A 45 años del Operativo Cóndor los sobrevivientes reeditan la hazaña
Eran 18 jóvenes militantes peronistas que desviaron un avión en pleno vuelo y lo hicieron aterrizar en las Malvinas.
Allí lograron hacer flamear la bandera celeste y blanca durante 36 horas. Para Onganía fue un acto de piratería .
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Pocos lo saben, pero el primer secuestro aéreo del país tuvo un fin noble y patriótico: reclamar la soberanía nacional sobre las Islas Malvinas. Y por 36 horas lo lograron, al hacer flamear allí siete banderas argentinas.
“Muchachos, aunque nos cueste la vida. Lo de menos es que nos lleven presos a Inglaterra. Lo más glorioso, que caigamos en el intento”, les dijo Dardo Cabo, jefe del autodenominado Operativo Cóndor, a los 18 militantes peronistas que decidieron desviar en pleno vuelo el Douglas DC4 de Aerolíneas Argentinas que se dirigía a Río Gallegos. Fue el 28 de septiembre de 1966 cuando hacía sólo tres meses el dictador Juan Carlos Onganía había tomado el poder.
Hoy, cuatro sobrevivientes de aquella gesta heroica se reunieron por primera vez para contarle a Tiempo Argentino qué pasó hace 45 años y por qué su reclamo hoy tiene más vigencia que nunca.
Norberto Karasiewicz y Juan Carlos Bovo coinciden en que las negociaciones por la soberanía en las islas que inició el gobierno nacional “son correctas, no hay otra forma que la paz y el derecho. La guerra ya nos costó mucha sangre, la única salida es la diplomacia”, aseguran. Ricardo Ahe, en tanto, agrega que eso solo no alcanza. “Hay que sudamericanizar la Antártida para cerrar la penetración británica y comenzar a pensar estratégicamente cómo poblamos la Patagonia. Porque hay que estar atentos, a ellos le interesan los recursos naturales de toda la zona.” Fernando Aguirre se reserva una crítica para los intelectuales argentinos (Beatriz Sarlo, José Luis Sebrelli, Luis Alberto Romero, entre otros) que hace pocos días escribieron una solicitada pidiendo tener en cuenta a los kelpers para una futura negociación. “Es una vergüenza lo que plantean, no dejan de ser alternativas pusilánimes”, dice.
Ellos, que se reunieron ayer en la Plaza San Martín de Ituzaingó donde un cóndor hecho monumento les rinde homenaje, fueron los primeros en reafirmar la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas después de 133 años, cuando formaron parte de los 18 jóvenes que durante casi diez meses planearon en absoluta reserva el operativo. Todos ellos estuvieron concentrados en un retiro espiritual durante tres días en un camping de la UTA en Ituzaingó. Totalmente aislados y sin comunicación con el exterior para que no se filtrara ninguna información que pudiera hacer peligrar el operativo. La fecha original de partida estaba prevista para octubre, pero la visita al país del príncipe Felipe de Edimburgo, esposo de la reina Isabel de Inglaterra, precipitó las cosas. El príncipe venía en representación de la Federación Ecuestre Internacional y por esos días iba a estar jugando al polo con el dictador Juan Carlos Onganía. El momento político, según confiesan, era inmejorable.
Fernando Aguirre, que con 21 años militaba en el Comando Revolucionario de la Juventud Peronista de Merlo, relata a Tiempo que “la idea original era comprar todos los boletos del vuelo AR 648 para evitar problemas con los pasajeros. Pero el dinero para el operativo, no alcanzó”. Aguirre fue uno de los que esa noche llevaba en su bolso armas y explosivos, que fueron cuidadosamente guardados en las bodegas que daban a los asientos delanteros. Ese trabajo de inteligencia previo fue delegado casi en su totalidad a María Cristina Verrier, la pareja de Dardo Cabo, una joven periodista de la revista Panorama que ya había viajado varias veces a las Islas Malvinas y tenía estudiado todos los detalles de la nave, desde los pasajeros habituales hasta la autonomía de vuelo.
A las 0:30 el Douglas DC4 despegó con 48 pasajeros a bordo. Todo parecía normal hasta que apenas pasadas las 6 de la mañana, el operativo comenzó a desplegarse en pleno vuelo.
Dardo Cabo y Alejandro Giovenco ingresaron a punta de pistola a la cabina y ordenaron al piloto Ernesto Fernández García y al copiloto Silvio Sosa Laprida cambiar el rumbo.
–No se muevan ni toquen la radio. El avión está tomado –ordenaron–.
–Muchachos, no jodan. Vuelvan a sus asientos.
–Obedezcan mis órdenes y nadie saldrá herido. Somos el Comando Cóndor. Usted, coloque el rumbo uno-cero-cinco. Nos dirigimos a Malvinas.
Ahí empezó la odisea. El piloto, con el revólver apuntándole en la cabeza, cambió la dirección, ahora hacia Puerto San Julián, y de a poco, el avión comenzó a girar a la izquierda para abrirse del continente.
En tanto, Carlos Rodríguez y Pedro Tursi, que ya habían encerrado en el baño al comisario de a bordo Raúl Ferrari, fueron hasta el asiento del gobernador de facto de Tierra del Fuego, el contraalmirante Guzmán, que casualmente formaba parte del pasaje y le dijeron: “Contraalmirante, el avión ha sido tomado. Vamos a Puerto San Julián rumbo a Malvinas.” El militar no le creyó y su edecán sacó un arma, pero los cóndores se la arrebataron. Guzmán quedó mudo hasta pisar tierra.
Eso ocurrió finalmente a las 9:57, luego de sobrevolar tres veces la zona y cambiar el lugar del descenso por las malas condiciones climáticas. Tuvieron que hacerlo en una improvisada pista hípica, bastante lejos de la residencia del gobernador, alterado el plan original.
Una vez en tierra firme, se dispusieron en forma de abanico para izar las siete banderas que traían y entonaron el himno nacional. El gobernador de facto de Tierra del Fuego se negó a cantar y les dio la espalda. Mientras tanto, de pie y frente a la atenta mirada de todos, Dardo Cabo proclamó: “Ponemos hoy nuestros pies en las Islas Malvinas argentinas para reafirmar con nuestra presencia la soberanía nacional y quedar como celosos custodios de la azul y blanca (...) O concretamos nuestro futuro o moriremos con el pasado.” Luego, rebautizó al lugar como Puerto Rivero, en homenaje al gaucho Antonio Rivero que en 1833 se levantó contra los ingleses y gobernó las islas por unos meses.
En ese mismo acto se tomó como rehenes a pobladores civiles de la isla y a jefes de las milicias locales “hasta tanto el gobernador inglés reconozca que estamos en territorio argentino”. Pero eso jamás ocurrió y tuvo que intervenir Rodolfo Roel, un cura católico holandés, para calmar la situación. El párroco dio una misa en el interior del avión y luego intercedió para que los pasajeros se alojaran en viviendas cercanas a la pista, mientras los integrantes del operativo esperaban afuera bajo una fuerte llovizna. Ya habían pasado 40 horas y el hambre y el frío se hacían notar.
Al rato, se vieron rodeados por unos 30 civiles y militares belgas e ingleses que exigían la rendición. No hubo ningún disparo y 48 horas después la resistencia terminó. “No nos entregamos ni nos rendimos, ‘depusimos’ la actitud -aclara Karasiewicz-. El reclamo de soberanía se había hecho y no tuvimos el apoyo de las tropas argentinas. Entonces, ante el comandante (Fernández García), la única autoridad que reconocimos, depusimos las armas.”
Para Ricardo Ahe, esa actitud fue clave. “Al tomarnos presos el comandante, significa que por intermedio suyo el Estado nacional ejerció el poder de policía y ese es un acto pleno de soberanía. Además, esto se complementó con el accionar del Poder Judicial, que nos juzgó reconociendo su competencia y jurisdicción, lo cual reafirma la pertenencia de las islas al territorio nacional de Tierra del Fuego.”
Los 18 jóvenes peronistas, que permanecieron detenidos en la iglesia del puerto durante una semana, embarcaron rumbo a Ushuaia, junto al resto de los pasajeros, en el buque de bandera argentina Bahía Buen Suceso.
Allí estuvieron detenidos en el penal de Ushuaia nueve meses hasta que el 26 de junio de 1967, fueron condenados por privación ilegítima de la libertad, portación de arma de guerra, asociación ilícita, piratería y robo en descampado. Por no existir jurisprudencia nacional en la materia, no pudieron ser condenados por el delito de secuestro aéreo. A Dardo Cabo, Alejandro Giovenco y Juan Carlos Rodríguez les dieron tres años de prisión; para el resto, nueve meses.
La idea era reclamar la soberanía sobre el territorio y esperar que un sector del Ejército argentino aprovechara esa situación y desembarcara en las islas para recuperarlas. Pero eso nunca sucedió, sino todo lo contrario ya que el gobierno de facto de Onganía emitió un comunicado en el que expresó que “la recuperación de Malvinas debe ser resuelta por la vía diplomática y no por un acto de piratería”. Para las bases sindicales y estudiantiles, en cambio, fueron “héroes”.
Hoy, los cuatro integrantes de aquella gesta histórica que volvió a instalar en la agenda pública el olvidado reclamo sobre la soberanía de Malvinas le piden a los jóvenes no olvidar a los caídos en combate y jamás renunciar a lo que nos corresponde como argentinos. Quizás ellos no lo vean, pero están convencidos de que algún día las islas volverán a ser argentinas. Por eso volaron hacia allá hace 45 años. Y por esa misma causa lo volverían a hacer.
“Muchachos, aunque nos cueste la vida. Lo de menos es que nos lleven presos a Inglaterra. Lo más glorioso, que caigamos en el intento”, les dijo Dardo Cabo, jefe del autodenominado Operativo Cóndor, a los 18 militantes peronistas que decidieron desviar en pleno vuelo el Douglas DC4 de Aerolíneas Argentinas que se dirigía a Río Gallegos. Fue el 28 de septiembre de 1966 cuando hacía sólo tres meses el dictador Juan Carlos Onganía había tomado el poder.
Hoy, cuatro sobrevivientes de aquella gesta heroica se reunieron por primera vez para contarle a Tiempo Argentino qué pasó hace 45 años y por qué su reclamo hoy tiene más vigencia que nunca.
Norberto Karasiewicz y Juan Carlos Bovo coinciden en que las negociaciones por la soberanía en las islas que inició el gobierno nacional “son correctas, no hay otra forma que la paz y el derecho. La guerra ya nos costó mucha sangre, la única salida es la diplomacia”, aseguran. Ricardo Ahe, en tanto, agrega que eso solo no alcanza. “Hay que sudamericanizar la Antártida para cerrar la penetración británica y comenzar a pensar estratégicamente cómo poblamos la Patagonia. Porque hay que estar atentos, a ellos le interesan los recursos naturales de toda la zona.” Fernando Aguirre se reserva una crítica para los intelectuales argentinos (Beatriz Sarlo, José Luis Sebrelli, Luis Alberto Romero, entre otros) que hace pocos días escribieron una solicitada pidiendo tener en cuenta a los kelpers para una futura negociación. “Es una vergüenza lo que plantean, no dejan de ser alternativas pusilánimes”, dice.
Ellos, que se reunieron ayer en la Plaza San Martín de Ituzaingó donde un cóndor hecho monumento les rinde homenaje, fueron los primeros en reafirmar la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas después de 133 años, cuando formaron parte de los 18 jóvenes que durante casi diez meses planearon en absoluta reserva el operativo. Todos ellos estuvieron concentrados en un retiro espiritual durante tres días en un camping de la UTA en Ituzaingó. Totalmente aislados y sin comunicación con el exterior para que no se filtrara ninguna información que pudiera hacer peligrar el operativo. La fecha original de partida estaba prevista para octubre, pero la visita al país del príncipe Felipe de Edimburgo, esposo de la reina Isabel de Inglaterra, precipitó las cosas. El príncipe venía en representación de la Federación Ecuestre Internacional y por esos días iba a estar jugando al polo con el dictador Juan Carlos Onganía. El momento político, según confiesan, era inmejorable.
Fernando Aguirre, que con 21 años militaba en el Comando Revolucionario de la Juventud Peronista de Merlo, relata a Tiempo que “la idea original era comprar todos los boletos del vuelo AR 648 para evitar problemas con los pasajeros. Pero el dinero para el operativo, no alcanzó”. Aguirre fue uno de los que esa noche llevaba en su bolso armas y explosivos, que fueron cuidadosamente guardados en las bodegas que daban a los asientos delanteros. Ese trabajo de inteligencia previo fue delegado casi en su totalidad a María Cristina Verrier, la pareja de Dardo Cabo, una joven periodista de la revista Panorama que ya había viajado varias veces a las Islas Malvinas y tenía estudiado todos los detalles de la nave, desde los pasajeros habituales hasta la autonomía de vuelo.
A las 0:30 el Douglas DC4 despegó con 48 pasajeros a bordo. Todo parecía normal hasta que apenas pasadas las 6 de la mañana, el operativo comenzó a desplegarse en pleno vuelo.
Dardo Cabo y Alejandro Giovenco ingresaron a punta de pistola a la cabina y ordenaron al piloto Ernesto Fernández García y al copiloto Silvio Sosa Laprida cambiar el rumbo.
–No se muevan ni toquen la radio. El avión está tomado –ordenaron–.
–Muchachos, no jodan. Vuelvan a sus asientos.
–Obedezcan mis órdenes y nadie saldrá herido. Somos el Comando Cóndor. Usted, coloque el rumbo uno-cero-cinco. Nos dirigimos a Malvinas.
Ahí empezó la odisea. El piloto, con el revólver apuntándole en la cabeza, cambió la dirección, ahora hacia Puerto San Julián, y de a poco, el avión comenzó a girar a la izquierda para abrirse del continente.
En tanto, Carlos Rodríguez y Pedro Tursi, que ya habían encerrado en el baño al comisario de a bordo Raúl Ferrari, fueron hasta el asiento del gobernador de facto de Tierra del Fuego, el contraalmirante Guzmán, que casualmente formaba parte del pasaje y le dijeron: “Contraalmirante, el avión ha sido tomado. Vamos a Puerto San Julián rumbo a Malvinas.” El militar no le creyó y su edecán sacó un arma, pero los cóndores se la arrebataron. Guzmán quedó mudo hasta pisar tierra.
Eso ocurrió finalmente a las 9:57, luego de sobrevolar tres veces la zona y cambiar el lugar del descenso por las malas condiciones climáticas. Tuvieron que hacerlo en una improvisada pista hípica, bastante lejos de la residencia del gobernador, alterado el plan original.
Una vez en tierra firme, se dispusieron en forma de abanico para izar las siete banderas que traían y entonaron el himno nacional. El gobernador de facto de Tierra del Fuego se negó a cantar y les dio la espalda. Mientras tanto, de pie y frente a la atenta mirada de todos, Dardo Cabo proclamó: “Ponemos hoy nuestros pies en las Islas Malvinas argentinas para reafirmar con nuestra presencia la soberanía nacional y quedar como celosos custodios de la azul y blanca (...) O concretamos nuestro futuro o moriremos con el pasado.” Luego, rebautizó al lugar como Puerto Rivero, en homenaje al gaucho Antonio Rivero que en 1833 se levantó contra los ingleses y gobernó las islas por unos meses.
En ese mismo acto se tomó como rehenes a pobladores civiles de la isla y a jefes de las milicias locales “hasta tanto el gobernador inglés reconozca que estamos en territorio argentino”. Pero eso jamás ocurrió y tuvo que intervenir Rodolfo Roel, un cura católico holandés, para calmar la situación. El párroco dio una misa en el interior del avión y luego intercedió para que los pasajeros se alojaran en viviendas cercanas a la pista, mientras los integrantes del operativo esperaban afuera bajo una fuerte llovizna. Ya habían pasado 40 horas y el hambre y el frío se hacían notar.
Al rato, se vieron rodeados por unos 30 civiles y militares belgas e ingleses que exigían la rendición. No hubo ningún disparo y 48 horas después la resistencia terminó. “No nos entregamos ni nos rendimos, ‘depusimos’ la actitud -aclara Karasiewicz-. El reclamo de soberanía se había hecho y no tuvimos el apoyo de las tropas argentinas. Entonces, ante el comandante (Fernández García), la única autoridad que reconocimos, depusimos las armas.”
Para Ricardo Ahe, esa actitud fue clave. “Al tomarnos presos el comandante, significa que por intermedio suyo el Estado nacional ejerció el poder de policía y ese es un acto pleno de soberanía. Además, esto se complementó con el accionar del Poder Judicial, que nos juzgó reconociendo su competencia y jurisdicción, lo cual reafirma la pertenencia de las islas al territorio nacional de Tierra del Fuego.”
Los 18 jóvenes peronistas, que permanecieron detenidos en la iglesia del puerto durante una semana, embarcaron rumbo a Ushuaia, junto al resto de los pasajeros, en el buque de bandera argentina Bahía Buen Suceso.
Allí estuvieron detenidos en el penal de Ushuaia nueve meses hasta que el 26 de junio de 1967, fueron condenados por privación ilegítima de la libertad, portación de arma de guerra, asociación ilícita, piratería y robo en descampado. Por no existir jurisprudencia nacional en la materia, no pudieron ser condenados por el delito de secuestro aéreo. A Dardo Cabo, Alejandro Giovenco y Juan Carlos Rodríguez les dieron tres años de prisión; para el resto, nueve meses.
La idea era reclamar la soberanía sobre el territorio y esperar que un sector del Ejército argentino aprovechara esa situación y desembarcara en las islas para recuperarlas. Pero eso nunca sucedió, sino todo lo contrario ya que el gobierno de facto de Onganía emitió un comunicado en el que expresó que “la recuperación de Malvinas debe ser resuelta por la vía diplomática y no por un acto de piratería”. Para las bases sindicales y estudiantiles, en cambio, fueron “héroes”.
Hoy, los cuatro integrantes de aquella gesta histórica que volvió a instalar en la agenda pública el olvidado reclamo sobre la soberanía de Malvinas le piden a los jóvenes no olvidar a los caídos en combate y jamás renunciar a lo que nos corresponde como argentinos. Quizás ellos no lo vean, pero están convencidos de que algún día las islas volverán a ser argentinas. Por eso volaron hacia allá hace 45 años. Y por esa misma causa lo volverían a hacer.
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