Storni y una historia de acá nomás
Posted by Cintia Mignone on 20.2.12
En este blog se hacen, generalmente, análisis sobre los medios en la historia. Hoy no hay análisis, queda para el lector. Apenas una contextualización.
En agosto de 2002, los que éramos jóvenes periodistas no conocíamos la denuncia que se había presentado en 1994 contra el hasta hoy arzobispo emérito de Santa Fe. El libro de Olga Wornat, "Nuestra Santa Madre", era una novedad.
Comenzamos entonces a conocer (los que éramos jóvenes en esa época) que había habido una investigación, una bendición del Vaticano y hasta una solicitada de apoyo al arzobispo motorizada por el entonces intendente Jorge Obeid y firmada además por el demoprogresista Miguel Bulrich y el usandizaguista Julio Tejerina. Y empezaron a surgir los testimonios que en el 94 no habían surgido y durante más de diez días, cuando el caso comenzaba periodísticamente, el silencio del principal medio de Santa Fe.
Y esto es lo que les dejo, la justificación de El Litoral de por qué hacía silencio.
El arzobispo Storni, un libro y la necesidad de actuar con prudencia
Los argentinos nos hemos olvidado de la prudencia, ese valor que los griegos deificaron y la cultura cristiana incluyó entre las cuatro virtudes cardinales.
Atormentados por nuestras desgracias cotidianas que devoran sueños, bienes y vidas, nos dejamos llevar por las peores pasiones. Enfurecidos, nos volvemos unos contra otros agravando los efectos de una situación extremadamente difícil.
El sonado caso del arzobispo de Santa Fe, convertido en escándalo nacional por el libro de una autora especializada en productos de impacto se ilustrativo de lo que decimos.
Olga Wornat, la periodista en cuestión, llegó a Santa Fe para asistir a la VIII edición de la feria del Libro. No presentó el suyo, pero movió con habilidad los hilos que preceden su aparición. Sin mostrar todas las cartas, creó expectativas sobre su obra y hasta reconvino a los santafesinos por no atreverse a hablar y denunciar aquellos temas que constituyen el contenido de su obra, denominada “Nuestra Santa Madre”.
Periodistas locales le prestaron inestimable colaboración a la colega porteña amplificando sus denuncias y favoreciendo el clima que una puesta en escena de esta naturaleza requiera para atraer a la gente. El prelanzamiento del libro estaba hecho. Ahora, la historia sigue en Buenos Aires. Y no cabe duda de que en estas condiciones sociales, la obra de Wornat se venderá como pan caliente.
De un día para el otro, la Feria del Libro que trabajosamente Santa Fe construye año tras año, fue barrida por el huracán de la denuncia contra monseñor Edgardo Gabriel Storni. Ya nadie se acuerda del resto, ni de las obras que allí efectivamente se presentaron. Una excitación enfermiza recorre el espinazo del país. El prejuicio remplaza al juicio. Qué importa el estado de derecho al que muchos invocan con una parcialidad que vulnera su sentido profundo. Ni los procedimientos, las investigaciones o las pruebas. El escándalo manda, consume, vende. Y en el terreno político, moviliza conciencias esclerosadas.
Muchos preguntan por qué El Litoral no se hizo eco de esta súbita conmoción que agita internas de la iglesia y su grey –atravesadas por una impiedad antievangélica–. El contexto temporal, impregnado por las denuncias de corrupción sexual infantil contra numerosos sacerdotes norteamericanos aumenta la combustibilidad del tema. Ciertas usinas ideológicas se relamen con el regalo y castigan en los flancos de la Iglesia. Odios viejos se activan con la denuncia de Wornat, mientras algunos fragmentos son adelantados con delectación a través de Internet y publicaciones periodísticas. La promoción funciona como un mecanismo de relojería y exhibe una rara eficiencia en un país donde nada funciona bien.
Lo curioso es que Wornat detona pólvora vieja –y hasta se diría que vencida– una bomba mediática cuyo estruendo es amplificado por el conjunto de los medios, temerosos de quedar bajo sospecha. Así funcionan las cosas hoy. A veces por rating, otras por miedo, la violencia “ambiental” desplaza procedimientos, inhibe defensas y complica la búsqueda de la verdad.
El Litoral tiene derecho a ser fiel a sí mismo y un deber de consecuencia con los principios que invoca y por los cuales lucha desde sus columnas editoriales. Escribimos estas líneas con la libertad que nos confiere el hecho de no militar en ninguna interna de la Iglesia y con la autoridad que nos da el hecho de haber sido críticos con Monseñor Storni en diversas oportunidades.
Es más, el caso en cuestión fue informado por El Litoral en 1994 cuando la Iglesia ordenó una investigación sobre el arzobispo, tarea que dirigió monseñor José María Arancibia que, a ese efecto, estableció su base operativa en la vecina ciudad de Paraná. La misma Olga Wornat cita en su libro a El Litoral. De modo que no tenemos nada que esconder. En cambio, podemos preguntar dónde estaban muchos de los que ahora se rasgan las vestiduras.
El hecho es que hubo una investigación profunda de la iglesia y que las actuaciones se elevaron al Vaticano sin que se produjeran sanciones. Tampoco hubo ninguna acción interpuesta por particulares que se sintieran dañados u ofendidos ante los tribunales penales. Esta realidad, así como el paso del tiempo y los eventuales daños y heridas que ahora pudieran producir o reabrir en diversas personas exigen un ejercicio de prudencia.
Monseñor Storni genera muchas resistencias dentro y fuera de la Iglesia; su manera de interpretar el papel de la institución, concebir el poder del pastor y conducir a su grey provoca críticas muy fuertes y públicos desafectos. Pero una cosa son los legítimos desacuerdos y otra, muy distinta el rumor corrosivo que apunta a la destrucción de una persona y a su desplazamiento de la silla episcopal. Si hay dudas consistentes acerca de sus actos, cabe una investigación seria –o su reactualización– a través de los órganos competentes de la iglesia que tiene deberes de responsabilidad consigo misma y con la sociedad en general. Pero hay normas que seguir, aun cuando la condena pudiera llegar. Entre tanto, El Litoral no se va a prestar a juegos sucios.
El Litoral, 16 de agosto de 2002
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