Entrevista a Oscar Steimberg: “El político no puede ahora dejar de hacerse preguntas de intelectual”
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Por FEDUBA Prensa*
Aquí reproducimomos el diálogo que FEDUBA mantuvo con Oscar Steimberg (UBA-IUNA), semiólogo y poeta, miembro fundador y Presidente de la Asociación Argentina de Semiótica. Sus trabajos sobre medios y géneros son difundidos desde los años setenta por editoriales y centros de investigación y enseñanza del país y el exterior. En esta entrevista analiza el discurso político del peronismo, el estilo propio del kirchnerismo y la relación de los intelectuales y la política.
¿Cómo definiría al discurso del peronismo?
El discurso del peronismo es un discurso plural. Se muestra plural, internamente diverso en su sucesión en el tiempo y también en el conjunto de voces y textos propios de cada corte histórico. En principio porque en la palabra del peronismo confluyeron distintos grupos políticos, a veces muy distantes entre sí. En un momento se presenta como discurso del peronismo el de un nacionalismo tradicional mezclado con un nacionalismo popular. La mezcla se daba en el peronismo, no fuera de él. Pero estaban también, como en fragmentos, un discurso anarquista, un discurso socialista, un discurso radical. Y por afuera de todos va tomando la escena un discurso dialógico, que se despliega a lo largo de los primeros 10 años de peronismo entre el momento de la progresiva llegada del peronismo al poder y el momento del desalojo por la revolucion libertadora. Es un discurso dialógico porque tiene que ver con una particular construcción de la relación entre la figura de un lider y el pueblo al que se dirige su discurso.
Yo creo que es interesante, es útil, comparar todo esto con otro gran discurso popular previo al peronismo, como es el discurso radical. En el discurso radical hay la asunción de una jerga que remite a un conocimiento libresco que, por supuesto, el usuario tipo de ese discurso no tenía. Hay en el discurso de los oradores radicales el despliegue de una complejidad retórica que es ejercida como una poética política. Yrigoyen era un orador abstruso que brillaba, justamente, por su opacidad. Ese discurso tenía que ser importante porque separaba al emisor y al oyente de las cuestiones de la cotidianeidad y lo instalaba en la posibilidad imaginaria del tratamiento de grandes problemas de la nación y de la política, con ejercicios de complejidad que tenían que ver con las “graves instancias” de la política expresadas en frases que exponían las “patéticas miserabilidades” de la oposición, en conversaciones de vereda o en los “sitios soledosos” que elegía Yrigoyen para la conversación. Se dice que Yrigoyen no hablaba en actos públicos, salvo excepción, pero estaban sus declaraciones para ser imitadas, su gravedad de la expresión: construcciones metonímicas y metafóricas. A Balbín todavía lo llamaban “piquito de oro”….tenía que ver con una expectativa….frente a los conservadores que eran los dueños de todo, entonces los radicales podían ser los dueños del discurso que preanunciaba un ejercicio del que ese discurso daba seguridad y pertinencia, porque era un discurso específicamente político. No había la necesidad de un enraizamiento, había la ilusión de un ascenso hasta ese lugar; no había necesidad de tratar a Yrigoyen como a un hermano. Se decía: “¡viva el dotor Hipólito Yrigoyen!”. El viva el dotorpodía abarcar también al caudillo del comité.
En cambio, con el peronismo llegó ese novedoso dialogismo, ese tuteo, ese voseo…y otra ilusión, y otro imaginario: el de un diálogo de cada uno con ese líder o con esa muchacha que había hecho pareja con él. “¡Perón, Perón que grande sos!” o “¡Peroncito, no te mueras nunca!” Y en la relación con Evita, la permanencia de la situación de pasaje, como si cada vez que se ponía un tapado de piel Evita se estuviera poniendo por primera vez un tapado de piel. Llegar a eso como algo que se repetía siempre en presente. No se trataba de la ‘posibilidad de la asunción de un discurso para llegar a la política -que fue el gran objetivo simbólico del imaginario radical- sino de la confianza en la posibilidad de un diálogo enrasado, a nivel. Por ejemplo, de ese enrasamiento dialógico en una plaza que mágicamente permitía el diálogo de cada uno que estuviera en el medio de ese conglomerado; de establecer un diálogo familiar con el peronismo.
Esto es parte del discurso peronista y yo creo que es el fenómeno más original del peronismo; eso no había existido en el radicalismo pero tampoco había existido en el socialismo ni en el comunismo, que pasaron también por distintas etapas, ni tampoco había existido en el anarquismo.
Por otra parte, está el discurso escrito de Perón, también. Es un discurso que tiene que ver con una presentación que se quiere limpia y perfecta de una construcción argumentativa con apoyos ideológico-bibliográficos presentados como indudables.
Dentro del peronismo existieron ilusiones, así como las ilusiones que existieron dentro del radicalismo. Dentro del peronismo, tanto el primero como el otro, existieron ilusiones cuando se trataba de recuperar, o de crear recuperando, una palabra peronista en el peronismo de los años ‘60/ ’70.
La ilusión de perfección de las argumentaciones de Perón lleva, en algún momento de alguno de esos grupos, a la tentativa de leer la bibliografía de Perón en el orden en que él la había expuesto. La apelación a los textos de referencia siempre tiene razones de coyuntura tan fuertes como las estrategias generales. El orden de la convocación de esas figuras no puede tener un sentido rescatable en términos de esa secuencia porque es una secuencia de coyunturas. Pero la manera de argumentar de Perón podía llevar a esa ilusión, la de que el orden de las referencias tuviera un valor de por sí. A la ilusión de que en el orden de la presentación de los referentes hubiera ya una fuerza.
En ese sentido, el discurso escrito de Perón era muchas veces, retóricamente, un discurso clásico, o que quería ser clásico. El discurso oral de Perón, en cambio, tenía valores que podían servir y servían de complemento a ese dialogismo que tenía múltiples lugares de generación. Los momentos, los circunloquios, en los que Perón recogía algo que había aparecido como consigna repetida por la gente reunida en la plaza; los desvíos, las comparaciones que incluían infracciones a las limitaciones del discurso educado de la época.
¿El discurso kirchnerista retoma alguno de los rasgos del discurso peronista que usted está enunciando? ¿Cuáles serían los rasgos propios del discurso kirchnerista y cuáles son propios de un estilo de época?
El discurso kirchnerista toma algunos rasgos del discurso de Perón como, por ejemplo, la reiteración en la presentación de la escena de confrontación, o de la escena polémica. Eso estaba en el discurso de Perón, la reiteración de la presentación de la cita y la contestación con respecto a la figura del oponente, y está en el discurso de los Kirc:hner, por ejemplo. Pero hay otras cosas que están en el discurso de los Kirchner que son de este tiempo y que son modos que tienen que ver con la coyuntura, pero que también tienen que ver con el estilo de época. Por ejemplo, reconocerse como construyéndose, como sujeto de un discurso que siempre que tendría que mostrar que se está haciendo, que se está inventando.. Es la mostración de la memoria, del efecto de memoria permanente del sujeto de discurso del orador político; a veces con efecto de ironía pero, sobre todo. también con el de auto ironía que es propiedad del conjunto del discurso contemporáneo. Hay cosas que tienen que ver con el reconocimiento de esa condición. Hay un ejemplo que ya lo di otras veces pero lo quiero dar de nuevo, es el de una respuesta que da Cristina Fernández en la primera época del gobierno de Néstor Kirchner, cuando una periodista le pregunta a ella que opina de la gente que dice que se maquilla demasiado. Entonces, la respuesta de Cristina (se podría pensar que no es una respuesta sino un comentario de la pregunta; algo también muy de este tiempo y la pregunta habilitaba para eso), la respuesta es: “me pinto como una puerta desde que tenía 14 años”. Uno puede decir: “bah…eso no es una respuesta, le están preguntando qué opina de la gente, o de la pregunta, o de la observación de que se maquilla demasiado”. Y sorprenderse con esa salida porque en principio es como la aceptación de eso del maquillaje excesivo; porque si siempre se maquilló o se pintó como una puerta evidentemente está aceptando que se maquilla demasiado. Pero la otra cosa que se está diciendo es: “y….soy así, me pinto mucho… y qué… cada uno….”. Como si se dijera: y sí, lo acepto; respetémonos los estilos.
Personalmente creo que el discurso de Cristina Kirchner es muy diferente del discurso de Lilita Carrió. Sin embargo, Lilita Carrió es muy de este tiempo también aunque de una manera diferente, con unas ideas diferentes, con un proyecto político y una estrategia discursiva también diferente pero, como suele ocurrir, con ciertos parecidos que los da el tiempo. Esos parecidos entre opuestos antes también se daban, pero de otro modo: si vemos cómo se caricaturizaba políticamente en la gráfica, en la comunicación impresa de la década del ’30, vamos a ver que desde ahora parece que los caricaturistas políticos del país, de la extrema izquierda a la extrema derecha -pasando por todo el centro político- hubieran tenido el mismo maestro. Esas cosas suelen verse a la distancia.
El problema es que como ahora se pone tan en escena el discurso y el momento de construcción del discurso, yo creo que se pueden ver más en el propio momento, se puede anticipar. ¿En qué se pueden parecer Lilita Carrió y Cristina Kirchner? En esa puesta en escena siempre renovada del discurso. Sin que eso reduzca el paquete de sus diferencias. Una vez le preguntaron en una elección, hace bastante tiempo, a Carrió: ¿qué va a hacer si le va mal en la elección que viene? Entonces la contestación de ella fue: “me opero la panza y me consigo un marido”. Se le podría haber observado algo parecido a lo que se le podría haber dicho a Cristina Kirchner: “te están diciendo que te maquillás demasiado, no te están preguntando por qué”. Ella no responde a la pregunta porque es como si considerara que hay algo más importante que esa crítica en relación con la cuestión. Como si pensara: “hablan de cómo soy estilísticamente, bueno, voy a seguir comentando cómo soy estilísticamente.” Y la Carrió, con respecto al otro tema, dirá: “ah, me preguntan cómo voy a reaccionar si pierdo, eso es preguntar por una manera, por un modo de hacer… no se trata necesariamente de qué voy a hacer políticamente”. Ahí hay cosas que pertenecen a este tiempo. Hay cosas que pertenecen al estilo de época así como hay cosas que pertenecen a cada estilo.
Ahora, hablando de cosas que pertenecen al estilo de Cristina Kirchner y que no son genéricas, que no son del conjunto de las del estilo de época, o que son del estilo de Cristina Kirchner aun dentro del estilo de época, se podría señalar especialmente una: hay acentuaciones dentro de su estilo que tienen que ver con un modo de atender siempre a la continuidad en la argumentación. Se trataría de la construcción o del intento de construcción, en cada caso, de una proposición abarcativa, de una proposición que abarque el total de cada uno de los discursos. Porque un orador político puede querer desarrollar una posición en términos de distintas proposiciones apoyadas o soportadas por distintas argumentaciones, en un mismo discurso. O puede tratar de desarrollar una proposición, a lo largo de un discurso, desde distintas perspectivas, apelando a distintos razonamientos y soportes lógicos pero tratando de establecer en conjunto, en el conjunto de cada discurso, una construcción abarcativa.
En el caso de Cristina Kirchner, a mí me parece que se da esta segunda condición. Como si tomara la palabra para desarrollar una moción, sin perder tiempo en recorridos múltiples. Hay una fluida continuidad de la argumentación pero también de la línea temática en sus discursos, y esa continuidad de la argumentación y de la línea temática se produce también en términos del mantenimiento de un mismo nivel (o intensidad, o ritmo) en la dicción. Lo que pertenece al estilo de época se junta con ese rasgo singular, esa condición de desarrollo progresivo del discurso que es el enganche temporal de cada frase con la siguiente. En el discurso de Cristina Kirchner son muy breves los silencios entre frase y frase y entre párrafo y párrafo (casi no los hay) como si se quisiera acentuar, con eso que es un recurso del momento de la dicción -en términos de la retórica clásica-, la condición de unidad proposicional de todo el desarrollo argumentativo, en la totalidad de cada discurso.
¿Cuál podría ser la relación entre el discurso político y el discurso intelectual?
En muy distintas áreas del discurso, incluyendo el conjunto de los discursos artísticos y poéticos, lo que se llama discurso intelectual tiene que ver con la puesta en escena de una pregunta (que uno quisiera siempre renovada) por la significación de la palabra y por la vigencia de las respuestas producidas para ella. Creo que en este momento es difícil, y no importa cuan intelectual se considere a sí mismo el político de que se trate, que un político no se encuentre en la necesidad de formularse esa pregunta o, en algunos casos, de mostrar que se la formula. Porque ahora el político tiene que saber, y si no lo sabe le va a ir mal, que el problema de la significación de cada palabra se ha convertido en algo permanentemente cambiante, que no se cierra del todo en ninguna intervención discursiva. Como ese problema del significado es un problema ahora siempre abierto (ya que todas las cartillas de procedimientos entraron en crisis) el político no puede ahora dejar de hacerse preguntas de intelectual.
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