JOVENES Y POLITICA
Inteligencia y militancia
En todos los tiempos han existido grupos activos de jóvenes comprometidos que buscan influir en el curso de los procesos políticos y suelen imprimir sellos característicos a la vida política de cada época. Eso ha sido siempre así, también en nuestra propia historia, y en todas las orientaciones políticas. En particular en las últimas décadas, el fenómeno reaparece como si los manantiales desde donde brotan los grupos políticos juveniles fuesen inagotables: la Coordinadora en la UCR, UPAU y la Juventud Liberal en el espacio conservador, recientemente La Cámpora ocupando un lugar que rememora –aun cuando es de otra naturaleza– a la antigua JP, entre otros. Es habitual proyectar la existencia generalmente muy visible de grupos políticos juveniles al conjunto de la sociedad, lo que genera fantasías o espejismos de fenómenos masivos de politización que no existen, porque la visibilidad de esos grupos es alta y su peso es grande.
Los grupos políticos juveniles se hacen más visibles cuando asumen algunas características propias de cualquier grupo fuertemente cohesionado y diferenciado, como lo han sido –y en algunos casos todavía son– las logias, las sociedades secretas y las sectas. Todos esos grupos se sostienen en una identidad fuerte, vínculos de lealtad internos sólidos y propósitos compartidos. A los grupos políticos juveniles los favorecen los atributos universalmente asociados a la juventud –temperamento, fuerza, energía– y conspira contra ellos la demografía –es inexorable que todo joven con el tiempo deje de serlo–. A la política le aportan todo eso que les es propio; el valor que suman suele ser apreciable y las funciones que cumplen son a menudo insustituibles –mientras no se agota el horizonte de tiempo limitado que les es propio–.
Muy a menudo los grupos políticos juveniles se incuban en los ámbitos de la educación. Parece realmente que la educación prepara para la política más que la vida misma. En casi todas partes hay más politización, más interés y compromiso políticos entre los jóvenes con alta educación que entre los que carecen de ella. Max Weber subrayó una distinción crucial en el análisis de la práctica política, separando el vivir para la política del vivir de la política –entendidos como motivaciones dominantes, no como modos de vida, porque a Weber no se le escapaba que en una sociedad moderna y, sobre todo, democrática, quien se dedica a la política debe ser remunerado–. Los jóvenes presumiblemente están más imbuidos de esa motivación que hace de la política un objeto al cual uno sirve antes que un objeto del cual servirse.
A menudo, los grupos políticos con cohesión e identidad propia responden a dos tipos de lógicas distintas que son propias de las condiciones en las cuales los jóvenes viven su vida: la lógica de la militancia y –si se permite la aparente redundancia– la lógica de la inteligencia. No son para nada excluyentes, pero son distintas. La lógica de la militancia es afirmativa y reafirmativa, plantea verdades no discutibles, lleva a la exclusión de quienes no están del mismo lado; en política esa lógica es necesariamente partidista como en otros campos puede ser sectaria, fanática o fundamentalista. La lógica de la inteligencia tiende a estar abierta a lo ignoto, al diálogo; es más indagatoria que afirmativa; por eso tiende a ser más incluyente que excluyente. La vida política necesita de ambas: es inconcebible la política sin militancia, pero a la vez la política sin inteligencia se empobrece, cuando no se brutaliza.
Combinados en un grupo político, los dos ingredientes se potencian. Pero a menudo la combinación de las dos lógicas genera tensiones que no son fáciles de sobrellevar. Las une el hecho de que la política las necesita a ambas: la inteligencia no se proyecta fácilmente hacia la acción sin un ingrediente de militancia, y la militancia sin inteligencia suele enceguecer. Por eso, los grupos de jóvenes políticos llegan a sus niveles más eficaces cuando efectivamente consiguen combinar altas dosis de militancia con buenas dosis de inteligencia.
Que todo eso contribuya a propósitos u objetivos que a cada uno le gusten o le disgusten, es otra cosa. Gustos y coincidencias aparte, lo cierto es que los grupos políticos juveniles que suman a jóvenes militantes y a jóvenes inteligentes, o que captan a un buen número de jóvenes que son las dos cosas, contribuyen notablemente a mejorar la intensidad, y también la calidad, de la vida política. Cuanto más esos grupos están imbuidos del valor del diálogo y el debate con quienes piensan distinto –algo que me ha llamado fuertemente la atención en Chile, donde existe una interacción llamativa entre grupos de jóvenes de “izquierda” y de “derecha”– tanto más valioso es su aporte a la construcción de consensos sociales sólidos.
Es alentador que la sociedad argentina siga produciendo grupos juveniles con fuerte identidad y compromiso político. A muchos de los argentinos que no calificamos como “jóvenes” esos grupos suelen no gustarnos –de hecho, nunca gustaron–; pero son un nutriente fundamental de la vida política.
Estas reflexiones están dedicadas a la memoria de Iván Heyn, a sus amigos y a los jóvenes de todo el mundo que entran al campo de la política llevados por su vocación.
*Profesor en la Universidad Torcuato Di Tella.
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