Avanza la pluralidad de voces
Publicado el 16 de Diciembre de 2011Por
Generar igualdad de oportunidades, como lo hace la nueva ley con media sanción del Parlamento, no es constituir un monopolio oficial: es impedir que el monopolio privado de Clarín y La Nación sea la ley que todos debamos acatar.
La de ayer fue una jornada democrática histórica. El Congreso dio el primer paso para sancionar la ley que declara de interés público la producción de papel para diarios, que garantiza el acceso igualitario al insumo básico de nuestra industria editorial. Para que se entienda: es como la Ley de Medios Audiovisuales, pero en este caso para el periodismo gráfico. Hasta ahora, Clarín y La Nación, que a través de un pacto de sindicación de acciones construyeron una mayoría privada artificial en una empresa mixta como Papel Prensa, a espaldas del Estado, que somos todos, le cobraban peaje al resto de los diarios, es decir, a su competencia, en un caso único en el mundo que les permitía ser jueces y parte. Así pudieron hundir al Crónica de Héctor Ricardo García, arrinconar al Ámbito Financiero de Julio Ramos, humillar a Jorge Fontevecchia en aquel intento de Perfil diario que terminó con 200 trabajadores en la calle y limitar al querido Página/12 en su crecimiento.
Aún en democracia, y esto es lo más grave, el abuso de los diarios hegemónicos clausuró durante décadas el surgimiento de voces que contradijeran su discurso único. Era imposible pensar en un diario alternativo cuando el papel había que comprarlo al precio que decidía un competidor monopólico, por lo tanto, desleal y anticapitalista. Con gran esfuerzo, a lo sumo se podía soñar con afincarse milagrosamente en los márgenes de un mercado de millones de lectores, que no accedían en igualdad de oportunidades a ofertas más plurales, menos conservadoras, que sostuvieran que otra Argentina, una para 40 millones, era posible, como planteamos desde Tiempo Argentino, número a número, con mucho esfuerzo y amor por lo que hacemos.
El verdadero control sobre la libertad de expresión en nuestro país, hay que decirlo con todas las letras, lo ejercieron los socios privados de Papel Prensa que condicionaron a todos los gobiernos desde sus tapas y títulos catástrofe. El Pacto de San José de Costa Rica, que tiene rango constitucional en nuestro país, mal citado hasta el hartazgo por TN y ADEPA, es claro y contundente: alerta sobre el peligro de monopolios privados y públicos que atenten contra el derecho a la comunicación de toda la sociedad. Generar igualdad de oportunidades, como lo hace la nueva ley con media sanción del Parlamento, no es constituir un monopolio oficial: es impedir que el monopolio privado sea la ley que todos debamos acatar. Calladitos y en silencio.
Al origen viciado de nulidad de Papel Prensa SA, donde las Tres Armas beneficiaron a los Tres Diarios despojando al Grupo Graiver en la mesa de torturas, se debe nada menos que el silencio ignominioso que mantuvieron Clarín y La Nación sobre el genocidio. Hay 30 mil desaparecidos, toda una generación de argentinos, y en las páginas de estos dos diarios –que se pueden consultar en cualquier hemeroteca pública– las violaciones a los Derechos Humanos fueron casi una anécdota al pasar. Cuando los dos diarios que ahora se rasgan las vestiduras por la libertad de expresión tuvieron la oportunidad en los años oscuros de custodiar el derecho de todos los ciudadanos a saber qué pasaba, decidieron ser oficialistas del terrorismo de Estado, se callaron y no mostraron ni la convicción ni la bravura que esgrimen con épica absurda y falaz hoy en día para combatir retóricamente a la democracia y sus leyes. Será, quizá, que Cristina Kirchner no es Videla, aunque Clarín y La Nación, desde sus editoriales, busquen equivalencias donde no las hay para herir la voluntad popular expresada en las urnas. La Ley de Papel de Diarios esperaba desde mediados de 2010 para ser tratada. La gente sabía qué votaba el 23 de octubre de 2011, aunque Clarín y La Nación se hayan esforzado por ocultarlo hasta el ridículo: más voces, más democracia y más derechos para todos. Hoy es el Parlamento de la República el que decidió, y no un general entre vejación y vejación, y mucho menos un político corrido desde la urgencia por ganar centimetraje a favor en las noticias de cara a una elección. Tanto empeño que pusieron Clarín y La Nación en demonizar a Cristina Kirchner terminó por inmunizarla a las extorsiones y chantajes. La fuerza de la presidenta, en este como en otros casos, emergió del maltrato comprobable que le aplicaron desde 2007 a la fecha, no por lo que hizo mal o dejó a medio hacer, sino por haber acertado en lo fundamental.
Acceder al papel al mismo valor que los diarios tradicionales –al fin de cuentas, se trata de eso mejorar la calidad del periodismo nacional, entendido como una diversidad que expresa toda la amplia riqueza del acervo cultural e ideológico de los argentinos, los kichneristas, los que no lo son, los liberales y hasta los que no creen en nada– restituye a la prensa gráfica no monopólica las ganas de crecer, generar empleo y competir de igual a igual para agrandar una industria esencial que garantiza la libre circulación de ideas, de todas, las buenas, las malas, en fin, las indispensables para el diálogo, porque la única mala idea es no discutir ideas.
La de ayer fue una jornada histórica. Se la debemos a los políticos que no se arrodillaron ante el monopolio, a los periodistas que no bajaron sus banderas, a la sociedad que eligió profundizar la democracia y, permítanme un pequeño gran homenaje, también a los canillitas de Omar Plaini. Pregúntenle a los vendedores de diarios en qué los convirtieron Clarín y La Nación desde su posición dominante. Fueron los obreros de la zafra de un emporio que los usó cada domingo para intercalar suplementos comerciales nacidos al calor del exceso de papel barato sin que ellos vean un solo peso extra por la labor a destajo en madrugadas heladas y lluviosas.
Hoy más que nunca, cuando Clarín y La Nación están exultantes por los cortocircuitos surgidos entre el gobierno y la CGT, hay que remarcar que los diputados moyanistas Plaini y Facundo Moyano, pese a las diferencias profundas que expuso el líder de los camioneros en Huracán, bajaron al recinto y votaron a favor de esta ley, demostrando coherencia, fidelidad a los valores democráticos de la Ley de Medios y una cuota de responsabilidad política que no sólo la Historia sabrá reconocerles.
También este colectivo de trabajo, pequeño pero indomable, convencido de que no hay reparto de la riqueza si primero no se distribuye la palabra.<
Generar igualdad de oportunidades, como lo hace la nueva ley con media sanción del Parlamento, no es constituir un monopolio oficial: es impedir que el monopolio privado de Clarín y La Nación sea la ley que todos debamos acatar.
La de ayer fue una jornada democrática histórica. El Congreso dio el primer paso para sancionar la ley que declara de interés público la producción de papel para diarios, que garantiza el acceso igualitario al insumo básico de nuestra industria editorial. Para que se entienda: es como la Ley de Medios Audiovisuales, pero en este caso para el periodismo gráfico. Hasta ahora, Clarín y La Nación, que a través de un pacto de sindicación de acciones construyeron una mayoría privada artificial en una empresa mixta como Papel Prensa, a espaldas del Estado, que somos todos, le cobraban peaje al resto de los diarios, es decir, a su competencia, en un caso único en el mundo que les permitía ser jueces y parte. Así pudieron hundir al Crónica de Héctor Ricardo García, arrinconar al Ámbito Financiero de Julio Ramos, humillar a Jorge Fontevecchia en aquel intento de Perfil diario que terminó con 200 trabajadores en la calle y limitar al querido Página/12 en su crecimiento.
Aún en democracia, y esto es lo más grave, el abuso de los diarios hegemónicos clausuró durante décadas el surgimiento de voces que contradijeran su discurso único. Era imposible pensar en un diario alternativo cuando el papel había que comprarlo al precio que decidía un competidor monopólico, por lo tanto, desleal y anticapitalista. Con gran esfuerzo, a lo sumo se podía soñar con afincarse milagrosamente en los márgenes de un mercado de millones de lectores, que no accedían en igualdad de oportunidades a ofertas más plurales, menos conservadoras, que sostuvieran que otra Argentina, una para 40 millones, era posible, como planteamos desde Tiempo Argentino, número a número, con mucho esfuerzo y amor por lo que hacemos.
El verdadero control sobre la libertad de expresión en nuestro país, hay que decirlo con todas las letras, lo ejercieron los socios privados de Papel Prensa que condicionaron a todos los gobiernos desde sus tapas y títulos catástrofe. El Pacto de San José de Costa Rica, que tiene rango constitucional en nuestro país, mal citado hasta el hartazgo por TN y ADEPA, es claro y contundente: alerta sobre el peligro de monopolios privados y públicos que atenten contra el derecho a la comunicación de toda la sociedad. Generar igualdad de oportunidades, como lo hace la nueva ley con media sanción del Parlamento, no es constituir un monopolio oficial: es impedir que el monopolio privado sea la ley que todos debamos acatar. Calladitos y en silencio.
Al origen viciado de nulidad de Papel Prensa SA, donde las Tres Armas beneficiaron a los Tres Diarios despojando al Grupo Graiver en la mesa de torturas, se debe nada menos que el silencio ignominioso que mantuvieron Clarín y La Nación sobre el genocidio. Hay 30 mil desaparecidos, toda una generación de argentinos, y en las páginas de estos dos diarios –que se pueden consultar en cualquier hemeroteca pública– las violaciones a los Derechos Humanos fueron casi una anécdota al pasar. Cuando los dos diarios que ahora se rasgan las vestiduras por la libertad de expresión tuvieron la oportunidad en los años oscuros de custodiar el derecho de todos los ciudadanos a saber qué pasaba, decidieron ser oficialistas del terrorismo de Estado, se callaron y no mostraron ni la convicción ni la bravura que esgrimen con épica absurda y falaz hoy en día para combatir retóricamente a la democracia y sus leyes. Será, quizá, que Cristina Kirchner no es Videla, aunque Clarín y La Nación, desde sus editoriales, busquen equivalencias donde no las hay para herir la voluntad popular expresada en las urnas. La Ley de Papel de Diarios esperaba desde mediados de 2010 para ser tratada. La gente sabía qué votaba el 23 de octubre de 2011, aunque Clarín y La Nación se hayan esforzado por ocultarlo hasta el ridículo: más voces, más democracia y más derechos para todos. Hoy es el Parlamento de la República el que decidió, y no un general entre vejación y vejación, y mucho menos un político corrido desde la urgencia por ganar centimetraje a favor en las noticias de cara a una elección. Tanto empeño que pusieron Clarín y La Nación en demonizar a Cristina Kirchner terminó por inmunizarla a las extorsiones y chantajes. La fuerza de la presidenta, en este como en otros casos, emergió del maltrato comprobable que le aplicaron desde 2007 a la fecha, no por lo que hizo mal o dejó a medio hacer, sino por haber acertado en lo fundamental.
Acceder al papel al mismo valor que los diarios tradicionales –al fin de cuentas, se trata de eso mejorar la calidad del periodismo nacional, entendido como una diversidad que expresa toda la amplia riqueza del acervo cultural e ideológico de los argentinos, los kichneristas, los que no lo son, los liberales y hasta los que no creen en nada– restituye a la prensa gráfica no monopólica las ganas de crecer, generar empleo y competir de igual a igual para agrandar una industria esencial que garantiza la libre circulación de ideas, de todas, las buenas, las malas, en fin, las indispensables para el diálogo, porque la única mala idea es no discutir ideas.
La de ayer fue una jornada histórica. Se la debemos a los políticos que no se arrodillaron ante el monopolio, a los periodistas que no bajaron sus banderas, a la sociedad que eligió profundizar la democracia y, permítanme un pequeño gran homenaje, también a los canillitas de Omar Plaini. Pregúntenle a los vendedores de diarios en qué los convirtieron Clarín y La Nación desde su posición dominante. Fueron los obreros de la zafra de un emporio que los usó cada domingo para intercalar suplementos comerciales nacidos al calor del exceso de papel barato sin que ellos vean un solo peso extra por la labor a destajo en madrugadas heladas y lluviosas.
Hoy más que nunca, cuando Clarín y La Nación están exultantes por los cortocircuitos surgidos entre el gobierno y la CGT, hay que remarcar que los diputados moyanistas Plaini y Facundo Moyano, pese a las diferencias profundas que expuso el líder de los camioneros en Huracán, bajaron al recinto y votaron a favor de esta ley, demostrando coherencia, fidelidad a los valores democráticos de la Ley de Medios y una cuota de responsabilidad política que no sólo la Historia sabrá reconocerles.
También este colectivo de trabajo, pequeño pero indomable, convencido de que no hay reparto de la riqueza si primero no se distribuye la palabra.<
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