Carta Abierta
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Encrucijadas del futuro.
I
La Argentina, despertada de su
larga decadencia desde hace más de una década cuando pocos imaginaban que un
viento sureño renovaría nuestras esperanzas y expectativas, atraviesa momentos
de onda significación para el futuro de una sociedad que sigue estando en
disputa. Mientras el gobierno sigue dando señales claras de un rumbo asociado a
la defensa de los intereses populares, desde los centros del poder económico y
mediático se conspira contra la estabilidad monetaria y se busca debilitar y
condicionar el camino hacia octubre de 2015. Porque sentimos las urgencias y los
desafíos de la hora, porque nacimos para defender un proyecto capaz de ser
portador de muchos de nuestros sueños de justicia e igualdad, creemos necesario
tomar, una vez más, la palabra. Y lo hacemos con la convicción de la potencia
creadora que se guarda en esta experiencia política que lleva el nombre de
kirchnerismo; una experiencia que deberá batallar duramente para garantizar su
continuidad en los próximos años.
El debate político no es sólo
confrontación de propuestas,
diseño de alternativas, análisis racional de los cambios que la acción de
gobierno produce en la sociedad. Si así fuera, no resultaría difícil coincidir
en la significación positiva de la transformación producida por las gestiones
de Néstor y Cristina Kirchner, enfrentadas por una oposición ligera de aportes y
proyectos. Sin embargo, inciden también en la vida política pasiones y
entusiasmos menos fundamentados, problemas que los medios de comunicación
multiplican, exagerando dificultades y agigantando temores. De este modo, ha
podido sostenerse que algunos hechos criminales, gravísimos pero aislados,
anticiparían un crecimiento indetenible del delito, poniendo a la sociedad en el
límite de la indefensión, mientras que la forzada devaluación del peso, medida
obligada para retomar el control de la coyuntura cambiaria, derivaría
necesariamente en vertiginosos aumentos del precio de las divisas que llevarían
al descontrol de la inflación. Estas señales de alarma son desmentidas
regularmente por la realidad, pero ello no impide que reaparezcan de modo
recurrente. Sería equivocado explicarlo sólo por el oportunismo de algún
político opositor o la persistente ofensiva
mediática.
Las políticas en
materia criminal, es decir las que no sólo afectan intereses sino que deben
lidiar con la vida y con la muerte, se enfrentan al condicionamiento de una
opinión pública altamente sensibilizada. En toda sociedad los resultados de la
acción gubernamental sólo pueden evaluarse en términos globales, en porcentajes
sobre la totalidad social. Pero este necesario imperio de la ley de los grandes
números pareciera desconocer el valor de cada una de las vidas que siega un acto
criminal, lo que cada persona tiene necesariamente de absoluto. Frente a esta
tensión entre el dolor irredimible de los deudos de la víctima y una sociedad
que no detiene su marcha, corresponde brindar a los primeros
consideración y solidaridad. Pero será de mala política asignarles –como
ocurrió en el caso Blumberg- el lugar del juez o del legislador. Por eso la
Constitución, priorizando la serena reflexión, excluye la materia penal de las
que pueden ser objeto de consulta popular. Prefiere ignorarlo el sedicente
candidato renovador que sigue recogiendo firmas interpelando todos los dolores
de la sociedad, agitando el fantasma de un gobierno de los delincuentes para
denunciar un proyecto de Código Penal que representa un significativo avance
porque moderniza un viejo texto desde una perspectiva democrática y ha sido
elaborado por un consenso plural. Los episodios de linchamiento que tanto
impactaron a una sociedad no habituada a estas respuestas no son ajenos a este
clima artificialmente creado por quienes medran con el discurso del miedo para
desvirtuar cualquier sentido de ciudadanía y de solidaridad.
Tampoco
contribuyen ni a la tranquilidad social ni a la eficacia de la prevención
quienes convocan a la guerra contra el
delito, con un tono épico digno de mejor
causa, y promueven drásticas ampliaciones de la fuerza policial que permitirían
el retorno a filas de aquellos que fueron separados por actos de corrupción y
vejación a los ciudadanos. En la provincia de Buenos Aires se intentó hace años
una reforma policial inspirada en los criterios de la Seguridad Democrática y
fue dejada sin efecto. Sería deseable una reflexión seria de los responsables de
ese retroceso antes que seguir haciendo silencio sobre las reiteradas denuncias
de la situación en las cárceles y la violencia institucional contra los más
pobres, abusos que, por cierto, no son exclusivos del primer estado
argentino.
Nada mas elocuente que la caracterización de la
Comisión Provincial por la Memoria que afirmó al respecto : “El despliegue de
uniformados, asentados en la lógica de ocupación territorial, construye un
escenario bélico de control de los conglomerados poblacionales pobres donde se
localizan a los “peligrosos”, como potenciales enemigos de los sectores que
concentran mayores niveles de bienestar económico. A unos se los controla, a
otros se los protege, expresando en las políticas de seguridad la legitimación
de la exclusión social y la estigmatización de los
pobres.”
La presentación de la
tarea de represión al delito como una guerra podría considerarse como un mero
exceso retórico sino fuera que ese discurso propicia hoy en el mundo la
reinstalación de los principios intervencionistas de la doctrina de la Seguridad
Nacional. En nombre de la lucha contra el narcotráfico, el terrorismo y el
crimen organizado, los Estados Unidos han creado una red internacional de
secuestro y detención de personas en condiciones inhumanas que pisotea las
soberanías nacionales y legaliza la tortura. No sería inteligente de nuestra
parte analizar las bravatas de nuestros paladines de la guerra contra el delito
al margen de esa ominosa perspectiva.
Si la cuestión
de la seguridad se debate en un contexto fuertemente viciado por un discurso
intimidatorio que sólo puede ofrecer mano dura y multiplicación de las cárceles,
la discusión mediática en el campo de la economía apela a un atávico saber
convencional que parece inmune a todos los fracasos del neoliberalismo.
Responsabilizando de la inflación
al incremento del gasto público y la
mejora de los salarios, el discurso dominante demoniza la intervención estatal y
las políticas redistributivas y exime de toda culpa a los grandes empresarios
formadores de precios. Frente a esta manipulación que utiliza la inflación para
inducir políticas que favorecen la recesión, el desempleo, la caída del salario
y la concentración del ingreso, la propuesta de precios cuidados, apoyada en un
claro reconocimiento del fenómeno de alza de los precios y en una precisa
explicación de sus causas, ha sido muy útil para develar el mecanismo que lleva
a los aumentos, para dar cierta transparencia al funcionamiento de las cadenas
de valor y para efectivamente cuidar el poder de compra de los sectores
populares.
II
Hace algunas décadas la
palabra globalización hizo pensar que se estaba ante un fenómeno nuevo en
materia de ejercicio del poder mundial, en lo político y económico. Los
inventores de ese vertiginoso concepto se basaban en hechos verificables
producidos por una gran mutación tecnológica en el espacio telecomunicacional.
La velocidad de transmisión en un único presente absolutizado de informaciones,
símbolos y mensajes, prometía una transparencia inmediata para visualizar al
mundo como una unidad abstracta que hacía circular millones de
datos por segundo y creaba un ciudadano universal magníficamente “conectado”.
Pero esos datos no son solo datos, sino modos de vida. Esa ciudadanía
irrealmente postulada, dilapidaba su libertad en un océano de informaciones que
hasta podían cobrar la forma de la escritura íntima, generando la ilusión de una
democracia universal de opinión. Pero paradójicamente eran éstas las formas
mismas que forjaban la dificultad para interpretar los nuevos poderes mundiales,
yacentes en la supuesta inocencia de la “teoría de la información”, una de cuyas
consecuencias es el debilitamiento de los lenguajes argumentativos y el control
de la intimidad. Hay que volver entonces a poner la intimidad, su autonomía
efectiva en peligro, en el marco de una crítica al procedimiento habitual de las
grandes fábricas de ficciones de dominación y también a la lógica que preside la
economía mundial.
III
Cualquier análisis serio debe
partir de reconocer que las perspectivas de la economía argentina se hacen
gradualmente más inciertas como consecuencia de la incidencia de la crisis
económico-financiera internacional, las restricciones de la demanda externa y,
en particular, las expectativas de un crecimiento limitado del Brasil,
nuestro principal socio comercial. En este contexto, el
gobierno
con el fin de limitar la fuga de divisas (comportamiento inmodificado de
los grupos económicos y financieros locales y extranjeros aun en épocas de
economía floreciente como la última década), se ha visto obligado a tomar
medidas como el alza de las tasas de interés que pueden
afectar el nivel de actividad económica – aunque sus efectos
negativos son reducidos con medidas compensatorias como el Programa Fondear-.
Así, la conducción económica
actuó decididamente afrontando el
intento de golpe de mercado sin recurrir a una política ortodoxa de ajuste por
la que declama y opera el poder concentrado, pero merece una alerta constante la
latente posibilidad que, agotada la liquidación de las exportaciones
agropecuarias, se reiteren las presiones sobre el mercado cambiario siempre
utilizadas para desacreditar y/o desestabilizar gobiernos de signo popular..
La situación que
llevó a devaluar la moneda -medida que incide negativamente en el nivel de
actividad económica- puso de manifiesto la creciente extranjerización de la
economía, la concentración de la producción y el comercio exterior en pocas
firmas y la fuerte propensión a importar de la industria. Los componentes que
inciden más negativamente en la balanza comercial, como el fuerte crecimiento de
la importación de combustibles o la muy alta participación de componentes
extranjeros en la producción automotriz, tienen que ver con las carencias
estructurales de la economía argentina. La debilidad en que se encuentra el
Estado para actuar frente a la presión de las grandes cerealeras que impusieron
la devaluación, señala, por otra parte, la imperiosa necesidad de adoptar
medidas que avancen en el control estatal sobre la oferta de exportación. El
saldo de la década tiene un sesgo muy marcado de reparación social y, sin duda,
se ha avanzado en el consenso sobre el rol prioritario que debe asumir el Estado
en la regulación. Pero el control del aparato productivo por agentes empresarios
con limitada disposición a invertir y escaso interés por fortalecer un proceso
de desarrollo tecnológico autónomo, nos enfrentan al dilema de las opciones que
permitan impulsar las tareas que una burguesía transnacionalizada está lejos de
asegurar. Dilema que exige recuperar el debate respecto de la centralidad del
Estado -incluyendo su involucramiento productivo- para un proyecto de desarrollo
nacional que al mismo tiempo concentre el máximo de los atributos en cuanto a
ampliación de derechos, distribución de la renta, nuevos planteos de
incorporación social y medidas auto protectoras del vivir
común.
Grandes empresas
de telecomunicaciones, grandes capitales financieros que fluyen de un país
a otro maximizando sus ganancias especulativas, multinacionales de la extracción
de minerales, compañías petroleras con directorios incesantemente
intercambiables, fabricantes de semillas artificiales que crean nuevas clases
sociales agrarias sin conciencia social en la explotación de las tierras
fértiles de todo el planeta, asimismo interligadas a grandes emporios
comunicacionales, se aprestan a teledirigir las acciones de los Estados
independientes, aun de los medianamente poderosos. Es cada vez más difícil
gobernar estados nacionales independientes en la era de la globalización, pues
en este eufemismo, se albergan las razones mismas que condicionan esa
independencia, mientras guerras explícitas o larvadas de cuño antiguo,
nacionales o étnicas, siguen sacudiendo distintos puntos estratégicos del
planeta.
Pero donde hay
poder hay resistencia. Más allá de la obvia transferencia de ingresos a los
exportadores y los grandes tenedores de divisas, entre los que se debe contar la
gran banca extranjera cuyo rol contribuye poca cosa al crédito productivo,
provocada por
la devaluación, quienes la impulsaron
imaginaban que la gestión económica perdería el control de la coyuntura, en un
escenario de fuerte presión de las demandas salariales, creciente alza de los
precios internos y de la cotización del dólar. En ese contexto, el gobierno de
Cristina Kirchner se vería obligado a transitar un sendero de ajustes
sucesivos y recurrir sin condiciones al crédito internacional, preparando de
este modo al país para el nuevo rumbo económico que esos sectores pronostican
como inexorable a partir del año 2015. Una presidenta que así abandonara
el camino de sus políticas redistributivas y transformadoras –sostienen
con alborozo los voceros del establishment- quedaría debilitada para incidir en
su sucesión.
IV
Aun así en un contexto que
dificulta la continuidad de las políticas de expansión de la demanda, la
presidenta se niega a una drástica reducción del gasto e imagina a diario nuevas
medidas que, como el Plan Progresar, la Ley para reducir el trabajo
informal y el significativo aumento de la AUH, hacen a la identidad más profunda
del kirchnerismo. Siguiendo con esta capacidad creativa y renovadora, pero ya en
otro terreno, el gobierno tomó la decisión de crear el Ministerio de Cultura.
Algunos
nucleamientos empresarios, reunidos en el Foro de Convergencia Empresarial, han
optado por plantear un programa máximo de retorno al neoliberalismo que niega al
Estado la posibilidad de financiamiento, rechazando toda posibilidad de imponer
retenciones a la producción del agro –con un tono que hace pensar que consideran
esa medida como una violación a los Derechos Humanos- y ubicando un derecho de
propiedad que no admite restricciones en la cumbre del orden jurídico, mientras
adjudica al empresariado la exclusividad de sujeto creador de valor y cosifica a
los trabajadores. Otros sectores del gran empresariado prefieren una línea menos
agresiva, pero esta actitud moderada no concurre menos que la
anterior a presionar al gobierno para imponer un consenso de política económica
que excluye toda radicalidad que sea apropiada para cuestionar las estructuras
sindicales obsoletas, aun intocadas. Estas obturan la intervención política de
los trabajadores y son funcionales a los intereses de los sectores empresariales
mencionados. Las palabras de Hugo Yasky el 1º de mayo definen otras
aspiraciones: “La clase trabajadora no puede ser convidado de piedra a la hora
de definir las políticas de un país. La clase trabajadora no puede mirar por
televisión el rumbo de los cambios. Ese protagonismo hay que construirlo todos
los días”.
No sólo en el
campo de la economía se encuentran los nubarrones que hacen difícil visualizar
una salida política que garantice la continuidad del proyecto. Los problemas
para definir un candidato identificado con lo realizado en ésta década revelan
que el kirchnerismo -sin duda la principal fuerza política en términos de
militancia y movilización- no ha completado aun el proceso de su constitución
como movimiento orgánico. Se ha avanzado mucho en estos años en la adopción de
un discurso que cobija en el Frente de la Victoria tanto a los militantes
provenientes del peronismo como a quienes se identifican con otras tradiciones
políticas. Esta confluencia, en su momento anticipada por los peronistas más
lúcidos como John William Cooke, marca la superación de una larga etapa de
divergencias signada por la afirmación excluyente de un peronismo que pretendía
ignorar sus propias contradicciones como por la negativa de muchos sectores de
izquierda para reconocer la centralidad de la experiencia política de los
trabajadores, en su singularidad persistente. Sin embargo, aún no se ha logrado
constituir una única fuerza con todos los que se consideran militantes y
adherentes al proyecto democrático, nacional y popular.
V
El kirchnerismo se conformó
como movimiento apoyándose en la identidad del peronismo y en una estructura de
poder conformada por gobernadores, intendentes y dirigentes sindicales de la que
resultaría difícil prescindir. Son fáciles de comprender las razones políticas e
históricas que explican el rol del Partido Justicialista, pero es necesario
recordar que los rumbos principales de la acción política en la última década no
surgieron de decisiones orgánicas del PJ sino de una iniciativa audaz
desde lo alto del poder de gobierno, que no tardó en recoger grandes
adhesiones.
En la
perspectiva de la renovación presidencial, la relación entre kirchnerismo y
peronismo es nuevamente puesta en cuestión tensión y se debate cual es el
espacio más abarcador. Cuando algunos dirigentes sostienen que el kirchnerismo
es sólo una parte del peronismo debe tenerse en cuenta que una fracción
significativa de la dirigencia proveniente del justicialismo se encuentra en la
oposición. En consecuencia, cualquier propósito de reunificación indiscriminada
del peronismo supone el apartamiento de la línea seguida desde la asunción de
Néstor Kirchner. Si aceptamos que el tema central de la disputa política se
refiere hoy a la continuidad de este proyecto queda claro cuál es la
convocatoria que debemos formular.
La perduración de las
identidades políticas plantea un debate teórico difícil de saldar. A medida que
se extendía a sectores amplios del electorado, el peronismo ha ido perdiendo
perfiles claros y albergando propuestas contradictorias. El menemismo representó
el intento oportunista de adecuarse a la hegemonía neoliberal y someterse a los
dictados del poder económico, el kirchnerismo significó el rescate de las
mejores tradiciones peronistas y de otros legados equivalentes del pensamiento
emancipador. Aquella experiencia de gobierno tuvo, naturalmente, el apoyo del
poder económico y la derecha política; la que estamos transitando convocó a un
arco muy amplio de fuerzas populares. Esta y no otra es la contradicción central
en la política argentina, y, aunque parezca paradójico, es necesario preocuparse
tanto por la consolidación del peronismo que apoya a CFK como por asegurar la
más amplia unidad popular en torno al gobierno nacional.
Por cierto que
esta unidad popular nada tiene que ver con agrupamientos recientemente
constituidos, como el FA/UNEN, que no han podido siquiera llegar al mínimo de
coincidencias imprescindible para un pronunciamiento colectivo. Los límites para
el asombro no dejan de ensancharse en la política argentina: después de la
indefendible gestión del presidente expulsado en 2001, se consideró que la
Alianza no podía repetirse. Sin embargo, aquella desafortunada iniciativa tenía
por lo menos la disculpa de haberse constituido para enfrentar a un gobierno
reaccionario y, además,
era un acuerdo de partidos no un
rejunte de aspirantes al liderazgo mediático.
No ha pasado
inadvertida la recurrente invocación en el discurso presidencial de la figura de
Raúl Alfonsín. No significa esto, seguramente, que hayan dejado de considerarse
discutibles algunas de las medidas de su gobierno y gravemente reprochable al
haber cedido ante la amenaza de golpe otorgando a los sediciosos las leyes de
impunidad, sólo que el juicio histórico tiene que ser favorable a quien en su
afán de profundizar la democracia enfrentó el hostigamiento de las corporaciones
y los medios hegemónicos. Ese rescate de la mejor historia del radicalismo,
también alcanza a otras tradiciones populares a las que no son fieles quienes se
consideran hoy sus seguidores. Alfredo Palacios, adversario del peronismo, en su
momento, participó de los primeros movimientos antimperialistas de América
Latina y fue un decidido defensor de la Revolución Cubana. Difícilmente podría
soportar la vergüenza de saber que algunos de sus correligionarios hubiera
votado contra el gobierno popular de Hugo Chavez, blanco de todos los ataques y
maniobras de los Estados Unidos.
VI
Esta convocatoria que hoy
formulamos para seguir avanzando requiere del concurso de todos aquellos que,
más allá de críticas y diferencias, reconocen los logros de la década
transcurrida y quieren asegurar la continuidad de la expansión de derechos y las
profundas transformaciones de estos años. El desafío es complicado porque la
desaceleración del crecimiento y las simpatías de algunos gobernadores y
dirigentes del PJ por una candidatura moderada son las dos pinzas que
dificultan una acción más decidida del gobierno en la perspectiva del
2015.
Sería poco serio, casi podría
considerarse una humorada, levantar esta propuesta emancipadora y ponerla en
manos de un candidato que no comparta en lo esencial el rumbo seguido por
Néstor y Cristina, a quienes siempre animó la idea clave de la
autonomía de la política respecto del poder económico, idea opuesta a la
concepción corporativa de la articulación con los grandes intereses, ajena a la
lógica del conflicto como signo vital de una democracia transformadora, que
reivindicara Kirchner cuando visitara por primera vez nuestra Asamblea. Carta
Abierta no elige candidatos, aunque no renuncia a apoyar en su oportunidad a
quien se identifique más con el programa popular, pero tiene la obligación de
decir que el postulante hoy mejor instalado en las encuestas está lejos de
cumplir esa condición. El mejor candidato para esta patriada difícil será aquél
que se haya expresado en defensa de las políticas de Memoria, Verdad y Justicia,
aspecto central de la acción de gobierno, constituido, además, en reaseguro
ético del proyecto kirchnerista. Aquel que asegure seguir avanzando en el camino
marcado por Néstor Kirchner, cuando dijo ¡no al ALCA! en 2005, y
hubiera condenado los intentos de desestabilización de Venezuela así como
expuesto sus diferencias con las políticas de los Estados Unidos para la
región.
Las amables
sugerencias para que el gobierno llegue sin tropiezos al fin del mandato,
formuladas por miembros del establishment empresario, la dirigencia política y
la corporación mediática, se parecen demasiado a una amenaza que señala los
peligros que podría generar cualquier radicalización del rumbo económico o una
más decisiva intervención presidencial en el proceso electoral. Actuando con
responsabilidad en tan difícil coyuntura, la presidenta muestra a diario su
vocación por no renunciar al camino emprendido. Ese es también el deseo de
millones de argentinos, dispuestos a seguirla acompañando para iniciar en 2015
una nueva etapa del proyecto popular.
No obstante,
cierto es el innecesario arbitrio al que se recurrió con las cifras del Indec.
Ciertas son otras circunstancias merecedoras de críticas atinadas, pero no
sobre la base de un rociador permanente de acusaciones combinadas con acciones
desestabilizadoras propias del mundo financiero -que nadie duda que existen- por
lo que se impone un cambio profundo de la legislación financiera, que no sólo
combata las presiones sigilosas y las que además toman forma declarativa, sino
que contenga la limitación de las superganancias obtenidas por entidades
concentradas. Por otra parte, asombra que buena parte de las corrientes de
opinión no favorable al gobierno, vaya tan lejos en su complacencia con el
elenco permanente de los agronegocios que no aceptan ningún tipo de tributación
fiscal, del empresariado insatisfecho con todo lo que sea control estatal,
acciones que todos ellos conocen muy bien. Lo mismo ocurrió con la ley de
medios: un gobierno que se empeñó en ampliar derechos y democratizar los medios
de comunicación, recibió ataques brutales de los intereses afectados que
redoblaban en ensañamiento el tenor de las medidas con que eran concernidos en
nombres de un obvio sentido de democratización en la esfera política y
productiva, que debiera ser normal en cualquier democracia avanzada, en tanto
rumbos comunicacionales no sometidos a la lógica del capitalismo de la
manufactura coercitiva de imágenes, plusvalía evidente del neocapitalismo sin
más.
VII
La oposición que comulga con
la creencia que la Democracia existe (o subsiste) si la protegen los grandes
medios de comunicacion (o una buena parte de ella) volatilizó
cualquier noción de espacio nacional autónomo, cuando festejó la acción de los
fondos buitres. Cuando admitió la captura de un embarcación militar argentina en
un acto de rapiña internacional. Cuando defendió las piruetas políticas y
militares de Gran Bretaña sobre las Islas Malvinas o los informes dudosos del
FMI. Y en una manifestación arrebatada de su “inconsciente antikirchnerista”
llegó a denunciar sin evidencia alguna que no son respetados los “derechos
humanos” de los infaustos represores del pasado. También cuando dijo preferir un
intervencionismo de organismos vinculados al poder mundial financiero, antes que
los actos de un gobierno que estatizaba –con las dificultades del caso- las
empresas de aerolíneas y petrolíferas, entregadas irresponsablemente a
empresarios de la globalización en las décadas anteriores. Podrán hacerse muchas
críticas a estas decisiones, pero es evidente que existe la festejable la
noticia de nuevos yacimientos petrolíferos, que necesariamente deberán
explotarse en el marco del estricto control estatal-nacional de las empresas
contratistas internacionales que intervengan. Será el caso, al mismo tiempo, que
no se eviten las consideraciones sobre los dilemas ambientales y
ecológicos que pueden presentarse y deben evitarse. Cuestiones que merecen un
debate conciente y riguroso, que deben evitar llevarnos al “ambientalismo” de la
globalización, preparado por las mismas empresas
contaminadoras como ejercicio de control de los desarrollos regionales,
sino a una doctrina efectiva de convivencialidad tecnológica con una naturaleza
a la cual preservar de daños que perjudiquen la vida
humana.
El kirchnerismo toma
decisiones constantemente acosado, responde con medidas avanzadas y muchas otras
que pertenecen a un realismo imbuido de razones que provienen de los
condicionamientos internacionales, medidas que son acerbamente criticadas no por
lo que tienen de también obvias para un conjunto de intereses
empresariales-comunicacionales que harían lo mismo en tales casos, pero peor.
Esto es, sin vestigio de conciencia autonomista y emancipatoria, y con una
población, cada vez más despojada de la venerable idea de plena ciudadanía,
modelada evidentemente por la doctrina antiestatalista del gobierno de los
medios. Estos actúan con sus sabuesos y comediantes demoledores del espacio
público, antes que como reales fiscales del pueblo, noción que no es inadecuada
si no alberga el deseo profundo de sustituir el funcionamiento real de las
instituciones de justicia. Nadie anhela negar problemas, pues la esencia de la
política es reconocerlos, revelarlos, resolverlos. Otra cosa es la jerga
globalizada que dicta su semiología obligatoria a las sociedades del espectáculo
–el otro polo de las localizaciones mundiales donde hay guerras nacionales o
intersectoriales-, reemplazando los antiguos conceptos de libertad por los de
seguridad, dejando flotar en el pensamiento colectivo nociones revanchismo
súbito que abren la puerta para que en ciertos casos puntuales el ciudadano que
sostenía procesos de ilustración y participación democrática, pueda esbozar en
un minuto de terror personal, el rostro terrorífico del linchador. Un ámbito de
ilegalidad en la circulación de nuevas mercancías, el tráfico de drogas como
nuevo orden del valor de cambio y el valor de uso de sociedades que ignoran que
sus instituciones legales crecen a la
sombra de este ilegalismo mundial, es
también un hecho de la realidad universal cuyos efectos prácticos es crear
desdoblamientos clandestinos de los Estados y al mismo tiempo controlar por
dentro instituciones vitales de éste. Como explicación superficial de estas
nuevas condiciones del orden político mundial, se obtiene una línea de trabajo
constante: el vaciamiento de la legalidad democrática de los Estados sería culpa
de los Estados realmente democráticos.
Este es un nuevo
tipo de gobierno globalizado sobre la conciencia colectiva, que crea espacios
simbólicos de fuerte contenido ficcional que tienden a la no política, al
cualunquismo, a la fabricación de personajes del mercado salvaje de consumos
culturales, de los que de alguna forma son tributarias –en su lenguaje y
expresividad- las formaciones postpartidarias como el Pro y en alguna medida el
FA/Unen, a pesar de que su
conciencia falaz los lleva a
algunos a denominar como
centroizquierda lo que en verdad es un nuevo tipo de centroderecha
y hasta de derecha a secas. De este
nuevo estilo de gobierno inmaterial salen candidatos para la vida política
desprovistos de mínimas espesuras históricas, actores populares, presuntos
cómicos, presentadores de la televisión nocturna, siempre que consideren que el
botín político no sea inferior al papel que ya ejercen de directores de
conciencia de un consumo cultural sin historia ni fundamentos reales en el
genuino arte popular de masas, tal como fue concebido por la modernidad.
Como resultado de esto, se han devaluado trágicamente
palabras como izquierda y derecha (aún con las deficiencias que provienen de su
uso dicotómico) y es así que los partidarios de políticas represivas duras
con pérdida de derechos individuales, de modificaciones regresivas en los
regímenes de tributación, de pérdida de conquistas laborales, de alineamiento
con las potencias y sus siglas emblemáticas, FMI, DEA, OEA, se resisten a
asumirse como de derechas y prefieren apropiarse con ensueño juvenil de la
camiseta del centro izquierda. En el baile de máscaras de la política argentina
hay quienes pretenden colocarse un ropaje que no les corresponde. Pero esta no
correspondencia es parte sustancial del drama de la
hora.
VIII
Cada día que pasa la
encrucijada estrecha expectativas, acorrala posibilidades. No es imaginable que
una experiencia política que descartó el canon típico de la política nacional,
sea declarada como un episodio travieso que, de pronto, fuese absorbido por los
sistemas de dominio más menguados y dispuestos a sumarse a una nueva era de
“normalización”. De entre los muchos conceptos que se escuchan, resalta el de
“unidad del movimiento”. Si el kirchnerismo del “loco” pudo imaginar que el
peronismo se adentraría en sus llamados renovadores, hoy un rumor no tan
subterráneo susurra que hay que llevarse al “loco” para que impere el peronismo
como abstracción incrustrada en una única forma inmóvil de la historia nacional.
La prueba de la elasticidad del peronismo, como en los cuentos de Sherazade,
cada vez aumentando su indiscriminada admisión de nuevos prodigios, es que el
paladín con el que muchos buscan cerrar las originales evidencias que comenzaron
a percibirse desde mayo de 2003, proviene de los astilleros y cámaras de
seguridad del Tigre, pero en acepciones más versátiles puede identificarse en
los movimientos del paciente motonauta que, al revés que en la mitología
clásica, parece haberse transformado en el anhelado Minotauro Justicialista
sosteniendo el hilo de Ariadna que lo lleve desde la poco laberíntica ciudad de
La Plata hacia destinos mayores. Así, se apocaría el mito, retrocedería
el país.
No es decir nada nuevo
que una parte del PJ confluyó con la corporación agromediática (el massismo es
hijo de esa confluencia) en los días de la resolución 125. En esos tiempos
calientes en los que tantas cosas fueron puestas sobre la mesa, y en los que los
actores asumieron sus papeles en el drama de la historia, el kirchnerismo
encontró su nombre y su potencia, pudo darle palabras a su desafío y a su
proyecto. En esos días, también, algo inevitable volvería a sacudir al
peronismo. Hoy, cuando todo sigue estando en disputa y bajo la forma del riesgo,
regresa la amenaza de la restauración.
Lejos, muy lejos del
espíritu de lo fundado por Néstor Kirchner, se encuentra el diagrama de aquellos
que buscan concretar el final de un ciclo pronunciando otro nombre muy diferente
al que talló de manera inesperada lo mejor de un país que se reencontró con una
oportunidad que ya no alcanzaba siquiera a imaginar. Un nombre, el del
kirchnerismo, que tendrá que enfrentarse a sus límites y contradicciones, a sus
debilidades y a sus errores, pero que, sobre todo, tendrá que profundizar el
núcleo desafiante y novedoso que introdujo en el interior de una sociedad
desesperanzada. Y tendrá que hacerlo sin renunciar a esa impronta, sabiendo que
no es posible ni justo replegarse hacia una política testimonial preparándose
para otro tiempo más lejano que, cuando supuestamente llegue, volverá a
encontrar un país desolado por la inclemencia de los poderes
corporativos.
Por eso, el
futuro tiene algunas líneas previsibles que pueden extraerse de todo lo actuado,
y todas las zonas imprevisibles que se imaginen, pero es necesario advertir
que las derechas mundiales, activas en nuestro país, se hallan esperando el
derrumbe violento o inducidamente degradado de gobiernos populares
latinoamericanos, buscando referencias en poderes mundiales que manejan la
ilegalidad de un orden que también dice ser ley republicana, deshilachando las
necesarias autonomías políticas nacionales.
Pasivamente,
sectores amplios de la población aceptan el desfondamiendo al que pueden
someterla los mandos generales mediáticos, clientes de los poderes generales de
la globalización de los que éstos a la
vez son clientes. Hay una lucha que de
definirse de cierta manera, significaría la abrupta entrada de la Argentina en
una globalización incierta y maniatada, sea la que provenga de las viejas áreas
imperialistas o de las acciones económicas mundiales de las nuevas formas de
capitalismo en las viejas naciones de Oriente, ante el que hay que evitar ser
la nueva periferia de la nueva
metrópolis que obligue a economías
reprimarizadas. Una amenaza
inminente deviene de la presión para la firma del tratado de libre comercio
entre el MERCOSUR y la UE, cuya matriz se inscribe en el paradigma
neoliberal.
Había épocas en que se
buscaba al buen burgués. Ahora se busca al manso grupo político que, sea cual
sea, muestre sus mejores méritos en la subordinación a este neo-mesianismo
empresarial.
Dicho lo cual, no parece haber dudas de que un desemboque
de la encrucijada argentina en un gobierno dirigido por los neoconservadorismos
de cualquier cuño acentuarían todos los rasgos, sumariamente comentados aquí, de
un retroceso nacional. Anuncios programáticos de esta
regresión ya se hacen en los gabinetes de servilismo colectivo camuflados en los
movimientos populares. Es la entrada compulsiva a la globalización acrítica. Es
cierto que hay derechas de las derechas, así como derechas nuevas y derechas
viejas, globalizaciones de color amarillo –la política como equivalente de las
producciones Disney- y globalizaciones de color naranja, fundadas en antiguas
leyendas nacionales ya fosilizadas. Cada ciudadano podrá alojar en las urnas su
sentimiento sobre el “mal menor”, lo que es tan dolorido como la ausencia de
grandes alternativas que recojan la vivacidad de un legado. Pero no descartemos
que nuevos reagrupamientos puedan hacer verosímil –de modo no ofensivo ni
inocuo- esta previsión esperanzada en cuanto a que no quede en los dominios de
los emisarios de retroceso –interno y externo al peronismo-, un próximo capítulo
de la historia nacional.
El kirchnerismo pudo ser definido como
la extravagancia de una historia nacida de lo inesperado y que se deslizó por
una grieta mal cerrada del muro de un país desguazado. El resultado de este acto
dispuso una interpelación colectiva y excepcional que parecía provenir de otros
tiempos y de otros corazones, y que a lo largo de esta década obtuvo numerosas
interpretaciones y valoraciones. Pero no puede discutirse que se manifestaba en
la encrucijada de un presente que pudo, gracias a su aparición a deshora,
desviar una ruta de carencia, injusticia y desolación para dirigirse, a veces
con la intemperancia de lo inaudito, a veces con medidas que reclamarían mayores
precisiones, hacia la reconstrucción y la reparación de una sociedad descreída.
No puede negarse que, hijo de la ironía de la historia, miles y miles se
descubrieran de nuevo alborozados por antiguas y nuevas militancias, de esas que
entrelazaron el legado con la modernidad. La hora dilemática del kirchnerismo es
ésta: seguir conmoviendo el sentido común de una sociedad que nunca imaginó que
pudiera ser contemporánea de un giro histórico o desembocar en la resignada
aceptación de un fin de ciclo que se materializaría en candidaturas que nada han
tenido que ver con el ímpetu rupturista de lo iniciado en mayo del 2003. Las
cenizas de la resignación flotan en el aire entremezcladas con los destellos de
la transformación. El peligro de la regresión está afuera y adentro. No hay
cartillas ya escritas. Hay una responsabilidad. La nuestra es seguir reafirmando
lo que ha significado y sigue significando la apelación del kirchnerismo, que de
ser palabra desconocida pasó a ser palabra pronunciada con los distintos matices
y dificultades bien conocidas. No puede ahora ser una palabra
caída.
Con esta apelación, que recoge lo mejor
de una década preñada de novedades y transformaciones y que también se hace
cargo de las dificultades y de los desafíos que se abren de cara al futuro, nos
comprometemos, una vez más, a defender las iniciativas del gobierno nacional
consustanciadas con los intereses de las mayorías populares. Un camino signado
por la voluntad inquebrantable de Cristina de avanzar, hoy como ayer, con las
banderas de un país más justo. De esa voluntad acompañada por millones de
compatriotas saldrá la mejor opción para dar la batalla electoral del
2015.
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