Estremecedor relato sobre Mariano Grondona
A través de una carta un ex periodista describió con lujo de detalles como en 1962 se desarrolló un acto de censura previa en el diario Clarín. La vil imagen del censurador oficial.Diario REgistrado . Viernes 02 de diciembre de 2011
El sitio Diario sobre Diarios publicó esta semana una misiva de un ex periodista de Clarín relatando un acto de censura previa perpetrado en 1962 por Mariano Grondona. Aquí el relato:
El censor Mariano Grondona
En 1962 yo –como simple cronista-- estaba haciendo trabajos de cierre de páginas en el taller gráfico del diario Clarín. El miércoles 19 de septiembre proseguía la crisis política con reuniones de militares “azules” en Campo de Mayo mientras el presidente impuesto se debatía bajo las presiones de los militares “colorados”, que en gran parte lo rodeaban junto con funcionarios del mismo sector, más antiperonistas que los otros.
Al anochecer el diario cerraba su edición del día 20, con guardias organizadas para abrir últimas ediciones hasta las tres de la madrugada.
De pronto, llegó una orden desde el Ministerio del Interior, que estaba a cargo del doctor Rodolfo Martínez, para que se interrumpiera el proceso de impresión hasta que se hiciera presente un funcionario encargado de supervisar los textos que se irían a publicar. Esta era una medida insólita, aun dentro de las insólitas situaciones que se presentaban esos días, con brigadas de tanques y de artillería desplazándose por zonas del Conurbano, entre la curiosidad y la expectativa de la población.
Ante este anuncio, el propio jefe de la redacción Luis Clur se pronunció a viva voz delante de la mesa de media docena de prosecretarios que lo secundaban: “¡Esto es censura previa, prohibida por la Constitución!”
Hubo nerviosas consultas y hasta se lo llamó por teléfono al doctor Roberto Noble, director del diario que estaba ya en su casa, quién dispuso se acatara la orden gubernamental. Pese a sus públicas y permanentes manifestaciones en pro de la libertad de prensa, siempre eran notorias sus definiciones hacia actitudes prudentes y de no confrontación con las autoridades de turno, procedimientos que justificaba como “defensas de la fuente de trabajo” (en su autobiografía) para muchos trabajadores.
A las 21:30 llegó al diario un joven delgado y elegante, que primero entrevistó a los directivos a cargo y luego fue llevado hasta un recinto anexo al taller, que entonces se encontraba vecino a la gran oficina de redacción (o “cuadra”, con cierta connotación turfística). El visitante no sabía leer las galeras elaboradas por las linotipos y menos las páginas armadas dentro de marcos metálicos, llamadas ramas, donde estaba alistado (y como sellos inversos) el contenido a publicarse, cosa que originó ironías y bromas de parte del personal gráfico.
También entre los redactores y jefes encargados del cierre de la edición hubo alguna resistencia ante el desconocimiento y la incomodidad del joven funcionario, pues en determinado momento había llegado a argumentar que poseía cierta experiencia periodística. Finalmente, y amparado en su función, el encargado de censurar la edición superó sus limitaciones y requirió que se le brindaran pruebas de página de la sección dedicada a informar sobre la situación política. Uno de los veteranos operarios gráficos procedió entonces a entintar con un rodillo las páginas de plomo para colocar sobre ellas unas hojas de papel humedecido que presionó inmediatamente con un chato cepillo para imprimirlas. Eran unas seis o siete páginas que seguidamente le extendieron sobre una mesa para que el visitante pudiera leerlas y ejercer su supervisión.
Esta tarea le demandó casi una hora, pues no era fácil la lectura sobre cada hoja precariamente impresa, pero finalmente hubo que abrir varias páginas y retirar el material que este funcionario entendió que no eran convenientes para el ministerio que representaba. Una vez ejercida esta restricción el joven funcionario autorizó que prosiguiera el proceso de edición, ante el ceño fruncido de los periodistas y gráficos. Refunfuñando, cuando el censor se retiró, el jefe de redacción propuso que el diario apareciera dejando en blanco los artículos censurados e informando a los lectores sobre la situación ocurrida, considerada una grave violación a la libertad de prensa.
Sin embargo, primó la prudencia del director que desde su domicilio ordenó que se rediagramaran las páginas y se llenaran los espacios vacíos con avisos de relleno.Aun en mi precoz aprendizaje del oficio periodístico y cuando me apersoné al rincón del taller en donde todavía trabajaban algunos operarios del taller, mi curiosidad hizo que levantara unos trozos de las páginas levantadas por este censor. Todavía hoy guardo esa prueba flagrante de una censura previa, ejercida a un diario argentino, que en el futuro no sería un prístino ejemplo de buen periodismo.
Para no olvidarme, anoté en ese papel algunos datos, que luego debí corregir (había puesto como fecha la del 20 de septiembre cuando en realidad el trabajo de censura había comenzado el miércoles 19). Ah, el joven funcionario que ese día ejerció censura previa en un diario se llamaba (y se llama) Mariano Grondona.
Oscar Fernández
Periodista (jubilado) matrícula nacional 3061
Ciudad de Buenos Aires
Sr. Director:
Los archivos son peligrosos
El censor Mariano Grondona
En 1962 yo –como simple cronista-- estaba haciendo trabajos de cierre de páginas en el taller gráfico del diario Clarín. El miércoles 19 de septiembre proseguía la crisis política con reuniones de militares “azules” en Campo de Mayo mientras el presidente impuesto se debatía bajo las presiones de los militares “colorados”, que en gran parte lo rodeaban junto con funcionarios del mismo sector, más antiperonistas que los otros.
Al anochecer el diario cerraba su edición del día 20, con guardias organizadas para abrir últimas ediciones hasta las tres de la madrugada. De pronto, llegó una orden desde el Ministerio del Interior, que estaba a cargo del doctor Rodolfo Martínez, para que se interrumpiera el proceso de impresión hasta que se hiciera presente un funcionario encargado de supervisar los textos que se irían a publicar. Esta era una medida insólita, aun dentro de las insólitas situaciones que se presentaban esos días, con brigadas de tanques y de artillería desplazándose por zonas del Conurbano, entre la curiosidad y la expectativa de la población.
Ante este anuncio, el propio jefe de la redacción Luis Clur se pronunció a viva voz delante de la mesa de media docena de prosecretarios que lo secundaban: “¡Esto es censura previa, prohibida por la Constitución!”
Hubo nerviosas consultas y hasta se lo llamó por teléfono al doctor Roberto Noble, director del diario que estaba ya en su casa, quién dispuso se acatara la orden gubernamental. Pese a sus públicas y permanentes manifestaciones en pro de la libertad de prensa, siempre eran notorias sus definiciones hacia actitudes prudentes y de no confrontación con las autoridades de turno, procedimientos que justificaba como “defensas de la fuente de trabajo” (en su autobiografía) para muchos trabajadores.
A las 21:30 llegó al diario un joven delgado y elegante, que primero entrevistó a los directivos a cargo y luego fue llevado hasta un recinto anexo al taller, que entonces se encontraba vecino a la gran oficina de redacción (o “cuadra”, con cierta connotación turfística). El visitante no sabía leer las galeras elaboradas por las linotipos y menos las páginas armadas dentro de marcos metálicos, llamadas ramas, donde estaba alistado (y como sellos inversos) el contenido a publicarse, cosa que originó ironías y bromas de parte del personal gráfico.
También entre los redactores y jefes encargados del cierre de la edición hubo alguna resistencia ante el desconocimiento y la incomodidad del joven funcionario, pues en determinado momento había llegado a argumentar que poseía cierta experiencia periodística. Finalmente, y amparado en su función, el encargado de censurar la edición superó sus limitaciones y requirió que se le brindaran pruebas de página de la sección dedicada a informar sobre la situación política. Uno de los veteranos operarios gráficos procedió entonces a entintar con un rodillo las páginas de plomo para colocar sobre ellas unas hojas de papel humedecido que presionó inmediatamente con un chato cepillo para imprimirlas. Eran unas seis o siete páginas que seguidamente le extendieron sobre una mesa para que el visitante pudiera leerlas y ejercer su supervisión.
Esta tarea le demandó casi una hora, pues no era fácil la lectura sobre cada hoja precariamente impresa, pero finalmente hubo que abrir varias páginas y retirar el material que este funcionario entendió que no eran convenientes para el ministerio que representaba. Una vez ejercida esta restricción el joven funcionario autorizó que prosiguiera el proceso de edición, ante el ceño fruncido de los periodistas y gráficos. Refunfuñando, cuando el censor se retiró, el jefe de redacción propuso que el diario apareciera dejando en blanco los artículos censurados e informando a los lectores sobre la situación ocurrida, considerada una grave violación a la libertad de prensa.
Sin embargo, primó la prudencia del director que desde su domicilio ordenó que se rediagramaran las páginas y se llenaran los espacios vacíos con avisos de relleno.
Aun en mi precoz aprendizaje del oficio periodístico y cuando me apersoné al rincón del taller en donde todavía trabajaban algunos operarios del taller, mi curiosidad hizo que levantara unos trozos de las páginas levantadas por este censor. Todavía hoy guardo esa prueba flagrante de una censura previa, ejercida a un diario argentino, que en el futuro no sería un prístino ejemplo de buen periodismo.
Para no olvidarme, anoté en ese papel algunos datos, que luego debí corregir (había puesto como fecha la del 20 de septiembre cuando en realidad el trabajo de censura había comenzado el miércoles 19). Ah, el joven funcionario que ese día ejerció censura previa en un diario se llamaba (y se llama) Mariano Grondona.
Oscar Fernández
Periodista (jubilado) matrícula nacional 3061
Ciudad de Buenos Aires
29/11/11
Sr. Director:Los archivos son peligrososEl censor Mariano Grondona
En 1962 yo –como simple cronista-- estaba haciendo trabajos de cierre de páginas en el taller gráfico del diario Clarín. El miércoles 19 de septiembre proseguía la crisis política con reuniones de militares “azules” en Campo de Mayo mientras el presidente impuesto se debatía bajo las presiones de los militares “colorados”, que en gran parte lo rodeaban junto con funcionarios del mismo sector, más antiperonistas que los otros.
Al anochecer el diario cerraba su edición del día 20, con guardias organizadas para abrir últimas ediciones hasta las tres de la madrugada.
De pronto, llegó una orden desde el Ministerio del Interior, que estaba a cargo del doctor Rodolfo Martínez, para que se interrumpiera el proceso de impresión hasta que se hiciera presente un funcionario encargado de supervisar los textos que se irían a publicar. Esta era una medida insólita, aun dentro de las insólitas situaciones que se presentaban esos días, con brigadas de tanques y de artillería desplazándose por zonas del Conurbano, entre la curiosidad y la expectativa de la población.
Ante este anuncio, el propio jefe de la redacción Luis Clur se pronunció a viva voz delante de la mesa de media docena de prosecretarios que lo secundaban: “¡Esto es censura previa, prohibida por la Constitución!”
Hubo nerviosas consultas y hasta se lo llamó por teléfono al doctor Roberto Noble, director del diario que estaba ya en su casa, quién dispuso se acatara la orden gubernamental. Pese a sus públicas y permanentes manifestaciones en pro de la libertad de prensa, siempre eran notorias sus definiciones hacia actitudes prudentes y de no confrontación con las autoridades de turno, procedimientos que justificaba como “defensas de la fuente de trabajo” (en su autobiografía) para muchos trabajadores.
A las 21:30 llegó al diario un joven delgado y elegante, que primero entrevistó a los directivos a cargo y luego fue llevado hasta un recinto anexo al taller, que entonces se encontraba vecino a la gran oficina de redacción (o “cuadra”, con cierta connotación turfística). El visitante no sabía leer las galeras elaboradas por las linotipos y menos las páginas armadas dentro de marcos metálicos, llamadas ramas, donde estaba alistado (y como sellos inversos) el contenido a publicarse, cosa que originó ironías y bromas de parte del personal gráfico.
También entre los redactores y jefes encargados del cierre de la edición hubo alguna resistencia ante el desconocimiento y la incomodidad del joven funcionario, pues en determinado momento había llegado a argumentar que poseía cierta experiencia periodística. Finalmente, y amparado en su función, el encargado de censurar la edición superó sus limitaciones y requirió que se le brindaran pruebas de página de la sección dedicada a informar sobre la situación política. Uno de los veteranos operarios gráficos procedió entonces a entintar con un rodillo las páginas de plomo para colocar sobre ellas unas hojas de papel humedecido que presionó inmediatamente con un chato cepillo para imprimirlas. Eran unas seis o siete páginas que seguidamente le extendieron sobre una mesa para que el visitante pudiera leerlas y ejercer su supervisión.
Esta tarea le demandó casi una hora, pues no era fácil la lectura sobre cada hoja precariamente impresa, pero finalmente hubo que abrir varias páginas y retirar el material que este funcionario entendió que no eran convenientes para el ministerio que representaba. Una vez ejercida esta restricción el joven funcionario autorizó que prosiguiera el proceso de edición, ante el ceño fruncido de los periodistas y gráficos. Refunfuñando, cuando el censor se retiró, el jefe de redacción propuso que el diario apareciera dejando en blanco los artículos censurados e informando a los lectores sobre la situación ocurrida, considerada una grave violación a la libertad de prensa.
Sin embargo, primó la prudencia del director que desde su domicilio ordenó que se rediagramaran las páginas y se llenaran los espacios vacíos con avisos de relleno.Aun en mi precoz aprendizaje del oficio periodístico y cuando me apersoné al rincón del taller en donde todavía trabajaban algunos operarios del taller, mi curiosidad hizo que levantara unos trozos de las páginas levantadas por este censor. Todavía hoy guardo esa prueba flagrante de una censura previa, ejercida a un diario argentino, que en el futuro no sería un prístino ejemplo de buen periodismo.
Para no olvidarme, anoté en ese papel algunos datos, que luego debí corregir (había puesto como fecha la del 20 de septiembre cuando en realidad el trabajo de censura había comenzado el miércoles 19). Ah, el joven funcionario que ese día ejerció censura previa en un diario se llamaba (y se llama) Mariano Grondona.
Oscar Fernández
Periodista (jubilado) matrícula nacional 3061
Ciudad de Buenos Aires
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