domingo, 4 de diciembre de 2011

Contraeditorial

Los límites de la democracia formal

Publicado el 4 de Diciembre de 2011



El proyecto es de ahora en adelante presentar la factura a los ciudadanos de la Eurozona, bajo la forma de recortes presupuestarios, de aumento de los impuestos a las grandes mayorías y del congelamiento de salarios.
Las noticias que llegan de la vieja Europa desde la crisis de 2009 van desnudando los límites de las estables y siempre bien ponderadas democracias formales nacidas en las postrimerías de la segunda Guerra Mundial. Durante décadas, la tendencia al crecimiento fue una constante, más allá de las crisis cíclicas del mundo occidental. Los avatares propios del péndulo ideológico de los últimos 60 años de historia democrática en la Europa comunitaria, fueron consolidando una suerte de bipartidismo que alternó administraciones socialdemócratas, laboristas o socialistas y gobiernos conservadores, liberales, o social cristianos. Todos se sucedieron tanto en los períodos de crecimiento económico como en la implementación de medidas de disciplinamiento social ante crisis como la del petróleo en la década del setenta.
Más allá de esas históricas diferencias entre políticas neokeynesianas y el monetarismo conservador, en las últimas décadas del siglo pasado fue imponiéndose un pragmatismo inédito en las antiguas vertientes keynesianas. En esa nueva etapa, la hegemonía de las recetas neoliberales implementadas por gobiernos conservadores como el de Margaret Thatcher, fue colonizando el ideario socialdemócrata en una suerte de cooptación programática de sus líderes, quienes implementaron en sus sucesivos gobiernos políticas de alianza con el establishment financiero que tiñeron de una dinámica cada vez más moderada sus ambiciones igualitaristas. Uno de los casos más relevantes es la notoria metamorfosis de los sucesivos gobiernos del PSOE del ex presidente español Felipe González. De estas alianzas contranatura del otrora socialismo obrerista, los banqueros y el mundo de las finanzas surgió un espejismo consumista que durante décadas hizo que el llamado progresismo de los países emergentes pusiera su mirada en los modelos de bienestar y desarrollo acuñados en las diversas transiciones democráticas del sur europeo sin percibir la otra cara de ese desarrollo. Recién con la situación actual comienzan a balbucearse algunas que otras visiones críticas a un modelo que ha devenido en una de las crisis más profundas desde la debacle de 1929.
El desarrollo de la crisis puede resumirse de forma simple, el capitalismo se ha reproducido durante los dos últimos decenios, acumulando una montaña de deudas. Para evitar el hundimiento del sistema, los Estados han asumido lo esencial de estas deudas, que de privadas han pasado a ser públicas. Ante de la crisis actual, la desocupación y la precariedad laboral eran ya las taras de un sistema que se basaba en la creación creciente de puestos de trabajo de baja calidad, en una constante modificación del equilibrio entre viejos puestos de trabajo y el universo del trabajo juvenil. La implosión de la crisis de la deuda fue en cadena e hizo estragos en algunos países de la Eurozona: Grecia, España, Portugal y últimamente Italia y Francia. Teniendo en cuenta que los planes de austeridad van a provocar recortes en las condiciones de existencia de los históricamente más desfavorecidos, es posible afirmar que esta tendencia a la precariedad laboral se agravará.
El proyecto es de ahora en adelante presentar la factura a los ciudadanos de la Eurozona, bajo la forma de recortes presupuestarios, de aumento de los impuestos a las grandes mayorías –a través de gravámenes tan injustos como el IVA–, y del congelamiento de salarios.
El poder se ha transferido de los Estados nacionales a agencias supranacionales como el G-8, el FMI, el Banco Mundial, la Unión Europea e incluso las agencias de calificación. Además, hay un poder político efectivo que ejercen las grandes corporaciones a través de lobbies y otros dispositivos por definición antidemocráticos, que no han hecho más que aumentar las dificultades para la democratización real de las sociedades formalmente democráticas, que a partir de la crisis agudizan las asimetrías sociales históricamente existentes.
En plena Revolución Francesa se preguntaba Jean Paul Marat, uno de los referentes más democráticos de los revolucionarios galos: “De qué podía servir la democracia política a los que no tenían pan.” Si hay algo que ha dado sustento, a la extensión de los derechos de participación política en la historia de la humanidad, es la indignación de los que no tenían pan, pues sin indignados nunca se habría llegado a los actuales niveles de democracia.
En Grecia, la simple posibilidad de un plebiscito que definiera democráticamente el futuro de sus ciudadanos por el sí o no a los planes de ajuste impuestos por el Banco Central Europeo fue abortado en una suerte de conciliábulo de cúpulas dirigenciales ante la tremenda presión de los organismos internacionales de crédito y los principales gobiernos europeos. El hecho concluyó en la farsa de un gobierno de unión nacional con Lukas papademos, ex vicepresidente del Banco Central Europeo (BCE), como primer ministro. La prioridad de ese gobierno es defender el plan de ‘rescate’ europeo elaborado el 27 de octubre en Bruselas. Esta sumisión de las autoridades griegas a sus acreedores más que constituir una denegación democrática suplementaria para un pueblo que sigue movilizándose contra los planes de austeridad, supone el riesgo de conducir al país a un suicidio colectivo. Hoy, la sociedad griega está en una acelerada tendencia a la pauperización de su población. En octubre de 2011, la tasa de demandantes de empleo ha alcanzado el 22%, llegando al 40% entre los jóvenes. Los contratos de tiempo completo se han convertido en contratos de tiempo parcial o sometidos a paro parcial, con importantes reducciones de salario. En un período de uno a cuatro meses, un tercio de los asalariados del sector privado no han cobrado sus salarios; decenas de miles de empresas han cerrado sus puertas (14 mil en el primer trimestre de 2011), mientras que otras están actualmente en proceso de liquidación judicial.
A esta crisis económica y social hay que añadir una crisis sanitaria. Según Médicos Sin Fronteras, el 30% de los griegos van a curarse a “clínicas de la calle” (frente al 5% anterior). Ciertas empresas farmacéuticas rechazan incluso entregar pedidos a determinados hospitales, por miedo a no cobrar. Los jubilados, los desocupados, los sin techo, los enfermos de sida y tuberculosis son privados de la cobertura médica. A todo esto hay que añadir el 22% de la población activa no declarada que no dispone de cobertura social. Los recortes en partidas presupuestarias ligadas a la salud como la asistencia social o el tratamiento de ciertas enfermedades pueden alcanzar el 80 por ciento.
A esta particular situación de la milenaria Grecia se le agregan las negras perspectivas en países como Portugal, España o Italia, donde la derecha ajustista ha retomado el mando de la gestión de la crisis. En el caso de Italia post berlusconiana, la clase política ha decidido dar el poder a un tecnócrata, histórico funcionario de los organismos internacionales de crédito. Cabe preguntarse si son compatibles el genuino desarrollo de las demandas de progreso de las grandes mayorías del planeta con la creciente apropiación de poder de minorías tecnocráticas que digitan el futuro de la humanidad toda, en beneficio del 1% de sus poblaciones. Los próximos años tendrán la respuesta. <

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