sábado, 10 de diciembre de 2011

Panorama político

Has recorrido un largo camino, muchacha

Publicado el 10 de Diciembre de 2011

Durante el primer semestre de 2010, no pocos analistas políticos insistían en caracterizar a la etapa como un “fin de ciclo” del kirchnerismo y no faltaban quienes se entusiasmaban con un desalojo anticipado del gobierno.
Sólo un desatinado hubiera imaginado en 2007, después de la derrota de la 125, que Cristina Fernández asumiría hoy un nuevo período presidencial tras obtener el 54,11% de los votos. Mucho más desacertado hubiera parecido suponer –tras la derrota electoral de 2009– que el Frente para la Victoria (FPV) volvería a contar con una correlación de fuerza favorable en ambas cámaras. Había que ser adivino para prenunciar que la biología quebraría la estrategia de alternancia de los Kirchner y que ella debería encarar el tercer mandato kirchnerista sin su compañero de militancia.
Durante el primer semestre de 2010, no pocos analistas políticos insistían en caracterizar a la etapa como un “fin de ciclo”, y no faltaban quienes se entusiasmaban con un desalojo anticipado del gobierno. El diario Clarín llegó a publicar en su tapa, la posibilidad de una inminente ruptura. Y sin embargo, Cristina Fernández jurará hoy por cuatro años más. ¿Por qué?
Lo primero que salta a la vista es que el kirchnerismo tuvo siempre –equivocado o no– lo que no tuvieron sus opositores: política. Es difícil definir qué le proponía al país un radicalismo deshilvanado, que anduvo a los bandazos del centro a la derecha. Ni hablar de la errática Coalición Cívica, liderada por una apocalíptica dirigente que parió una fuerza política en un Congreso en el que bailó el son del Che y que terminó sirviendo a la corporación mediática y sojera. El Frente Amplio Progresista (FAP) llegó tarde a la disputa y aún le falta demostrar, por ejemplo, que puede resultar una opción superadora y amalgamar además las contradicciones entre un prestigioso líder sindical, como Víctor De Gennaro, y un tibio socialista como Hermes Binner, que cree que los trabajadores no deben pedir aumentos de salarios para no estimular la inflación.
En verdad, el único antikirchnerista que ofreció una estrategia política claramente diferenciada fue Mauricio Macri. Es un indiscutible referente para los sectores más conservadores, resultó amplio vencedor en una ciudad históricamente antiperonista y se preservó para el próximo turno bajo el pragmático lema de “soldado que huye sirve para otro combate”. La Argentina es un país ideal para dejar en ridículo a las pitonisas. Baste recordar que hace dos años, Julio Cobos se probaba las pilchas de presidente y hoy no puede ser siquiera candidato a intendente. Con todo, está claro que Macri emerge ahora como la esperanza blanca. Aunque debe trasponer la General Paz y superar las acechanzas judiciales, compite por un andarivel ideológico exclusivo: es un claro exponente de la derecha frente a fuerzas políticas de centro, o centroizquierda .
Ante una posición dispersa, ofuscada y sin propuesta alternativa, Cristina Fernández exhibió una enorme voluntad política para revertir los primeros traspiés de su gobierno. Cuando muchos le pedían que apriete el freno, ella prefirió el acelerador y así remontó la cuesta. Recibió el agradecimiento de buena parte de los 2 millones y medio de personas que no podían jubilarse, de otras 5 millones que consiguieron trabajo, de 3 millones de hogares en los que se recibe la Asignación Universal para los chicos, de los empresarios que reactivaron sus empresas, de los que incrementaron sus ventas, de los que accedieron al consumo, de los que se incorporaron a la ciudadanía y de los que volvieron a creer en la política.
Entre estos últimos están –como dijo Agustín Rossi al definir quienes integran su bloque– los que se jugaron por “luche y vuelve” en el ’73, los que se abrazaron a la democracia en el ’83 más allá de banderías partidarias y los jóvenes que asomaron a la militancia en el Bicentenario.
Los primeros ya no ven la historia en blanco y negro como lo hacían en los setenta. Pueden darse algunas licencias denostadas por burguesas en otras épocas, pero conservan las convicciones. Algunos integran el gobierno y otros sólo acompañan. Ya no sueñan con la revolución, pero pretenden seguir jodiendo, como parte cultural de una sociedad que no logró eliminarlos.
Los segundos están convencidos hoy –o lo estuvieron siempre– que la democracia es lo mejor que les puede pasar. Y los más jóvenes, los que se hicieron visibles en las exequias de Kirchner, sobre los cuales recae la misión de hacer perdurable “el modelo” más allá de los límites temporales de la Constitución.
La designación de un miembro de la nueva camada como jefe de Gabinete y los puestos concedidos a los jóvenes de La Cámpora en la burocracia estatal y el Parlamento generan recelo en la vieja estructura del Partido Justicialista (PJ). El ex jefe de Gabinete, Alberto Fernández, llegó a comparar a la agrupación juvenil con Guardia de Hierro, pero esa definición no es más que una muestra del despecho de un ex funcionario. Los jóvenes cometerán seguramente errores propios de la falta de experiencia, pero forman parte imprescindible de la estrategia de supervivencia del kirchnerismo. Otros dirigentes, con experiencia, abandonaron el barco apenas se produjo el primer gran conflicto con las corporaciones. Cristina tiene sólo cuatro años para formar a su delfín y a los cuadros que deberían gobernar hasta 2020, en el intento por cambiar definitivamente al país, como lo imaginaba Kirchner. Tanto el Gabinete como el bloque de Diputados es hoy más kirchnerista que cuatro años atrás. Al concluir el mandato de Cristina, el FPV requiere presencia institucional y anclaje territorial para poder sobrevivir.
Frente a la jefa de Estado, habrá un mundo agresivo. En el Ministerio de Economía piensan que los efectos agresivos de la crisis internacional llegarán en el segundo semestre. La presidenta insiste en que la economía argentina tiene espaldas para resistir, como lo demostró en 2009, pero también advirtió que “no estamos en Disneyworld”.
El anterior ramalazo frenó el crecimiento del PBI, podó puestos de trabajo y contribuyó a una derrota electoral. La reciente fuga de divisas fue mayor que la de entonces, las reservas declinaron tras un prolongado ciclo de alza, la tendencia del balance comercial ya no es tan favorable y el equilibrio fiscal es más endeble. Estos datos amenazan los pilares sobre los cuales Kirchner edificó la recuperación, por lo que en el nuevo período –de “sintonía fina”– Cristina ahorrará recursos fiscales para usarlos con mayor precisión.
La Argentina tendrá la misma presidenta, pero frente a ella habrá un país distinto. Si bien tendrá buena parte de la oposición sumida en un proceso de reorganización interna, la disputa de poder con el titular de la CGT puede aumentar la conflictividad gremial. También pueden crecer las demandas legítimas de quienes mejoraron su calidad de vida con el kichnerismo y no quieren retroceder. Los exportadores le pedirán que mejore el tipo de cambio y los empresarios que viven del mercado interno, que aplaque la inflación. “Quieren la chancha, los veinte y la máquina de hacer chorizos”, dijo ella. Para enfrentar esos y otros reclamos cruzados, Cristina Fernández cuenta con un enorme respaldo popular, una hoja de ruta, la experiencia de un largo camino recorrido y una voluntad política que –según demostró– es capaz de redoblar en los peores momentos

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