domingo, 1 de mayo de 2011

Contraeditorial

Una polémica al calor del debate que dejó la visita de Vargas Llosa

Publicado el 30 de Abril de 2011
La periodista Susana Viau cuestionó desde su columna dominical de Clarín las expresiones de Aníbal Fernández con respecto al Premio Nobel de Literatura y al filósofo español Fernando Savater. El jefe de Gabinete le responde.
opinión de susana viau, publicada en clarín el 24-4-2011
“Cuando el poder no lee... no piensa”
El kirchnerismo tiene la incuestionable habilidad de presentar sus descalabros como victorias y sus atolladeros como oportunidades. Si la Presidenta concurre al acto que Hugo Moyano pretende realizar el 29 de abril no dirá que lo hace porque está atrapada en la jaula de oro que le forjó el camionero sino porque no quiere dejarle a éste el centro de la escena; la desdichada gestión del sociólogo Horacio González para excluir a Mario Vargas Llosa de la apertura de la Feria del Libro ha pasado a ser, en la interpretación de los medios oficiales, la piedra basal de un debate sobre el rol de los intelectuales.
Aún así, en este último caso y pese a que la intervención de Cristina Fernández y la brillantez del Premio Nobel salvaron a la Feria del naufragio, el país ha pagado a precio de escándalo los derrapes de sus funcionarios. (...) Luego de las declaraciones de Aníbal Fernández le hubiera sido difícil seguir sosteniendo que “donde usted, Vargas, ve barbarie hay civilización”. Fernández había llamado “estúpidos” al Nobel y al filósofo Fernando Savater. “Dan vergüenza ajena”, dijo, y le pidió al vasco “ocúpate de tu vida, so capullo (…) Cerrá el pico, papi (…) Metete en lo tuyo y andá a opinar a España”. Es curioso: durante la dictadura, el “capullo” (para los españoles la manera doméstica de decir “imbécil”, “boludo”) Savater fue un vocero habitual de las denuncias que formulaba el exilio argentino, y el exilio argentino le agradeció que hablara y pusiera su prestigio al servicio de los que no podían hacerlo, que se interesara por el destino de los que estaban a miles de kilómetros, en otro continente, en un país ajeno. Eran los militares los que entonces condenaban las intromisiones de los extranjeros e imprimían stickers ofendidos con la leyenda: “Los argentinos somos derechos y humanos.” Es cierto, este Savater, como Vargas Llosa, ya no es el que era ni emplea las mismas herramientas para descifrar la realidad, así y todo sería de una enorme deshonestidad reprocharle ahora lo que antes se recibió con gratitud. Aníbal Fernández no está obligado a conocer estas historias, lo imperdonable es que no sepa que el jefe de Gabinete compromete a todos los argentinos y a la propia Presidente en sus guarangadas.
Cristina Fernández guarda silencio, aunque es probable que, en su fuero íntimo, desapruebe el lenguaje patotero de su ministro coordinador y hasta considere excesivo el comedimiento del director de la Biblioteca. Pero el que siembra vientos cosecha tempestades y ella ha dibujado, quizás sin intención, una estrecha, peligrosa idea de la cultura.
“Yo no creo en el arte descomprometido de los intereses del pueblo –ha afirmado más de una vez–. Yo pienso que el arte siempre refleja una sociedad, debe interpretarla, debe representarla (…) Porque es así también como nos han metido culturas de otros lados a través del cine, de la industria cinematográfica”. (...) En ese aspecto, anda con poca fortuna la Feria del Libro. Hace cinco años, Tomás Eloy Martínez la inauguró y lamentó que el presidente Néstor Kirchner no estuviera allí porque “la presencia del jefe de Estado en un acto como éste es insustituible”. Luego volvió a referirse a los libros, a los escritores y su tensa relación con el poder y agregó: “Cuando el poder no lee, el poder no piensa (…) Con el poder iletrado no hay diálogo posible: sólo obediencia y monosílabos.”
Tomás Eloy Martínez habló aquella tarde como si la cicatriz que le cruzaba el parietal fuera invisible. No ocultaba que acababan de extirparle un tumor y daba por esos días una segunda y dignísima pelea contra el cáncer. Pese a la dureza de los tratamientos se plantó allí entre las cosas que amaba: los textos, los “escribidores”, los periodistas, su familia, sus compatriotas, la gente, su gente que lo apretujaba y lo aplaudía. Cuando murió, en enero de 2010, quienes se acercaron al cementerio de Pilar donde lo estaban velando no hallaron ninguna corona con la leyenda “Presidencia de la Nación”. No hubo funcionarios de jerarquía, ni siquiera el director de la Biblioteca Nacional, obligado custodio de sus libros, se acercó a despedirlo. T.E.M. (así solían llamarlo, con las iniciales con que firmaba sus notas) no era un militante de las derechas, ni un profeta del neoliberalismo, no pertenecía al abolengo de los anatematizados como “enemigos del pueblo”. Había sido sí, hasta ese 30 de enero y junto a David Viñas, el mayor escritor argentino vivo, un periodista como la copa de un pino, comprometido con su tiempo, conocedor de la persecución y el destierro. El desinterés del kirchnerismo no tenía siquiera excusas ideológicas.
Sólo desconfiaba de su independencia.
Nunca pudo perdonarle aquel discurso. <

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