Vicepresidentes: rupturas, "traiciones" y escándalos
En pocas horas más la Presidenta asumirá su nuevo mandato en medio de una situación paradojal. La persona que más la perturbó durante su gobierno, será quien le tome juramento. Julio Cobos será el encargado de dar inicio a su segunda gestión, un extraño broche de una relación extremadamente conflictiva. El lugar de la vicepresidencia, sobre todo desde el retorno de la democracia, cobija una contradicción: pese a haber sido concebido como un espacio de poca visibilidad, aunque crucial en el esquema institucional, en las últimas tres décadas estuvo casi siempre atravesado por peleas, rupturas y hasta escándalos.
Si de finales conflictivos se trata, uno de los lugares del podio lo ocupa sin duda Carlos "Chacho" Alvarez, que con su renuncia a la vicepresidencia en octubre de 2000 inició la cuenta regresiva que terminó con el sangriento diciembre de 2001 y con Fernando de la Rúa arriba de un helicóptero.Las diferencias sobre cómo encarar el escándalo por las coimas en el Senado pusieron fin a la alianza entre el radical y el líder del Frepaso, más parecida a un matrimonio por conveniencia que a un frente de gobierno, e hirió de muerte a la Alianza, que terminó disolviéndose un año después.
Eduardo Duhalde dejó la vicepresidencia a la que había llegado de la mano de Carlos Menem en 1991 para asumir como gobernador bonaerense. Desde allí cimentó y extendió su poder hasta convertirse en uno de los caudillos indiscutibles de la provincia. El poder que acumuló en esos años terminó distanciándolo de su jefe político, hasta que en 1999 se postuló para sucederlo en la presidencia.
Fue el candidato del PJ, pero hizo campaña presentándose como la oposición al menemismo. El riojano intentó hacerle frente con el amague de re re-reelección que finalmente quedó en la nada. Duhalde perdió la pelea a manos de De la Rúa.
Daniel Scioli selló sus dotes de tolerancia y docilidad todo terreno en sus años como vicepresidente de Néstor Kirchner, entre 2003 y 2007. Fue de los primeros en sufrir el castigo (público y privado), cuando osó divergir con la política oficial sobre las tarifas. Y, sobre todo, por hacerlo ante un micrófono.
Tampoco la tuvo fácil como presidente del Senado. Desde su banca, Cristina Kirchner (que no era la recluta Fernández pero trataba al presidente del cuerpo como si fuera un soldado raso), lo zarandeó más de una vez. Quedó en el recuerdo aquella de diciembre de 2005, cuando lo acusó de montar una operación mediática en su contra.
Julio Cobos encajaba perfecto en la Concertación Plural, ese molde que Kirchner necesitó (y supo) construir cuando entendió que, superado el trauma del 22 por ciento y reconstruida la autoridad presidencial, hacía falta ampliar el anclaje político de lo que ya empezaba a llamarse "el modelo". Nacía el radicalismo K y el entonces gobernador de Mendoza aparecía como el candidato ideal.
Las consecuencias de su célebre voto no positivo son múltiples y algunas están aún latentes, se sabe. La que aquí interesa en particular es la de haber reinstalado la idea de traición en la escena y en el discurso políticos. Para el kirchnerismo, Cobos se convirtió en sinónimo perfecto de esa forma de bajeza.
La inédita "traición" de un vicepresidente a la presidenta junto a la que había sido electo monopolizó las reacciones y los análisis al punto de eclipsar el largo conflicto con el campo que, no sólo había atravesado toda la gestión de Cristina Kirchner hasta entonces, sino que terminaría de cristalizarse en sus consecuencias un año después con la derrota del oficialismo en las elecciones legislativas.
Hay un episodio poco difundido de la vida política de Cobos que vale recordar porque sirve tal vez para desnaturalizar la idea de que sus diferencias fueron absolutamente imprevisibles. En septiembre de 2006, mientras todavía era gobernador y ya en campaña por la vicepresidencia con Cristina Kirchner, tuvo un rol crucial en la apertura de los datos del instituto de estadística provincial a la Justicia. "Muéstrenles todo lo que pidan", ordenó entonces a los funcionarios del área. Surgían los primeros desfasajes entre la inflación que se medía en Buenos Aires (Guillermo Moreno mediante) y la que calculaban algunas provincias como Mendoza. Ya con un pie en el universo kirchnerista, Cobos tenía su primer gesto de rebeldía. Tres meses más tarde se convertía en vicepresidente.
Amado Boudou llega a la vicepresidencia con un conocimiento acabado de los rigores del kirchnerismo: sabe del apego al hermetismo, del centralismo en la toma de decisiones y de los suspensos estirados hasta último momento. También sabe (y por si lo había olvidado, la Presidenta se ocupó de recordárselo hace pocos días al "concheto" de Puerto Madero) que la disidencia se paga cara. En pocas horas más, ya como segundo en la línea de sucesión, pondrá ese pesado bagaje en juego..
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