jueves, 1 de diciembre de 2011

Desafíos del próximo mandato

La otra lucha, la del nuevo relato histórico

Publicado el 1 de Diciembre de 2011

Como en aquel 1983, la sociedad argentina se encuentra en una instancia que puede alumbrar definitivamente al nuevo país, o retornarlo a sus sombras, si fracasara.
Dijo Hebe de Bonafini al terminar la última marcha de las Madres de Plaza de Mayo previa a la asunción de Raúl Alfonsín, mientras los militares aún ocupaban la Casa Rosada: “Ahora empieza otra lucha.” Corría el año 1983 y la sociedad argentina regresaba a la legalidad constitucional. Muchos las criticaron por su negativa a abandonar la Plaza. Creían que la recuperación de las libertades individuales podría más que los malos presagios que anunciaban la confirmación en sus cargos del 90% de los jueces dictatoriales y la inhibición absoluta del nuevo poder civil de modificar el aparato represivo, que seguiría intacto por varios años más. Tenían razón.
Paradójicamente, aquel concepto sobre el comienzo de “otra lucha” fue pronunciado nuevamente por la presidenta de las Madres días atrás, tras un concurridísimo acto en Esteban Echeverría, que lideró Gabriel Mariotto. “Para ser vicegobernador hay que animarse a luchar”, dijo Hebe. Y continuó: “No nos creamos que el 10 de diciembre tenemos todo ganado, ahí va a empezar otra lucha, donde todos tenemos que tomar una obligación.”
La comparación entre ambas circunstancias históricas no es ociosa. Indudablemente, la dictadura finalizada en 1983 nada tiene que ver con estos ocho años y medio de proyecto nacional y popular, pero el desafío compartido de gobierno y sociedad en pos de reconstruir un país arrasado, violentado hasta la miseria más elemental, continúa. Como en aquel 1983, la sociedad argentina se encuentra en una instancia que puede alumbrar definitivamente al nuevo país, o retornarlo a sus sombras, si fracasara. Depende, más que nunca, de que “todos tomemos una obligación”, especialmente sus protagonistas y más fervorosos adherentes.
De ahí la furiosa e irracional, lindante con el ridículo, contraofensiva que han lanzado los voceros de la derecha comunicacional en relación con el flamante Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego.
A propósito, también las Madres de Plaza de Mayo debieran ocupar una asignatura cardinal en las investigaciones y estudios que allí se impartan. ¿Acaso el concepto Socialización de la Maternidad tiene menos entidad histórica que el Plan de Operaciones?
La derecha sostiene, palabras más o menos, que la “batalla K por el relato” atraviesa el punto máximo de mentira y sobreactuación. La contraponen al “ajuste progresista”, como le llaman, que no es sino la justa segmentación de las ayudas estatales. “Turros”, diría Hebe. Objetan las luchas simbólicas encaradas por el proyecto iniciado en 2003, tanto o más que la morigeración de los subsidios. Soportan más la distribución de la riqueza que los cambios culturales y simbólicos que la acompañan y sustentan, seguramente porque saben que sin renovación en la conciencia el prorrateo igualitario del ingreso tendría fecha de vencimiento. En cambio, cuando lucha material y cultural se unen, sus posibilidades de transformación se incrementan exponencialmente.
Para ilustrar sus obsesiones, el diario La Nación consulta a sus historiadores de cabecera. Los dictámenes que vierten resultan obvios. “El Instituto, en coincidencia con la conmemoración de la Vuelta de Obligado, tiene más relación con la política que con la historia”, juzga la historiadora María Sáenz Quesada.
¿Será que la historia no tiene que ver con la política? ¿Cuál debiera ser el objeto de las investigaciones históricas? ¿Las muñecas, acaso? ¿Qué cree que estamos disputando ahora sino la historia del futuro mediato de los argentinos? Si por Sáenz Quesada fuera, la UBA no debería dictar Sociedad y Estado a sus aspirantes a títulos de grado. Pero atención: sus conceptos, que parecen retrasar 30 años, no se quedaron sin tiempo. Por el contrario, se corresponden perfectamente con las necesidades más próximas de las clases más pudientes, que ven perder inexorablemente su habitual preponderancia.
Más prejuicioso, no obstante, se muestra Luis Alberto Romero, para quien “el Estado asume como doctrina oficial la versión revisionista del pasado y descalifica a los historiadores formados”. Sí, “formados”, dijo. Como si revisionismo fuera antagónico de estudio y rigor investigativo. A priori, resulta al revés: para revisar y reescribir lo que ya está enunciado primero hay que conocerlo minuciosamente, formarse en esos conceptos para luego deconstruirlos, encontrar la raíz cúbica de sus números ya dados, y aportar de esa manera un nuevo saber, liberador, crítico, que descubra el velo que tapa con errores (cuando no mentiras) hechos históricos hasta ayer negados, o tergiversados por los historiadores oficiales de las clases dominantes. Eso que creía Oscar Wilde, para quien “la única obligación que tenemos con la historia es reescribirla”.
Carlos Marx decía que “los seres humanos hacen su propia historia, aunque bajo circunstancias influidas por el pasado”. Para que la historia de los seres humanos cambie, entonces, hay que influir sobre las circunstancias actuales. Siendo que esto ocurre en la realidad argentina, ¿por qué no intentar una estructura cultural que dé cuenta fehacientemente de ello e intervenga de ese modo en las escrituras humanas del futuro, “su propia historia”, al decir del alemán?
“La otra lucha” que comienza en diez días es continuidad de las anteriores, pero con nuevas dinámicas. Retos inmediatos que son distintos: afianzar lo ya transitado, también bajo las actuales condiciones internacionales, que no son óptimas. El marco no se elige, pero sí la pintura que contiene. Nunca como ahora fue tan importante la unidad nacional, pero no una unidad obsecuente, acrítica, sino activa y sagaz. Y un relato que la contemple. Siempre detrás del mismo objetivo estratégico: el desarrollo nacional en función de la inclusión del segmento social más postergado, históricamente abandonado a su suerte. No elegimos al capitalismo, tampoco a sus excluyentes patrones de acumulación; mientras tanto, ¿quién va negarnos el derecho a encontrar la felicidad relativa del trabajo y cierto nivel aceptable de consumos culturales y materiales a la que es posible aspirar bajo el sistema global? <

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