La obsecuencia, el clientelismo, la reacción ideológica y la persecución al marxismo han dejado a la Historia en ruinas
Publicado el 5 de Diciembre de 2011Por
Doctor en Historia y docente de la UBA.
Más allá de mi parecer sobre el Instituto Nacional de revisionismo histórico, su creación ha dado lugar a un interesante debate sobre las formas de producir ciencia en la Argentina. El público en general asocia la historia con escritores como Felipe Pigna. Si le mencionaran nombres como Luis Alberto Romero o Hilda Sábato no sabría decir quiénes son. Pero, desconocidos y todo, estos son los verdaderos dueños de la disciplina, quienes dirigen las universidades y organismos de investigación.
Cuando se dio a conocer el proyecto del nuevo instituto, estos académicos se sintieron ofendidos. En su descargo, Hilda Sábato, Juan Suriano y Mirta Lobato ponderaron las instituciones que dirigen, en donde, según ellos, rige la “amplia producción historiográfica” que respondería a “perspectivas teóricas y metodológicas diversas”. La más importante de esas, claramente, es CONICET. Allí, esta gente tiene el control de las comisiones que “asesoran”. Es decir, deciden quién investiga qué cosa y quién se queda afuera. Pues bien, allí no impera la objetividad y el intercambio, sino la arbitrariedad y la persecución ideológica, especialmente, contra todo lo que huela a marxismo. Podría relatar miles de casos, pero me voy a remitir a uno que conozco bien: el mío.
Hace años que soy becario. Como estoy “contratado” (sin obra social ni jubilación) y en un año se vence todo, pedí el ingreso a carrera (como “planta permanente”), de manera de tener regularidad y seguridad como investigador. A esta altura, vale presentarme: Fabián Harari, doctor en Historia y docente de la UBA. Soy marxista y, por supuesto, no comulgo con el credo liberal y posmoderno imperante. Soy, además, militante de Razón y Revolución. Me dedico a estudiar la Revolución de Mayo. Tengo 37 años. Escribí tres libros. El primero, La Contra, fue prologado por Horacio González y elegido por la Biblioteca Nacional para la exposición del Bicentenario. Uno de mis trabajos fue seleccionado por la Universidad Jaume I (España) y El Colegio (México) para formar parte de un libro sobre el Bicentenario Latinoamericano, editado en España. Escribí varios artículos en distintas revistas de la especialidad y asistí a tantos o más congresos. Dirigí gente y formé investigadores. Soy, o más bien era, el único marxista que investiga el período en CONICET.
Hace unas semanas recibí el dictamen de rechazo a carrera, por el que me quedo sin trabajo. Cuando me puse a leer los considerandos, comprobé alarmado que ese jurado omitió información vital para la evaluación y calificó, expresamente, como elemento negativo mis ideas y mi condición militante.
En primer lugar, para entrar a carrera hay que ser doctor. Bien, yo defendí mi tesis doctoral el 11 de marzo de este año, con un 10. Acerqué el documento que prueba todo esto el 23 de ese mes. Sin embargo, el jurado, reunido en agosto, escribió: “no ha completado su Doctorado ni informa otro título de Posgrado. Por esta razón su formación de posgrado es insuficiente para desempeñarse”. Me comuniqué con el responsable administrativo quien me escribió: “Su envío se registró en sistema en el mes de marzo de 2011”. Es decir, la información sí ingresó para ser evaluada y fueron los jurados los que omitieron o “cajonearon” en forma deliberada mis datos. Nunca se había tenido noticia de semejante “error”. Y no fue sólo conmigo, otras dos compañeras, curiosamente de Razón y Revolución (Tamara Seiffer y Roxana Telechea), sufrieron la misma omisión.
Este “cajoneo” tiene una explicación: no en una, sino en tres ocasiones se señala mi condición de militante de izquierda. El jurado tiene que leer mis trabajos y opinar. No le incumbe para nada mi militancia ni mis ideas políticas. Que lo señale es realmente grave. En la tercera alusión, se puede ver más claramente el criterio persecutorio, pues al referirse a mis artículos dicen que: “Si bien éstos parten de un buen conocimiento de la literatura y exhiben trabajo de investigación con fuentes primarias, tienen un tono excesivamente polémico y militante ajeno a las reglas del arte.”
Es decir, se reconoce que los trabajos cumplen con los requisitos de una publicación científica, pero la condición de militante (y el tono correspondiente) parece bastar para descalificarlos. Estamos ante un caso de persecución ideológica y de censura: para que me calle, para que no cuestione sus ideas, me despiden. Y, para despedirme, ocultan información. Los coordinadores del jurado fueron Ana María Mustapic y Hugo Acuña. Ambos trabajan en universidades privadas y están ligados a Alfonsín (la primera) y al menemismo-macrismo (el segundo).
Recibí numerosas muestras de solidaridad, pero el problema es más general: en los últimos dos años, CONICET rechazó a 1.574 doctores. Se privilegian proyectos mínimos sobre temas intranscendentes: los “discursos” son más importantes que la explotación y las “facciones” más que las clases. No hay criterios homogéneos y explícitos para evaluar, por lo que el aspirante queda a merced de la arbitrariedad del jurado. A todo esto, si alguien intenta hacer un reclamo formal se le prohíbe presentarse en nuevas convocatorias (Resolución 3199/2010). Se trata de una disposición claramente inconstitucional, por la cual el que protesta es inmediatamente sancionado. Este es el organismo que dirigen los dueños de la historia. Allí no es posible ninguna “diversidad”. Allí, la obsecuencia, el clientelismo, la reacción ideológica, la persecución al marxismo y un afán por la frivolidad han dejado a la historia en ruinas.
Doctor en Historia y docente de la UBA.
Más allá de mi parecer sobre el Instituto Nacional de revisionismo histórico, su creación ha dado lugar a un interesante debate sobre las formas de producir ciencia en la Argentina. El público en general asocia la historia con escritores como Felipe Pigna. Si le mencionaran nombres como Luis Alberto Romero o Hilda Sábato no sabría decir quiénes son. Pero, desconocidos y todo, estos son los verdaderos dueños de la disciplina, quienes dirigen las universidades y organismos de investigación.
Cuando se dio a conocer el proyecto del nuevo instituto, estos académicos se sintieron ofendidos. En su descargo, Hilda Sábato, Juan Suriano y Mirta Lobato ponderaron las instituciones que dirigen, en donde, según ellos, rige la “amplia producción historiográfica” que respondería a “perspectivas teóricas y metodológicas diversas”. La más importante de esas, claramente, es CONICET. Allí, esta gente tiene el control de las comisiones que “asesoran”. Es decir, deciden quién investiga qué cosa y quién se queda afuera. Pues bien, allí no impera la objetividad y el intercambio, sino la arbitrariedad y la persecución ideológica, especialmente, contra todo lo que huela a marxismo. Podría relatar miles de casos, pero me voy a remitir a uno que conozco bien: el mío.
Hace años que soy becario. Como estoy “contratado” (sin obra social ni jubilación) y en un año se vence todo, pedí el ingreso a carrera (como “planta permanente”), de manera de tener regularidad y seguridad como investigador. A esta altura, vale presentarme: Fabián Harari, doctor en Historia y docente de la UBA. Soy marxista y, por supuesto, no comulgo con el credo liberal y posmoderno imperante. Soy, además, militante de Razón y Revolución. Me dedico a estudiar la Revolución de Mayo. Tengo 37 años. Escribí tres libros. El primero, La Contra, fue prologado por Horacio González y elegido por la Biblioteca Nacional para la exposición del Bicentenario. Uno de mis trabajos fue seleccionado por la Universidad Jaume I (España) y El Colegio (México) para formar parte de un libro sobre el Bicentenario Latinoamericano, editado en España. Escribí varios artículos en distintas revistas de la especialidad y asistí a tantos o más congresos. Dirigí gente y formé investigadores. Soy, o más bien era, el único marxista que investiga el período en CONICET.
Hace unas semanas recibí el dictamen de rechazo a carrera, por el que me quedo sin trabajo. Cuando me puse a leer los considerandos, comprobé alarmado que ese jurado omitió información vital para la evaluación y calificó, expresamente, como elemento negativo mis ideas y mi condición militante.
En primer lugar, para entrar a carrera hay que ser doctor. Bien, yo defendí mi tesis doctoral el 11 de marzo de este año, con un 10. Acerqué el documento que prueba todo esto el 23 de ese mes. Sin embargo, el jurado, reunido en agosto, escribió: “no ha completado su Doctorado ni informa otro título de Posgrado. Por esta razón su formación de posgrado es insuficiente para desempeñarse”. Me comuniqué con el responsable administrativo quien me escribió: “Su envío se registró en sistema en el mes de marzo de 2011”. Es decir, la información sí ingresó para ser evaluada y fueron los jurados los que omitieron o “cajonearon” en forma deliberada mis datos. Nunca se había tenido noticia de semejante “error”. Y no fue sólo conmigo, otras dos compañeras, curiosamente de Razón y Revolución (Tamara Seiffer y Roxana Telechea), sufrieron la misma omisión.
Este “cajoneo” tiene una explicación: no en una, sino en tres ocasiones se señala mi condición de militante de izquierda. El jurado tiene que leer mis trabajos y opinar. No le incumbe para nada mi militancia ni mis ideas políticas. Que lo señale es realmente grave. En la tercera alusión, se puede ver más claramente el criterio persecutorio, pues al referirse a mis artículos dicen que: “Si bien éstos parten de un buen conocimiento de la literatura y exhiben trabajo de investigación con fuentes primarias, tienen un tono excesivamente polémico y militante ajeno a las reglas del arte.”
Es decir, se reconoce que los trabajos cumplen con los requisitos de una publicación científica, pero la condición de militante (y el tono correspondiente) parece bastar para descalificarlos. Estamos ante un caso de persecución ideológica y de censura: para que me calle, para que no cuestione sus ideas, me despiden. Y, para despedirme, ocultan información. Los coordinadores del jurado fueron Ana María Mustapic y Hugo Acuña. Ambos trabajan en universidades privadas y están ligados a Alfonsín (la primera) y al menemismo-macrismo (el segundo).
Recibí numerosas muestras de solidaridad, pero el problema es más general: en los últimos dos años, CONICET rechazó a 1.574 doctores. Se privilegian proyectos mínimos sobre temas intranscendentes: los “discursos” son más importantes que la explotación y las “facciones” más que las clases. No hay criterios homogéneos y explícitos para evaluar, por lo que el aspirante queda a merced de la arbitrariedad del jurado. A todo esto, si alguien intenta hacer un reclamo formal se le prohíbe presentarse en nuevas convocatorias (Resolución 3199/2010). Se trata de una disposición claramente inconstitucional, por la cual el que protesta es inmediatamente sancionado. Este es el organismo que dirigen los dueños de la historia. Allí no es posible ninguna “diversidad”. Allí, la obsecuencia, el clientelismo, la reacción ideológica, la persecución al marxismo y un afán por la frivolidad han dejado a la historia en ruinas.
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