generada por el temor
La inseguridad es uno de los trastornos mentales más grandes de los argentinos
Ansiedad, ataques de pánico, anorexia, trastornos obsesivo-compulsivos, estrés, depresión. Muchos de estos términos ya están instalados en cualquier conversación cotidiana. Los argentinos sufren cada vez más de algunas dolencias mentales, y el contexto agresivo en el que se vive contribuye a aumentarlas. Para los profesionales, pasado y presente se cruzan: la dictadura y los desaparecidos se suman a la exclusión social y el abandono. Claves.
Estrés. El ritmo cotidiano, sobre todo en las grandes ciudades, y los niveles de autoexigencia superan a gran parte de la población.
La sociedad argentina está cruzada por importantes niveles de violencia y agresividad –desde la verbal hasta de la otra–, imperativos sociales y reclamos de éxito, fama y poder. Para algunos, no hay dudas de que todas estas cuestiones repercuten en sus integrantes a la hora de los padecimientos mentales. Desde ese planteo, por ejemplo, valores estéticos inalcanzables o la exigencia de metas sociales demasiado elevadas pueden actuar hoy como posibles desencadenantes de enfermedades mentales.
Más es menos. Martín Nemirosky, psiquiatra, coordinador del proyecto SUMA e integrante de la cátedra de Salud Mental de la Universidad de Buenos Aires, está convencido de que los problemas nacen de una sociedad que demanda y de un individuo que no puede responder a la exigencia. “El hombre de hoy vive a un ritmo en el que asume más funciones y responsabilidades de las que puede cumplir. Y cuando falla, se enferma. Problemas como el estrés –el agotamiento ante la exigencia–, la anorexia –la exigencia de ser delgado– o el ataque de pánico –el miedo a la exigencia– son evidencia de todo esto. Hablamos de problemas que nos afectan, y cada vez nos afectan más”, dice.
Si nos atenemos al diagnóstico de la Organización Mundial de la Salud (OMS), es la pura verdad: las enfermedades mentales marcarán el siglo XXI. Este tipo de dolencias ya afecta a alrededor de 400 millones de personas en todo el mundo, y seguirán en aumento durante las próximas dos décadas.
Según los expertos de la OMS, la depresión es hoy la quinta causa de discapacidad en el mundo y se convertirá en la segunda –sólo antecedida por las enfermedades coronarias– en veinte años más.
El organismo señala también que, anualmente, se producen en el mundo diez millones de intentos de suicidio, de los cuales un millón se lleva a término. En ese contexto, la Argentina también mostraría un incremento de enfermedades mentales.
Dice Nemirovsky: “Hoy, no sólo hay más casos, sino que la demanda implica que el individuo debe rendir más en todo sentido: socialmente, sexualmente, etcétera. Los valores estéticos o la realización de las metas sociales aparecen, cada vez más, dando sentido a la vida. Buscar contar con la aprobación y el reconocimiento de los otros favorece la aparición de enfermedades mentales”.
Desde otro punto de vista, Patricia Fryd, psicoanalista y fundadora del Centro de Lecturas Debate y Transmisión, piensa: “Hoy, en una consulta, quizá aparezcan cuadros más variados que antes. Las manifestaciones de violencia social, a su vez, mucho tienen que ver con la exclusión social y el abandono. Y la historia argentina también pesa: las consecuencias de la dictadura, la tragedia de los desaparecidos tienen mucho lugar en lo que hoy nos pasa”, explica.
La experta va más allá: “Los altos niveles de agresividad y violencia de la sociedad hay que vincularlos, también, con el desconocimiento. Desconocimiento de uno hacia uno mismo. Falta de contacto con lo que a uno le ocurre. Y como correlato de eso, el desconocimiento de uno hacia el otro”.
Las cosas por su nombre. Algunos profesionales de la salud mental también observan que “nombrar” los problemas no alcanza para enfrentarlos. Títulos como bipolaridad, histeria o trastornos obsesivo-compulsivos aparecen hoy en cualquier conversación cotidiana designando características, problemas o simples observaciones.
Pero, también, suelen aparecer muy lejos de los significados originarios de estas definiciones. Es más, es probable que estas palabras terminen siendo etiquetas que ocultan diferentes problemas psicológicos. “Cuando la OMS dice que uno de los principales problemas actuales es la depresión, está diciendo poco y nada”, detalla la psicoanalista. “Si alguien se acerca a un profesional de la salud diciéndole ‘estoy deprimido’, uno debe preguntar y preguntarse: ¿qué le pasa a esa persona? Lo importante, en realidad, es lo que encubre ese nombre”.
¿Y cómo se enfrenta una posible mejora ante estos problemas? Nemirovsky sostiene que “cualquier problema mental requiere hoy ser tratado con la familia y el individuo. Y uno de los ítems más importantes a tener en cuenta es evitar que el paciente quede ‘capturado’ por una imagen de éxito. Buscar con él algo más íntimo y más sincero”.
Para Fryd, “al malestar siempre hay que ponerle un nombre. Y en estas épocas, las etiquetas están en boga. La exigencia social también demanda que todo debe ser rápido y fácil. La tentación de tomar una pastilla que nos haga sentir mejor está ahí nomás. En ese escenario, se hace difícil pensar en lo que a uno le pasa”.
Pensar lo que a uno le pasa. Más allá de los títulos, de las definiciones o los cuadros clínicos, esa parece ser una de las herramientas realmente importantes a la hora de saber qué nos sucede
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