jueves, 22 de diciembre de 2011

MEDIOS Y COMUNICACION

El espejo

Sostiene Marta Riskin que las demoras en la aplicación plena de la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual vulneran los derechos de la ciudadanía toda, jueces incluidos.

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Por Marta Riskin*

Cuenta Oscar Wilde que, cuando Narciso murió, las ninfas y el lago lloraban al unísono. Ellas gemían: “¡Narciso, era tan hermoso!”. Al escucharlas, el lago las interrumpió con sincero asombro: “¿Acaso Narciso era hermoso?”. “¿Quién podría saberlo mejor que tú?”, respondieron ellas, sorprendidas. “A nosotras nos despreciaba, pero a ti te buscaba y reflejaba su rostro en tus aguas.” “Amaba a Narciso porque él se inclinaba a mis orillas...”, dijo el lago, “y me miraba de tal modo que, en el espejo de sus ojos, yo veía reflejada mi propia belleza”.

El cuento subraya el potencial de nuestros propios relatos para impulsarnos hacia horizontes prefijados, pero también explica uno de los secretos clave y menos inocentes de la publicidad y la formación de la opinión pública: somos capaces de consumir productos y personajes, sin otro fundamento que la complacencia de nuestras propias miradas. Miradas que tanto compran blancura para ropas o dientes, cuanto mágico alivio para deseos insatisfechos u ofertas apolíticas de aspirantes a puestos, paradójicamente... políticos.

El juego del espejito posee experimentadas técnicas de construcción de realidad y su reconocimiento resulta, periódicamente, saludable. Rememoremos algunas.

Espejito, espejito...

La estratagema de reversión de pruebas, que sirve para obligar a otra persona a malgastarse en explicaciones hasta perder confianza propia y credibilidad ajena, es descripta por la sabiduría popular con abrumadora sencillez: “Digamos que la hermana es puta y luego que demuestre... que nunca tuvo hermana”. Si el adversario osa defenderse, cabe redoblar la apuesta, hacerlo responsable del conflicto y de la crispación social que produce y, con mayor perversidad, reclamarle que pruebe la inexistencia de hermanas.

Además de la inmoralidad del autor, el procedimiento requiere redes para difusión del rumor y cálculo profesional de tiempos, que permitirán el cumplimiento de sus objetivos, cualquiera sean éstos, antes que la víctima demuestre su inocencia.

Troyanos

El famoso caballo de Troya fue artilugio de vencidos. Odiseo fabricó al precursor del arte pop, luego de la muerte de Aquiles y la deserción de sus soldados. La estatua tenía al costado derecho la escotilla para los guerreros y, del izquierdo, una leyenda: “Con la agradecida esperanza de un retorno seguro a sus casas después de una ausencia de nueve años, los griegos dedican esta ofrenda a Atenea”; fiel descripción del cumplimiento de los deseos troyanos, la derrota enemiga y el fin del sitio a su ciudad. Casandra y Laocoonte fueran ferozmente castigados por sus conciudadanos por dudar de la ilusión de la victoria.

Hoy, aunque de Troya sólo queden ruinas, la artimaña continúa mostrando su poder transformando a sus víctimas en agresores informáticos, y cada vez que convence a un potencial triunfador, antes de tiempo, de que su deseo ya ha sido cumplido.

La otra cara del espejo

La impunidad de los vendedores de espejitos de colores se funda en la ignorancia popular de sus herramientas especulares y en el blindaje oligopólico de los medios de comunicación.

Fue el siniestro aparato de propaganda nazi de Goebbels el que sistematizó estas técnicas de terror y manipulación colectiva de las conciencias y, con herramientas similares, convenció a pueblos enteros de que los judíos eran los culpables de todos los problemas que sufría Alemania: la pobreza, el desempleo e incluso de la derrota en la Primera Guerra Mundial. Luego sumó opositores políticos, gitanos, homosexuales, intelectuales.

También difamaron a los mejores jueces para disciplinar al resto.

La memoria acerca de las consecuencias históricas del “terrorismo mediático” debería impedirnos más suicidios colectivos. Sin embargo, las democracias continúan inermes frente a operaciones mediáticas similares a las que permitieron a Hitler alcanzar el gobierno, por el voto popular. Reiteremos: por el voto del pueblo.

Porque los pueblos, expuestos al terrorismo mediático, se equivocan.

Distribución de espejos

La convivencia democrática en el espacio comunicacional requiere el registro y el respeto mutuo de la compleja densidad de nuestras miradas.

Desde que los laboratorios de marketing pueden legitimar productos y personajes que violan los valores y significados originales que presumen encarnar, los Estados democráticos tienen la obligación y el derecho de establecer políticas anticíclicas que garanticen la reflexión y la libre circulación de ideas. Por ello, las demoras en la aplicación plena de la ley de medios vulnera los derechos de la ciudadanía toda, jueces incluidos.

Como aquel profundo lago de Wilde, libre de automáticos espejos, también el Poder Judicial cumplirá con mayor felicidad su trabajo cuando escuche las múltiples voces de la ciudadanía.

* Antropóloga UNR.

MEDIOS Y COMUNICACION

Lo público y la televisión

A raíz de la discusión sobre “los trapitos” en Buenos Aires, Daniel Fabián reflexiona sobre “la cosa pública” y la responsabilidad del Estado sobre los medios de comunicación entendidos como espacios públicos.

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Por Daniel Fabián *

La nueva discusión en la ciudad de Buenos Aires en torno de “los trapitos” ha dado origen al debate, una vez más, sobre los “espacios públicos” y la “cosa pública”. Los espacios públicos son entendidos como aquellos lugares que suelen ser mensurables, que tienen ciertos contornos que lo separan de aquello que se supone ¿privado?, o que no le pertenece a nadie (¡!).

La “cosa pública” tiene ciertos perímetros que la alberga pero sujeta a cuestiones temporales según los momentos históricos. La cosa pública es entendida como aquella que tiene un espacio y un tiempo, determinados por diferentes variables sociales, culturales y/o económicas, según sea “la cosa”.

Los medios de comunicación son parte de este debate. Desde el año 2003, con la asunción a la presidencia de Néstor Kirchner, el canal de televisión estatal, Canal 7, comenzó con una nueva gestión que tuvo dos características importantes frente a la pantalla. Primero, atender las necesidades tecnológicas en torno de la modernización de sus equipos de producción y transmisión. Segundo, concederle una vital importancia a la producción de contenidos, otorgándole jerarquía a la información y a la cultura.

Durante este período, el Canal 7 se ha hecho conocer por la frase “la Televisión Pública”, lema que se impuso dentro del mundo de las comunicaciones pero también socialmente. Esto sirvió para diferenciarse de los demás canales de gestión privada y al mismo tiempo intentó ubicar a éste en “aquel lugar de todos”, donde se encuentran todas las voces e imágenes sin distinción partidaria, religiosa o de otro tipo. Es aquel lugar donde podemos estar representados todos.

El “espacio público”, Canal 7, parece converger en la “cosa pública” en tanto la autoridad gubernamental, mayoritariamente elegida por el pueblo, ha impulsado una estrategia comunicacional que privilegia lo público (lo de todos) por encima de los intereses privados (lo de algunos).

Aun así, es necesario preguntarnos ¿en Canal 7 estamos todos representados? o ¿en Canal 7 estamos todos?

La televisión debería garantizar tres servicios fundamentales: el entretenimiento, la información y la educación. En este sentido, la sola presencia del Poder Ejecutivo en la toma de decisiones de un canal de televisión estatal parece insuficiente para semejante campaña, independientemente del esfuerzo y la capacidad profesional, política y democrática de los mismos.

Parece insólito que en los medios de comunicación estatal no exista una representación más amplia de los diferentes sectores sociales y políticos. Es sobre la base de una mayor participación que se podrá afrontar políticas comunicacionales de mayor alcance y, al mismo tiempo, enfrentar las nuevas formas comunicacionales producto de los cambios tecnológicos y de las relaciones culturales en torno de ellas.

Asimismo, resulta insuficiente pensar en la “cosa pública” si sólo observáramos los medios de comunicación estatal.

El Canal 7 es un canal público de gestión estatal, pero también hay otros canales que son públicos pero su gestión es privada: Telefe, Canal 13, Canal 9 o América. En este sentido, el Estado establece una serie de normas que regulan su funcionamiento. Sin embargo, éstos no parecen estar integrados a la “cosa pública”.

Si tuviéramos que tomar las tres consignas fundamentales para la televisión, diríamos que los canales de gestión privada cumplen la primera consigna, el entretenimiento, con gran esmero. En cuanto a la información, en muchas oportunidades observamos que prevalece la desinformación. Y la educación es un bien que está supeditado a los dos principios anteriores, o sea...

La responsabilidad del Estado, a manos principalmente del Poder Ejecutivo, es limitada frente al despropósito de los contenidos de la programación de los canales de televisión de gestión privada, que están más comprometidos en aumentar las ganancias de algunos, incluyendo las corporaciones de cualquier tipo, que en favorecer una vida de calidad para el público, es decir para todos.

Cualquier intervención por parte del Estado sería considerada un acto autoritario del Gobierno. Por ese motivo resulta imperiosa una mayor presencia de los diferentes sectores políticos en las políticas comunicacionales, tanto de los canales de gestión privada como los del Estado, para que la incidencia de las decisiones no recaiga únicamente en el gobierno de turno, sino que sea parte de una política comunicacional del Estado a largo plazo, para que los canales de televisión (“los espacios públicos”) se conviertan en “la cosa pública”.

* Docente. Carrera de Artes Audiovisuales (UNLP).


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