir la filtración de dinero ilícito en el Banco del Vaticano.
En definitiva: aquella partida policial que entró, armas en mano, en la residencia milanesa de Gotti para llevárselo preso, da una idea aproximada de la profundidad del fracaso de Joseph Ratzinger.
Incluso, hubo quienes sospecharon que la caída de Gotti obedeció a delaciones que se generaron dentro del Vaticano; por lo menos, sus planes chocaban de frente con franjas poderosas de la Iglesia. El 24 de mayo de 2012, el día en que lo destituyeron, dijo: "Me debato entre el ansia de contar la verdad y el no querer perturbar al Santo Padre con tales explicaciones". Parte de esa verdad se conoció por los documentos que Gianluigi Nuzzi recibió de Paolo Gabriele y publicó en su libro "Las cartas secretas de Benedicto XVI" (véase recuadro).
EL AJUSTE QUE VIENE. Poco antes de la abdicación de Benedicto, el presidente de la Prefectura para los Asuntos Económicos del Vaticano, el cardenal Giuseppe Versaldi, anunció que el Vaticano deberá ajustar sus cuentas después de haber registrado un rojo de casi 15 millones de euros el año pasado. Versaldi anunció un nuevo reglamento orientado a vigilar y controlar las actividades económicas del Estado vaticano. Por supuesto, se trata de la economía formal, la que figura en los libros, porque las finanzas de la Iglesia son una región oscura, demasiado oscura.
El secretario de esa Prefectura, el español Lucio Ángel Vallejo Balda, aseguró que el ajuste vaticano no implicará despidos entre sus 5500 empleados, porque eso, dijo, iría "contra la doctrina social de la Iglesia". No obstante, habrá recortes salariales y en las cargas sociales.
En verdad, la crisis vaticana se anticipó a la caída de Lehman Brothers. Ya en el periodo 2007-2008, un informe de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (APSA) informaba del derrumbe de los beneficios financieros de la Iglesia por "la brusca y acentuada inversión de tendencia en la fluctuación de los tipos de interés, sobre todo del dólar estadounidense". En ese momento comenzaron cinco años de pérdidas continuas.
Así las cosas, ya en 2007 la curia romana aplicó ajustes severos sobre sus trabajadores, en especial los de rango bajo y medio, cosa que provocó malestar entre los afectados. En noviembre de ese año se anunció un nuevo sistema de "meritocracia" laboral. El cardenal Atilio Nicora, presidente de la APSA, creó un nuevo "tabulador" con diez categorías de sueldos. En principio, la medida fue presentada como una ventaja, pero pronto los empleados vieron desaparecer de sus recibos de sueldo varios rubros históricos que representaban buena parte de sus ingresos y ahora les eran cancelados. Además, Nicora ordenó a todos los jefes administrativos que no contrataran empleados laicos con familia, para evitar el futuro pago de pensiones. No obstante, la crisis no ha hecho más que avanzar.
Poco antes de su detención, Gotti, en una carta al secretario de Benedicto, el ya nombrado Georg Ganswein, decía que los peligros para Roma en el siglo XXI "no residirán en la expropiación de los bienes de la Iglesia sino en su pérdida de valor (…) en el final de los privilegios y en los mayores impuestos previsibles sobre sus bienes".
La Iglesia, se sabe, tiene inversiones múltiples y es parte del paquete accionario de grandes corporaciones (por ejemplo Beretta, uno de los principales fabricantes internacionales de armamento). Además, tiene en todo el mundo decenas de miles de inmuebles que explota comercialmente. Sin embargo, la crisis ha hecho que los ingresos por esa explotación disminuyeran drásticamente. En algunos casos se ha llegado a una situación de descalabro: por ejemplo, la arquidiócesis de Filadelfia ha puesto en venta gran parte de su patrimonio y ni siquiera encuentra comprador.
Gotti proponía, y así lo dijo en una carta que envió al secretario de Estado vaticano, Tarcisio Bertone, organizar un organismo de control que estableciera un método para "valorar los bienes, aumentar las recaudaciones, reducir los costos y minimizar los riesgos". En otro documento, dirigido al mismo destinatario, recomendaba instaurar un sistema que introdujera "mínimos estándares, ya sea para la seguridad y el provecho de las inversiones, dado que el clero es a menudo víctima de asesores interesados, ya sea para la gestión y valorización del patrimonio." En esa carta, Gotti aludía además a la necesidad de proceder a una "revisión total" de la contabilidad de la Iglesia, incluidos todo tipo de bienes.
Casi enseguida, la Fiscalía de Roma "se enteró" de una serie de maniobras fraudulentas cometidas por Gotti y por el director general del IOR, Paolo Cipriani.
Así, el 21 de septiembre de 2010, las autoridades financieras confiscaron los activos de una cuenta del Banco del Vaticano en la sucursal romana de Crédito Artigiano SA. Los investigadores explicaron que el IOR se abstuvo de informar sobre el origen y el destino de los fondos, cosa a la que estaba obligado por la ley italiana. La mayor parte de ese dinero (unos 20 millones de euros), estaba destinado al JP Morgan en Francfort; el resto, a la Banca dei Fucino.
En otro caso, las autoridades sicilianas anunciaron, a fines de octubre de 2011, que habían descubierto una maniobra de lavado de dinero en la que estaba involucrada una cuenta del IOR, abierta a nombre de un sacerdote romano. Los investigadores aseguraron que de esa cuenta habían salido unos 250 mil dólares –obtenidos ilegalmente– con destino a una empresa de cultivo de peces, a título de "donación caritativa". Esa empresa era propiedad de un tío del sacerdote, condenado por asociación ilícita. Luego, ese dinero fue enviado de regreso a Sicilia desde otra cuenta del IOR, mediante una serie de operaciones de banca electrónica que hacen muy difícil rastrear la ruta del dinero. En aquel caso, antes que una maniobra con un monto pequeño de dinero, quedaba develado un método delictivo.
Así fue que una noche de mayo del año pasado la policía sacó a Gotti de su casa, esposado. Así terminaba su carrera y así terminaba, también, el papado de Benedicto XVI.
EL ORO DE ROMA. Según reportes confidenciales que trascendieron el año pasado a la prensa italiana, el Vaticano hizo entonces compras de oro por unos 19 millones de euros, equivalentes a casi una tonelada de metal.
De todos modos, esas inversiones forman parte de la contabilidad "blanca" del Vaticano. Los libros secretos, en cambio, deben contener la información a la que seguramente se refería Gotti cuando decía debatirse entre "la necesidad de decir la verdad" y el deseo de "no perturbar al Santo Padre" con esos informes.
Si bien la contabilidad formal del Vaticano parece desmentir las versiones sobre las riquezas de la curia, otros investigadores sostienen tesis que parecen emparentarse con las sugerencias de Gotti.
Por ejemplo, Avro Manhattan, tal vez la más alta autoridad en materia de política vaticana, fallecido en 1990, escribió en su libro Los billones del Vaticano que la Iglesia de Roma tenía fuertes inversiones con los Rothschild de Inglaterra, Francia y los Estados Unidos; en el banco Hambros y en el Credit Suisse de Londres y Viena. En los Estados Unidos, indica Manhattan, se habían detectado inversiones vaticanas en los bancos Morgan, Chase-Manhattan, First National de Nueva York, Bankers Trust Company y otros.
Manhattan informa también de porcentajes importantes, en manos de la Iglesia, de los paquetes accionarios de grandes corporaciones como la Gulf Oil, Shell, General Motors, Betlehem Steel, General Electric, IBM, TWA y muchas otras. En la década de 1970, sólo en Estados Unidos, las inversiones de la curia romana sobrepasaban ya los 500 millones de dólares.
Mucho más tarde, The Wall Street Journal aseguró que el Vaticano era el corredor de bolsa más importante del mundo, con capacidad de mover un millón de dólares en lingotes de oro en una sola operación bursátil –es decir, en unos minutos– sin que se conocieran los fondos que el ministerio petrino guardaba en la Reserva Federal norteamericana.
Otro medio financiero, el United Nations World Magazine, calculó que el tesoro de oro sólido del Vaticano llega a muchos cientos de millones de dólares. Más conocida es la participación de la Iglesia en el paquete accionario del Continental Illinois Bank, que llegó a ocupar la 14ª posición entre los grandes bancos del mundo, y el 8º de los Estados Unidos. La curia tuvo un sacerdote sentado en el consejo de administración de esa entidad financiera.
En definitiva, las actividades financieras del Vaticano son una región penumbrosa, que en el pasado derivó en el asesinato de un banquero y en el pedido de captura de un cardenal, Paul Marcinkus, director del IOR y el hombre más influyente, por lo menos en materia financiera, durante el papado de Juan Pablo II. Ahora, la crisis financiera ha puesto a la luz del sol una parte de lo que antes estaba en aquella penumbra.
Y, por primera vez en 600 años, ha hecho que un Papa decida retirarse a la soledad de un convento de clausura. «
El antecedente del banco ambrosiano
El Banco Ambrosiano, cuya mayoría accionaria pertenecía al IOR, o Banco del Vaticano, era una institución antigua: se fundó en 1896, y perduró hasta su derrumbe estrepitoso en 1982. La caída del Ambrosiano develó una asociación delictiva entre su presidente, Roberto Calvi, y el entonces titular del IOR, el cardenal norteamericano Paul Marcinkus. Y, con ellos, un mafioso de la vieja escuela: Michele Sindona, empresario, banquero, vinculado con la logia Propaganda Due (P2) y con lo más selecto de la política italiana, como, por ejemplo, el ex primer ministro democristiano Giulio Andreotti. Incluso, la posibilidad de que Juan Pablo I haya sido asesinado por el entretejido mafioso del Ambrosiano y el IOR fue uno de los argumentos secundarios de El Padrino III, de Francis Ford Coppola.
Nacido en Patti, Sicilia, de padres pobres, Sindona fue educado por la Compañía de Jesús. Con aptitudes inusuales para la matemática y la economía, se graduó de abogado en 1942 y, a fines de los años 50, ya era amigo de Giovanni Montini, quien luego sería Paulo VI. En ese entonces, Sindona estaba asociado con la familia criminal de los Gambino, a quienes les administraba las ganancias obtenidas por el tráfico de heroína.
Poco después, Sindona comenzó a comprar bancos por intermedio de su grupo financiero, Fasco, y se asoció con la banca vaticana, el IOR.
El 11 de julio de 1979, Giorgi Ambrosoli, el abogado que liquidó los bancos de Sindona cuando el grupo Fasco se derrumbó, fue asesinado en Milán. Condenado a 25 años de prisión, fue envenenado con un café en el penal de Voghera, el 27 de marzo de 1986. En ese momento, su antiguo socio Roberto Calvi llevaba cuatro años muerto: había aparecido ahorcado bajo un puente de Londres. El cardenal Marcinkus, por su lado, eludía, refugiado en el Vaticano, un pedido internacional de captura.
El libro del escándalo y las infidencias del mayordomo gabriele
Por primera vez, al menos en la historia moderna de la Iglesia, secretos vaticanos guardados bajo siete llaves salieron a la luz por la infidencia del ex mayordomo del Papa, Paolo Gabriele, quien entregó documentos confidenciales del papado al periodista Gianluigi Nuzzi, quien las publicó en un libro explosivo: Las cartas secretas de Benedicto XVI.
En el prólogo, Nuzzi relata que Gabriele (identificado allí con el pseudónimo "María") le dijo: "En algunos momentos de la vida se es hombre o no se es ¿La diferencia? Viene dada sólo por el valor de decir y hacer lo que sabes y consideras justo. Mi valor es conocer las vicisitudes más atormentadas de la Iglesia. Hacer públicos ciertos secretos, pequeñas o grandes historias que no superan el portón de bronce. Sólo así me siento libre, desligado de la insoportable complicidad de quien, aun sabiendo, calla".
Por el texto desfilan el despido de Dino Boffo, ex director de Avvenire, a quien una campaña de prensa de Il Giornale obligó a dimitir. En cartas reservadas, Boffo atribuye a Tarsicio Bertone una conspiración contra él por razones dinerarias. "El enredo es demasiado grande", dice allí.
"Santidad, la confusión reina en el corazón de la Iglesia", le escribe Bertone a Ratzinger en otra de esas cartas. Bertone, entre otras cosas, había atribuido a "una ínfima minoría" los casos de pedofilia que le costaron a Roma el pago de indemnizaciones millonarias a las víctimas (Bertone, en 2011, recibió cartas amenazantes que comenzaban con una cita de Don Juan Bosco, fundador de la orden salesiana: "¡Grandes funerales en la corte!"
Ese mismo año, Bertone se vio envuelto en varios escándalos financieros, que no trascendieron, con la dirección contable de la Universidad Católica de Milán, con el proyecto de crear un nuevo polo sanitario y con la fusión del policlínico Gemelli, de Roma, con el hospital San Rafael y la clínica Niño Jesús. "En el centro de la atención –escribe Nuzzi– estaba el pulmón financiero que contiene el ateneo milanés y el hospital de la capital: el Instituto Toniolo de Milán". El presidente del Toniolo era el cardenal Dionigi Tettamanzi, ex director de la arquidiócesis de Milán, a quien Bertone quería desplazar para poner en su lugar, cosa que finalmente logró, a un ex ministro de Justicia de Romano Prodi: Giovanni Maria Flick.
Bertone acusaba a Tettamanzi de haber dilapidado 8 millones de euros destinados a la ampliación de un colegio católico en Roma. Finalmente, aunque Tettamanzi había sido nombrado por Juan Pablo II y ratificado por Benedicto XVI, Bertone lo echó con un fax.
Más adelante, al referirse a documentos sobre el IOR, Nuzzi señala:
"No se sabe si fueron los bancos de las finanzas blancas del Norte los que presionaron sobre Gotti Tedeschi, como el banquero confía a los amigos, o si fue un sueño llevado a cabo con obstinación por Bertone con el objetivo de crear un polo hospitalario controlado por el Vaticano", en una operación que, según el periodista, terminó con una pérdida de 1500 millones de euros y desvíos de otros montos importantes, investigados ahora por la Fiscalía de Roma. El sacerdote Don Verzé, "padre patrón" del hospital San Rafael, involucrado en el affaire, tomó una decisión inusual en un católico: se pegó un tiro. Mario Cal, que había sido su principal colaborador, dijo: "No sabemos a cuánto asciende el agujero de la estructura. Falta cualquier contabilidad. Caminamos en la oscuridad."
En otro párrafo, el libro dice:
"Sobre los riesgos del futuro económico del mundo occidental, la preocupación de la curia romana es muy alta. Entre temores y preocupaciones crecientes, los análisis y las propuestas que llegan de expertos acreditados se vuelven esenciales. Tanto que los profesores y los economistas que ofrecen más credenciales y confianza aumentan su poder, asumiendo papeles relevantes".
Era el caso, por ejemplo, de un católico conservador que en poco tiempo se convirtió en uno de los hombres más poderosos del Vaticano: Ettore Gotti Tedeschi. Ya se sabe qué pasó con él.
Monjas díscolas, otro problema económico
Otro problema financiero puede surgirle al Vaticano por el lado menos pensado: la rebelión de las monjas o, por lo menos, de algunas de ellas.
En los Estados Unidos ha surgido un movimiento disidente entre las religiosas, que ya agrupa a varios miles de ellas. Las monjas rebeldes sostienen una propuesta de renovación eclesiástica en puntos tan importantes para la Iglesia como el control de la natalidad, la tolerancia de la homosexualidad y, sobre todo, la revalorización femenina. Esas monjas se agruparon en la Conferencia de Mujeres Religiosas (LCWR, su sigla en inglés) se reunieron hace poco con tres obispos enviados por el Vaticano. En abril de 2008, la Congregación de la Doctrina de la Fe (sucesora de la Santa Inquisición) dictaminó que las religiosas tienen "serios problemas doctrinales". La hermana Pat Farrell, presidenta de la LCWR, declaró ahora que "el diálogo sobre doctrina no será nuestro punto de partida. Será nuestra vida religiosa." Así, en Roma ya calculan las consecuencias que esa postura puede tener para las arcas clericales, pues entre los católicos norteamericanos están varios de los donantes más generosos de la Iglesia.
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